sábado, 31 de diciembre de 2011

Prolegómenos al Fin del Mundo

El mundo no se va a acabar, y la justificación que daban los griegos es extremadamente simple; nunca se ha acabado. Porque, en un mundo donde todo es continuo, donde todo es eterno, donde el ser llena todo el espacio, ¿Qué sentido tiene hablar de principio y de final?

PERSONAJES: Sócrates, Kinich Ahau, Pedro Pérez (sí, el pobre pintor portugués)

Sóc: Uno, dos, tres. Cuatro, cinco, seis.
Ped: ¡Veo que sabe contar!
Sóc: En efecto. ¡Qué casualidad! Camina en la misma dirección que yo.
Ped: De hecho. Y no voy apurado.
Sóc: ¡Qué maravilla! Entonces podemos irnos conversando...
Ped: Y cuanto usted guste; En realidad no tengo ningún lugar a dónde ir.
Sóc: ¿No me diga?
Ped: Pues le digo. La verdad es que soy sólo un pobre pintor portugués; pinto paisajes por poca plata, para poder pasear por París.
Sóc: Pero... ¿No es entonces que usted sí tiene lugar a dónde ir, es decir, París?
Ped: Eso es lo que parece, pero en realidad no; porque lo cierto es que los pintores se mueren de hambre, y en consecuencia nunca pueden viajar, por mucho que se esfuercen.
Sóc: Eso es muy cierto. Pero quizás podría pintar algo más que paisajes, y hacerse unas monedas, ¿no le parece?
Ped: El otro día me ofrecieron un muy buen negocio, Tom Sawyer me pidió que lo ayudara a pintar una cerca, pero lo cierto es que me estafó y al final sólo perdí mi tarde. Y desde entonces no he vuelto a intentarlo.
Sóc: ¿Por qué?
Ped: Porque Tom Sawyer no es el más inteligente, ni el más peligroso de los estafadores de este mundo; Y temo que la segunda vez me vaya peor.
Sóc: ¿Y no es igual de interesante pensar que os puede ir mejor?
Ped: El miedo al fracaso es, ciertamente, mayor que el incentivo del éxito... Porque los castigos siempre son más calurosos que las felicitaciones.
Sóc: Sí, la diferencia ofende y el error ajeno tranquiliza.
Ped: Así es...
(pausa)
Ped: Oiga, don Soco, ¿cree usted que el mundo se vaya a acabar algún día?
Sóc: Mire, don Pedro, imagine una línea. ¿Tiene principio y final?
Ped: Pues, ¡claro! Cada uno de sus extremos.
Sóc: Sí, porque usted imagina una línea recta; pero yo imagino un círculo.
Ped: ¡Oh! Ciertamente, es usted un hombre muy sabio.
Sóc: Oh, no; pero claramente tú eres un hombre más limitado.
Ped: Yo creo que el mundo se va a acabar; porque todo lo que empieza, termina. Todo lo que sube, tiene que bajar, y todo día empieza en un alba y acaba en un ocaso.
Sóc: ¡Te las das de poeta, pero hablas puras huevadas! Nada tiene un principio, y nada tendrá un final, pero no somos capaces de abarcar en nuestra mirada ni en nuestro pensamiento la dimensión real de las cosas; ¿Cómo podríamos? Nuestra mente tendría que ser del tamaño del Universo, y contener todo en ella. Pero entonces, ya no seríamos uno; seríamos todo. Las cosas no suben, ni tampoco bajan, don Pedro, pero para darse cuenta tiene que trascender su propio punto de referencia. No mire el alba y el ocaso como el principio y el fin del día; sino como episodios infinitos en el giro de la tierra.
Ped: Entonces, ¿usted tampoco cree que el mundo tenga un origen, don Soco?
Sóc: ¡No puedo creer, o no creer, porque nada más que mi razón tengo para imaginar que tal cosa exista! Y de lo que no podemos tener certeza o aproximación, es mejor callar.
Ped: Puchas, en verdad suena sensata su salida... pero no deja de molestarme.
Sóc: ¿Por qué?
Ped: Porque mi mente tiende a la verdad.
Sóc: ¡Oh, no! Nada de eso, tu mente no tiende a la verdad, sino a la completitud.
Ped: ¿A qué se refiere?
Sóc: Mira el cielo; los antiguos egipcios creían que ese velo celeste que ves ahí arriba era el vientre de su Diosa Nuit, que estaba recostada -de una manera bastante sensual, dicho sea de paso- sobre la tierra. Los Hebreos decían que era el interior de un tabernáculo sobre el cual se sentaba su Dios, los Vikingos que era el cráneo de un gigante descuartizado por sus Dioses... tú, ¿qué crees?
Ped: Que es una ilusión óptica provocada por la entrada de la luz solar en la atmósfera terrestre.
Sóc: Ya, ¿y quién tiene la razón?
Ped: Claramente, yo; porque ellos no tenían los instrumentos tecnológicos ni la ciencia suficiente para descubrir lo que es realmente el cielo.
Sóc: ¿Te das cuenta que la única diferencia entre ellos y tú, es su cultura? Los Egipcios no creían en el tabernáculo ni los Vikingos en la Diosa Nuit, ni tú crees en el cráneo cósmico, porque todos tenían motivos -sí, ¡motivos!- para defender su propia versión. Pero mira más allá, hombre. No seas subjetivo. Dime qué es lo que ves. ¿Ves la luz solar refractándose al penetrar la atmósfera terrestre?
Ped: Pues, no. Veo... el cielo.
Sóc: ¡Ah! El cielo. Sólo el cielo. ¿No es suficiente?
Ped: Pero, ¡Don Soco! Eso no sería definir el cielo, sino tan sólo nombrarlo.
Sóc: Y, ¿Qué esperas? ¿Preguntarle a cada cosa “Qué es” hasta que al final te encuentres con que nada es capaz de decirte algo más que “A es A” sin caer en aporías, y te des cuenta que no eres capaz de conocer la esencia de las cosas, y entonces desesperar y abrazar un típico escepticismo radical?
Ped: Pues, esperaba que la ciencia y la tecnología diera con aquellas pruebas irrefutables de lo que no necesita definición, y a partir de eso diéramos definitivamente con la verdad.
Sóc: Supones la existencia de la verdad, y crees en ella, pero nada la hace necesaria. ¿Eres capaz de decirme “por qué” tiene que existir tal verdad?
Ped: Porque las cosas tienen que ser de alguna manera, o de muchas quizás, pero tiene que haber una forma de comprender la realidad sin cometer errores.
Sóc: Ves el problema de cabeza; No debes eliminar el error para hallar la verdad; ella existe en la ausencia de errores.
Ped: No entiendo. ¿No es acaso lo mismo?
Sóc: Pues, ¡claro que no! Tú crees que hay una verdad. Que, como un objeto detrás de una cortina, se deja entrever por la silueta que se trasluce, y de este lado cada cual propone posibles soluciones. Posibles “definiciones”, posibles “formas de ser” del objeto. Pero que él es sólo de una manera. Y que él sólo se mostraría tal cual es, quitando el velo.
Ped: Sí, así lo veo.
Sóc: Pues, yo creo que no hay objeto, sino sólo silueta. Y velo. El velo es la naturaleza; sólo de ella tenemos certeza, porque la sentimos, física y espiritualmente, y la intuimos, racional y trascendentalmente. La verdad no es el objeto, sino la propuesta de solución que no puede ser refutada. Es decir, aunque detrás de la cortina hubiera un cubo, quizás con hablar de cuadrado nos conformaríamos; y así, quizás nunca necesitemos desmentirnos.
Ped: ¿No es eso ser precisamente subjetivista y relativista?
Sóc: Oh, no. Porque la silueta es un cuadrado. Y ahí no hay nada relativo.
Ped: Y si yo demuestro que no es un cuadrado, sino de hecho un cubo.
Sóc: Si tienes evidencias para demostrar, NO que es un cubo, sino que NO ES un cuadrado, entonces, ¡ten! Tienes razón, es un cubo.
Ped: Pero antes era un cuadrado.
Sóc: Sí.
Ped: Y ahora, es un cubo.
Sóc: Sí.
Ped: Pero... ¿entonces cambió su esencia?
Sóc: Oh, no. Sólo la verdad acerca de lo que podíamos decir de aquello que veíamos cambió. Pero el objeto ha permanecido siempre oculto, detrás del velo.
(pausa)
Ped: Entonces... ¿El mundo no se va a acabar?
Sóc: Nada parece afirmar que lo hará.
Ped: ¿Y no le parece a usted que nuestra irresponsabilidad, egoísmo y falta de conciencia está llevando al mundo a su destrucción? ¿No cree usted que podrían ser ciertas las profecías que dicen que tras este año sobrevendrá un cambio de conciencia a nivel mundial, y la humanidad recuperará su rumbo?
Sóc: ¡Pero mira la perorata falaz y estúpida que me has soltado! Dicha después de lo que acabamos de conversar, más pone en evidencia lo que me temía, que eres estúpido. Hablas de irresponsabilidad, de egoísmo, de falta de conciencia, como si uno debiera ser de otra manera; pero lo cierto es que la forma de ser de las cosas es una. Y es la que ocurre.
Ped: Pero debería ser mejor.
Sóc: ¿Mejor, o diferente? Y, ¿debería ser, o quieres que sea?
Ped: A mí me parece que debería ser diferente.
Sóc: Y debes tener tus razones. ¿Alguna de ellas la has tomado de la naturaleza misma, de la propia forma de las cosas?
Ped: Pues... sí; que la gente buena es más feliz y vive más años.
Sóc: ¿Y eso te permite defender que es razonable pensar que un evento cósmico volcará a las personas hacia ese bien que las hace felices y longevas?
Ped: Pues...
Sóc: ¿No tiene el mismo peso, la misma ridícula validez, que decir que unas culebras del espacio vendrán a conquistarnos?
Ped: Pues...
Sóc: ¿No es más sensato ver que cada año la mañana y el ocaso se suceden en perfecto orden, y que en base a la experiencia lo más probable es que, aunque realmente nada lo garantice, vuelva a pasar como ha pasado siempre?
Ped: Pues... sí.
Sóc: Las creencias no son percepciones subjetivas, Pedro. Uno no cree en tal o cual cosa porque “le gusta”.
Ped: Entonces, ¿por qué uno cree algo?
Sóc: Pedro, ¡Pedro! ¡Por el perro! Ahora que has dado pie a cuestionarte estas cosas, empiezas a ver que aprendiste muchas cosas que realmente no entiendes; y peor, que no tienen sentido. Cuando la religión exilió a la razón del terreno de la ciencia natural y eterna -para evitar que se descubriera un argumento que refutara la existencia de Dios- introdujo el concepto de la Fe para sostenerse en base a sentimiento puro; así, los dogmas no se deducían racionalmente, sino que se “sentían”, igual que una pasión o el gusto por el pan con mantequilla. Pero un dogma no es un axioma. El Dogma bien podría ser cierto o falso, la naturaleza no se ve violentada pues nada se sigue lógicamente de ellos; son, en ese sentido, los cimientos de enormes castillos en el aire. En cambio el axioma lógico permite deducir y forzar resultados observables; por ejemplo, teorías como la de Newton. Entonces, cambió el sentido de la creencia; tú crees como el religioso cree en Dios. Yo en cambio, cuando creo, lo hago como el hombre que se arroja al vacío con un paracaídas, porque ha calculado que el roce le salvará la vida.
Ped: Entonces, tú crees que el mundo no se va a terminar, porque nada parece indicar que pasará.
Sóc: Exacto.
Ped: Pero, si lo notas, hay muchas señales; la contaminación, la delincuencia, las enfermedades, la pobreza...
Sóc: ¡Pedro, Pedro, estúpido Pedro! Pareces entender pero aún no has aprendido. ¿Señales de qué, me hablas? Las nubes son señales de que va a llover; el fuego es señal de que habrá humo. Pero la delincuencia, las enfermedades, la pobreza y la contaminación no son causas de nada. Sólo, de mayor pobreza, de mayor delincuencia, de mayor contaminación; y de una peor calidad de vida.
Ped: Pero, ¿no es atroz pensar eso?
Sóc: ¿Dejarías de lado la verdad, sólo porque ella es atroz?
(pausa)
Sóc: Sin embargo, realmente espero que el mundo se termine.
Ped: ¡Oh, pero que me lleven todos los diablos! ¿Qué me estás queriendo decir ahora?
Sóc: ¡Mira! Justo, aquí viene un amigo mío que estará muy interesado en participar de esta conversación. ¡Kinich! ¡Kinich!
Kin: Pero si es mi gran amigo, Sócrates. ¿A dónde vas, Sócrates?
Sóc: Iba a casa de un amigo a ver una película, cuando me encontré con el amigo Pedro, y nos pusimos a conversar de cosas muy interesantes. Y justo ahora íbamos discutiendo que no creo que el mundo se termine, pero espero que termine. Y él precisamente no entiende esto.
Ped: En efecto. Me parece que no puede esperar que algo pase, si no cree que pasará.
Kin: ¡Es un gran caso, en verdad! Pero creo entender a mi amigo Sócrates, porque si dice que espera el fin del mundo, claramente lo espera en un sentido distinto al que lo esperas tú.
Ped: ¿Cómo es eso?
Kin: Tú piensas en el mundo como un planeta; como un ecosistema, quizás, como una forma de existencia material. Ese no es el fin del que habla Sócrates.
Sóc: Sabiamente has hablado, Kinich. Y has dado en el punto.
Kin: El Fin del Mundo que Sócrates espera no viene del cielo; viene de lo hombres mismos. Y no será un final en sentido absoluto, sino sólo una transición.
Ped: ¿Transición? ¿Hacia qué?
Sóc: La contaminación, la delincuencia, la pobreza no son señales de un final que se acerca; pero pueden ser las causas, igual como la decadencia del Imperio degeneró en el fin del Mundo Romano, y el Evangelio trajo un Nuevo Orden Mundial, o los abusos de los Monarcas Franceses llevaron a su pueblo a la Revolución. Ése es el final del Mundo que yo espero. Y que Kinich también.
Ped: ¿Crees entonces, igual, que el mundo puede mejorar?
Sóc: ¡Mejorar no, mejorar no! Maldita sea, ¡Pedro! ¡No has entendido nada! No es mejorar, es cambiar. ¡Cambiar! Los pueblos cambian, se mueven, igual que las aguas del mar y el cielo sobre nuestras cabezas. Un estado ideal supondría el fin del movimiento, un estanco. Pero nada en la naturaleza permanece quieto, ni siquiera las estrellas. ¿Por qué la humanidad lo haría?
Kin: Nada puede predecir el curso de las naciones, porque los hombres toman decisiones. A veces son como el mar, que crece o decrece ante la luna, y entonces se hacen poderosos con la guerra o desaparecen por la peste; pero la ida de los poderosos a la cumbre y su consecuente caída es impredecible y misteriosa, incluso para el cielo que los ha mirado por siempre. Hay quienes dirán: la historia es cíclica, la historia es predecible, he aquí el materialismo histórico, la dialéctica; pero nunca una misma historia la cuentan dos personas diferentes, en pueblos diferentes, en cunas diferentes. En idiomas diferentes.
Ped: ¿Y crees que pasará?
Kin: Para mí será sólo un cambio de año. Pero con o sin profecía, así como está el mundo, de verdad espero que algo pase. Que algo cambie. La Igualdad, la Democracia y la Fraternidad han convertido a los hombres en seres cobardes, mediocres y conformistas, y han provocado que el miedo los mantenga a raya y les haga tolerar los embistes y abusos de una privilegiada esfera de poder. Es fácil decir “a cada cual le toca su suerte al nacer” cuando se nace en el lado bueno...
Ped: ¿No va eso contra tu postura de “ver las cosas como son”?
Sóc: ¡Buen punto! Veo que vas aprendiendo. Sin embargo, todavía no lo has entendido por completo. El Mundo es como es, y ante eso no hago juicios de valor; no es bueno, no es malo. Pero lo miro, lo comprendo, y veo en qué dirección puede cambiar. Y en vistas de que me parece razonable -lógico- que cambie en esa dirección, creo en esta posibilidad. Y la espero.
Ped: ¿Lo harías aunque fueras burgués, y hubieras nacido en el lado bueno?
Sóc: Lo hice, lo hice.
Kin: ¡Sin duda, este será un año entretenido! Un año de esperanza y de locura, de gente estúpida y de personas inteligentes, y mucho se dirá y mucho se hará y quizás muchas cosas pasen; Pero ante todo, nos mantendremos firmes, nos mantendremos razonables, despiertos, atentos. He ahí la verdadera libertad, y nadie nos la puede quitar; sólo hay que cuidarse de no renunciar a ella.
Sóc: ¡Oh! Aquí es la casa de mi amigo, y ya me debe estar esperando. Gracias por la conversación, fue un grato viaje y una hermosa manera de despedir el año. ¡Adiós!
Ped: ¡Chao, don Soco!
Kin: ¡Adiós, Sócrates, amigo!
(pausa)
Kin: ¿Vamos a tomarnos unas chelas?
Ped: Dale; Pero tú invitas.

Inti Målai Perdurabo.

Nota: El argumento que puse en boca de Sócrates acerca de la verdad y el error y el sentido correcto de creencia es en realidad del filósofo Karl Popper; Dejo a criterio de cada uno lo atrevido de mi acierto, jejeje.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Dies Iræ [El Día de la Ira]

Los Días Antiguos han terminado. Los Días Medios ya están pasando. Los Días jóvenes comienzan ahora. El tiempo de los elfos ha quedado atrás, pero el nuestro está ya muy cerca: el mundo de los hombres, que hemos de gobernar. Pero antes necesitamos poder, para ordenarlo todo como a nosotros nos parezca y alcanzar ese bien que sólo los Sabios entienden. (...) ¡Y escucha, Gandalf mi viejo amigo y asistente! Digo nosotros, y podrá ser nosotros, si te unes a mí. Un nuevo Poder está apareciendo. Ya no podemos poner nuestras esperanzas en los elfos o el moribundo Númenor. Contra ese poder no nos servirán los aliados y métodos de antes. Hay una sola posibilidad para ti, para nosotros. Tenemos que unirnos a ese Poder. Es el camino de la prudencia, Gandalf. Hay esperanzas de ese modo. La victoria del Poder está próxima y habrá grandes recompensas para quienes lo ayuden. A medida que el Poder crezca, también crecerán los amigos probados, y los Sabios como tú y yo podríamos con paciencia llegar al fin a dominarlo, a gobernarlo. Podemos tomarnos tiempo, podemos esconder nuestros designios, deplorando los males que se cometan al pasar, pero aprobando las metas elevadas y últimas: Conocimiento, Dominio, Orden, todo lo que hasta ahora hemos tratado en vano de alcanzar, entorpecidos más que ayudados por nuestros perezosos o débiles amigos. No tiene por qué haber, no habrá ningún cambio real en nuestros designios, sólo en nuestros medios.
J.R.R. TOLKIEN, en El Señor de los Anillos I La Comunidad del Anillo, en boca de Saruman, el Multicolor

No pusimos quioscos de salchichas calientes en el templo egipcio de Karnak sólo porque quedaba a trasmano y el negocio no podía dar grandes utilidades”
RAY BRADBURY, en Crónicas Marcianas, “Junio de 2001: Aunque siga brillando la luna”

Esta historia es una triste historia; pero no es una historia novedosa. Lo que ahora mismo está pasando ya ha pasado antes; pero es igual de doloroso. Como antes, se intentará detenerlo; pero nunca antes ha sido posible hacerlo. Allá, ellos lo llaman progreso; acá, nosotros le decimos decadencia.

La Tecnocracia es como un dinosaurio mecánico de mandíbulas oxidadas, que arranca carne y tierra entre sus fauces y luego defeca papel moneda. Es “un monstruo grande y pisa fuerte”, y su pisada es como una avalancha en tierra inclinada; contra más pronunciada es la pendiente -hacia la nada, hacia el vacío, hacia la decadencia- más implacable es su paso y más destructiva su llegada. Es un monstruo que no oye motivos, que no lee poesía; que no disfruta de la música, que no se detiene a contemplar un paisaje; que no sabe hacer el amor ni tener hijos, antes viola y produce recursos humanos; que no pinta cuadros, antes llena vitrinas, ataúdes y basurales con cuerpos humanos y papel impreso; que no sabe atesorar, pero valora. Y usura. Sobre todo, usura.
La Tecnocracia es peor que la muerte; es una muerte sin sepultura, es una muerte sin donación de órganos, es una muerte con embalsamamiento y pedestal en una tienda de abalorios. La Tecnocracia no sabe leer ni escribir, ni contar, ni pintar, ni representar una obra de teatro. La Tecnocracia es analfabeta, es ciega, sorda y muda. La Tecnocracia no sabe, ni puede, ni quiere, enseñar.
Acaso la Tecnocracia sea la peor de las desgracias del mundo que conocemos. Es la faceta dolorosa, la mano armada de la burguesía, aquel pestilente cáncer que destruye a occidente hace más de seiscientos años. Es capaz de convertir la mediocridad en un valor, llamándole “eficiencia”. Convertir la malevolencia en virtud, llamándola “tenacidad”; la codicia, “perseverancia”. Su ontología -o la farsa que ocupa su lugar- ve corporaciones donde antes había dioses; empresas, donde antes había Ideas; clientes, donde antes había seres humanos; recursos de personal, donde siempre ha habido esclavos.
La Tecnocracia habla con la lengua de Saruman pero tiene la inteligencia de Biggs. Saca sus títulos por correo, gana sus puestos por debajo de la mesa, hace amistades con sociedades secretas y se codea con los gobiernos asesinos. La Tecnocracia roba el mérito de otros y hace publicidad para sí misma. La Tecnocracia se beneficia a través de los demás. La Tecnocracia es explotadora, la Tecnocracia es cruel, la Tecnocracia no maneja razones y no escucha más opinión que la suya. La Tecnocracia es asesina por naturaleza, es genocida por naturaleza, la Tecnocracia es profusa y exhaustiva en la difusión del dolor, de la idiotez y de la enajenación del hombre. Y goza de los más excesivos y superfluos placeres.
La Tecnocracia habla, y aunque nadie le entiende, es obedecida. La Tecnocracia no piensa, pero convence. La Tecnocracia se convierte en dragón, y asusta. Pero también se convierte en ratón, para que la lástima frene los hocicos de quienes quieran comerla.
La Tecnocracia huele mal, pero usa caros perfumes. Es deforme, pero paga cirugías estéticas. Cojea, pero se sostiene en bastones invisibles. Roba, pero paga los sobornos correspondientes. Mata, pero envía flores a las viudas. Y nunca deja de sonreír, ni de mostrar sus ojos luminosos; como un Dorian Gray que lleva su retrato bajo la camisa.
Afortunadamente, aprendí a odiar a la Tecnocracia. Por suerte aprendí a verla, aprendí a sentirla, aprendí a ignorar su discurso vacío, a no creerle, a despreciarla. Afortunadamente aprendí que la literatura es más que una concatenación coherente de oraciones con sentido, afortunadamente aprendí que la música lleva más en ella que sólo progresiones armónicas. Afortunadamente, supe a tiempo que matemáticas es más que contar y comprar, que estudiar la historia es más que memorizar un anecdotario, que saber de biología es más que predecir enfermedades. Afortunadamente, fui humanizado. Afortunadamente, fui educado. Afortunadamente, nací, me hice como persona. Y soy persona. Y Odio la Tecnocracia; porque no se puede SER humano, sin odiar la Tecnocracia; Porque ella es la muerte, ella es la esclavitud, ella es la nada.
Y la Tecnocracia nos odia. Porque su peor enemiga es la Inteligencia, la Libertad, el Humanismo. Porque su peor peligro es el pensamiento, el pensamiento autónomo, el pensamiento libre, el pensamiento auténtico. Y su único miedo, es la revolución. Es la pluma. Es la pancarta. Es la mano que suelta el martillo, la frente que mira hacia arriba, el pie que se detiene. Es la lengua que deja de tararear y repetir, es el corazón que late por sí mismo. Es el hombre que le dice: non serviam.
Y porque la Tecnocracia nos odia, le ha declarado la guerra a nuestro hogar, a nuestro nido. Y se ha hecho carne, y ha habitado entre nosotros, y ha regalado Anillos de Poder hasta llegar al timón... para llevarse el barco -consigo- hasta las profundidades.
Y así, profanará nuestro Templo de Amor para convertirlo en un matadero, un matadero y una prisión, y hará realidad la pesadilla musical de Pink Floyd, -que Sata disfrutaba exhibir en la Sala de Lenguaje cada año- para su deleite y su propio enriquecimiento personal.
La Tecnocracia tiene nombre. Y también tiene enemigos.
Seamos, pues, enemigos de temer.

Inti Målai Perdurabo
(Legionario insigne de la Orden de Caballeros Humanistas del Tío Sata)