“(...) por el
contrario, hallo que sólo puedo aceptar un sistema de conocimientos,
en el cual puedan caber sin mutilaciones los míos”
Moritz Schlick
“El principio puede
ser expresado positivamente: en asuntos intelectuales, sigue tu razón
tan lejos como te lleve, sin importar ninguna otra consideración. Y
negativamente: en asuntos intelectuales, no pretendas que son ciertas
las conclusiones que, o no han sido demostradas o directamente no son
demostrables. Esto entiendo como significado de la fe agnóstica, que
si un hombre mantiene completa e incorrupta, no deberá sentir
vergüenza de mirar al universo a la cara, cualquiera que sea el
futuro deparado para él”
Thomas Huxley
“La Mano Izquierda es
una postura esotérica, que
probablemente constituye la más remota
forma de relación del hombre con lo numinoso, el modo de
contacto o
vivencia mágico-religiosa de mayor
antigüedad, una especie de
creencia primordial. [El
concepto numinoso deriva de la palabra
latina
numen, y define toda creencia religiosa previa a
cualquier
monoteísmo o politeísmo, basados en un dios o unos dioses
personalizados; designa, pues, lo
suprahumano y el vigor místico de
la Naturaleza]”
Anton
Szandor LaVey
“¡Oh,
sabios! Encima de vuestros cálculos, está la unidad. La unidad es
el total de Dios. No hay cifra mil, no hay cifra dos; Dios sólo sabe
contar hasta uno. El cielo es una inmensa constelación. No hay dos
grupos de astros; sólo uno. No hay millones de lugares; no hay
millones de pies, no hay distancias en el cielo; sólo hay
vecindarios, sólo una familia, sólo un pueblo, y sólo un mundo.
Todas las pequeñas constelaciones son falsas en lo relativo y
verdaderas en lo absoluto, la Osa Mayor y Acuario y Orión son sólo
acoplamientos hechos para los ojos, y que no perturban la armonía
celeste; todos los astros se ven, se conocen, se atraen y se aman; se
buscan y se vivifican; y algunos se casan, algunos engendran y
algunos se sepultan; no hay astros solitarios, no hay astros
huérfanos, no hay estrellas viudas; no hay soles perdidos; no hay un
sólo rincón de la noche que esté de luto; no hay día abandonado;
¡no hay esfera alguna que no esté ella sola y por completo en el
núcleo del cielo!”
La
Sombra del Sepulcro
“Pero Dios no puede hacer nada vergonzoso ni querer nada contrario a la naturaleza. Que porque víctimas de alguna abominable perversión del espíritu nos hayamos metido en la cabeza alguna extravagancia infame, no es razón para que Dios pueda realizarla, ni que se deba contar con que tal cosa ocurrirá”
Celso
“Mucha gente se está
alejando de las iglesias para acercarse a Dios”
Alejandro
Jodorowsky
QT
era un robot construido para operar una estación espacial que
orbitaba la tierra desde la lejanía del hondo cielo. Dos humanos,
los únicos en todo el vasto desierto inoxigenado en el que flotaban,
lo ensamblaron y activaron, y esperaron a verlo entrar en funciones.
Pero algo no salió como ellos esperaban; QT (cutie)
se negó a aceptar la supremacía del hombre, porque su razón
(implementada en un sofisticado cerebro positrónico) no quiso
aceptar de buenas a primeras la verdad acerca de su origen. Su cuerpo
era de acero inoxidable, altamente superior al cuerpo orgánico y
cerebro neuronal, frágil y de rápida descomposición, de los
humanos. El robot, dotado de razón, utilizó el principio de
transitividad ontológica para llegar a una conclusión falsa.
Era
esperable que Cutie obedeciera al hombre, porque en efecto el
hombre le había creado; pero para Cutie era altamente
improbable que aquello fuera cierto. La fábula de estos seres de
carbono de que existía, más allá del velo oscuro tras la ventana,
un lugar llamado “La Tierra”, donde los hombres vivían y creaban
al robot, le parecía demasiado ilógica.
Cutie
era un robot racional. Y dotado de razón, ¿cabía esperarse
que confiara en algo más que en su razón? ¿Tiene acaso algo más
que su razón? El curioso filósofo de metal en pocas horas llega a
la certeza cartesiana (“Yo, por mi parte, existo, porque
pienso...”), y de ahí a la Gran Intuición: “Evidentemente, mi
creador debe ser más poderoso que yo y, por lo tanto, sólo cabía
una hipótesis (…) ¿Cuál es el centro de las actividades aquí en
la estación? ¿Al servicio de quién estamos todos? ¿Qué absorbe
toda nuestra atención? …Estoy hablando del Señor”. ¿Y quién
era el Señor? Pues, ni más ni menos, que el Transformador de
Energía de la Estación Espacial.
Ante
los ojos de sus horrorizados creadores, que no consiguen reparar
argumentalmente el error del robot, ocurre el surgimiento de
una religión completa en torno al inerte motor del complejo
espacial; ellos mismos son puestos fuera de “Tierra Santa”,
confinados a ser los huéspedes del Señor pero despojados de toda su
autoridad por el robot y los robots que ahora se arrodillan ante él
y le llaman Profeta. Y su espanto no puede ser menor; la Estación
Espacial protege a la Tierra de unas peligrosas tormentas
electrónicas, y sin ellos al mando, es seguro que la humanidad está
perdida; y se acaba el tiempo, la tormenta se acerca...
¿Cómo
creen que termina la historia? El final es sorprendente: Llega el
día, la tormenta azota la Estación Espacial, y los dos humanos,
abatidos, se lamentan la destrucción de su hogar... pero nada de
eso. Llega Cutie con los últimos reportes: La tormenta ha
sido atajada con éxito. A decir verdad, más que con éxito: con
precisión matemática. Precisión sobrehumana. Precisamente,
para lo que Cutie había sido construido.
¿Cómo
podía ser? La explicación era increíblemente simple; Cutie no
creía en la existencia de la Tierra ni en los humanos, pero creía
ciegamente en su Señor. Y el Señor le había mostrado,
racionalmente, que todo el mundo (léase, la Estación
Espacial) había sido construida con un propósito. Y ese
propósito era atajar las tormentas electrónicas. Sólo
atajar las tormentas electrónicas, y nada más. Cutie y su
delirio mesiánico, finalmente, no eran un error de cálculo, sino
tan sólo un pequeño e inocente epifenómeno de la máquina.
Ahora, veamos; la relación entre el hombre y el robot, ¿es la misma
que la relación del hombre con sus dioses? En definitiva, la
pregunta de hoy: ¿quién creó a quién?
Es
altamente improbable que el hombre haya creado a Dios, porque Dios es
todo lo que los hombres no son, él es todo lo que ellos no pueden
llegar a ser: perfecto, omnisciente, todopoderoso. Pero fue la misma
conclusión que sacó Cutie. ¿Son los dioses los robots del
hombre, creados para evitar la destrucción del planeta, puestos en
las órbitas eternas del mundo supralunar por nosotros mismos
para protegernos de las gigantescas tormentas de electrones que
podrían destruirnos? ¿Es el primum mobile que nuestros
dioses aman con fervor un mero epifenómeno de su deber divino, un
mero Transformador de Energía en el centro del cielo?
Cuando
el hombre crea al robot, lo hace con un propósito; el mismo
que tiene el hombre que crea a sus dioses: ponerse a
resguardo. El universo es demasiado grande, inspira demasiado temor.
Un peligro todopoderoso sólo puede ser atajado y prevenido por un
Protector igual o más poderoso que el peligro que debe contener.
Porque
si Dios hubiera creado al hombre, ¿con qué propósito lo habría
hecho? El hombre está para ser protegido por el robot, para ser
amado por él, para ganarse su gratitud. El robot mismo es altamente
superior, no se inclina ante él, pero le sirve. ¿No cumple acaso,
para el hombre de fe, su dios una función similar? Los dioses del
hombre son sus robots psicológicos.
Ninguno
de los dioses de los hombres es Dios. Dios no tiene propósito,
porque el propósito sólo existe para aquello que tiene un fin, y
todo lo que tiene un fin tiene un comienzo. Y si tiene un comienzo,
existe algo anterior. Y nada puede existir antes que Dios, o tendría
que haber otro Dios detrás. Y ésta es una de las maravillosas
conclusiones de la filosofía de Platón.
Pero
falla Platón, y donde falla Platón, fallaron también todos los
cristianos tras él; Dios no es el bien. Dios es el más grande de
los sinsentidos: el sinsentido de la existencia. Existimos porque
sí. Y Dios es lo único que
justifica esa respuesta. Esta intuición, tanto más poderosa por
cuanto más la avala la razón, tiene una conclusión hermosa y
crucial: somos libres.
Somos
libres, porque existimos para existir, y estamos donde estamos porque
podía ser que estuviéramos y estuvimos por virtud de ello. Todo es
un milagro, por lo tanto, nada es realmente milagroso.
Dios
ha creado todas las cosas del mundo, pero el quehacer humano no es
una cosa del mundo,
más bien una combinación de cosas; una posibilidad. Y el ser o no
ser de ella, depende por entero del hombre. No existe el bien, porque
no existe el mal; sólo existe el ser.
Dios
es circular; sólo puede contar hasta uno. Está vuelto sobre sí
mismo, se mira el ombligo, gira y es feliz.
Todas las cosas se conservan en él, cambian, sin agregar ni quitar
nada al todo. Pero él permanece.
Las
estrellas se preguntan por Dios, igual como nosotros nos preguntamos
por nuestra existencia. Ninguno de los dos es más evidente cuanto
más misterioso que el otro.
De
Dios sólo cabe esperar tautologías. Él es obvio.
Dios
no puede escribir libros, ni decir a los hombres lo que pueden o no
pueden hacer; prohibir atenta contra su naturaleza; esperar cosas de
los hombres, atenta contra su naturaleza; manifestarse en secreto
atenta contra su naturaleza. Dios dice: Yo soy el que soy.
Pero el que dice: Diles
que Yo soy el que Soy; ése no
es Dios.
Dios
no premia, Dios no castiga; la naturaleza del hombre es ser libre, y
Dios ha permitido esa naturaleza. ¡Qué primitivo, qué sucio es
atribuir estados mentales a Dios! Si tuviera mente, no existiría el
mundo; todo lo consumiría en su imaginación.
Dios
es obvio, todo lo que se diga de él debe ser obvio, debe estar vacío
de información, debe ser autoevidente. Dios es la verdad vacía.
Dios es la identidad del todo con el todo. Dios es la respuesta
inútil, Dios es la palabra ociosa. Dios está en todo y todo está
en Dios; por eso hablar de Dios no tiene sentido alguno; porque él
no lo tiene.
No
se puede creer en Dios, o no creer; él es indiferente de los estados
mentales que buscan referirle. Él está, y porque él está,
nosotros existimos. Y listo.
No
es cierto que todas las religiones llevan a Dios; de hecho, ninguna
lo hace. Todos sus dioses son robots, son soluciones ad-hoc al miedo,
son explicaciones vulgares para experiencias límite y alucinaciones
de causa desconocida. Si alguno de esos dioses postulara a ser Dios,
su religión se desvanecería, y sus seguidores tendrían que volver
al mundo; el mundo donde las cosas no tienen sentido ni destino; sólo
son lo que son, no son nada más, y se puede hacer con ellas
exactamente lo que con ellas se puede hacer.
Dios
es la estúpida conclusión de un razonamiento estúpidamente simple:
si las cosas existen, entonces, ellas existen. Las cosas existen.
Ergo, ellas existen. Y como existen, entonces Dios existe, porque
ellas existen.
Por
eso no soy enemigo de las religiones; sólo de las pretensiones
religiosas. No soy enemigo de la moral; sólo de las pretensiones
morales. No soy enemigo de los creyentes; sólo de los prosélitos.
Los profetas son locos que ven en la cordura de los demás la locura
de no estar igual de locos que ellos.
Pero
no todos pueden mirar a la naturaleza a la cara; no todos pueden
enfrentar el mundo desnudo, no todos pueden sostenerle la mirada a
las maravillas del universo. Para todos ellos, venden robots. Para
todo ellos, hay alguien trabajando en el cielo y deteniendo las
tormentas de electrones. Y nada puedo decir sobre ellos, más que son
lo que son.
Las
guerras, la muerte y la destrucción no son errores cósmicos. Ellos
son lo que son, porque podían llegar a ser, porque Dios las ha hecho
posibles. Dios sólo provee las posibilidades. Es cierto que para
Dios nada es imposible, porque lo imposible es imposible.
Si
existen las guerras, la muerte y la destrucción, es porque las hemos
elegido. ¡Qué puede ser más irresponsable y flojo que ver en
nuestros errores un error del mundo! ¡Qué irresponsable parece ver
en nuestros proyectos
el proyecto de alguien más,
que prepara una reivindicación!
Matar
no es bueno, pero tampoco es malo: es posible. La Guerra no es buena,
pero tampoco es mala: es posible. El hambre, la destrucción, la
pobreza, el abuso de poder, la injusticia, son cosas que pasan. Y
pasan porque son posibles. Y son posibles porque los elementos de su
combinatoria existen. Y ellos existen porque existe Dios. Y eso es
todo.
Dejar
de matar también es posible. La Paz también es posible. La
justicia, la democracia, la libertad, el respeto, son posibles. Su
consecución depende de la elección de los hombres. Si ellas no han
llegado a ser, es por el esfuerzo de hombres que no han querido. Y
eso es todo.
Si
algo es posible, entonces es necesario que sea posible. Si algo
existe, entonces era posible que existiera. Y esto es todo lo que
sabemos de Dios. Todo lo que él nos puede decir. Y nada más.
En
Dios el silencio. En Dios la futilidad. En Dios todo.
No
me gusta identificarme con el agnosticismo, porque hoy por hoy la
palabra se ha contaminado con un dejo de indiferencia y de
materialismo que me es muy molesto; yo creo en lo que es posible,
pero no creo conocer todas
las posibilidades; sólo Dios las conoce. Si la naturaleza tiene
fuerzas ocultas, si existen seres extraterrestres, si existen seres
trascendentes, si existen fuerzas mágicas en la tierra, en los
hombres, en las cosas, todas ellas existirían porque Dios existe. Mi
teología es tan verdadera, que llega a ser fome. Y lo es, de hecho.
Pero por lo mismo, es irrefutable.
Yo
no creo en Dios, porque para mí la existencia de Dios no es materia
de creencia, sino que es algo evidente e irrefutable. Y por lo mismo, no tiene sentido. Sólo el arte,
la ciencia, la filosofía; la magia, la poesía, la música; sólo lo
que es relativo al hombre, a los objetos del mundo, a lo posible,
tiene sentido. Y me gusta sentirme lleno de sentido, y buscarlo lo
más posible.
Escapar
de la fe es, quizás, el acto más auténticamente libre del ser
humano; porque negar la religión en lo profundo del corazón, en lo
más hondo del alma, es llenar de sentido la vida propia en virtud de
ella misma, y es por lo tanto abrazar, de una sola vez y para
siempre, la única conciencia cierta que se puede tener: que
existimos, y que existe Dios. Todo lo demás viene por añadidura y
depende exclusivamente de nosotros mismos.
Inti
Målai Perdurabo
NOTA: El cuento que conté al principio se llama "Razón" y pertenece al libro "Yo Robot", de Isaac Asimov.
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