TODA UNA ÓPERA
(llena de Fantasmas)
Este disco tiene un teatro y nadie se para a cantar adelante,
Es un disco sin orquesta y sin director
Y la lámpara no está encendida;
Pero me tiene a mí sentado
En la primera fila.
Me lleno las manos de aplausos vacíos
Y miro con ojos perdidos
El fondo del teatro, su telón carcomido…
Y comienzo a escuchar la función.
Toda una ópera llena de fantasmas; Así se llama lo que veo en mi cabeza, así se llama lo que hay en mis noches, lo que me acompaña en las calles; a eso huelen los textos en griego, los textos en francés, las canciones en finlandés. Toda una ópera llena de fantasmas burlándose de mí.
Comenzamos hace poco una discusión sobre la nada. ¿Qué es la Nada? ¿Puede la Nada ser? Irrespetuosamente perturbamos el sueño de un señor Parménides (poeta por lo demás) que lleva su buen tiempo muerto, para ponernos a discutir sobre la validez de lo que dicen sus versos (en dialecto jónico, traducido por un catedrático chileno que actualmente reside en Estados Unidos) acerca del Ser y el No-Ser. Yo sé que todos nos hemos preguntado alguna vez qué es la nada, lo gracioso es que por lo general decimos que es “lo que no es”, sin siquiera saber lo que es lo “que es”. Y creo que Parménides me daría la razón si pudiera hablar, pero, por miedo de que en su lugar conteste algún neoplatónico o vaya uno a saber qué personaje, mejor lo dejo muerto como está. Creo que no es discusión de la “nada” el saber lo que “es”, porque de hecho nuestra palabra “nada” no significa “no-ser”: De hecho, nuestra palabra “nada” es una categoría valorativa, y esa categoría valorativa es: Insignificante.
Ejemplifico: Un canasto vacío. Pregunto: ¿Qué hay en el Canasto? Responde: Nada. ¡¿Pero me quieres decir que EN el canasto se está NO-SIENDO, ούκ όντα!! (Sí, me las doy de cabrón porque sé escribir en griego, ¿algún problema?). Escándalo de semejantes proporciones es motivo para llevar al canasto a una conferencia de filosofía o incluso de física nuclear, ¡incluso llevarlo ante los más distinguidos personajes del medio! Estoy seguro de que el profesor Hawkins metería un gato dentro de mi canasto con una botella de veneno para probar la teoría de cuerdas… si pudiera agarrar un gato, claro.
¿Se han dado cuenta que en infinidad de veces hemos tenido canastos, cajas, habitaciones, bolsillos con “nada”, y nunca nadie se ha alarmado tanto? ¿Por qué será?
Alguien podría decir: porque la gente es estúpida (1) y no se percata de esas cosas. Yo tampoco le tengo mucha fe a la gente, y aunque es tentador inclinarme por esa salida, lamentablemente tengo otra teoría: El “Nada” que definimos es diferente al “nada” que usamos.
En efecto, “nada” es una categoría de insignificancia: cuando decimos que en el canasto “hay nada” (o “no hay nada”, doble negación bastante inútil y confusa por lo demás, que ¡créanlo o no! No es nuestra legítima, porque los griegos también lo hacían (comentario al margen: ¡ASÍ ES! Ahora traten de leerse un texto de un compadre que habla del “ser” y del “no-ser” y que ¡además! Sabe usar la doble negación enfática (y tiene encima de todo verbos en “voz Media”…))) no estamos queriendo decir que “dentro del canasto no ocurre el “ser” ”, sino que simplemente, “aquello que hay en el canasto me es insignificante”. Porque, de hecho, hay aire; hay polvo; puede hasta haber un insecto, o una hoja de papel (en el caso que fuera algo escrito por mí, dejaría de ser insignificante, se entiende), y todas esas cosas “son” (así que calma, ¡oh, metafísicos!), pero “son nada” porque no interesan. En ese sentido, “nada” también “es”.
Ahora vienen y me dicen: ¿qué hay de “la nada”? yo contesto: “la insignificancia”.
Y luego: ¿Y el “no-ser”? yo respondo: un adverbio de negación ligado a un infinitivo por un guión. “Mero nombre”, me susurra Parménides desde la tumba a través del traductor ya mencionado.
Y ahora, ¡fuera de aquí! Me tapan la vista, no logro contemplar la escena.
Mis fantasmas han vuelto a salir, se reúnen a mi alrededor. Esto es bastante extraño. Tienen caras de personas que no veo hace mucho tiempo. Esto es bastante extraño.
Me ha hecho bastante mal casi no escribir en lo absoluto, durante más de cuatro meses, quizás mucho más. Se me han ido pegando a las paredes del cerebro los fantasmas, los nombres, me pican los dedos, me tiembla la lengua… y aun así, no consigo escribir. Y no es mi culpa (tampoco es culpa de los fantasmas), es culpa de no tener musa.
No me hagas las cosas más difíciles de lo que ya son… ¿qué quiere decir?
Tomo una escoba para echar a los fantasmas. ¡Habrase visto! Una Ópera llena de fantasmas y que ninguno cante arias de Lloyd Webber, ¡qué vergüenza! ¿Qué diría el recientemente muerto Pavarotti? ¡Fuera los fantasmas!
De aquí a la eternidad, somos sólo yo y mis cuadernos de poesía… y estos escurridizos fantasmas que no consigo sacar de aquí.
A veces me coloco la máscara y me hago pasar por fantasma de la Ópera; descuelgo lámparas, siembro intrigas y misterios, me escondo de las multitudes… y uso mi talento para intentar encontrar una mujer que quiera dejarme cantar para ella (como ángel de música). Cantar callado, se entiende, porque nadie quiere oírme cantar y los que me han oído me dan la razón (y las gracias. ¡A ese punto canto mal!). Escribo poemas, o los escribía en algún momento, porque a estas alturas sólo puedo memorizar verbos contractos en omicrón y tablas de declinación y conectores lógicos, y largos esquemas de argumentaciones metafísicas sobre la naturaleza del ser. Ojalá pudiera ser un poco menos fantasma, para poder escapar de la Ópera; para poder dejar de ser el payaso de cara pintarrajeada que hace reír… a pesar suyo.
Tengo toda una Ópera llena de fantasmas, llena de butacas vacías,
Llena de palabras que quieren decir: insignificancia.
No tengo ganas para la sinestesia ni para la rima,
Ni para la melodía ni para la sangría;
No quiero beberme los cadáveres exquisitos ni relamerme las esdrújulas,
No quiero salir a la calle porque tengo miedo de perderme,
Porque mi brújula no apunta al norte
Y mis pies no caminan derechos.
No consigo escribir lo que quiero.
Como bien y duermo ocho horas al día. ¿De qué me puedo quejar? Pues de NADA
(llena de Fantasmas)
Este disco tiene un teatro y nadie se para a cantar adelante,
Es un disco sin orquesta y sin director
Y la lámpara no está encendida;
Pero me tiene a mí sentado
En la primera fila.
Me lleno las manos de aplausos vacíos
Y miro con ojos perdidos
El fondo del teatro, su telón carcomido…
Y comienzo a escuchar la función.
Toda una ópera llena de fantasmas; Así se llama lo que veo en mi cabeza, así se llama lo que hay en mis noches, lo que me acompaña en las calles; a eso huelen los textos en griego, los textos en francés, las canciones en finlandés. Toda una ópera llena de fantasmas burlándose de mí.
Comenzamos hace poco una discusión sobre la nada. ¿Qué es la Nada? ¿Puede la Nada ser? Irrespetuosamente perturbamos el sueño de un señor Parménides (poeta por lo demás) que lleva su buen tiempo muerto, para ponernos a discutir sobre la validez de lo que dicen sus versos (en dialecto jónico, traducido por un catedrático chileno que actualmente reside en Estados Unidos) acerca del Ser y el No-Ser. Yo sé que todos nos hemos preguntado alguna vez qué es la nada, lo gracioso es que por lo general decimos que es “lo que no es”, sin siquiera saber lo que es lo “que es”. Y creo que Parménides me daría la razón si pudiera hablar, pero, por miedo de que en su lugar conteste algún neoplatónico o vaya uno a saber qué personaje, mejor lo dejo muerto como está. Creo que no es discusión de la “nada” el saber lo que “es”, porque de hecho nuestra palabra “nada” no significa “no-ser”: De hecho, nuestra palabra “nada” es una categoría valorativa, y esa categoría valorativa es: Insignificante.
Ejemplifico: Un canasto vacío. Pregunto: ¿Qué hay en el Canasto? Responde: Nada. ¡¿Pero me quieres decir que EN el canasto se está NO-SIENDO, ούκ όντα!! (Sí, me las doy de cabrón porque sé escribir en griego, ¿algún problema?). Escándalo de semejantes proporciones es motivo para llevar al canasto a una conferencia de filosofía o incluso de física nuclear, ¡incluso llevarlo ante los más distinguidos personajes del medio! Estoy seguro de que el profesor Hawkins metería un gato dentro de mi canasto con una botella de veneno para probar la teoría de cuerdas… si pudiera agarrar un gato, claro.
¿Se han dado cuenta que en infinidad de veces hemos tenido canastos, cajas, habitaciones, bolsillos con “nada”, y nunca nadie se ha alarmado tanto? ¿Por qué será?
Alguien podría decir: porque la gente es estúpida (1) y no se percata de esas cosas. Yo tampoco le tengo mucha fe a la gente, y aunque es tentador inclinarme por esa salida, lamentablemente tengo otra teoría: El “Nada” que definimos es diferente al “nada” que usamos.
En efecto, “nada” es una categoría de insignificancia: cuando decimos que en el canasto “hay nada” (o “no hay nada”, doble negación bastante inútil y confusa por lo demás, que ¡créanlo o no! No es nuestra legítima, porque los griegos también lo hacían (comentario al margen: ¡ASÍ ES! Ahora traten de leerse un texto de un compadre que habla del “ser” y del “no-ser” y que ¡además! Sabe usar la doble negación enfática (y tiene encima de todo verbos en “voz Media”…))) no estamos queriendo decir que “dentro del canasto no ocurre el “ser” ”, sino que simplemente, “aquello que hay en el canasto me es insignificante”. Porque, de hecho, hay aire; hay polvo; puede hasta haber un insecto, o una hoja de papel (en el caso que fuera algo escrito por mí, dejaría de ser insignificante, se entiende), y todas esas cosas “son” (así que calma, ¡oh, metafísicos!), pero “son nada” porque no interesan. En ese sentido, “nada” también “es”.
Ahora vienen y me dicen: ¿qué hay de “la nada”? yo contesto: “la insignificancia”.
Y luego: ¿Y el “no-ser”? yo respondo: un adverbio de negación ligado a un infinitivo por un guión. “Mero nombre”, me susurra Parménides desde la tumba a través del traductor ya mencionado.
Y ahora, ¡fuera de aquí! Me tapan la vista, no logro contemplar la escena.
Mis fantasmas han vuelto a salir, se reúnen a mi alrededor. Esto es bastante extraño. Tienen caras de personas que no veo hace mucho tiempo. Esto es bastante extraño.
Me ha hecho bastante mal casi no escribir en lo absoluto, durante más de cuatro meses, quizás mucho más. Se me han ido pegando a las paredes del cerebro los fantasmas, los nombres, me pican los dedos, me tiembla la lengua… y aun así, no consigo escribir. Y no es mi culpa (tampoco es culpa de los fantasmas), es culpa de no tener musa.
No me hagas las cosas más difíciles de lo que ya son… ¿qué quiere decir?
Tomo una escoba para echar a los fantasmas. ¡Habrase visto! Una Ópera llena de fantasmas y que ninguno cante arias de Lloyd Webber, ¡qué vergüenza! ¿Qué diría el recientemente muerto Pavarotti? ¡Fuera los fantasmas!
De aquí a la eternidad, somos sólo yo y mis cuadernos de poesía… y estos escurridizos fantasmas que no consigo sacar de aquí.
A veces me coloco la máscara y me hago pasar por fantasma de la Ópera; descuelgo lámparas, siembro intrigas y misterios, me escondo de las multitudes… y uso mi talento para intentar encontrar una mujer que quiera dejarme cantar para ella (como ángel de música). Cantar callado, se entiende, porque nadie quiere oírme cantar y los que me han oído me dan la razón (y las gracias. ¡A ese punto canto mal!). Escribo poemas, o los escribía en algún momento, porque a estas alturas sólo puedo memorizar verbos contractos en omicrón y tablas de declinación y conectores lógicos, y largos esquemas de argumentaciones metafísicas sobre la naturaleza del ser. Ojalá pudiera ser un poco menos fantasma, para poder escapar de la Ópera; para poder dejar de ser el payaso de cara pintarrajeada que hace reír… a pesar suyo.
Tengo toda una Ópera llena de fantasmas, llena de butacas vacías,
Llena de palabras que quieren decir: insignificancia.
No tengo ganas para la sinestesia ni para la rima,
Ni para la melodía ni para la sangría;
No quiero beberme los cadáveres exquisitos ni relamerme las esdrújulas,
No quiero salir a la calle porque tengo miedo de perderme,
Porque mi brújula no apunta al norte
Y mis pies no caminan derechos.
No consigo escribir lo que quiero.
Como bien y duermo ocho horas al día. ¿De qué me puedo quejar? Pues de NADA
(ya les definí la palabra, ahora saquen ustedes las conclusiones pertinentes)
Inti Målai Perdurabo
(1) quise poner “weona” y Word me lo corrigió a “Leona”. Me dio risa ;¡Qué inocente!
Inti Målai Perdurabo
(1) quise poner “weona” y Word me lo corrigió a “Leona”. Me dio risa ;¡Qué inocente!