lunes, 13 de octubre de 2014

Todo lo que necesitas...

Algo que siempre me ha llamado la atención de la música popular es que por regla amplia y general aquella que posee un cierto lineamiento político o compromiso social explícito es de izquierda o de “tercera opción” (léase: anarquismo, nacionalsocialismo, etc), mientras que las canciones y los grupos ideologizados “de derecha” son muy escasos, si es que acaso existen (yo nunca he escuchado alguno al menos).
Lo he comentado varias veces con amigos de formación filosófica más profunda que la mía en el área y siempre coinciden en que una de las aristas de la enajenación es, precisamente, la des-politización de todos los ámbitos de la vida social. Dicho menos en palabras del planeta Marx y más en palabras terrícolas esto es como decir que la gente de derecha por lo general se considera por encima o por fuera de “lo político” (entendido por supuesto en un sentido muy superficial), implicando con ello que no consideran que todo tenga contenido político, si es que acaso algo lo tiene, más allá de la política en sí (como las campañas electorales o la afiliación a los partidos).
Estas ideas me han hecho eco a lo largo de los últimos años, sobre todo por su instanciación en casos concretos; por ejemplo, cuando escuchaba a mis familiares-con-plata y a otros cultos e informados simpatizantes de la derecha denunciar que Camila Vallejos y otros dirigentes estudiantiles durante el movimiento de 2011 habían desvirtuado el problema de la educación al politizarlo. O si no, me ayudó a comprender por qué las listas de derecha para las federaciones estudiantiles no sólo de mi universidad sino de otras solían ofrecer en sus campañas completadas y actividades deportivas, y mofarse de la “tonto-gravedad” de los demás candidatos; y me ayudó a comprender en retrospectiva una confidencia que me hicieron una vez, de que los dueños y directores del diario The Clinic eran de derecha.
Esto conecta de forma más o menos cercana con otra reflexión (que ya he compartido en este blog, creo) según la cual llego a concluir que la ideología de derecha no puede defenderse a la vez racional y éticamente, lo que nos obliga a aceptar que la gente de derecha es, en general, o tonta o malvada. Esto como siempre lo defiendo abiertamente, y espero no ofender a nadie al decirlo, pero me parece que es un hecho concluso que las personas de derecha a) o bien no comprenden las consecuencias sociales (la profunda injusticia, la deshumanización del trabajo y la enajenación, la explotación humana y medioambiental, etc) que derivan de sus creencias y que no pueden ser solucionadas dentro del sistema (ya que se siguen por fuerza de necesidad de postulados básicos de su visión de la sociedad y la economía) o bien b) las conocen y están de acuerdo con ellas, si bien a la hora de emitir opiniones son más bien cuidadosos con la forma de hacerlo.
Esto explicaría, a mi parecer, por qué la música de derecha es en general tan vacía de contenido político; en general porque, desde la derecha, no hay mucho que defender ni mucho de qué jactarse. El capitalismo y sus múltiples variantes han explotado al mundo y a la gente durante los últimos (digamos) doscientos años, y no lo ha hecho en nombre de ningún ideal elevado que lo justifique, de ahí que la gente que se ha visto beneficiada por el modelo no quiera, por lo general, hablar de política, y prefiera asumir más bien la cómoda posición de apelar a esa “suerte que hay que tener al nacer”, como decía la canción de Ska-P. Eso también permite entender por qué los cantantes que no tienen lineamientos declarados de izquierda y apuntan a ese “otro” sector no escriban canciones de temática social y se centren en el amor, en las historias simpaticonas o en el “pa pa pa” del que se burlaban los Prisoneros; y explica a su vez que cuando sí escriben canciones con “conciencia social” lo hacen desde las categorías pusilánimes del sentimentalismo y la caridad de corte cristiana, como el caso de la abominable We are the world de Michael Jackson o la lloricona Another day in paradise de Phil Collins.
Todo esto tuvimos oportunidad de comentarlo anoche con Teresita (ella estaba de hecho un poco más molesta y contrariada que yo), luego de ir a escuchar al grupo Beatlemanía en el club deportivo Manquehue en Vitacura. Excepción hecha de la calidad del espectáculo (que, en mi opinión, y considerando que no es la primera vez que los escucho, dejó mucho que desear), lo que más nos llamó la atención fue la forma en que es posible extirparle el contenido político a una manifestación artística y convertirla, en el acto, en un producto vacío, liviano para el consumo y agradable para las masas. No creo que los Beatles sean un grupo ideológico de izquierda -ni mucho menos-, pero creo que es evidente que existe un potente contenido político de crítica y de subversión que es transversal a toda su carrera y a los genios detrás de sus composiciones, sobre todo en John. Había muchos y muy variados asistentes anoche (la magia del transporte público y las actividades gratuitas), pero la mayoría era (y debo decirlo con algo de tristeza) del mismo vecindario, o de las comunas cercanas (mal que mal, la actividad la pagaba y organizaba la municipalidad de Vitacura, como no dejó de recordárnoslo el despreciable hombre que presentó al grupo). La escena me recordó una anécdota que Mario Olguín, curiosamente, no contó anoche: la de los fabulosos cuatro tocando delante de la corte británica, cuando su líder dijo al público presente: “los que se sientan en el gallinero pueden aplaudir... a los de los palcos, basta con que hagan sonar sus joyas”. Por supuesto la gente hoy no usa joyas y ayer no se oía el tintineo, pero lo que sorprendía tenía en parte que ver con eso mismo: la gente allí presente que podría haber llevado joyas en otro tiempo (o ayer mismo, quizás, si la actividad no hubiera sido gratuita) había asistido a escuchar un tributo a ese grupo sensación de los sesenta, los récord de ventas en todo el mundo, la música que bailaban en su juventud, y no al cuarteto de adolescentes irreverentes de pelo largo, provenientes del humilde puerto de Liverpool, que descubrieron el sublime encanto de las drogas en sus viajes por la India y que, entre otras muchas cosas, fueron grandes referentes culturales de la revolución de las flores. Veían a Lennon como un “idealista”, alguien que “luchaba por la paz” y se “equivocó algunas veces”; celebraban todas esas canciones -alegres y entretenidas, no lo dudo- huecas del primer período de fama del conjunto de Liverpool, y se llevaban a casa la buena impresión de un gran espectáculo, familiar, simpático y acogedor, pero absolutamente enajenado del contexto de producción original de esa obra.
Lo más bonito fue el final, cuando cantamos todos a coro All you need is love, y una Teresita de brazos cruzados al lado mío me recordaba lo esencial de todo lo que estaba pasando a nuestro alrededor: “es muy fácil decir que todo lo que necesitas es amor cuando no eres un niño muriendo de hambre en África”. La acidez de su comentario (que, por supuesto, yo recibí como perfectamente atinado) me hizo pensar dos cosas: en primer lugar, la forma grosera en que el mensaje de la canción se había distorsionado en la cultura popular (no es un “Todo” amplio, sino sólo aplica a las cosas que uno intenta hacer, como cantar una canción o escribir algo, de acuerdo a lo que la misma letra dice. Desde ese punto de vista, no tiene contenido social porque nunca pretendió tenerlo), y la forma más grosera todavía en que se lo llenaba de una profunda carga de conformismo. Recapitulando en mi experiencia pasada, noté que con dos o tres significativas excepciones (los más grandes beatlemanos que he conocido), las personas que me sacaban la canción para ejemplificar algo siempre lo hacían en este sentido amplio y flojo, cómodo y hueco, el que la mayoría de esa gente anoche trashumaba y que mi polola me denunciaba entre dientes.
Esto por supuesto contrasta también con el contexto mismo en que Lennon escribió y presentó la que en varias ocasiones ha sido considerada la mejor canción de los Beatles (y que, dicho sea de paso, es la única canción escrita en siete cuartos que ha conseguido llegar al primer puesto en los rankings estadounidense y británico). La BBC pidió al grupo que escribiera una canción y la interpretara en vivo para la primera transmisión de televisión satelital de la historia, el 25 de Junio de 1967. Supuestamente, la canción debía representar al Reino Unido, porque cada país de los que participaron en el especial iba a mostrar algo característico de su país y su cultura. John en cambio decidió hacer caso omiso de la invitación y compuso All you need is love, que, como cualquier oyente atento puede percibir, no es una exhibición de cultura inglesa sino todo lo contrario, una manifestación explícita de las ideas universalistas y pacifistas de su gestor, las mismas que años más tarde inspirarían su Imagine, tema que por supuesto no pudo faltar anoche. A propósito de eso último, me pregunto si los asistentes de anoche saben lo que “nothing to kill or die for and no religion too” quiere decir, y si acaso entienden que el musulmanismo no ha sido ni es la única religión por la que se han matado personas a lo largo de nuestra historia.
Por supuesto, no soy de la opinión de quienes piensan que todo arte tiene que ser ideológico; yo soy más bien partidario de creer (en parte por mi propia experiencia) de que el arte no necesita justificarse y que cada creador puede hacer lo que le plazca con su talento; mi reflexión está motivada más bien por la actitud de las personas que compran el yogur light de los Beatles-para-cuicos, que se ríen de los chistes pesados sobre Yoko Ono y no comprenden, en definitiva, el arte que consumen, sea porque nunca lo han comprendido o porque han hecho el ejercicio consciente de ignorar todo aquello que no les gusta de él.
Háganse las analogías pertinentes con lo que dije más arriba.


Inti Målai Perdurabo