martes, 30 de septiembre de 2014

Carta Abierta a Consuelo Biskupovic

Consuelo,


Leí muy atentamente la carta abierta que el pasado lunes 29 de Septiembre fue publicada en el medio “El Vacanudo”, y es con motivo de aquélla que te escribo yo una a ti.


Tú y yo tenemos mucho más en común de lo que piensas, aunque formalmente no nos conocemos. Fuiste expulsada a los quince años; yo a los dieciséis. En tu carta te preguntas si las actitudes que sostuvieron contigo se mantuvieron o cambiaron con el paso del tiempo; yo puedo decirte que, al menos once años después, no habían cambiado mucho.


Yo, al igual que tú, era de los mejores promedios de mi curso. Es más, me decían con palmaditas en el hombro que estaban orgullosos de mi desempeño y de mis notas; que quizás llegaría a ser el puntaje nacional en Lenguaje y Comunicación que el colegio, hasta esa fecha, todavía no tenía. Pero no era sólo eso lo que teníamos en común: yo también tenía un mal comportamiento, y al igual que tú, yo también tuve ese mote de “condicional” sobre mi matrícula. Yo también fui, en su momento, el niño símbolo del insurreccionismo adolescente.


Yo también me “pasé el rollo” de estar en el mejor colegio de Osorno, de ser un privilegiado por poder recibir educación del modelo francés y todas esas cosas (que son, a mi haber, hoy por hoy todas falsas, y también me alegré de que me lo confirmaras). Tal vez por eso cuando leí tu carta te sentí tan cercana, tan sincera, porque en el fondo nuestras experiencias son muy parecidas.


Sin embargo, mis circunstancias de expulsión (una “expulsión” entre comillas, porque en estricto rigor me retiré para no tener que acatar una sanción que, en caso de oponerme, de todas formas era causal de cancelación de la matrícula) fueron un poco distintas, y si a mí me interesó tu historia entonces sospecho que quizás a ti te podría interesar conocer la mía.


Tú llegaste hasta tu fin de año para retirarte; yo me tuve que ir bruscamente a fines de Mayo, allá por el año 2008. Había hecho algo muy, muy malo: había expresado mi opinión, y a algunos no les había gustado.


Te voy a contar a vuelo de pájaro la historia, que tú quizás podrás completar muy bien, porque si hay un lugar en el mundo donde el tiempo no pasa, es en Osorno (ni para sus calles ni para su gente). Yo no tengo un apellido con umlaut, mis papás no tenían predios con vacas, ni siquiera habíamos nacido en Osorno; no éramos miembros de la masonería ni de la iglesia Evangélica, mi papá no militaba en ningún partido político, no tenía cuñados ni primos ni conocidos sirios. Éramos unos afuerinos llegados a echar suertes en el bello sur del país (suerte que no salió muy buena, porque estamos a la fecha todos de vuelta en Santiago). Mi papá era -todavía es- hombre de esfuerzo, no tenía un cargo público ni agrónomo, sólo trabajaba para ganar lo suficiente, lo que nos diera para vivir y para que nosotros, sus hijos, asistiéramos al “mejor” colegio de la zona, un privilegio que por lo menos en Osorno no era tan descabellado.


Yo también aprendí, en mi trato coloquial con aquella juventud, desde chiquito a tratar a los mapuches de negros flojos y borrachos; calculé, con algo de vergüenza, los porcentajes de sangre europea en mi sangre, y presumí de algunas cosas que nunca había hecho o nunca había tenido, para no sentirme menos que el resto. Sin embargo esas costumbres, si bien las tuve cuando era menor, las fui perdiendo en la adolescencia. Cuando uno crece el mundo crece con uno, y empecé a darme cuenta de que había cosas que no me gustaban. Y sentí un profundo interés por cambiarlas.


Voy a presumir de cosas que, si averiguas luego con cuidado, descubrirás que son todas ciertas. Escribí un diario escolar que de forma continuada publicó números entre Julio de 2005 y Agosto de 2007, el más longevo de la historia de la institución. Me postulé dos veces al Centro de Alumnos (perdí por mis “inclinaciones de izquierda” (la segunda vez por sólo un voto), algo que todavía me sigue pareciendo soberanamente estúpido). Ayudé en la organización de la Semana del Colegio del año 2007 aunque no formaba parte del Centro de Alumnos, y no pedí (ni recibí) ningún reconocimiento por ello. Fui presidente de curso “nominativo” por todo un año, y oficial durante los tres meses que pasaron antes de que me fuera. Hice las primeras dos transmisiones de estudiante en la Radio del Colegio, sin que nadie me lo pidiera y sin ganar nada a cambio.


Ahora tú comprenderás que esto no es causal de expulsión, sino todo lo contrario. Ahora me toca decir las cosas que me tenían en el filo de la guillotina: tirar un papel quemado por una ventana en segundo medio. Asumir la culpa por un frasquito de pintura arrojado a una pared (encubrí a un amigo que tenía condicionalidad por notas). Romper (en compañía de otros) un interruptor. Cantar en clases. Hacer desorden en general. ¿Me falta algo? Oh, claro que sí: exponer abiertamente mis ideas y críticas a través de medios escritos. Denunciar las OBVIAS malversaciones de fondos que nos tenían en condiciones de liceo público, con una matrícula que rozaba los doscientos mil pesos. Escribir una novela de ficción, privada y de circulación restringida, inspirada lejanamente en hechos de la vida escolar y personas, hijos, familiares, conocidos y protegidos de personas con mucho poder y dudoso lineamiento moral. Contestar inteligentemente a las sanciones, promover la desobediencia y apoyar las iniciativas de crítica y cambio contra las normas establecidas. Ah, y escuchar Black Metal.


La novela de ficción fue la prolongación clandestina del diario que me obligaron a descontinuar, primero porque “compañeros” habían reunido firmas para pedir que se me censurara (lista de firmas que yo nunca vi) y después por “faltarle el respeto a una profesora” (se quedó atrapada en Antillanca con su curso por una nevazón, y el Domingo por la tarde pidió que la bajaran -dejando a su octavo básico con la supervisión del guardabosques- porque tenía que cumplir horario en el colegio Alemán). Una de las personas en las que yo confiaba (que todavía no sé quién es) y que recibía semanalmente la novela en su bandeja de entrada leyó algunas cosas que no le gustaron, y en lugar de conversarlo conmigo imprimió todo el material y lo entregó en dirección. Una psicóloga (que debe seguir siendo la psicóloga del colegio) manifestó que yo tenía problemas de moral. Mi profesora jefe dijo, delante de mis padres y en presencia del director, que podía tener problemas mentales (espero que no sea la misma profesora de química de la que guardas tan buenos recuerdos). Papás de abultados bolsillos y pintorescos apellidos pidieron mi expulsión y que me sometiera a control psiquiátrico, que ofreciera disculpas públicas ante la comunidad, me negara a volver a escribir cosas sobre ellos, sus familias y sus estilos de vida, y me dedicara (por obligación) a escribir un diario “constructivo, simpático y amistoso” para las Inter-alianzas, que ese año se celebraron en Osorno (qué vergüenza, pensarás tú; yo pensé lo mismo).


Se reunió un Comité disciplinario (algo parecido a lo tuyo, sólo que este incluye a todos los estamentos, se considera de aplicación extraordinaria en casos de conducta extremadamente grave y sólo había sido usado una vez) y se determinó que, so pena de expulsión, yo debía someterme a todo lo que enumeré en el párrafo anterior. Mayo de 2008. Y aquí me tienes.


Pero, ¿sabes? Después de todo este tiempo, no guardo rencor ni resentimientos. Recuerdo mi historia incluso con algo de gracia, porque sé que no sólo tú o yo, sino que muchos más, en muchos otros colegios como éste y en muchos lugares del país y quizás del mundo, hemos pasado por lo mismo. Y nosotros somos la prueba viva de que hay algo más afuera de la burbuja, que el mundo es rico en experiencias y que personas como tú o como yo tenemos mucho que entregar. Gracias a las redes sociales puedo enterarme de tiempo en tiempo de lo que está siendo de mis ex compañeros, de sus familias y de su colegio, de la comunidad en la que viven. Osorno y su “comunidad francesa” no han cambiado mucho, porque Osorno no ha cambiado mucho; sigue siendo un pequeño pueblo feudal, controlado por una élite cristiana y conservadora de latifundistas y comerciantes que ejercen un control hegemónico sobre los medios locales oficiales de comunicación y que son respaldados por los marcos valóricos de sus colegios y del interés particular de las comunidades que alrededor de ellos se reúnen. Algún día, quizás, llegué a envidiarlos. Hoy no.


Agradezco no formar parte de la comunidad de la Alianza Francesa de Osorno, agradezco no ser considerado un ex alumno, agradezco poder contar historias como ésta, que me convierten en alguien que tiene -al menos- una historia que contar, que tiene algo que dejarle a las futuras generaciones, que tiene un mensaje que entregarle a jóvenes despiertos, animados y con un futuro brillante por delante. Conocí personas realmente valiosas, es cierto, que me brindaron su apoyo y su amistad en el momento preciso y que siguen manteniéndose en contacto; y me alegra saber que son los únicos que han sabido tomar las riendas de su vida, romper la burbuja y superarse a sí mismos, a la cuna en que nacieron y al ambiente en el cual se formaron.


Por eso también me alegré mucho de saber que eres una de ésos. Yo en este momento estoy terminando mis estudios de Filosofía en la Universidad de Chile y siento que tengo un futuro prometedor y lleno de riquezas por delante también. Tal vez en una vuelta de la vida nos lleguemos a conocer en persona, y podamos compartir mutuamente estas experiencias que nos han tocado a ambos.


Mi profunda amistad y un cariñoso saludo,





Inti Målai Perdurabo

Miguel Alvarez Lisboa