Hace algunas semanas me
sorprendí de escucharle decir a una de mis hermanas que en el
colegio el profesor les prohibía citar a Wikipedia en sus trabajos.
Esto, por supuesto, no fue una noticia muy novedosa para mí: cuando
yo estaba en el colegio esta prohibición corría de manera
transversal a todas las asignaturas, y en ese tiempo me parecía
natural que así fuera; era, sin más, otro de muchos sitios donde
podías acceder de forma rápida y sencilla a información completa y
con pocas garantías de fiabilidad.
Pero mi mundo en esos
años era más pequeño, sus cimientos eran más sólidos y el
conocimiento sobre todo era, tal como es para la mayoría de los
escolares, un corpus completo y bien conocido de verdades absolutas.
No creo que Wikipedia haya cambiado mucho desde entonces hasta hoy,
sólo ha crecido; y los colegios, por lo que se ve, al menos no han
mejorado. Entonces la única posibilidad es que yo haya cambiado,
porque lo que antes me parecía natural hoy me causó una profunda
impresión.
Pero ustedes, mis atentos
lectores, acaso podrán preguntarse: ¿qué es lo que tiene de malo
que Wikipedia no sea citable en estos días? Después de todo,
cualquiera puede entrar y modificar su contenido... ¿qué garantías
de fiabilidad nos entrega eso? ¿Sólo la buena voluntad de algunos
cerebritos que la protegen, gratis, en sus ratos libres, de las
informaciones maliciosas...?
Les voy a contar por qué
me pareció extraño, pero como es mi costumbre, primero me daré una
larga vuelta para contarles más anécdotas personales.
Volvamos en el tiempo a
mi octavo básico. Una profesora de cuyo nombre no quiero acordarme
(¡bien, sí lo recuerdo, sólo no quiero darlo!) nos dio un trabajo
grupal sobre la monarquía inglesa moderna. Como yo era un alumno
ejemplar y también lo eran mis amigos, dejamos el trabajo para
último día y ese día resultó que no pudimos juntarnos. Y nadie
estaba muy interesado en terminar el trabajo, por lo que yo me ofrecí
a hacerlo. El problema: en mi casa no había internet. ¡Pero! había
un objeto muchísimo más valioso, una joya invaluable, que lamento
mucho no poder tener en este momento en MI librero (está juntando
polvo en casa de mis padres): una edición de la Enciclopedia Salvat
del 76. Doce tomos a todo color llenos de la más pura y concisa
sabiduría humana.
Empeñoso y dedicado como
era en mis tareas, me senté en el pasillo de mi casa y comencé a
hacer el trabajo. Lo escribí primero en cuaderno, luego lo pasé en
limpio en computador, luego lo imprimí y lo entregué al día
siguiente, con el nombre de todos mis amigos. Como había que
especificar fuentes, y para no mentir, anoté: Enciclopedia Salvat,
1976.
Llega el día de la
entrega de los trabajos revisados, y mi profesora entra a clases
hecha una furia: ¡un espanto, los trabajos! ¡La peor cosa que había
leído en su vida! Pero lo que la tenía más indignada: que
“algunos” descaradamente habían tenido la osadía y poca
vergüenza de colocar en la bibliografía Enciclopedias, “cuando
era evidente que todo lo habían sacado de Internet”. Hubiera
levantado mi mano para contestarle, el problema es que eso implicaba
reconocer que yo había hecho el trabajo solo y el último día...
Mala cosa.
No les cuento esto sólo
para vanagloriarme de mi desempeño escolar o de lo rudimentario de
mis métodos de investigación, sino para destacar un hecho
significativo: en lo que concernía al contenido de los trabajos, al
parecer no se podía distinguir entre el que había sido hecho con la
edición de 1976 de la Enciclopedia Salvat y los que habían sido
hechos con el Rincón del Vago o la siempre despreciada Wikipedia.
Pero eso... ¿hablaba mal
del Salvat, o bien de Internet?
Los enciclopedistas
Hoy
Wikipedia cuenta con más de treinta y siete millones de artículos,
en más de doscientos ochenta y cuatro idiomas (de acuerdo con la
entrada Wikipedia en
Wikipedia), lo que la convierte en una de las más completas del
mundo y de la historia. En 2005 se le hizo una evaluación de
confiabilidad, comparándosela con la Enciclopedia Británica, y pasó
las pruebas más que satisfactoriamente (cabe destacarse que yo cursé
octavo básico en 2005). Pese a todo, todavía no puede citarse en
los colegios. ¿Por qué?
Realmente
es un tema, el de las enciclopedias. Tomemos por ejemplo el caso de
una tarea de historia. La profesora le da como deber a sus alumnos
investigar sobre un tema, Carlomagno, por decir algo. ¿Quién fue
Carlomagno? ¿Qué cosas hizo? ¿Qué se sabe de él, de su vida, de
su legado? ¿Por qué es importante saber acerca de él?
Este
niño, uno cualquiera de la clase, entrará en Internet y,
lamentablemente, no podrá copiar/pegar la entrada de Wikipedia
(“Carlos I el Grande, llamado Carlomagno (latín:
Carolus Magnus; alemán: Karl der Grosse; francés: Charlemagne)
(¿Herstal?, 2 de abril de 742, 747 o 748 –
Aquisgrán, 28 de enero de 814), fue rey de los francos desde 768
hasta su muerte, rey nominal de los lombardos (764–814) y emperador
de Occidente (800–814). Hijo del rey Pipino y de Bertrada de Laon,
sucedió a su padre y...”) por
lo que tendrá que conformarse con el segundo resultado de su
búsqueda: un sitio permitido y aprobado por la educación chilena,
Icarito (“Carlos, conocido posteriormente como Carlomagno
o Carlos I el Grande,
nació en Aquisgrán (Aix-la-Chapelle), Alemania, en el año 742.
Sobre su infancia, adolescencia y educación no se sabe casi nada;
solo que en el año 754, tres años después de que su padre, Pipino
el Breve, destronara al...”).
El niño podrá hacer
toda su tarea con la exuberante información que encontrará en
Internet, en todas esas páginas aprobadas por su profesor... pero si
sigue leyendo comenzará a leer cosas extrañas. Por ejemplo, que al
parecer... Carlomagno no existió.
¿Cómo, que no existió?
Sí, al parecer hay historiadores que piensan que Carlomagno no
existió. Que de hecho nada de lo que creemos que ocurrió entre los
años 600 y 900 ocurrió, incluyendo todas las maravillosas cosas que
le atribuimos al gran Carlomagno.
El niño tal vez decide
hacer su tarea sobre esta versión interesante que ha encontrado en
Internet. Toma su cuaderno, anota (o en su defecto lo hace como los
niños de hoy,
copia/pega/formatea/cambia-la-primera-línea-para-que-no-sea-googleable/imprime)
y entrega su tarea. ¿Nota? Un UNO.
¿Por qué nuestro amigo
se sacó un UNO? Porque citó páginas como marcianosmx.com,
portalnet.cl, y otras aparentemente serias, como
ecodiario.eleconomista.es o
elmundo.es, pero que claramente no son sitios para hacer una
tarea.
El niño, ingenuamente,
se había topado con la Teoría del Tiempo Fantasma, una especulación
alucinada de algunos arqueólogos, historiadores y hombres con muchos
títulos universitarios y poca inteligencia acerca de que los años
entre el Imperio Romano de Occidente y el Sacro Imperio Romano son un
fraude inventado por altas esferas intelectuales de la Baja Edad
Media. (¡Imagínense la nota que le hubieran puesto si hubiera
llegado al sitio de la Nueva Cronología...!).
El niño ha caído en la
trampa de la Sociedad del Conocimiento: donde todo, absolutamente
todo, está a nuestra libre disposición, allí, a un click en
el Google.
Pero por supuesto que no
todo ese Conocimiento es del “bueno”. Hay páginas con cosas
falsas, páginas con cosas inventadas, algunas con fines
humorísticos, otras como fantasías alucinadas de algunos retardados
mentales. ¿Cómo se distingue la “buena” información de la
“mala”?
Bueno, la “buena”
debe basarse en fuentes confiables. Ahora ustedes se preguntarán,
¿qué es una fuente confiable?
Una fuente confiable es,
vueltas más, vueltas menos, una fuente que pueda acreditar la
solidez de sus investigaciones y que haya sido aprobada por una
mayoría significativa de especialistas en la comunidad científica o
académica en torno al tema que se refiere.
Resulta que una fuente
confiable es, por ejemplo, una Enciclopedia. No Wikipedia, por
supuesto, sino que una buena enciclopedia,
una de esas que se venden impresas, que tienen más de seis tomos y
que vienen a full color,
y que fueron compiladas y redactadas por personas a las cuales les
pagaron para hacerlo.
Pero
esto es tema más peliagudo de lo que parece a simple vista.
Imaginemos
que yo quiero redactar una Enciclopedia. ¿Por dónde empiezo? De
partida, no todo el conocimiento que yo quiero colocar en ella está
en mi cabeza (sí, lo siento, admiradores míos, no soy tan sabio).
Claramente tendré que recurrir a otros.
Llamo
a algunos amigos, a muchos en realidad, y les pido todos sus
conocimientos. NO saben todo, por supuesto, pero están mejor
orientados que yo acerca de dónde y qué hay que buscar, en temas
específicos que yo no manejo. Así que comenzamos.
Llega
el día de compilar todo. Y me llega uno de los encargados de
geografía con la información de un río en un país pequeño de
algún continente lejano. Datos sobre sus crecidas, sobre sus litros
de agua anuales, sobre su extensión y sobre su anchura máxima. Allí
me cae la teja, y descubro que la cosa se vuelve un poco sospechosa.
“Disculpa” le pregunto, “¿de dónde sacaste esta
información?”.
Sin
dudarlo, me responde: “pues consulté a las autoridades del país,
que me dieron sus datos exactos”.
¡Ah,
una fuente confiable de información! De seguro ellos mismos tomaron
los datos del río, y como viven allá, saben dónde empieza y dónde
desemboca. Bien, entonces, acepto el artículo y lo agrego a mi
Enciclopedia.
Pero
de inmediato otra duda me surge. ¿Cómo sé que es cierto lo que me
dijo mi amigo? Pero, ¿por qué me mentiría? Más que mal, le pagué
para que hiciera la pega. Yo supongo
que lo que me dijo es cierto... ¿verdad?
Podría
ir yo mismo y llamar al país y pedir la confirmación de los datos.
Pero, ¿eso no sería lo mismo que tener yo que hacer toda la
Enciclopedia? Porque si lo hago con ese río, ¿por qué no hacerlo
con todos los artículos que todos mis amigos están escribiendo?
Bueno,
resulta que cuando se hace una Enciclopedia, hay varios especialistas
trabajando en los mismos datos, y se corrigen los unos a los otros
para que no haya fraudes ni engaños. Ciertamente esa sería la forma
correcta de proceder, y si yo tuviera que hacer una Enciclopedia, de
seguro así lo haría.
Pero,
momento... ¿no es eso precisamente lo que hace la comunidad de
Wikipedia?
Ah,
pero a la comunidad de Wikipedia no le pagan...
La
Sociedad del Conocimiento
Cuando
hace un par de años la Ley SOPA amenazó con botar Wikipedia,
recuerdo que lo comparé con un atentado a la humanidad similar
al(los) incendio(s) de la biblioteca de Alejandría. Wikipedia es, en
el río de información que corre por nuestros computadores, un
verdadero faro; un bastión donde toda esa información es
compendiada, revisada y exhaustivamente corregida por almas críticas
y amantes del conocimiento que están comprometidos con hacer surgir
algo que no había existido nunca en la historia de la humanidad: una
fuente de conocimiento de libre y -casi- universal acceso.
Pero
ahora alguien podría decir: ¿entonces dependemos exclusivamente de
la buena voluntad, del buen espíritu de los redactores? Y parece
poco sensato confiar en algo así, porque bien podría ser mentira
todo lo que esos revisores escriben en la Wikipedia. ¿Alguien se
dará el trabajo de revisar todas las fuentes confiables?
Lo dudo.
Pero
yo ahora pregunto: ¿qué confianza podemos tener entonces de todas
las Enciclopedias? En el siglo XVIII los grandes enciclopedistas
compilaron obras monumentales, gigantescas, las primeras
Enciclopedias Modernas, fuentes bibliográficas de importancia
titánica en los siglos siguientes. Resulta que, créanlo o no, gran
parte de las cosas que sabemos, que aceptamos y que defendemos acerca
de casi todas las cosas que decimos que ocurrieron antes del siglo XV
de nuestra Era dependen en un porcentaje altísimo de esas primeras
Enciclopedias, de sus fuentes -casi todas hoy perdidas- y de sus
infatigables redactores y revisores, quienes “de muy buena fe”
nos contaron las cosas tal cual pasaron.
Dice
la historia oficial que cuando todo se fue al carajo en Occidente y
el barbarismo asoló Europa, los monjes cristianos reunieron los
libros en sus monasterios y con una dedicación y cuidado
inquebrantables tradujeron, transcribieron y compilaron las grandes
obras de la antigüedad para que no se perdieran. Todos los libros de
la “lejana” antigüedad llegan hasta nuestros días de la mano de
esos incansables amantes de la verdad que “de muy buena fe”
transcribieron todos esos libros sin cambiarlos en el más
mínimo detalle.
En
toda nuestra historia hubo hombres muy buenos, amantes de la verdad,
que sin necesidad de presentar ninguna prueba escribieron con la
máxima objetividad hechos, vidas, obras, acontecimientos y procesos
políticos, sociales y culturales “de muy buena fe”, y nos los
legaron con la máxima precisión posible.
¿Existió
Carlomagno? Por supuesto, si después de su vida existieron numerosos
reyes y emperadores que gobernaron, hicieron y deshicieron y
consiguieron grandes cantidades de poder, gracias a que su antepasado
había sido un hombre tan maravilloso y extraordinario, que había
dejado por escrito que todas esas cosas les corresponderían a sus
descendientes. Por supuesto, todos estos descendientes tuvieron mucho
cuidado de destruir absolutamente todo lo que su gran antepasado
había hecho, e inmortalizarlo en sus pinturas, textos, edificios
reconstruidos, poemas...
¿Qué
necesidad habría de falsificar la historia? ¿Qué necesidad habría
de escribir un documento en el cual el Emperador Constantino
otorgara, supuestamente, la ciudad de Roma a los Papas de la
posteridad? No, no, no: todas esas personas deben haber actuado de
muy buena fe, porque
no podrían permitirse la atrocidad de dejar que en las Enciclopedias
del futuro figurara información falsa.
Los
Castillos en el Aire
Una
de las más grandes mentiras de la Ilustración hasta los días de
hoy todavía se enseña en los colegios: el derecho de pernada.
Supuestamente, en la Edad Media, el Señor Feudal tenía derecho a
pasar la primera noche con las esposas de sus vasallos. ¿Quién lo
dice? Pues los grandes humanistas. ¿Y por qué les creemos? Bueno,
¡porque fueron grandes humanistas!
¿Para qué nos mentirían, hombres tan inteligentes y tan amantes de
la verdad?
¿Sabía
usted de dónde viene el nombre “Edad Media”? Pues de estos
mismos ilustrados, enciclopedistas y humanistas del siglo XVII, que
la veían como un tiempo de oscuridad e idiotez entre la “gloriosa”
antigüedad clásica y el moderno renacimiento científico. ¿Sabía
usted que estos mismos hombres, que lo llamaron así, con ese nombre
tan justo y objetivo, son los que nos han contado gran parte de las
cosas que “obviamente” ocurrieron durante todos esos años? ¿Y
por qué les creemos? Bueno, porque eran personas sumamente
respetables, llenas de una enorme buena fe
y un gran amor por la verdad
objetiva.
Todo lo que sabemos o creemos saber se fundamenta, en última
instancia, en lo que otros dicen, en lo que otros han visto, en lo
que otros aseguran ser cierto. Nuestra Sociedad del
Conocimiento es un retículo muy bien articulado donde verdades,
mentiras, leyendas y recuerdos se entrelazan en una extraña alfombra
sobre la cual caminamos todos los días, pero que bajo ella no parece
tener un piso sólido al que podamos acceder.
¿Qué significa eso? ¿Qué todo es relativo, que la verdad no
existe, que debemos ser todos escépticos y abrazar el subjetivismo
radical? Nada de eso. Al menos, yo no lo creo. Pero considero que es
necesario tomar conciencia de esta realidad, por decirlo de alguna
manera, “peculiar” de nuestro conocimiento. ¿Quién fue
Carlomagno, Jesús, Pitágoras, Catalina de Medici? Leyendas. Sólo
leyendas. Cada personaje en nuestra historia no es tanto una persona,
sino la razón por la cual se han escrito, dicho y hecho muchas cosas
después. Por la que se siguen haciendo muchas otras.
¿Tiene sentido poner en duda la existencia de Jesús? No veo para
qué. El Jesús de carne-y-hueso, a estas alturas, es irrelevante,
tanto como, por ejemplo, el Pinochet de carne-y-hueso, (que por lo
demás ya se está pudriendo bajo tierra mientras su alma se pudre en
el infierno) tampoco es relevante. Son las cosas que se hicieron
desde ellos, las cosas que hacen y dicen los que creen en
ellos, lo que importa ahora.
¿Quién escribió el libro? No lo sé. Pero lo importante, es el
libro. Tal cual como llegó hasta mis manos, cuando lo leí, cuando a
partir de él tomé decisiones éticas y políticas. Cuando desde él
comencé a pensar tales o cuales cosas. Cuando escogí tomar partido
por tal o cual causa.
¿Cuál es la conclusión importante, trascendental, concisa y
significativa a la que quiero llegar? No estoy seguro, pero al menos
creo estar seguro de una cosa: no hay ningún problema con citar
Wikipedia en un trabajo escolar. O universitario. O de cualquier
tipo.
Después de todo, nadamos todos en la misma piscina.
Inti
Målai Perdurabo
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