jueves, 28 de julio de 2011

THE DOUBLE SUNSET - Quinta Parte



INTRODUCCIÓN

Tolkien dedicó el penúltimo capítulo del Señor de los Anillos (que no fue incluído en la versión cinematográfica de Peter Jackson) a una temática que para él era muy sensible y por la cual a lo largo de toda su obra muestra un gran interés. Esto es, la conciencia ya presente en el espíritu de post-guerra de preocuparse por los daños que el exceso de progreso y la desmedida industrialización provocaban a los paisajes rurales y a la naturaleza, y la enajenación del hombre de campo al ser invadido por la modernidad.
La lectura que haré esta vez de la Guerra de las Galaxias será un poco más arriesgada que las anteriores; me atreveré a interpretar un poco más libremente el contenido para mostrar cómo es posible encontrar también en la hexalogía de Lucas una preocupación parecida que, consciente o inconscientemente, el director logra transmitirnos en su historia.
Como crédito de mi acierto, hago notar que muchos han destacado la influencia de Tolkien en la Galaxia de Lucas, por lo que no es tan descabellada mi interpretación siguiente. Pero lo dejo a criterio de cada uno.

DE LOS PLANETAS

Una de las cosas más sorprendentes de la Guerra de las Galaxias son sus planetas. Ellos son escenarios completos, cosa curiosa, y hay que ver con qué recatada fineza Lucas eligió cada uno; No hay dos planetas que sean iguales, todos poseen una estética propia y característica. Cabe preguntarse si no sería posible reescribir la Guerra de las Galaxias en contexto Steampunk, por ejemplo, o medieval, y la respuesta, quizás algo inesperada, sería que lo que hace imposible esto no son las naves (que podrían ser barcos, o submarinos) ni las espadas de luz (que podrían ser sables corrientes) ni la avanzada comunicación, ni los robots (que son esclavos, como intenté demostrar en la tercera parte) sino que es precisamente el hiperespacio y la singularidad de los planetas, y la imposibilidad de reducirlos en escala a islas o países dentro de la tierra. Cada planeta en la Guerra de las Galaxias es un mundo único y paralelo a los demás, y el hiperespacio es esa jugada brillante (que le saca canas verdes a los seguidores de la ciencia ficción) que permite cambiar de uno a otro con gran facilidad.
¿Nadie nunca se preguntó por qué, si son planetas completos, las naves llegan siempre a los mismos lugares, o por qué parecen tener un solo tipo de paisaje, siendo que en la tierra los tenemos a todos ellos juntos? Esto no es, ni por poco, un descuido o una señal de mediocridad por parte de Lucas; No tendría sentido que Anakin viniera de Tatooine si sólo en su ciudad natal (Mos Espa) hubiera desierto; porque él no se presenta como “Anakin Skywalker, de Mos Espa” sino como “Anakin Skywalker, de Tatooine”. No es el “desierto de Mos Espa”, es “el desierto de Tatooine”, ese mundo en el que Luke luego dirá que “si es verdad que existe un centro del universo, estás en el lugar más alejado de él” (SW:IV). Lo mismo ocurre para Coruscant; no hace falta que la capital de la República esté en una metrópolis, ella debe llenar todo el planeta; ir de Tatooine a Coruscant no debe ser para Anakin un viaje en barco, o una distancia imposible por motivos sociales; debe ser un cambio de mundo, un salto intergaláctico, un viaje único e inconmesurable.
Y tampoco tenemos mundos extraños, sino que todos esos planetas (los más relevantes) son paisajes comunes a nosotros; Y nuevamente, no cabe achacarle por eso a Lucas una falta de imaginación o estrechez de presupuesto. Los planetas de la Guerra de las Galaxias no son sólo “fondos”, sino que en ellos hay mensajes arquetípicos que debe ser posible –y así espero hacerlo en este ensayo – leer desde una interpretación “terrícola”.

La Guerra de las Galaxias comienza (SW:I) con una invasión de la Federación de Comercio al pequeño planeta Naboo. Esa escena espectacular que vemos en los primeros minutos de La amenaza fantasma cuando las naves bajan al planeta y salen estos carromatos aerodeslizantes que transportan androides, y comienzan a deforestar el planeta, debería llamarnos bastante la atención; Si la Federación de Comercio quería atrapar a la Reina Amidala, ¿por qué invadir el planeta en sus despoblados? ¿Por qué eran necesarias esas máquinas derribando árboles, la fauna huyendo, la aparición (lamentable) de Jar jar Binks, personaje claramente intrascendente, como un nativo desconcertado ante la aparición de tanta destrucción repentina?
Un detalle, una estrategia para mostrar más efectos especiales dirán muchos, pero yo no lo veo así. Fijémonos nada más en dónde termina la Guerra de las Galaxias; en una pequeña luna forestal, poblada por seres peludos y primitivos, con precarias formas de tecnología, celebrando alrededor de fogatas y con música tribal la destrucción de la Segunda Estrella de la Muerte. La victoria de los Ewoks y la de los Gangans (en SW:VI y en SW:I respectivamente) tienen una similitud metafórica impresionante; es David contra Goliat, son las pedradas y las flechas contra el cañón de láser, contra el tanque, contra el ejército profesional. No es coincidencia, no es mediocridad; es una clave que debemos entender.
Lucas también muestra, al igual que Tolkien, esa conciencia y ese dolor por la destrucción de la naturaleza; Naboo es un paraíso frugal y juvenil, un mundo de climas exóticos, de bellos lagos, de espectacular arquitectura (Constantinopla no podía ser mejor modelo) y de una increíble inocencia; Reinas jóvenes, militarización mínima, un pueblo feliz y un gran respeto por la naturaleza. En contraste a todo eso tenemos a los horripilantes extraterrestres que dirigen la Federación de Comercio, partiendo por el encorvado y desagradable Nute Gunray. Sus soldados son máquinas esqueléticas y sus naves parecen cuervos. La invasión de Naboo es mucho más que un argumento trivial; es un drama arquetípico de lo moribundo de la industria invadiendo la paz de lo rural, es Saruman explotando la Comarca, o talando los árboles del bosque de Fangorn. Por eso este planeta, tan pequeño e insignificante para todo el contexto de las Guerras Clones, es el auténtico inicio de la historia.
Naboo, este planeta frugal y delicioso nos entrega al personaje más frugal, delicioso e inocente de toda la Saga: Padmé Amidala. Una mujer bella, increíblemente madura, pero muy dulce y frágil por dentro. La pareja perfecta para ella tenía que salir por tanto de un lugar completamente diferente; de lo desolador, lo solitario y rudo del Desierto. De Tatooine.
El amor de Anakin por Padmé es el amor del beduino que encuentra un Oasis en medio del desierto. “Odio la arena; es seca y rugosa, nunca te la puedes quitar; aquí no hay nada eso. Aquí todo es liso, y suave…” (SW:II). La traición de los sentimientos es completa; El Jedi es un anacoreta en el Desierto, es un Yoda en Dagobah, un Obi-Wan en Tatooine, pero Anakin nació en el desierto y lo que quiere es salir de él, no volver. “Vienes de un planeta caliente… demasiado para mi gusto. El espacio es frío” (Padmé a Anakin, SW:I). Eso es lo que hace a Padmé un tesoro, para él, tan exquisito e irresistible.
Pero ellos salen, cada uno de su planeta, y se sumergen a su manera en un infierno mucho más desolador que el desierto; la gran ciudad.
Es admirable el contraste que consigue Lucas cuando nos muestra la “gran” Coruscant en SW:II, después del epílogo febril y carnavalesco del episodio precedente. Es una metrópolis agitada, cosmopolita, tramposa y sucia. Cambia ágilmente entre los opulentos salones del Templo Jedi o del Senado Galáctico, a los suburbios de bares o de generadores de voltaje. Después de esa alocada carrera por atrapar a la asesina de la Senadora Amidala, nos lleva nuevamente a Naboo, y volvemos con eso a la paz (secundado por la contribución maravillosa de John Williams) de la vida en el campo. La elección de los planetas para el drama amoroso de Anakin y Padmé no pudo ser más acertada; Primero, en esos días cálidos y alegres en Naboo, esas sonrisas, esas escenas calmas y luminosas, un Anakin fascinado por la belleza, por la exuberancia del paraíso… y luego, las pesadillas. La madre moribunda. El miedo. El Lado Oscuro de la Fuerza: Tatooine.
Ambos arrancados de sus propios mundos, son llevados nuevamente a Coruscant. Enajenados, lejos de esas tardes a solas en Naboo, obligados a vivir una mentira, protagonizan juntos la decadencia de ambos; Padmé marchita, se vuelve débil e histérica (la Padmé de SW:III es irreconocible, si se la compara, con la de SW:I), mientras Anakin acaba de consumar la corrupción que ya largamente tratamos en la Segunda Parte. Es el Ocaso del primer sol.
Y tal como comentábamos en ese ensayo anterior, de las cenizas de ese amor prohibido y perverso entre Anakin y Padmé nace una pareja nueva, cuyo amor es el más inocente y puro de todos; el de hermanos. Y no es de extrañar que cada hermano vuelva al seno de sus propios padres; Luke a la granja de sus tíos en Tatooine, y Leia a Alderaan, un planeta que vemos al final de SW:III como un mundo de fabulosas montañas, o desde la ventana de la Estrella de la Muerte en SW:IV, como un planeta curiosamente parecido a la tierra…
Pero no sólo en el drama amoroso de Anakin y Padmé son importantes los Planetas. Veamos por ejemplo esa “isla turbulenta” a la que llega Obi-Wan en busca de Jango Fett. Kamino, el mundo de los clonadores, es un planeta sumamente atractivo. La Colonia de los clonadores es un paraíso de luz y avanzadísima tecnología en medio de una lluvia torrencial y bajo un cielo cubierto de nubes. Como si no contento con estar más allá del borde exterior de la Galaxia, el planeta haya querido esconderse todavía más de sus clientes.
También tenemos los planetas en los que se escondían los Separatistas, como Geonosis, todos desiertos cavernosos, haciendo eco, muy probablemente, de los terroristas escondidos en las montañas de Irak (recordemos que Lucas es gringo, después de todo). Pero sin lugar a dudas el planeta más impactante y con más cruda simbología es Mustafar.
Los que vimos la Guerra de las Galaxias antes de la Guerra de los Clones sabíamos, cuando llegó la precuela, que tarde o temprano veríamos la legendaria y tan esperada batalla entre los jóvenes Darth Vader y Obi-Wan. Muchos seguramente fantaseamos con el planeta en que habría tenido lugar, si en un desierto, una estación espacial, un bosque, o frente al Emperador, como la batalla final de Luke con Vader. Pero no; Lucas guardó para su batalla definitiva el escenario más espectacular y escabroso de todos: un verdadero infierno. Así, cuando Vader se quema y pierde su cuerpo, cuando Anakin Skywalker termina de morir, no lo hace en cualquier pozo ardiente; lo hace, ni más ni menos, que en el mismísimo arquetipo occidental del castigo y del mal. De ahí lo recoge su maestro, un ser deforme y encorvado que se oculta tras una capucha, como la muerte. Y con sumo cuidado, con la más avanzada tecnología, le dan a Darth Vader un cuerpo nuevo; la Industria.
Así, Darth Vader es la encarnación misma del progreso; más máquina que hombre, Lord Vader, el civilizador.
Todos los paraísos silvestres e inocentes mueren; Naboo y Kashyyyk son colonizados por el Imperio, Alderaan es masacrado por la Estrella de la Muerte… y el desierto del corazón de Vader devora todo Oasis en la Galaxia.
Entonces, ¿dónde se ha de buscar la sanación para una Galaxia tan enferma? No en el Oasis marchito, ni en la Ciudad corrompida, sino en el Desierto nuevamente, allí donde la soledad y la muerte purifican todos los espíritus. En Tatooine y la hermita del viejo Ben Kenobi. En lo profundo de un pantano, donde el Gran Guerrero Yoda vive de cocinar raíces y jugar a los acertijos. En Hott, el planeta de hielo, o vagabundeando por un campo de asteroides, o en una ciudad en las nubes, de una humilde opulencia que nos recuerda a Naboo. De esos desiertos saldrán los héroes que volverán a encontrar los Oasis, y le devolverán el equilibrio a la fuerza.
Compárense nada más la destrucción de cada Estrella de la Muerte; en ambas los rebeldes, menores en número, con una posibilidad escasa de derrotar al terrible tecnócrata enemigo, celebraron su increíble victoria; y no estaban ocultos en cuevas o en montañas; no, estaban en lo profundo de un bosque, en medio de una exuberante naturaleza, símil de los bosques de la primigenia Naboo.
Personalmente me gusta mucho una escena al final de SW:VI, donde los Ewoks aparecen usando los cascos de los stormtroopers como tambores. Me recuerda esa última escena de Pink Floyd The Wall donde un niño recoge una bomba de molotov y hace asco por el olor de la parafina. Es el retorno de la Inocencia, donde las armas se convierten en juguetes, donde todo vuelve a disolverse en ese aire febril y alegre que tiene el mundo a través de los ojos de un niño.
¿Y cómo se llama la Luna Forestal en la que termina la Guerra de las Galaxias? Endor. ¿De dónde nos debería sonar ese nombre? Pues, una vez más, Tolkien. Endor, el nombre que daban los Elfos Quendar a la Tierra Media. ¿Coincidencia? Puede ser, como puede que no…
Sólo cabe recordar una última máxima, que ha de servirnos siempre de guía para ver y para entender correctamente la Guerra de las Galaxias: “El poder de destruir un planeta es insignificante, comparado con el poder de la Fuerza” (Darth Vader, SW:IV)


Inti Målai Perdurabo

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Claves:

Canon
La Guerra de los Clones:
SW:I La Amenaza Fantasma
SW:II El Ataque de los Clones
SW:III La Venganza de los Sith
La Guerra de las Galaxias:
SW:IV Una Nueva Esperanza
SW:V El Imperio Contraataca
SW:VI El Retorno del Jedi
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miércoles, 13 de julio de 2011

THE DOUBLE SUNSET - Cuarta Parte



INTRODUCCIÓN

De acuerdo con estadísticas de la Wikipedia (1), casi medio millón de personas alrededor del globo aseguran que su religión es el Jediísmo. Y no, damas y caballeros, no es un alcance de nombres; es, ni más ni menos, una religión inspirada en la órden de los Caballeros Jedi de la Galaxia de Lucas. Y además de todos esos “Jedis” oficiales, hay muchos que defienden (...mos) el legado espiritual de los Caballeros del Lado Luminoso de la Fuerza como una rica fuente de inspiración y moral. ¿Qué se supone que entendamos por esto? ¿Pailones inmaduros jugando a las navecitas espaciales o... algo más?
Como un intento por defender ese “algo más”, este ensayo irá dirigido a analizar la doctrina y sabiduría Jedi, a fin de ver si efectivamente más allá de las capas y los sables de luz hay algo que pueda considerarse “trascendente”.

DE LOS JEDIS

Antes de entrar a hablar sobre los Jedis, dos mitos urbanos deben ser eliminados; primero, que la doctrina Jedi no es más que una faceta “místicaloide” para justificar la ropa, y segundo, que es una suerte de plagio al budismo u otras religiones orientales.
La primera postura la defienden los detractores de Lucas que aseguran que la Guerra de las Galaxias son sólo montajes de efectos especiales y peleas pintorezcas; la otra la sostienen quienes no ven en Lucas más que un vil plagiador de otras obras literarias y religiosas. Pero nada de eso es cierto.
Desechemos ambos rumores de forma inmediata: a los que defienden el primero, los invito a ver “El Imperio Contraataca”, sobre todo ese pasaje inmortal en que Luke llega y se encuentra con un pequeño Muppet verde (2) que le dice: “a alguien encontrado has, hum, hum”. A los que defienden el segundo, considérese que uno de los elementos más importantes en las religiones de oriente -la reencarnación- no está presente en la doctrina del Jedi. Eso para empezar, pero si esa respuesta parece poca cosa, gústese leer todo este ensayo.
Es un error frecuente, no sólo en la Guerra de las Galaxias sino en todas las religiones y prácticas religiosas en general, confundir el dogma con el ritual. Un Jedi NO ES sólo una persona (u otra raza alienígena) que mueve objetos sin tocarlos, como tampoco un cristiano es sólo un sujeto que reza; es cierto, los Jedis mueven objetos con la mente y los cristianos rezan, pero la telequinesis y la práctica del rezo no es lo que los hace unos u otros. Igual como en el cristiano hay “algo” que justifica el rezo, en el Jedi hay “algo” que justifica los poderes mentales, y el “algo” es realmente lo importante y lo que merece estudio.
Creo importante remarcar antes que todo el hecho de que, en la Guerra de las Galaxias al menos, el Jediísmo es una doctrina auténtica; esto es muy importante y en ningún momento hay que perderlo de vista. En la Guerra de las Galaxias lo que enseñan y profesan los Jedis es cierto. La Fuerza existe, y el Lado Luminoso es más fuerte que el Lado Oscuro. No lo saben los personajes de la misma historia (“He recorrido de un extremo a otro esta galaxia, he visto cosas extrañas, pero nunca he visto nada que me haga pensar que hay una fuerza única que lo controle todo; ningún campo de energía controla mi destino” (Han Solo, SW:IV)), pero nosotros como espectadores lo notamos. Casi se podría decir que toda la saga es una ilustración de este punto. Si la fuerza no hubiera existido, si lo que los Jedis enseñaban no hubiera sido cierto... la Guerra de las Galaxias no tendría sentido. Anakin Skywalker hubiera sido sólo un niño con buenos reflejos, ninguna profecía tendría que haberse cumplido, Qui-Gon Jinn hubiera muerto en vano y Darth Vader hubiera traicionado a sus amigos y asesinado medio mundo por las puras. Si no hubiera existido la Fuerza Luke habría enfrentado a Vader por capricho, y tanto Yoda como Obi-Wan no hubieran sido más que psíquicos con mucha buena suerte. Pero cuando vemos la saga de inmediato nos damos cuenta que la Fuerza existe, que el balance debe volver al universo, que la inmaculada concepción de la madre de Anakin no fue una “visita” de Watto, que Vader sí veía el futuro y que Luke debía enfrentar a su padre para convertirse en Jedi. (Y la Estrella de la Muerte no fue destruída por un campesino recién reclutado con una afortunada aversión a los aparatos electrónicos).
Sin embargo, allá no es acá, y lo que ocurrió en aquella galaxia muy, muy lejana no necesariamente es igual en esta tan, tan cercana. Y sin embargo, hay algo en esa doctrina que es poderosamente atrayente, muy por encima de lo que esos personajes pueden hacer con ella.
Entonces, finalmente, ¿Qué es aquella doctrina y qué la hace tan interesante?
“La Fuerza es lo que da al Jedi su poder; es un campo de energía místico creado por las cosas vivientes, nos rodea, nos penetra, y mantiene unida la Galaxia” (Obi-Wan, SW:IV).
Analicemos con cuidado lo que tenemos aquí. La Fuerza es un campo de energía, no un “dios”, ni un “ser superior”. Este campo de energía no sólo es lo que da sus poderes a los Jedis, es además el elemento cohesionador de la Galaxia. (La gravedad, diría un físico, tratando de buscarle un correlato local).
Pero ante la afirmación de que la Fuerza es “creada por las cosas vivientes”, tenemos en oposición a Yoda diciendo que “de la vida es la creadora” (SW:V). Bueno, ¿el huevo o la gallina? Aquí la respuesta hay que ir a buscarla un poco más atrás. En un polémico pasaje de SW:I Qui-Gon le dice a su nuevo extraoficial padawan que unas microscópicas formas de vida, los “midiclorianos”, presentes en todas las células de los seres vivos, son las responsables de que los Jedis conozcan la Fuerza, pero no sólo eso, también son quienes aseguran la existencia misma de la vida.
El midicloriano es, por lo tanto, un “átomo de vida” presente en las formas biológicas. Si entendemos a la Fuerza como el campo de energía “magnético” que generan estos seres entre sí, ambas explicaciones, la de Obi-Wan como la de Yoda, tienen sentido. Es un campo de energía creado por las cosas vivientes, pero a la vez él es lo que posibilita esa vida, en una inseparable correspondencia.
Pero inmediatamente después de salvar esa dificultad se nos aparece otra. A ratos la Fuerza se nos muestra como un ente impersonal, como un fenómeno casi físico, pero en otros pasajes parece tener una cierta “voluntad”; el mismo maestro Qui-Gon Jinn en el episodio citado anteriormente le dice a Anakin a renglón seguido que los midiclorianos nos comunican la voluntad de la Fuerza. Aquí se abre nuevamente el debate; ¿“Dios”, o “Energía”?
“Un Jedi puede sentir la Fuerza fluyendo a través de él” “¿Entonces controla sus acciones?” “En parte, pero también obedece sus órdenes” (Luke y Obi-Wan, SW:IV). También debemos considerar que si hay una “profecía” que se cumple (cf. THE DOUBLE SUNSET – Segunda Parte) es porque hay un cierto designio superior que así lo quiere, o al menos una inteligencia providente que supo augurarlo.
Finalmente tendremos que asumir que la Fuerza es una especie de “Dios”, en el sentido que tiene personalidad y voluntad, pero no es omnisciente ni omnipotente como lo que implica el concepto de divinidad al que estamos acostumbrados en occidente (por culpa de... ya saben quién). Más se parece al “Gran Astral” de los ocultistas, o a la “Wird” escandinava, una telaraña mágica que puede ser utilizada por quienes saben ascender hasta su poder, pero que controla a quienes no saben de ella y no se le resisten. Esto debe ser forzosamente así ya que, como sabemos, los Jedis reciben sus poderes de la Fuerza, y estos poderes no son menores a los que ella misma, personalizada, pareciera tener (controlar y leer las mentes, iniciar y detener el movimiento, ver escenas del pasado y del futuro y a gran distancia).
Como todo campo de energía, la Fuerza puede polarizarse; estos do polos opuestos son el Lado Oscuro y el Lado Luminoso. Aquí hay otra poderosa diferencia respecto del tipo de misticismo al que estamos acostumbrados; el Lado Oscuro y el Lado Luminoso son dos caras, dos extremos de una misma cosa, no dos fuerzas diferentes en conflicto. (Esto está también presente en muchas religiones humanas, no lo ignoro). Hay que notar también que los poderes de los Jedis y los Sith son en apariencia similares (los Sith pueden disparar relámpagos por las manos, pero aunque nunca lo vemos, nada niega que los Jedis no puedan hacerlo también). Incluso en SW:IV Darth Vader es llamado “Jedi” por el almirante Tarkin, como si antes de escribir la precuela Lucas hubiera pensado en Lado Oscuro y Lado Luminoso como dos aspectos diferentes también de los mismos Jedis.
¿Qué diferencia existe entre los Lados de la Fuerza entonces? Numerosos pasajes a lo largo del canon nos llevan a afirmar que la diferencia es estrictamente moral. “El Sith utiliza la Fuerza para cumplir sus propios fines” (Anakin, SW:III), “el miedo es el camino al lado oscuro” (Yoda, SW:I); “el miedo lleva a la ira, la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento” (Ibid.) “los Jedis utilizan la Fuerza para defenderse, nunca para atacar” (Yoda, SW:V) “la compasión (…) es central en la vida de un Jedi” (Anakin, SW:II) “¿Cómo reconoceré el lado bueno del malo?” “lo sabrás cuando estés tranquilo” (Luke y Yoda, SW:V). Y así sucesivamente. Notar que en todo momento la diferencia se asocia con emociones y sentimientos; egoísmo, miedo, ira, odio, sufrimiento; humildad, compasión, serenidad. El Lado Luminoso se asocia entonces con el balance de espíritu y de emociones, con el altruismo y ese tipo de sentimientos considerados “buenos”; por el contrario, el Lado Oscuro tiende a los desórdenes, al egoísmo, la agresividad y aquello que se le llama “mal”. “¿El lado Oscuro es más fuerte?” “No, no, no; pero es más fácil, más seductor. Si alguna vez pisas la senda del Lado Oscuro, para siempre dominará tu destino” (Luke y Yoda, SW:V). Esto nos lleva de nuevo a inclinarnos por una Fuerza impersonalizada, donde la calidad e identidad de su poder la pone quien la utiliza (algo parecido a lo que se podría decir de la energía nuclear, en nuestro caso).
Una vez elegido el Lado de la Fuerza, hay que recibir ahora los poderes que ella nos tiene reservados. ¿Qué poderes son éstos? ¿En qué consisten? Pasamos por fin del dogma de nuestra doctrina a su ritual. A lo que la hace “práctica”.
Primero, mover objetos con la mente. ¿Cómo se justifica este mover objetos desde la teoría? El mismo Yoda nos da la respuesta: “Debes sentir la Fuerza fluyendo a tu alrededor, aquí, allá, en todas partes, entre tú y yo, entre la roca y el árbol... incluso entre la tierra y la nave” (SW:V). La Fuerza, campo de energía místico polarizado, tiene por lo mismo poder sobre todo lo que ella contiene, y de la misma forma como todo movimiento ocurre dentro de ella, ella también puede provocarlo. Sólo hay que saber “usarla”, y darle a obedecer nuestras órdenes. Los que tengan la formación suficiente en materia de ocultismo notarán que esto no es para nada nuevo.
Luego, controlar las mentes. Obi-Wan era especialmente bueno en esto. “Te irás a casa y cambiarás tu vida” (SW:II) “Usted no necesita sus documentos” (SW:IV). Ante esta habilidad suya, el maestro Jedi explica: “La Fuerza influye considerablemente sobre las mentes débiles” (SW:IV). ¿Cómo tenemos que entender esta “influencia”? En ningún momento queda literalmente claro en el canon, sin embargo, yo me inclino por una solución psicológica. En el trabajo del mesmerismo (hipnosis) el psíquico es capaz de imponerse, mediante toques o con la voz, a la voluntad de su paciente y “tomar control” (algo parecido a lo que uno hace en el MSN Messenger con la Asistencia Remota) de éste. Este efecto no es algo “extraño” o “sobrenatural”, tiene explicaciones bastante simples. La mente, cuando llega al sueño, “apaga” su conciencia y se entrega a las funciones biológicas programadas del cerebelo, pero también deja abierto su subconciente (por eso, por ejemplo, soñamos), que durante el día es controlado por el conciente. El mesmerista, de la misma forma, hace caer a la persona en un letargo similar al sueño, y cuando él apaga su conciencia, el psíquico es capaz de poner la suya (“proyectarse”, por así decirlo) mediante la voz, para dirigir la mente del paciente. Esto explicado de una forma bastante simple.
Cuando una mente es considerablemente más poderosa que otra (“poderosa” en un sentido magnético, no intelectual) la primera es capaz de influir sobre la segunda en una forma muy similar al mesmerismo, de forma hablada o por toques. Lo comparo al poder de los Jedis porque hay de hecho órdenes místicas y religiosos terrícolas que desarrollan este tipo de habilidad. (El mesmerismo, en su primera versión, era un trabajo ocultista. Sólo después de un tiempo empezó a tratarse con fines psiquiátricos (y cambió de nombre a “hipnotismo”)).
Tercero, tenemos el poder de ver imágenes del futuro, del pasado, o de cosas que están pasando lejos de nosotros. Esto es lo más sencillo de explicar. Si entendemos la Fuerza como una telaraña cósmica, debemos suponer que cuando alguna hebra vibra, ella hace vibrar a todas las demás (por el efecto maravilloso que el entramado que hace la araña es capaz de conseguir). Por lo tanto, cuando el Jedi consigue “escuchar” a la Fuerza, es capaz de sentir vibraciones lejos de él, y entender qué las ha provocado (como el abatimiento de Yoda al iniciarse la purga Jedi, o el de Obi-Wan tras la destrucción de Alderaan). De la misma forma, si en la Fuerza ocurren todos los movimientos de la Galaxia, el Jedi, al sentir hacia dónde los movimientos de ciertos seres van encaminados, por manejar todos los factores materiales, puede intuír el futuro cercano. Entonces no es necesario fabricar un concepto de Destino, sólo ampliar el manejo de información de la mente y entender que mientras más factores en juego son manejados, mejor control se tiene de las probabilidades de lo que va a ocurrir. Por ejemplo; en SW:V Luke, en medio de su entrenamiento, ve a sus amigos en una ciudad en las nubes, y los ve sufrir. Yoda entonces le comunica que estaba viendo el futuro. ¿Acaso leyó en el libro del destino lo que pasaría con sus amigos? De ser así, ¿Por qué no vió que si él iba, destruiría “todo por lo que han peleado y sufrido”, como le advierte Yoda? Nada de eso; en el momento que Luke tiene la visión, el Halcón Milenario ya iba camino de la Ciudad en las Nubes, y Jango Fett ya había notificado al Imperio, y si seguimos lo que Calrissian le dice luego a Han, quizás Vader y sus tropas a esas alturas ya habían llegado y la trampa ya estaba tendida, y el aparato para torturar al capitán Solo y atraer a Luke (“ni siquiera me hicieron preguntas...” (Han,SW:V)) podía incluso ya estar preparado. Obviamente nadie podía prever todas estas cosas, pero sí alguien que de lejos lograra “intuirlo” por las vibraciones en la telaraña cósmica. Que sus amigos llegarían a la Ciudad y que sufrirían era el futuro con las más altas probabilidades de ocurrir, y eso fue lo que Luke vió.
Pasemos ahora a analizar otros conceptos para que nada se nos quede en el tintero. Los Jedis, como religión, tienen una apreciación espacial sagrada, a diferencia de la apreciación profana que todo el resto de la Galaxia hace. Esta distinción es muy similar a la que hace Mircea Eliade en su texto “Lo Sagrado y lo Profano”. “Ese lugar está lleno del Lado Oscuro de la Fuerza” (Yoda, SW:V).
Los Jedis también dan una importancia capital a sus corazonadas, a su intuición. Todo lo perciben, todo lo presienten, y, volviendo a lo que dijimos al principio, nunca se equivocan. Otra vez el número de pasajes que avalan esta afirmación son numerosos. “Sentí algo... casi puedo ver el simulador frente a mis ojos” “Eso está muy bien, es la puerta a un mundo sin límites” (Luke y Obi-Wan, SW:IV); “Mucho miedo siento en tí” (Yoda, SW:I) “Siento...” “¡También lo siento!” (Anakin y Obi-Wan, SW:II) “Siento algo... una presencia que no había sentido desde...” (Darth Vader, SW:IV). “Con el tiempo aprenderás a seguir tus propias corazonadas” (Palpatine, SW:II). Etc.
Creen en la inmortalidad del alma y entienden la muerte como un proceso natural de la vida (“regocijarte por los que a la Fuerza se únen debes” (Yoda, SW:III); cf. también el final del mismo episodio y el de SW:VI). Contrario en este aspecto al Sith, que teme a la muerte y busca la inmortalidad (algunas interpretaciones del nombre Sith “Darth” apuntan a que significa “inmortal” (3)).
También es interesante constatar la diferencia de apreciación que se tiene de los Jedis antes y después de la República. Antes de la purga eran vistos como “los guardianes de la paz”, seres sabios y respetables, temidos y admirados. (Nute Gunray, virrey de la Federación de Comercio, en SW:I se mea de miedo cuando nota que los embajadores que le envían para negociar son dos Jedis). Sin embargo, al llegar a los “tiempos oscuros”, aparte de que están extintos, son vistos como unos meros excéntricos y anticuados místicos de una religión olvidada. “No trate de intimidarnos con sus cuentos de brujas, Lord Vader; su patética devoción a esa antigua religión...” (el Ingeniero que construyó la Estrella de la Muerte, SW:IV); “Las religiones antiguas y las armas primitivas no se comparan con un láser bien afinado” (Han Solo, SW:IV). Es un descrédito parecido al que, en la postmodernidad, sufrimos todos los que conservamos algún tipo de creencia mística, sea o no religiosa.
El arma característica de los Jedis, el sable de luz, también es un detalle importante. La gente que no está familiarizada con el ambiente de la Guerra de las Galaxias se extraña al oir que el sable de luz es un “arma primitiva”; claro, ¿primitiva para quién? No para uno, evidentemente, sino para aquellos personajes en la galaxia muy, muy lejana. El Sable de Luz es “un arma noble, para tiempos más civilizados” (Obi-Wan, SW:IV). La relación es parecida a la que hay entre las armas del samurai, como la katana, junto a las armas de fuego de los occidentales. (El parentezco entre los Jedis y los Samurai es también muy significativo, sin por eso llegar a representar fehacientemente un plagio). También la forma en que se viste el Jedi es típica de él, siendo quizás Luke el único que rompe un poco con la estética, pero por justificadas razones. La capa y el aspecto austero va de la mano con el concepto de vida monástica que debía perseguir el Jedi.
Entonces, dos conclusiones son forzosas al llegar a este nivel de análisis: Primero, la religión de los Jedi no es un plagio a alguna otra religión humana puesto que posee elementos disímiles con todas ellas, y otros incluso bastante originales. Y segundo, tampoco es una idea al azar, sino que constituye en sí misma una fuerte doctrina, sustentada en el mundo ficticio de Lucas pero que sin lugar a dudas tiene una evidente posibilidad de correlato a nuestra propia realidad.
Ahora, que cada uno juzgue como crea conveniente, y que la Fuerza los acompañe.


Inti Målai Perdurabo

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(1) http://es.wikipedia.org/wiki/Jediísmo
(2) En una canción cómica Richard Cheese llama “Muppet” a Yoda.

(3) http://es.starwars.wikia.com/wiki/Darth

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Claves:

Canon
La Guerra de los Clones:
SW:I La Amenaza Fantasma
SW:II El Ataque de los Clones
SW:III La Venganza de los Sith
La Guerra de las Galaxias:
SW:IV Una Nueva Esperanza
SW:V El Imperio Contraataca
SW:VI El Retorno del Jedi
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lunes, 11 de julio de 2011

Excusando las "reacciones"



Noté por comentarios (escritos y orales) a mi ensayo anterior que no quedó muy clara la idea que realmente quería exponer, probablemente dada mi -quizás mala- costumbre de no atacar los temas directamente. Por eso y para evitar la peor y más dañina de todas las malas hierbas -el malentendido- he decidido escribir este ensayo a modo de ampliación del inmediatamente anterior, que se llamó “ Excusas “reaccionarias” ”.

* * *

Considérese el marco conceptual que expuse en mi ensayo anterior. Brevemente, iba así:

El ser humano es un animal. Todo animal posee necesidades. Un animal que satisface sus necesidades es libre en la medida que ellas no se reanudan. Todo grupo de animales genera sistemas de convivencia. El sistema de convivencia humano por excelencia, la sociedad, cohorta la libertad individual en directa relación con la de los demás para permitir la comodidad de una mayoría. Pequeñas fallas en la estructura de la sociedad (entendidas como incomodidad en algunos asociados) hacen que se despierten manifestaciones aisladas de respuesta, que, por descarte, inclinan a la mayoría a aceptar al sistema con sus fallas incluídas. Para cambiar realmente el sistema es necesario que una o más muertes expongan la vida de una mayoría considerable de asociados, que, por instinto de conservación, modificarán el sistema. Estas modificaciones históricamente ocurren de forma cíclica, yendo de la autoridad personal a la autoridad colectiva.

¿Cuál es la relación que yo veo entre esto y las movilizaciones de estudiantes? Eso quiero aclarar ahora.

Existe una y sólo una poderosa razón para explicar por qué los aristócratas santiaguinos exiliaron a Bernardo O'Higgins luego que él les quitara el derecho a mayorazgo, o los congresistas derrocaran a Balmaceda tras la polémica de las salitreras, o la Concertación de los Partidos por la Democracia no modificara sustancialmente el sistema educacional implantado por el régimen militar tras la abdicación de Augusto Pinochet. Esa razón tiene que ver con el instinto de supervivencia: los que tienen poder no ceden voluntariamente a perderlo.
La actual educación en Chile, por una parte el sistema de municipalización y por otra el de la educación superior privada, tuvo en sus inicios dos propósitos principales y ellos han sido cuidadosamente conservados por los gobiernos que supuestamente se opusieron a los gestores de la reforma: 1) Que los pobres no puedan acceder al poder, y 2) que los ricos no pierdan el poder.
No sólo la educación municipal sino todo el sistema educacional básico y medio en Chile está diseñado de tal manera, que el estudiante no explota sus talentos sino que entrena su capacidad de realizar trabajos y de memorizar grandes cantidades de información. Incluso extracurricularmente, se intenta que el pensamiento inteligente, original y por lo demás necesariamente independiente sea visto como un “mal comportamiento” y así la pedagogía pueda encargarse de encaminarlo en dirección al comportamiento masa (democracia).
En el caso de la educación superior, el sistema de acceso por endeudamiento promueve que quienes accedan a la educación sean: quienes pueden pagar, y quienes podrán pagar una vez terminada la carrera. Quienes pueden pagar son quienes poseen las mayores concentraciones de riqueza, y las carreras que ofrecen la posibilidad de pagar son asimismo aquellas que se desempeñan en el campo de esa misma riqueza. De esa manera, la aristocracia económica se encarga de asegurar el mayorazgo (por burros que les salgan los herederos) por una parte, y por otra, de tener obreros capacitados en las esferas más altas de sus subalternos. De igual forma, todo el resto de la masa no educada, educada mediocremente o que no estudió carreras rentables asegurarán su riqueza trabajando para ellos o consumiendo lo que ellos ofrecen. O en última instancia, ayudándolos a estacionar sus vehículos de fin de semana en el Parque Arauco.
Para poder mantener en pie y funcionando el sistema de la forma descrita, es necesario asegurar que la educación haga distinción social. ¿Cómo se consigue esto? Aparte de mantener el modelo educativo operativo y no intelectual anteriormente descrito, se requiere que la calidad misma de la enseñanza varíe de grupo en grupo socioeconómico. Esto a su vez debe realizarse de la misma forma en que se mantiene la hegemonía en las esferas de poder económico: logrando que los educadores de los grupos socioeconómicos altos estén mejor capacitados que los de los grupos bajos.
Esto se consigue de la siguiente manera: primero, debilitando el campo laboral de la educación y bajando el margen de renta en el sistema público. Ello provocará que quienes trabajen como profesores de colegios municipalizados y subvencionados reciban pocas ventajas económicas, lo que los obligue a depender totalmente de su trabajo y les impida cualquier tipo de capacitación o independencia financiera. Esto último es crucial, porque favorece el que se fuerce a los profesores a inflar las notas y así estadísticamente hacen parecer que la educación pública es “buena”. Nótese que la dependencia financiera ocurre de dos maneras distintas: o pagando poco y dando poco trabajo, o pagando bien pero obligando al funcionario docente a responder con buenas calificaciones e impidiéndole desempeñarse en otras labores con jornadas excesivas, o perfeccionarse. Por otra parte, los profesores que enseñan en el sistema privado reciben todas estas ventajas; sus horarios a veces hasta les permiten hacer clases en varios colegios, tienen estabilidad económica y los mismos colegios los capacitan. En definidas cuentas, los estudiantes del sistema privado “memorizan mejor” que los estudiantes del sistema público, y por eso mismo dan mejores pruebas de selección múltiple.
Y segundo, facilitando la obtención de un título docente. Así, se asegura que en el mercado haya mucho profesor mediocre que no pueda acceder al sistema privado y termine enseñando en el mal sistema educacional público.
En el caso de la educación superior ocurre más o menos igual.

Este es el panorama de la Educación. Pasemos ahora al panorama político.
Chile, por ser un país que abrazó (gracias al traumático gobierno militar 73-90) la democracia representativa de sufragio universal, se construyó un complejo organismo político que sirve para proteger su sistema económico; apoyado por los medios de comunicación de masa se asegura que sólo entren en la máquina de gobierno personas de elevada situación económica o en última instancia con algún tipo de dependencia a alguna potencia (nacional o internacional). Estos actores políticos -tanto parlamentarios como ministros o altos funcionarios públicos- poseen casi en su mayoría intereses económicos que salvaguardar, lo que hace que su propio instinto de supervivencia los incline por no tomar decisiones que atenten contra su estilo de vida. El sufrafio universal favorece que la gran masa inculta y no educada vote por ellos, gracias a eslóganes populistas (como los derechos humanos) o campañas placebo (como opulentas obras públicas de corta planificación y mala infraestructura).
No sólo a Sebastián Piñera o a Joaquín Lavín, sino que a casi ningún senador, diputado, ministro u otro funcionario público le conviene que alguien -que no milite en su partido, sea familiar suyo o trabaje directamente para él- acceda a la esfera de poder y sea capaz de correr una carrera política sólida. Por lo tanto, a ninguno de ellos le conviene que personas que no están entronadas en las altas esferas económicas del país accedan a esa posibilidad. Por lo tanto, tampoco les conviene que la educación sea de calidad y su acceso sea irrestricto, o un pobre con talento podría venir a poner en riesgo su lujoso estilo de vida. El lucro en este aspecto, como se ve, es secundario; ¿qué más dan un par de acciones de un colegio en Vitacura o una universidad privada, si se tienen otras cientas de empresas mucho más lucrativas y seguras en el bolsillo? Aquí la pelea no es por el bolsillo sino por el sillón.
Ergo, el sistema completo (en mi sentido) aquí depende de dos factores: la inamovibilidad de los estratos socioeconómicos y la mala educación de los sectores de escasos recursos.

Finalmente, el noventinueve porciento de la población de este país acepta este modelo y lo defiende, porque un uno porciento sale a la calle y marcha pidiendo que se cambie. ¡Qué falta más grave a mi sentir civil haría, de afirmar que no es loable la causa! Encuentro no sólo triste, sino terrible y ofensivo el que grandes genios se estén desperdiciando en los sectores marginales mientras los hijos de hombres de apellido y riqueza, muchos de ellos deficientes mentales, entran al aparato político y gobiernan mediocremente nuestros destinos. Pero no puedo dejar de señalar que: 1) el método utilizado no “genera conciencia” en un sentido positivo sino que refuerza, en el sentido virtuoso que expuse en mi ensayo anterior, la aceptación de la masa votante del sistema actual, y 2) que la reforma no puede ser sólo educacional, ya que solucionar el problema en la educación dinamitaría el sistema social completo.
Y para hacer una reforma completa, es necesario movilizar a toda la sociedad. Y para eso son necesarias las muertes.

¿Cuáles son las consecuencias directas previsibles para la metodología de manifestación actual? Que los partidos políticos tarde o temprano se apoderen de la causa para agregarla a su repertorio de eslóganes populistas, los estudiantes por presión (año académico, disidencia, diferencias internas) depongan la lucha y favorezcan lo anterior, y que finalmente la historia y los medios se encarguen de darle a la marcha estudiantil 2011 una medalla para que a todos les quede la conciencia tranquila, como ocurrió en el 2006.
¿Qué metodología funcionaría entonces, a mi parecer? Primero que todo, favorecer rigurosamente la selección de aquellos que realmente comprenden las proporciones completas del problema. Evitar sobre todo a los demagogos (muchos de ellos preparados retóricamente por partidos políticos) y a cualquier brote de sentimiento “democrático” o populista que inste a trabajos colectivos, que sólo retardan el avance. Después, intentaría por todos los medios impedir que los colegios y universidades se detengan, para que no sea posible a la opinión pública intervenir en el movimiento.
Finalmente, construida una sólida propuesta que no sea sólo un punteo de reformas sino que sea una constitución completa renovada, reestructurada de forma íntegra, favorecer que los espíritus más inteligentes y capaces de entre los gestores del proyecto movilicen a gran escala diversos actores sociales, y valiéndose de los demagogos (no dejándose conducir por ellos) para activar a la masa inculta, se comience una revolución en su sentido completo.
Obviamente, esta revolución NO saldrá de una asamblea de estudiantes -que, aparte de pasar la mitad de su vida viendo monitos animados y con un historial de lecturas muy limitado, poseen posturas políticas dirigidas y un mal sentir social, por haber vivido a costillas de sus padres toda la vida- sino de una élite intelectual preparada e inserta en el mundo laboral... ¡que, por el sistema educacional que le ha formado, no tendrá interés en hacer dicha revolución! (¡Plop!)
Ante esta paradoja me detendré, para no alargar mucho más el tema. Sólo agregaré lo siguiente:
Hemos llegado a un punto crucial de nuestra historia en el cual el pasado se muestra como un gran preámbulo a grandes acontecimientos que están a punto de desatarse. Estos acontecimientos no vendrán de la mano de proyectos educativos creados por estudiantes librepensantes, ni saldrán del seno de asambleas de artistas con delirios de grandeza, ni llevarán la bandera de algún nuevo y juvenil partido político de gran aceptación popular. Estos acontecimientos serán las piezas de dominó que una a una cederán ante un monstruo desconocido que está a punto de despertar. Igual como en Europa una atmósfera eléctrica esperaba y preludiaba la catástrofe, esperando el más pequeño error por parte de alguno de los involucrados para desatar el infierno... la atmósfera que se respira hoy en todo Chile es parecida. ¡Pero no debería alegrarnos, sino asustarnos grandemente! Quién sabe cuál será el puntapié inicial... pero podemos estar seguros que será, por decirlo menos, brutal y sangriento.
Es inevitable. Me aterra tanto el pensar que ocurrirá, como el imaginar que quizás no ocurra. La futilidad aquí es la mía, la de los estudiantes, la de todos los manifestantes, y también la de los envejecidos aristócratas de Santiago. Es la futilidad de la democracia, la futilidad de la mayoría, de la mediocridad de la buena voluntad, de la estupidez de los idealistas, de la rueda de la necesidad, de lo despiadado y fatalmente opresivo del sistema económico, y de la grandiosa y aterradora sombra de aquella bestia destinada a destruirlo.
Ahora sí; por esto es que siento que estoy perdiendo clases por las puras.


Inti Målai Perdurabo

martes, 5 de julio de 2011

Excusas "reaccionarias"

Ningún animal vive ni ha sido creado solo. En última instancia su sola presencia en el planeta ya lo convierte en un terricola, es decir, un ser que existe en la tierra, que coexiste con ella. Todo ser que además de existir coexiste genera relaciones de interdependencia con aquello a lo que le corresponde. A esta relación de interdependencia la llamo “necesidad”.
Todos los animales tienen la necesidad de respirar, de comer, de procrear, por ejemplo. Cada una de estas necesidades se entiende como una comunicación con un medio, es decir, con aquello que es distinto de él pero que guarda algún tipo de relación con él. Así por ejemplo, el animal respira el aire, come otros seres vivos – vivos o muertos – y se procrea con otros animales de la misma especie – u otras.
La capacidad de acción de un animal – a lo que llamo de un modo laxo “voluntad” - va determinada “por defecto” a la satisfacción de sus necesidades (lo que Schopenhauer llama lisa y llanamente “Voluntad de Vivir”).
A medida que las necesidades de un animal son satisfechas, éstas dejan de ser urgentes para él, y puede dirigir su voluntad hacia la ejecución de otros actos. Como cada una de estas acciones no es “necesaria” en el sentido fuerte que estoy usando, ellas no tienen prioridad unas sobre otras y el animal entonces puede elegir. A esta posibilidad de elección la llamaré “libertad”.
Se entiende entonces que bajo esta definición la “libertad” es inversamente proporcional a la “necesidad”; Es decir, un ser absolutamente libre no tiene necesidades (la felicidad en sentido platónico), lo que significa que no coexiste con ningún otro ser, lo que significa que “es” en plenitud y de forma completamente singularizada (un “dios feliz”, como el de Timeo). Por otra parte, un ser regido absolutamente por la necesidad no es libre, y podemos citar de ejemplo a un náufrago muriendo de hambre en una isla (menos hospitalaria que la que le tocó a Tom Hanks, dicho sea de paso).

Todos los animales poseen conocimiento innato, no en el sentido Kantiano sino en el naturalista, es decir que vienen “presetiados”, si se quiere, a adquirir ciertos comportamientos en situaciones específicas. A estos conocimientos innatos los llamo “instintos”.
Que el ternero en cuanto nace estire las piernas y aprenda de inmediato a caminar es un instinto, por ejemplo. Siguiendo aquí a Schopenhauer, es una necesidad de la vida en sí el que los terneros aprendan a caminar no bien nacen. Como también lo es el buscar el pezón materno en todos los mamíferos, o corregir la desviación de la luz para los peces que cazan saltando desde el agua.
Aristóteles hace una apuesta interesante al afirmar que el ser humano es un “animal social”. Entendido de esta forma, podríamos decir que para él el reunirse y formar comunidad es un instinto, lo que le demanda también el comunicarse, que pasaría también a ser uno de sus rasgos definitorios (el “ser lenguajeante” de Habermas). Siendo la sociedad para el ser humano el resultado de un instinto, podemos afirmar sin más que ella es la exigencia de una necesidad de la vida.
El hombre, por lo tanto, no es libre sino hasta que logra constituirse en sociedad. Ella es de primera necesidad para su desarrollo.
El hombre nace libre, pero por doquier está encadenado”. Rousseau. Nacer es, por definición, la pérdida de la libertad en su sentido absoluto. Sólo un dios soleipsista, prisionero de una dimensión infinita para sí mismo y donde puede girar sin necesitar nada fuera de él, puede “ser libre” plenamente. Para nosotros, la única libertad absoluta viene con el no-ser, es decir, el antes-de-nacer, el no-existir, que viene de la mano del no-coexistir, de la falta de necesidad. Después del nacimiento, cuando la vida ha sido satisfecha en sus primeras y más apremiantes necesidades, viene al fin la lucha por conseguir la mayor libertad posible.
Esta antinomia resulta muy interesante; por una parte, necesitamos la sociedad, pero por otra, la sociedad implica una represión de nuestra libertad, puesto que cedemos en pos de un otro para permitir la convivencia. Dicho de otro modo, necesitamos renunciar a la libertad para poder ser libres.
Me atrevo a decir que es ésta la piedra de tope de toda discusión en torno a política y sociedad. Sentar cuál es el grado de libertad ideal que podemos poseer, y cuál es el fin último de la sociedad, abre la mayoría de las diferencias y constituye el punto de encuentro de las más acaloradas discusiones.

Hablando siempre de animales, y contando al ser humano entre ellos, llamo “sistema” a todo comportamiento organizado para asegurar la supervivencia de sus componentes. Es evidente que este fin no se conseguirá – o muy pocas veces – totalmente, pero entonces se entiende que al menos se intenta salvaguardar la existencia de un mayor número de componentes.
Los sistemas parecen ser necesarios para la vida en el planeta. La continua relación de unas formas animales con otras, mediante la destrucción de algunos para la perpetuación de otros (como en el caso de los animales carnívoros o carroñeros) o la dependencia con formas de vida más grandes (como el caso de parásitos, virus o incluso los pájaros que limpian los dientes de los cocodrilos) se muestran a toda hora en los eco-sistemas (convivencia del hogar) y son claramente un comportamiento instintivo y por consiguiente, anterior o en íntima relación con toda otra necesidad vital.
El ser humano, animal social y lenguajeante, no tiene por qué ser la excepción a esta regla. Toda forma de organización, desde la familia hasta el Estado, presenta un sistema. Nótese que aquí uso “sistema” en un sentido más limpio que el que suele atribuírsele, un “sistema” natural, en contraste con el conspiracionista y paranoide con el que se utiliza generalmente el concepto.
Todo sistema, por estar orientado a la supervivencia de un mayor número de integrantes, se sustenta en una cualidad esencial de cada uno de sus miembros: el hábito.
No es suficiente que el animal consiga comida, además debe hacerlo regularmente. El hacerlo no sólo regularmente, sino ensayar siempre las mismas formas, va de la mano con su instinto de supervivencia, porque de intentar innovar a cada vez perdería tiempo valioso para hacer otras tareas que aún no domina. Luego, el sistema también demanda de él que siempre lo haga de la misma forma, para que los demás componentes puedan predecir su conducta y ajustar la de cada uno a la del resto.
De aquí se desprende que un sistema exige una costumbre para asegurar la conservación, siempre que el medio se mantenga el mismo. Cuando el medio cambia y la costumbre empieza a poner en peligro la conservación, se hace necesario cambiar el sistema. Pero este cambio no puede, en principio, celebrarse por los miembros del sistema, puesto que ellos están habituados a él y su existencia depende de su sumisión al sistema. En teoría, sólo cuando la no-modificación del sistema pone en riesgo directamente la vida de todos sus componentes (o una mayoría muy significativa) éstos, impelidos por el instinto de supervivencia, modifican su comportamiento y el sistema es reformado.
De aquí podemos extender dos máximas. Primero, que todo sistema es interdependiente de sus componentes, y ellos conservan el sistema al regular su comportamiento, y segundo, que sólo el instinto de supervivencia empujando de forma singular a cada uno de los componentes es capaz de modificar el sistema.

Pasemos ahora al ser humano. Podemos decir de él que la sociedad, logro de primera necesidad, constituye en forma genuina un sistema. La Sociedad como sistema exige a sus miembros que ellos regulen su comportamiento, a cambio de que la Sociedad a su vez conserve y asegure la existencia del mayor número posible de personas. Pero en el ser humano se da la peculiar paradoja sociedad-libertad, lo que vuelve este cuadro un poco más complejo que para el general de los animales. En el caso del ser humano se espera que la Sociedad, además de asegurar la vida de sus componentes, también les preserve la libertad, que es aquello que en primera instancia les inhibe.
¿Cómo es posible conseguir esto? Sencillamente, cuando la Sociedad es elegida. Recordemos que la libertad es básicamente posibilidad de elección.
...descubrió una solución según la cual el 99% de los individuos aceptaba su programa mientras pudieran elegir, aunque únicamente lo percibieran en un nivel casi inconsciente”. El Arquitecto, Matrix. Ahora la pregunta es, ¿Cómo se espera que un individuo, si nace inmerso en una realidad “social” y no conoce más que ésta, tenga posibilidad de elegir, si al parecer no existe otra opción?
Curiosamente, la respuesta viene del sistema mismo. Él, al igual que la Matrix (pero de forma menos satánica), posee un mecanismo de retroalimentación que le permite a cada componente, a cada ser social, elegir el sistema y aceptarlo. Esto al menos en un 99% de los casos.
Y ¿cuál es este mecanismo de retroalimentación que asegura la libre elección del 99% de la población asociada, y por lo tanto la consolidación del sistema? Pues, precisamente, el secreto de la solidez del sistema radica en el 1% que lo rechaza.
Utopía, como la peor de las distopías, era un mundo soñado donde todos los miembros de la sociedad estaban felices de pertenecer a ella. Afortunadamente, Utopía es un lugar que no existe y que, curiosamente, jamás existirá. Como bien previeron todos los escritores de anticipación, la sociedad perfecta es también la más perfecta y terrible prisión, puesto que el individuo no puede elegir.
Sonará escandaloso, pero lo que asegura y perpetúa la existencia del sistema es precisamente la persistencia de todo tipo de manifestación y rebelación aislada contra él. Delincuentes, anarquistas, revolucionarios y todo tipo de idealistas panfleteros son, paradójicamente, aquello que fortalece y mantiene estable al sistema. En su persistencia y no-aceptación de esta verdad tan evidente y clara está el secreto del éxito de este método infalible, porque genera un círculo virtuoso que dificilmente podría romperse.
Apoyado o no por los medios de comunicación de masa (que juegan también un rol esencial), el individuo, al entrar en conocimiento de estas formas para él violentas o sacrificadas de cambio, es impelido libremente a elegir el estado actual de la Sociedad como el menor de los males, guiado por criterios de comodidad y cobardía, elementos clave en la conservación de la especie y de la propia vida.
¿Cuándo entonces es que podemos ver un cambio en la Sociedad? Pues, siguiendo siempre la lectura naturalista que hemos llevado a lo largo de este ensayo, cuando la supervivencia de un número crítico de componentes del sistema se halla amenazada. Estas situaciones históricamente han sido, para el hombre, tres: catástrofes naturales, guerras y revoluciones. Estas tres situaciones tienen como detonador principal un sólo un factor: la muerte. En el momento en que comienza a morir la gente, la sociedad se activa y cada uno de los miembros se mueve en pos de cambiar el sistema. El silogismo es sencillo: cambiar o morir.
Entonces para comenzar cualquier cambio social es absolutamente necesaria la muerte: esta puede ser de tres formas, una para cada situación crítica: la muerte de unos pocos en pos del cambio (la revolución); la muerte de muchos en pos del cambio y de muchos sin intención de cambio (la guerra); y la muerte de muchos sin intención de cambio (la catástrofe natural). De tal forma, veremos a lo largo de la historia que las Sociedades, cuando mutan por causas internas (guerras, revoluciones) lo hacen sólo en dos sentidos: desde la oligarquía hacia la democracia y vice-versa. La historia da infinidad de ejemplos de lo mismo, y el mismo Platón lo ilustra brillantemente en la República. El gobierno jerarquizado y personal, por su carácter severo y eficaz, asegura rápidamente el desarrollo y la supervivencia de la mayoría, pero el incremento de población le significa 1) o la pérdida de autoridad 2) o el abuso de la misma. Esto lleva a asumir un nuevo sistema de gobierno, infinitamente más mediocre y lento, la Democracia, que tiene como única salvedad la restitución de la sensación de libertad (y por lo tanto, el bienestar psicológico) de la población. Cuando su degeneración natural y necesaria la vuelve insostenible, el pueblo accede a someterse a un nuevo gobierno jerárquico, más represivo pero a la vez más productivo y eficiente. Y así continúa el vals eterno de la Sociedad.
La clave del éxito en este ciclo fatal es, nuevamente, una debilidad humana. Toda guerra, revolución o catástrofe natural es recibida por el individuo como un evento traumático, que lo obliga a querer con todas sus fuerzas un cambio radical en el sentido contrario, una negación de los beneficios del estado que se abandona y por lo tanto una apreciación de los beneficios del estado nuevo como una necesidad. Es esto lo que asegura el éxito en el giro de la rueda de las sociedades y lo que hace que sólo mirando hacia atrás, a la historia, sea posible notar esta verdad tan innegable como invisible.

Por eso marchar por la Alameda, sea por la causa que sea, sólo favorece a la consolidación del sistema en que vivimos; por eso los que creen en el éxito de estos movimientos nunca van a entender lo que estoy diciendo y lo discutirán a pataleta suelta, porque de su testarudez depende la supervivencia de la Sociedad; y por eso insisto en que estoy perdiendo clases por las puras.


Inti Målai Perdurabo