jueves, 24 de julio de 2014

Visiones de un futuro pasado

No es de mi costumbre ni de mi agrado escribir aquí cosas que yo mismo no haya escrito, pero el siguiente fragmento que les comparto lo considero absolutamente exquisito y creo que todos podemos extraer de él grandes reflexiones. Pertenece a Isaac Asimov y es la primera parte de su ensayo Lo antiguo y lo último, capítulo 14 del libro "La tragedia de la Luna".
Leámoslo con cuidado y juguemos con él a imaginar el futuro con el que este visionario de la ciencia-ficción soñó en los setenta. ¿Les hace sentido lo que dice?

Hace unas tres semanas (en el momento de escribir esto) asistí a un seminario en un lugar al norte del Estado de Nueva York, un seminario sobre las comunicaciones y la sociedad. Yo no tenía mucho que hacer, pero estuve allí cuatro días, así que tuve la oportunidad de enterarme de las actividades que se estaban desarrollando.
La primera noche asistí a una conferencia excepcionalmente buena dictada por un caballero extraordinariamente inteligente y encantador, que trabaja en el campo de las cintas de vídeo. Con argumentos atractivos, y en mi opinión irrefutables, afirmó que las cintas de vídeo representaban la tendencia del futuro en el campo de las comunicaciones, o al menos una de las tendencias.
Señaló que los programas comerciales destinados a cubrir los tremendos gastos de las cadenas de televisión y de los terriblemente ávidos anunciantes no tenían más remedio que atraer a audiencias de decenas de millones de espectadores.

Como todos sabemos, los únicos programas que tienen alguna posibilidad de agradar a entre veinticinco y cincuenta millones de personas son los que evitan cuidadosamente la posibilidad de ofender a nadie. Cualquier cosa que pudiera darles un poco de sabor o de variedad ofendería a alguien y se habría perdido la partida.

Así que sólo sobreviven las papillas insípidas, no porque sean especialmente agradables, sino porque tienen buen cuidado de no resultar desagradables para nadie.
(Bueno, a algunas personas, como a usted y a mí, por ejemplo nos desagradan, pero cuando los magnates de la Unidad contabilizan el número de ustedes y yoes, y de gente como nosotros, el resultado final les provoca desdeñosas carcajadas.)

Pero las cintas de vídeo, capaces de complacer a los paladares más peculiares, sólo venden contenido, y no tienen por qué enmascararlo con un barniz falso y costoso o con la presencia de alguna renombrada estrella del espectáculo. Si se lanza una cinta sobre estrategias de ajedrez con símbolos de las piezas de ajedrez moviéndose sobre un tablero, no es necesario añadir nada más para vender un número x de copias a un número X de fanáticos del ajedrez. Si cada cinta se vende a un precio que cubra los gastos de su edición (más un honrado margen de beneficios) y si el número de ventas está de acuerdo con lo fijado, entonces todo va bien. Es posible que alguna cinta venda menos de lo previsto, pero también es posible que otra venda mucho más de lo que se esperaba.
Para abreviar, el negocio de las cintas de vídeo sería bastante parecido al de las editoriales. 
El orador expuso este punto con toda claridad, y lo dijo: 
—El manuscrito del futuro no será un fajo de papeles torpemente mecanografiados, sino una secuencia de imágenes hábilmente fotografiada... — no pude evitar removerme inquieto en mi silla.
Es posible que al moverme llamara la atención sobre mi persona ya que estaba sentado en la primera fila, porque el orador añadió acto seguido: 
— ...Y los hombres como Isaac Asimov se quedarán anticuados y serán sustituidos por otros.
Como es natural, di un brinco, y todo el mundo se rió alegremente ante la ocurrencia de que yo pudiera quedarme anticuado y fuera reemplazado por otro.

Dos días más tarde el orador que iba a hablar aquella tarde llamó desde Londres para comunicar que le era imposible salir de la ciudad, así que la encantadora dama que dirigía el seminario vino a verme y me pidió dulcemente que lo sustituyera.
Como es natural, dije que no tenía nada preparado, y como es natural ella dijo que todo el mundo sabía que no necesitaba prepararme para dar una conferencia maravillosa, y como es natural, me ablandé ante los cumplidos, y como es natural aquella tarde me levanté y como es natural di una conferencia maravillosa. Todo fue muy natural.

Me resulta imposible contarles qué es lo que dije exactamente, porque, como todas mis charlas, fue improvisada; pero, por lo que recuerdo, en esencia era algo así:
Como hacía dos días que un orador nos había hablado de las cintas de vídeo, presentándonos la fascinante y deslumbrante imagen de un futuro en el que las cintas de vídeo y los satélites dominarían el panorama de las comunicaciones, yo me disponía a servirme de mis conocimientos de ciencia ficción para explorar un futuro aún más lejano y hablaría de cómo podrían fabricarse cintas de vídeo con métodos mejores y más refinados, haciéndolas aún más sofisticadas.
En primer lugar, el orador nos había mostrado que las cintas tenían que ser decodificadas por un aparato bastante caro y voluminoso, que transmitía las imágenes a una pantalla de televisión y el sonido a un altavoz.
Evidentemente, todo el mundo esperaría que este equipo auxiliar fuera haciéndose más pequeño, más ligero y transportable. En el fondo, lo que se esperaría es que acabara por desaparecer y que se integrara a la misma cinta.
En segundo lugar, para que la información contenida en la cinta se transforme en imágenes y sonido es necesario un gasto de energía que redunda en perjuicio del medio ambiente. (Como cualquier gasto de energía; aunque su uso es inevitable, hay que evitar utilizarla más de lo estrictamente necesario).
Por consiguiente, es razonable esperar que disminuya la cantidad de energía necesaria para decodificar las cintas.
En último término, esperaríamos que disminuyera tanto como para llegar a desaparecer por completo.

Por tanto, podemos imaginarnos una cinta que fuera completamente transportable y autónoma. Seria necesario emplear energía en su fabricación, pero no en su utilización, y tampoco sería necesario un equipo especial para su uso posterior. No sería necesario enchufarla en la pared ni cambiarle las pilas, y podría ser transportada para ser vista en el lugar en que cada uno encontrara más cómodo: en la cama, en el cuarto de baño, en un árbol o en el ático.
Una cinta de vídeo de estas características produce sonidos, como es natural, y también desprende luz. Evidentemente su usuario debe recibir con claridad las imágenes y el sonido, pero sería un inconveniente que molestara a otras personas que posiblemente no estarían interesadas en su contenido. Idealmente, esta cinta autónoma y transportable sólo tendría que ser vista y oída por el usuario.
Por muy sofisticadas que sean las cintas existentes en la actualidad en el mercado o previstas para un futuro próximo, siempre tienen necesidad de controles. Tiene que haber una palanca o un interruptor para encenderlas y apagarlas, y otros para controlar el color, el volumen, el brillo, el contraste y todas esas cosas. Mi idea es que esos controles pudieran ser manejados, en la medida de lo posible, por la voluntad.
Me imagino una cinta que deje de correr en el momento en que se aparte la mirada. Permanece parada hasta que se le vuelve a prestar atención, momento en el cual vuelve a ponerse en marcha inmediatamente. Me imagino una cinta que corre más deprisa o más despacio, hacia adelante o hacia atrás, a saltos o con repeticiones, dependiendo únicamente de la voluntad del usuario.

Admitirán ustedes que una cinta de estas características constituye un perfecto sueño futurista: autónoma, transportable, sin consumo de energía, absolutamente privada y controlada en gran medida por la voluntad.
Ah, pero soñar no cuesta nada, así que seamos prácticos. ¿Es posible la existencia de una cinta así? Mi respuesta es: sí, naturalmente.
La siguiente pregunta es: ¿cuántos años habrá que esperar antes de conseguir una cinta tan increíblemente perfecta?
También tengo respuesta para eso, y una respuesta bastante concreta. La conseguiremos dentro de menos de cinco mil años, porque lo que acabo de describir (como es posible que hayan adivinado), ¡es el libro!

ISAAC ASIMOV
Lo antiguo y lo último, en "La Tragedia de la Luna"

Obtenido de www.zeth.ciencias.uchile.cl
Traducción de: Antonio Escohotado.

sábado, 19 de julio de 2014

En Defensa de Wikipedia

Hace algunas semanas me sorprendí de escucharle decir a una de mis hermanas que en el colegio el profesor les prohibía citar a Wikipedia en sus trabajos. Esto, por supuesto, no fue una noticia muy novedosa para mí: cuando yo estaba en el colegio esta prohibición corría de manera transversal a todas las asignaturas, y en ese tiempo me parecía natural que así fuera; era, sin más, otro de muchos sitios donde podías acceder de forma rápida y sencilla a información completa y con pocas garantías de fiabilidad.
Pero mi mundo en esos años era más pequeño, sus cimientos eran más sólidos y el conocimiento sobre todo era, tal como es para la mayoría de los escolares, un corpus completo y bien conocido de verdades absolutas. No creo que Wikipedia haya cambiado mucho desde entonces hasta hoy, sólo ha crecido; y los colegios, por lo que se ve, al menos no han mejorado. Entonces la única posibilidad es que yo haya cambiado, porque lo que antes me parecía natural hoy me causó una profunda impresión.
Pero ustedes, mis atentos lectores, acaso podrán preguntarse: ¿qué es lo que tiene de malo que Wikipedia no sea citable en estos días? Después de todo, cualquiera puede entrar y modificar su contenido... ¿qué garantías de fiabilidad nos entrega eso? ¿Sólo la buena voluntad de algunos cerebritos que la protegen, gratis, en sus ratos libres, de las informaciones maliciosas...?
Les voy a contar por qué me pareció extraño, pero como es mi costumbre, primero me daré una larga vuelta para contarles más anécdotas personales.
Volvamos en el tiempo a mi octavo básico. Una profesora de cuyo nombre no quiero acordarme (¡bien, sí lo recuerdo, sólo no quiero darlo!) nos dio un trabajo grupal sobre la monarquía inglesa moderna. Como yo era un alumno ejemplar y también lo eran mis amigos, dejamos el trabajo para último día y ese día resultó que no pudimos juntarnos. Y nadie estaba muy interesado en terminar el trabajo, por lo que yo me ofrecí a hacerlo. El problema: en mi casa no había internet. ¡Pero! había un objeto muchísimo más valioso, una joya invaluable, que lamento mucho no poder tener en este momento en MI librero (está juntando polvo en casa de mis padres): una edición de la Enciclopedia Salvat del 76. Doce tomos a todo color llenos de la más pura y concisa sabiduría humana.
Empeñoso y dedicado como era en mis tareas, me senté en el pasillo de mi casa y comencé a hacer el trabajo. Lo escribí primero en cuaderno, luego lo pasé en limpio en computador, luego lo imprimí y lo entregué al día siguiente, con el nombre de todos mis amigos. Como había que especificar fuentes, y para no mentir, anoté: Enciclopedia Salvat, 1976.
Llega el día de la entrega de los trabajos revisados, y mi profesora entra a clases hecha una furia: ¡un espanto, los trabajos! ¡La peor cosa que había leído en su vida! Pero lo que la tenía más indignada: que “algunos” descaradamente habían tenido la osadía y poca vergüenza de colocar en la bibliografía Enciclopedias, “cuando era evidente que todo lo habían sacado de Internet”. Hubiera levantado mi mano para contestarle, el problema es que eso implicaba reconocer que yo había hecho el trabajo solo y el último día... Mala cosa.
No les cuento esto sólo para vanagloriarme de mi desempeño escolar o de lo rudimentario de mis métodos de investigación, sino para destacar un hecho significativo: en lo que concernía al contenido de los trabajos, al parecer no se podía distinguir entre el que había sido hecho con la edición de 1976 de la Enciclopedia Salvat y los que habían sido hechos con el Rincón del Vago o la siempre despreciada Wikipedia.
Pero eso... ¿hablaba mal del Salvat, o bien de Internet?

Los enciclopedistas

Hoy Wikipedia cuenta con más de treinta y siete millones de artículos, en más de doscientos ochenta y cuatro idiomas (de acuerdo con la entrada Wikipedia en Wikipedia), lo que la convierte en una de las más completas del mundo y de la historia. En 2005 se le hizo una evaluación de confiabilidad, comparándosela con la Enciclopedia Británica, y pasó las pruebas más que satisfactoriamente (cabe destacarse que yo cursé octavo básico en 2005). Pese a todo, todavía no puede citarse en los colegios. ¿Por qué?
Realmente es un tema, el de las enciclopedias. Tomemos por ejemplo el caso de una tarea de historia. La profesora le da como deber a sus alumnos investigar sobre un tema, Carlomagno, por decir algo. ¿Quién fue Carlomagno? ¿Qué cosas hizo? ¿Qué se sabe de él, de su vida, de su legado? ¿Por qué es importante saber acerca de él?
Este niño, uno cualquiera de la clase, entrará en Internet y, lamentablemente, no podrá copiar/pegar la entrada de Wikipedia (“Carlos I el Grande, llamado Carlomagno (latín: Carolus Magnus; alemán: Karl der Grosse; francés: Charlemagne) (¿Herstal?, 2 de abril de 742, 747 o 748 – Aquisgrán, 28 de enero de 814), fue rey de los francos desde 768 hasta su muerte, rey nominal de los lombardos (764–814) y emperador de Occidente (800–814). Hijo del rey Pipino y de Bertrada de Laon, sucedió a su padre y...”) por lo que tendrá que conformarse con el segundo resultado de su búsqueda: un sitio permitido y aprobado por la educación chilena, Icarito (“Carlos, conocido posteriormente como Carlomagno o Carlos I el Grande, nació en Aquisgrán (Aix-la-Chapelle), Alemania, en el año 742. Sobre su infancia, adolescencia y educación no se sabe casi nada; solo que en el año 754, tres años después de que su padre, Pipino el Breve, destronara al...”).
El niño podrá hacer toda su tarea con la exuberante información que encontrará en Internet, en todas esas páginas aprobadas por su profesor... pero si sigue leyendo comenzará a leer cosas extrañas. Por ejemplo, que al parecer... Carlomagno no existió.
¿Cómo, que no existió? Sí, al parecer hay historiadores que piensan que Carlomagno no existió. Que de hecho nada de lo que creemos que ocurrió entre los años 600 y 900 ocurrió, incluyendo todas las maravillosas cosas que le atribuimos al gran Carlomagno.
El niño tal vez decide hacer su tarea sobre esta versión interesante que ha encontrado en Internet. Toma su cuaderno, anota (o en su defecto lo hace como los niños de hoy, copia/pega/formatea/cambia-la-primera-línea-para-que-no-sea-googleable/imprime) y entrega su tarea. ¿Nota? Un UNO.
¿Por qué nuestro amigo se sacó un UNO? Porque citó páginas como marcianosmx.com, portalnet.cl, y otras aparentemente serias, como ecodiario.eleconomista.es o elmundo.es, pero que claramente no son sitios para hacer una tarea.
El niño, ingenuamente, se había topado con la Teoría del Tiempo Fantasma, una especulación alucinada de algunos arqueólogos, historiadores y hombres con muchos títulos universitarios y poca inteligencia acerca de que los años entre el Imperio Romano de Occidente y el Sacro Imperio Romano son un fraude inventado por altas esferas intelectuales de la Baja Edad Media. (¡Imagínense la nota que le hubieran puesto si hubiera llegado al sitio de la Nueva Cronología...!).
El niño ha caído en la trampa de la Sociedad del Conocimiento: donde todo, absolutamente todo, está a nuestra libre disposición, allí, a un click en el Google.
Pero por supuesto que no todo ese Conocimiento es del “bueno”. Hay páginas con cosas falsas, páginas con cosas inventadas, algunas con fines humorísticos, otras como fantasías alucinadas de algunos retardados mentales. ¿Cómo se distingue la “buena” información de la “mala”?
Bueno, la “buena” debe basarse en fuentes confiables. Ahora ustedes se preguntarán, ¿qué es una fuente confiable?
Una fuente confiable es, vueltas más, vueltas menos, una fuente que pueda acreditar la solidez de sus investigaciones y que haya sido aprobada por una mayoría significativa de especialistas en la comunidad científica o académica en torno al tema que se refiere.
Resulta que una fuente confiable es, por ejemplo, una Enciclopedia. No Wikipedia, por supuesto, sino que una buena enciclopedia, una de esas que se venden impresas, que tienen más de seis tomos y que vienen a full color, y que fueron compiladas y redactadas por personas a las cuales les pagaron para hacerlo.
Pero esto es tema más peliagudo de lo que parece a simple vista.
Imaginemos que yo quiero redactar una Enciclopedia. ¿Por dónde empiezo? De partida, no todo el conocimiento que yo quiero colocar en ella está en mi cabeza (sí, lo siento, admiradores míos, no soy tan sabio). Claramente tendré que recurrir a otros.
Llamo a algunos amigos, a muchos en realidad, y les pido todos sus conocimientos. NO saben todo, por supuesto, pero están mejor orientados que yo acerca de dónde y qué hay que buscar, en temas específicos que yo no manejo. Así que comenzamos.
Llega el día de compilar todo. Y me llega uno de los encargados de geografía con la información de un río en un país pequeño de algún continente lejano. Datos sobre sus crecidas, sobre sus litros de agua anuales, sobre su extensión y sobre su anchura máxima. Allí me cae la teja, y descubro que la cosa se vuelve un poco sospechosa. “Disculpa” le pregunto, “¿de dónde sacaste esta información?”.
Sin dudarlo, me responde: “pues consulté a las autoridades del país, que me dieron sus datos exactos”.
¡Ah, una fuente confiable de información! De seguro ellos mismos tomaron los datos del río, y como viven allá, saben dónde empieza y dónde desemboca. Bien, entonces, acepto el artículo y lo agrego a mi Enciclopedia.
Pero de inmediato otra duda me surge. ¿Cómo sé que es cierto lo que me dijo mi amigo? Pero, ¿por qué me mentiría? Más que mal, le pagué para que hiciera la pega. Yo supongo que lo que me dijo es cierto... ¿verdad?
Podría ir yo mismo y llamar al país y pedir la confirmación de los datos. Pero, ¿eso no sería lo mismo que tener yo que hacer toda la Enciclopedia? Porque si lo hago con ese río, ¿por qué no hacerlo con todos los artículos que todos mis amigos están escribiendo?
Bueno, resulta que cuando se hace una Enciclopedia, hay varios especialistas trabajando en los mismos datos, y se corrigen los unos a los otros para que no haya fraudes ni engaños. Ciertamente esa sería la forma correcta de proceder, y si yo tuviera que hacer una Enciclopedia, de seguro así lo haría.
Pero, momento... ¿no es eso precisamente lo que hace la comunidad de Wikipedia?
Ah, pero a la comunidad de Wikipedia no le pagan...

La Sociedad del Conocimiento

Cuando hace un par de años la Ley SOPA amenazó con botar Wikipedia, recuerdo que lo comparé con un atentado a la humanidad similar al(los) incendio(s) de la biblioteca de Alejandría. Wikipedia es, en el río de información que corre por nuestros computadores, un verdadero faro; un bastión donde toda esa información es compendiada, revisada y exhaustivamente corregida por almas críticas y amantes del conocimiento que están comprometidos con hacer surgir algo que no había existido nunca en la historia de la humanidad: una fuente de conocimiento de libre y -casi- universal acceso.
Pero ahora alguien podría decir: ¿entonces dependemos exclusivamente de la buena voluntad, del buen espíritu de los redactores? Y parece poco sensato confiar en algo así, porque bien podría ser mentira todo lo que esos revisores escriben en la Wikipedia. ¿Alguien se dará el trabajo de revisar todas las fuentes confiables? Lo dudo.
Pero yo ahora pregunto: ¿qué confianza podemos tener entonces de todas las Enciclopedias? En el siglo XVIII los grandes enciclopedistas compilaron obras monumentales, gigantescas, las primeras Enciclopedias Modernas, fuentes bibliográficas de importancia titánica en los siglos siguientes. Resulta que, créanlo o no, gran parte de las cosas que sabemos, que aceptamos y que defendemos acerca de casi todas las cosas que decimos que ocurrieron antes del siglo XV de nuestra Era dependen en un porcentaje altísimo de esas primeras Enciclopedias, de sus fuentes -casi todas hoy perdidas- y de sus infatigables redactores y revisores, quienes “de muy buena fe” nos contaron las cosas tal cual pasaron.
Dice la historia oficial que cuando todo se fue al carajo en Occidente y el barbarismo asoló Europa, los monjes cristianos reunieron los libros en sus monasterios y con una dedicación y cuidado inquebrantables tradujeron, transcribieron y compilaron las grandes obras de la antigüedad para que no se perdieran. Todos los libros de la “lejana” antigüedad llegan hasta nuestros días de la mano de esos incansables amantes de la verdad que “de muy buena fe” transcribieron todos esos libros sin cambiarlos en el más mínimo detalle.
En toda nuestra historia hubo hombres muy buenos, amantes de la verdad, que sin necesidad de presentar ninguna prueba escribieron con la máxima objetividad hechos, vidas, obras, acontecimientos y procesos políticos, sociales y culturales “de muy buena fe”, y nos los legaron con la máxima precisión posible.
¿Existió Carlomagno? Por supuesto, si después de su vida existieron numerosos reyes y emperadores que gobernaron, hicieron y deshicieron y consiguieron grandes cantidades de poder, gracias a que su antepasado había sido un hombre tan maravilloso y extraordinario, que había dejado por escrito que todas esas cosas les corresponderían a sus descendientes. Por supuesto, todos estos descendientes tuvieron mucho cuidado de destruir absolutamente todo lo que su gran antepasado había hecho, e inmortalizarlo en sus pinturas, textos, edificios reconstruidos, poemas...
¿Qué necesidad habría de falsificar la historia? ¿Qué necesidad habría de escribir un documento en el cual el Emperador Constantino otorgara, supuestamente, la ciudad de Roma a los Papas de la posteridad? No, no, no: todas esas personas deben haber actuado de muy buena fe, porque no podrían permitirse la atrocidad de dejar que en las Enciclopedias del futuro figurara información falsa.

Los Castillos en el Aire

Una de las más grandes mentiras de la Ilustración hasta los días de hoy todavía se enseña en los colegios: el derecho de pernada. Supuestamente, en la Edad Media, el Señor Feudal tenía derecho a pasar la primera noche con las esposas de sus vasallos. ¿Quién lo dice? Pues los grandes humanistas. ¿Y por qué les creemos? Bueno, ¡porque fueron grandes humanistas! ¿Para qué nos mentirían, hombres tan inteligentes y tan amantes de la verdad?
¿Sabía usted de dónde viene el nombre “Edad Media”? Pues de estos mismos ilustrados, enciclopedistas y humanistas del siglo XVII, que la veían como un tiempo de oscuridad e idiotez entre la “gloriosa” antigüedad clásica y el moderno renacimiento científico. ¿Sabía usted que estos mismos hombres, que lo llamaron así, con ese nombre tan justo y objetivo, son los que nos han contado gran parte de las cosas que “obviamente” ocurrieron durante todos esos años? ¿Y por qué les creemos? Bueno, porque eran personas sumamente respetables, llenas de una enorme buena fe y un gran amor por la verdad objetiva.
Todo lo que sabemos o creemos saber se fundamenta, en última instancia, en lo que otros dicen, en lo que otros han visto, en lo que otros aseguran ser cierto. Nuestra Sociedad del Conocimiento es un retículo muy bien articulado donde verdades, mentiras, leyendas y recuerdos se entrelazan en una extraña alfombra sobre la cual caminamos todos los días, pero que bajo ella no parece tener un piso sólido al que podamos acceder.
¿Qué significa eso? ¿Qué todo es relativo, que la verdad no existe, que debemos ser todos escépticos y abrazar el subjetivismo radical? Nada de eso. Al menos, yo no lo creo. Pero considero que es necesario tomar conciencia de esta realidad, por decirlo de alguna manera, “peculiar” de nuestro conocimiento. ¿Quién fue Carlomagno, Jesús, Pitágoras, Catalina de Medici? Leyendas. Sólo leyendas. Cada personaje en nuestra historia no es tanto una persona, sino la razón por la cual se han escrito, dicho y hecho muchas cosas después. Por la que se siguen haciendo muchas otras.
¿Tiene sentido poner en duda la existencia de Jesús? No veo para qué. El Jesús de carne-y-hueso, a estas alturas, es irrelevante, tanto como, por ejemplo, el Pinochet de carne-y-hueso, (que por lo demás ya se está pudriendo bajo tierra mientras su alma se pudre en el infierno) tampoco es relevante. Son las cosas que se hicieron desde ellos, las cosas que hacen y dicen los que creen en ellos, lo que importa ahora.
¿Quién escribió el libro? No lo sé. Pero lo importante, es el libro. Tal cual como llegó hasta mis manos, cuando lo leí, cuando a partir de él tomé decisiones éticas y políticas. Cuando desde él comencé a pensar tales o cuales cosas. Cuando escogí tomar partido por tal o cual causa.
¿Cuál es la conclusión importante, trascendental, concisa y significativa a la que quiero llegar? No estoy seguro, pero al menos creo estar seguro de una cosa: no hay ningún problema con citar Wikipedia en un trabajo escolar. O universitario. O de cualquier tipo.
Después de todo, nadamos todos en la misma piscina.



Inti Målai Perdurabo

miércoles, 9 de julio de 2014

Alternative take (cuento)

Génesis
22 Después de esto, Dios quiso poner a prueba a Abrahán, y lo llamó:
- ¡Abrahán!
Él respondió:
- Aquí estoy.
Y Dios le dijo:
- Toma a tu único hijo, a tu querido Isaac, ve a la región de Moria, y ofrécelo allí en holocausto, en un monte que yo te indicaré.
Se levantó Abrahán de madrugada, aparejó su asno, tomó consigo dos siervos y a su hijo Isaac, partió leña para el holocausto y se encaminó hacia el lugar que Dios le había indicado. Al tercer día alzó Abrahán los ojos y alcanzó a ver de lejos el lugar. Entonces dijo a sus siervos:
- Quedaos aquí con el asno, mientras el muchacho y yo subimos allá arriba para adorar al Señor; después regresaremos junto a vosotros.
Abrahán tomó la leña del holocausto y se la cargó a su hijo Isaac; él llevaba el fuego y el cuchillo, y se fueron los dos juntos.
Isaac dijo a Abrahán, su padre:
- ¡Padre!
Él respondió:
- Aquí estoy, hijo mío.
Dijo Isaac:
- Tenemos el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?
- Abrahán respondió:
- Dios proveerá el cordero para el holocausto, hijo mío.
Y continuaron caminando juntos.
Llegados al lugar que Dios le había indicado, Abrahán levantó el altar; preparó la leña y después ató a su hijo Isaac poniéndolo sobre el altar encima de la leña. Después Abrahán agarró el cuchillo, degolló a su hijo, y levantó una plegaria a Dios.
El ángel del Señor llamó a Abrahán del cielo y le dijo:
- Juro por mí mismo, palabra del Señor, que por haber hecho esto y no haberme negado a tu único hijo, te colmaré de bendiciones.
Abrahán volvió luego junto a sus siervos, pero al no hallarlos comprendió que se habían robado el asno.
Abrahán vivió ciento setenta y cinco años. Después expiró; murió en buena vejez, colmado de años, y fue a reunirse con sus antepasados.

FIN