Algo que siempre me ha
llamado la atención de la música popular es que por regla amplia y
general aquella que posee un cierto lineamiento político o
compromiso social explícito es de izquierda o de “tercera opción”
(léase: anarquismo, nacionalsocialismo, etc), mientras que las
canciones y los grupos ideologizados “de derecha” son muy
escasos, si es que acaso existen (yo nunca he escuchado alguno al
menos).
Lo he comentado varias
veces con amigos de formación filosófica más profunda que la mía
en el área y siempre coinciden en que una de las aristas de la
enajenación es, precisamente, la des-politización de todos los
ámbitos de la vida social. Dicho menos en palabras del planeta Marx
y más en palabras terrícolas esto es como decir que la gente de
derecha por lo general se considera por encima o por fuera de “lo
político” (entendido por supuesto en un sentido muy superficial),
implicando con ello que no consideran que todo tenga contenido
político, si es que acaso algo lo tiene, más allá de la política
en sí (como las campañas electorales o la afiliación a los
partidos).
Estas ideas me han hecho
eco a lo largo de los últimos años, sobre todo por su instanciación
en casos concretos; por ejemplo, cuando escuchaba a mis
familiares-con-plata y a otros cultos e informados simpatizantes de
la derecha denunciar que Camila Vallejos y otros dirigentes
estudiantiles durante el movimiento de 2011 habían desvirtuado
el problema de la educación al politizarlo. O si no, me ayudó
a comprender por qué las listas de derecha para las federaciones
estudiantiles no sólo de mi universidad sino de otras solían
ofrecer en sus campañas completadas y actividades deportivas, y
mofarse de la “tonto-gravedad” de los demás candidatos; y me
ayudó a comprender en retrospectiva una confidencia que me hicieron
una vez, de que los dueños y directores del diario The Clinic
eran de derecha.
Esto conecta de forma más
o menos cercana con otra reflexión (que ya he compartido en este
blog, creo) según la cual llego a concluir que la ideología de
derecha no puede defenderse a la vez racional y éticamente, lo que
nos obliga a aceptar que la gente de derecha es, en general, o tonta
o malvada. Esto como siempre lo defiendo abiertamente, y espero no
ofender a nadie al decirlo, pero me parece que es un hecho concluso
que las personas de derecha a) o bien no comprenden las
consecuencias sociales (la profunda injusticia, la deshumanización
del trabajo y la enajenación, la explotación humana y
medioambiental, etc) que derivan de sus creencias y que no pueden ser
solucionadas dentro del sistema (ya que se siguen por fuerza de
necesidad de postulados básicos de su visión de la sociedad y la
economía) o bien b) las conocen y están de acuerdo con
ellas, si bien a la hora de emitir opiniones son más bien cuidadosos
con la forma de hacerlo.
Esto explicaría, a mi
parecer, por qué la música de derecha es en general tan vacía de
contenido político; en general porque, desde la derecha, no hay
mucho que defender ni mucho de qué jactarse. El capitalismo y sus
múltiples variantes han explotado al mundo y a la gente durante los
últimos (digamos) doscientos años, y no lo ha hecho en nombre de
ningún ideal elevado que lo justifique, de ahí que la gente que se
ha visto beneficiada por el modelo no quiera, por lo general, hablar
de política, y prefiera asumir más bien la cómoda posición de
apelar a esa “suerte que hay que tener al nacer”, como decía la
canción de Ska-P. Eso también permite entender por qué los
cantantes que no tienen lineamientos declarados de izquierda y
apuntan a ese “otro” sector no escriban canciones de temática
social y se centren en el amor, en las historias simpaticonas o en el
“pa pa pa” del que se burlaban los Prisoneros; y explica a su vez
que cuando sí escriben canciones con “conciencia social” lo
hacen desde las categorías pusilánimes del sentimentalismo y la
caridad de corte cristiana, como el caso de la abominable We are the world de Michael Jackson o
la lloricona Another day in paradise
de Phil Collins.
Todo
esto tuvimos oportunidad de comentarlo anoche con Teresita (ella
estaba de hecho un poco más molesta y contrariada que yo), luego de
ir a escuchar al grupo Beatlemanía en el club deportivo Manquehue en
Vitacura. Excepción hecha de la calidad del espectáculo (que, en mi
opinión, y considerando que no es la primera vez que los escucho,
dejó mucho que desear), lo que más nos llamó la atención fue la
forma en que es posible extirparle
el contenido político a una manifestación artística y convertirla,
en el acto, en un producto vacío,
liviano para el consumo y agradable para las masas. No creo que los
Beatles sean un grupo ideológico de izquierda -ni mucho menos-, pero
creo que es evidente que existe un potente contenido político de
crítica y de subversión que es transversal a toda su carrera y a
los genios detrás de sus composiciones, sobre todo en John. Había
muchos y muy variados asistentes anoche (la magia del transporte
público y las actividades gratuitas), pero la mayoría era (y debo
decirlo con algo de tristeza) del mismo vecindario, o de las comunas
cercanas (mal que mal, la actividad la pagaba y organizaba la
municipalidad de Vitacura, como no dejó de recordárnoslo el
despreciable hombre que presentó al grupo). La escena me recordó una anécdota que Mario Olguín, curiosamente, no contó anoche: la de
los fabulosos cuatro tocando delante de la corte británica, cuando
su líder dijo al público presente: “los que se sientan en el
gallinero pueden aplaudir... a los de los palcos, basta con que hagan
sonar sus joyas”. Por supuesto la gente hoy no usa joyas y ayer no
se oía el tintineo, pero lo que sorprendía tenía en parte que ver
con eso mismo: la gente allí presente que podría haber llevado
joyas en otro tiempo (o ayer mismo, quizás, si la actividad no
hubiera sido gratuita) había asistido a escuchar un tributo a ese
grupo sensación de los sesenta, los récord de ventas en todo el
mundo, la música que bailaban en su juventud, y no al cuarteto de
adolescentes irreverentes de pelo largo, provenientes del humilde
puerto de Liverpool, que descubrieron el sublime encanto de las
drogas en sus viajes por la India y que, entre otras muchas cosas, fueron grandes referentes culturales de la revolución de las flores. Veían a
Lennon como un “idealista”, alguien que “luchaba por la paz”
y se “equivocó algunas veces”; celebraban todas esas canciones
-alegres y entretenidas, no lo dudo- huecas del primer período de
fama del conjunto de Liverpool, y se llevaban a casa la buena
impresión de un gran espectáculo, familiar, simpático y acogedor,
pero absolutamente enajenado del contexto de producción original de
esa obra.
Lo
más bonito fue el final, cuando cantamos todos a coro All
you need is love, y una Teresita
de brazos cruzados al lado mío me recordaba lo esencial de todo lo
que estaba pasando a nuestro alrededor: “es muy fácil decir que
todo lo que necesitas es amor cuando no eres un niño muriendo de
hambre en África”. La acidez de su comentario (que, por supuesto,
yo recibí como perfectamente atinado) me hizo pensar dos cosas: en
primer lugar, la forma grosera en que el mensaje de la canción se
había distorsionado en la cultura popular (no es un “Todo”
amplio, sino sólo aplica a las cosas que uno intenta hacer, como
cantar una canción o escribir algo, de acuerdo a lo que la misma
letra dice. Desde ese punto de vista, no tiene contenido social
porque nunca pretendió tenerlo), y la forma más grosera todavía en
que se lo llenaba de una profunda carga de conformismo. Recapitulando
en mi experiencia pasada, noté que con dos o tres significativas
excepciones (los más grandes beatlemanos que he conocido), las personas que me sacaban la canción para
ejemplificar algo siempre lo hacían en este sentido amplio y flojo,
cómodo y hueco, el que la mayoría de esa gente anoche trashumaba y
que mi polola me denunciaba entre dientes.
Esto
por supuesto contrasta también con el contexto mismo en que Lennon
escribió y presentó la que en varias ocasiones ha sido considerada
la mejor canción de los Beatles (y que, dicho sea de paso, es la
única canción escrita en siete cuartos que ha conseguido llegar al
primer puesto en los rankings estadounidense y británico). La BBC
pidió al grupo que escribiera una canción y la interpretara en vivo
para la primera transmisión de televisión satelital de la historia,
el 25 de Junio de 1967. Supuestamente, la canción debía representar
al Reino Unido, porque cada país de los que participaron en el
especial iba a mostrar algo característico de su país y su cultura.
John en cambio decidió hacer caso omiso de la invitación y compuso
All you need is love,
que, como cualquier oyente atento puede percibir, no es una
exhibición de cultura inglesa sino todo lo contrario, una
manifestación explícita de las ideas universalistas y pacifistas de
su gestor, las mismas que años más tarde inspirarían su Imagine,
tema que por supuesto no pudo
faltar anoche. A propósito de eso último, me pregunto si los
asistentes de anoche saben lo que “nothing to kill or die
for and no religion too”
quiere decir, y si acaso entienden que el musulmanismo no ha sido ni
es la única religión por la que se han matado personas a lo largo
de nuestra historia.
Por
supuesto, no soy de la opinión de quienes piensan que todo
arte tiene que ser
ideológico; yo soy más bien partidario de creer (en parte por mi
propia experiencia) de que el arte no necesita justificarse y que
cada creador puede hacer lo que le plazca con su talento; mi
reflexión está motivada más bien por la actitud de las personas
que compran el yogur light
de los Beatles-para-cuicos, que se ríen de los chistes pesados sobre
Yoko Ono y no comprenden, en definitiva, el arte que consumen, sea
porque nunca lo han comprendido o porque han hecho el ejercicio
consciente de ignorar todo aquello que no les gusta de él.
Háganse
las analogías pertinentes con lo que dije más arriba.
Inti Målai Perdurabo