Cuentan las malas
lenguas que estando un día John Locke sentado con sus amigos en su
casa conversando de cosas livianas y entretenidas – de Metafísica,
de hecho – empezaron a enredarse lentamente en la conversación
hasta que al final ya no pudieron avanzar nada más. Entonces al
amigo Locke se le ocurrió que quizás el error radicaba en el punto
de partida, y que antes que seguir buscándole salidas al asunto lo
más sano sería volver atrás y plantearse nuevamente aquello que
habían dado por sentado de antemano. Bueno, me siento un poco como
John Locke, pero no precisamente en materia de Metafísica – sino
una mucho más aburrida.
Mi conclusión no es
para nada nueva, mis premisas tampoco. Sin embargo les vengo a
exponer mis razones y mis formas de razonar, donde creo que, aunque
no probablemente novedad, sí hay originalidad.
La idea central de
todo este ensayo será algo que llamaré de forma más o menos
antojadiza la “frontera gestáltica” (me gustan los nombres
pomposos). Las intuiciones originales de la frontera gestáltica ya
son añejas en mi cabeza; en mi último año en el colegio mi maestro
Riveros se ocupó de entretenernos leyendo a teóricos de la cultura
y sociólogos latinoamericanos, y desde ese marco teórico
desarrollamos con mi socio Pablo S. Mac-Evoy un documental sobre
Osorno, y en el que se encuentra el germen central de esto que llamo
“frontera gestáltica”; por lo que el mérito de ella en estricto
rigor pertenece a mí, a él, y a Riveros y sus amigos
(Martín-Barbero, Canclini, entre otros).
Hay también otras
influencias más cercanas, las que menciono sólo porque hoy leí un
trabajo casi en su integridad plagiado de otro y estoy sensible con
lo de darle a cada uno su crédito. Un ensayo que tuve que hacer
sobre Karl Popper y su método para las Ciencias Sociales parece ser
lo que me picó con el bicho de masticar de nuevo estos temas; unas
lecturas que tuve que hacer de Kuhn, Nietzsche, de Feyerabend y la
refutación Agustiniana de los maniqueos (rara la mezcla, ¿eh?) que
me aportaron en alguna medida un banco conceptual amplio con el cual
defenderme; y finalmente, un cartel en la Facultad anunciando ciclos
de charlas sobre “Marxismo Trotskista”, que me hicieron caer en
la cuenta del gravísimo error sobre el cual hay que echar manito de
gato con urgencia.
Téngase pues presente
que esta propuesta que presento aquí es la conjunción, el “espacio
común”, si se quiere, de varios otros trabajos, sistemas, teorías
e ideas que en sí mismas son todas más elaboradas y mejor
desarrolladas que lo que yo soy capaz de hacer; léase pues este
ensayo, más que como una discusión cerrada, como una invitación a
la reflexión en torno a los temas propuestos y su manera de
abordarlos. Por lo mismo agradezco críticas, rectificaciones,
correcciones y, por qué no, alabanzas, si las mereciera.
Llamé a este ensayo Para
superar “La Lucha”. Aunque podría haber especificado que me
refiero a “La Lucha de Clases”, es importante no hacerlo, porque
esta “Lucha”, esta Lucha-con-mayúscula, en
muchos aspectos es más que la Lucha de Clases; es un ideal
revolucionario poliforme, un fantasma utópico que se escapa de las
imágenes y las palabras, es como un soplo en la mente, una
iluminación fugaz, un llamado imperioso a la acción... pero no al
fin. Esto me parece de la mayor importancia y señalaré de inmediato
por qué.
Si
“La Lucha” fuera teleológica, es decir, si tuviera dativo:
verbigracia “Lucha por la Educación”, “Lucha por la Salud”,
“Lucha por la Igualdad”, cada una de esas palabras agregadas
sugiere un nuevo campo, una nueva pregunta: ¿qué
Educación? ¿qué
Salud? ¿qué
Igualdad? Así, aparece a su vez una nueva especificación, un dativo
particular: “Lucha por la
Educación Gratis”, “Lucha por la Educación Libre”, “Lucha
por la Educación de Calidad”, etc. Dativo particular que a su vez
nos permite introducir diferencias de modo: ¿Gratis en qué
sentido? ¿Libre en
qué sentido? ¿Calidad en
qué sentido? Y así, como
vemos, podemos seguir remontándonos hasta el infinito.
De
igual manera, si fuera “Lucha de Clases”, podríamos preguntar:
¿Qué Clases? Y nos
pasaría lo mismo.
Todas
las especificaciones son conflictivas y tienen su qué de diferencia;
sin embargo, hay un punto de partida común, una pregunta
insobornable, arraigada en la más poderosa intuición del ciudadano
con conciencia social:
ella es, la de la necesidad de La Lucha.
A
esta necesidad de Lucha podemos llamarla también necesidad de
reformas, necesidad de cambio, dinamismo, activismo, etc. Su génesis
reposa sobre dos premisas básicas: Primero, las cosas no están
bien (sea lo que sea que “bien” signifique) y
segundo, alguien tiene que hacer algo.
En un
ensayo anterior (Una Crítica a la Crítica Social) ya me
referí a lo que llamo ser “espectador en conciencia”. En aquella
oportunidad lo distinguí tanto del ciudadano “activo”, como del
ciudadano “pasivo”; bueno, del primero estoy hablando en esta
ocasión.
Todo
ciudadano activo es un luchador social, indiferente de sus
métodos y sus móviles; algunos hacen campañas de alfabetización
de adultos, otros levantan barricadas. Lo que entiendo entonces con
este concepto mayúsculo de “La Lucha” es, sencillamente, el paso
al acto de un ciudadano en conciencia, que se basa, en mayor o
menor grado, en la convicción de que las cosas están mal y hay
que hacer algo para mejorarlas.
En
poder de esta aclaración conceptual (que no es inocua) puede ser
chocante reconsiderar el título de mi ensayo: Para superar La
Lucha. ¿Qué es lo que entiendo exactamente por “superar”,
y qué consecuencias veo en ello?
Primero
que todo, (o “segundo”, porque lo “primero” fue la aclaración
conceptual que acabamos de terminar) quiero hacer ver que: 1)
“superar” no es aquí sinónimo de “suprimir” ni “eliminar”,
más bien lo tomo en un sentido de “perfeccionar”, y 2) lo que se
busca superar es La Lucha, no el espíritu activista, o la conciencia
social, o cualquier otra cosa que parezca estar emparentada con La
Lucha.
Igual
como Dr. House (disculpando lo quizás vulgar del ejemplo) cambia de
diagnóstico cuando un tratamiento no provoca mejorías en el
paciente, me parece bastante sensato suponer que la sociedad funciona
igual; si un tipo de tratamiento no la cura, no significa que el
tratamiento esté mal, sino que la enfermedad ha sido
mal diagnosticada.
Ha
calado hondo y profundo, sobre todo entre las izquierdas nacionales y
del mundo, el concepto marxista de “Clase social”. Tanto es así,
que casi parece un hecho confirmado el que las clases sociales
existen, no como una denominación sino como un ente propio del
mundo. No soy un experto en marxismo pero no necesito serlo
tampoco; me interesa el concepto liviano, el concepto básico, más
irreductiblemente simple, y ése no es el de los textos sino el de la
gente: La clase social es una “propiedad” esencial (en el
sentido lógico) del hombre que vive en sociedad, y puede dividirse
de forma más o menos laxa en dos grandes grupos: La Alta y la Baja.
La que tiene el Poder, la que es Oprimida. La Burguesa y la
Proletaria. Explotadores y Explotados.
Marxistas
o no marxistas, comunistas o centralistas, moderados o radicales,
encapuchados o voluntarios de caridad, e incluso los que son
abiertamente enemigos de la izquierda, los que ganan mucha, y
demasiada plata, los noestoyniahístas y misarquistas que van a misa
en las más variadas iglesias cristianas y no cristianas, parecen
asumir y concordar con la distinción “meramente formal” o “de
nombre” entre las Clases Sociales Altas y Bajas. Algunos ven en
ellas un orden del destino; otros, un capricho del azar, o una
disposición divina; los hay quienes creen que es una manera de
generalizar el resultado responsable del esfuerzo de las personas (la
versión que a mi parecer es la más estúpida y por lo mismo la más
inútilmente defendible, no en vano quienes la predican no son
capaces de avanzar un solo argumento no-inductivo para justificarse),
y los hay finalmente quienes creen que ellas son la condición de
posibilidad de una dialéctica materialista que da significado a la
historia. Todas estas versiones -y otras- son disímiles entre sí,
incluso profundamente adversas, pero parten de una misma y única
base: que las Clases Sociales son el nudo central, el “gran
problema” de los problemas de la Sociedad Actual (y de toda
sociedad, en algunas versiones fuertes). Tanto los de derecha como
los de izquierda, tanto los que dicen que “hay que darle a todos
las mismas oportunidades” como los que dicen que “es imposible”,
o los que aseguran que “no es posible erradicar la pobreza”
contra los que dicen que “los recursos están”, concuerdan en
este último punto.
Hemos
visto desfilar ante nuestros ojos, uno tras otro, Gobiernos, Estados,
Presidentes, Filósofos, Sociólogos, Guerrilleros, y todos han
tratado de solucionar el problema, han emprendido “La Lucha”,
pero nunca, ninguno de ellos, ha llegado a una conclusión que nos
deje conformes; es más, podemos decir que ni siquiera nos han
acercado. Todos sus proyectos, por bien que comiencen, por mucho que
duren, acaban por fracasar, y hasta hemos visto cómo los mismos que
los impulsan con tanta convicción en un principio, luego son los más
férreos detractores de ellos.
Seamos
como Dr. House, y pensemos: El cuerpo [social] está enfermo;
convenido. Le he diagnosticado: clasismo. He atacado la
enfermedad con todos los remedios que se me ocurrieron; a pesar de
ello, ninguno llega a curar el malestar del cuerpo, y mientras se
invierten los esfuerzos, él, inevitablemente, sigue empeorando su
condición. Bien, ¿Qué hago? ¿Qué haría Dr. House?
Tal
vez... la sociedad no padece Clasismo.
Está
claro que el clasismo existe, que hay gente clasista, que hay
discriminación; yo no me refiero a ése clasismo, sino que he
llamado así al hecho de considerar que son las clases sociales el
núcleo de los problemas de la sociedad, el “órgano enfermo”,
el cáncer de ella. Toda Lucha orientada a combatir el Clasismo, sea
fundiendo las Clases, sea destruyéndolas, sea integrando la una a la
otra, es fútil, ¡porque las Clases Sociales no son las del
problema!
Pero
si ellas no son el problema, ¿qué lo es?
Los
Maniqueos eran una secta cristiana (o pseudo-cristiana) que creía,
entre otras cosas, que coexistían dos fuerzas igualmente poderosas
en lo absoluto del ser: el Bien y el Mal. En un combate místico en
el albor de la existencia el Mal logró conquistar una parte del
terreno del Bien, envolviendo las pequeñas partículas de éste, y
creando el mundo visible. Los Maniqueos eran materialistas (¡esto
sí que es extraño!) y creían que la luz era el Bien y la oscuridad
era el Mal; luego, para ayudar al Bien en su lucha contra el Mal,
había que comer naranjas y otras frutas claritas, y evitar
las lentejas y otras frutas oscuras (no los estoy palanqueando,
es cierto), entre otra sarta de imbéciles preceptos que ya se podrán
imaginar.
San
Agustín pasó no menos que nueve años en el interior de esta secta
de charlatanes, hasta que finalmente se convenció a tal punto de la
“inexactitud” (por no decir ESTUPIDEZ) de sus doctrinas, que los
abandonó. Pero, como hombre de letras y filósofo de corazón que
era, no podía irse sin un buen motivo, y ése fue -básicamente-
éste: si Dios es todo lo que los cristianos creen de él, entonces
no puede haber una pugna entre el Bien y el Mal, porque el Mal sería
completamente estéril y su batalla ya estaría de antemano perdida;
porque si el Mal tiene posibilidades de ganar, luego el Dios Bueno no
es omnipotente, y si no tiene posibilidades de ganar, entonces no hay
nada que justifique su presencia: es inútil.
Pero
Agustín necesita, de todas formas, hacerse cargo del problema del
Mal. Un resumen aforístico de su conclusión sería: El Bien existe,
y el Mal no es sino la sombra, el error o la ausencia de él, en
algún grado.
La
diferencia entre los sistemas maniqueo y agustiniano, es que en este
último no hay dualismo, sino monismo: el Sumo Bien, que es Dios, ha
creado a todas las cosas buenas, y cada una de ellas es más o
menos buena que otras sólo en términos relativos.
Hagamos,
pues, otro tanto; si la noción de Clases Sociales nos causa
problemas -o nos lleva, década tras década, a ellos-, deshagámonos
de ella. La solución puede hacerse (y con esto no estoy queriendo
decir que los marxistas sean maniqueos, aunque quizás en un sentido
muy especial sí lo esté pensando) en el mismo sentido que la hace
San Agustín: No existen las Clases Sociales, sino LA Clase Social.
“Lo” Social.
Como
bien decía la abuelita de Sancho Panza, hay sólo dos tipos de
personas en este mundo, que son: el tener, y el no-tener. Y ellos en
realidad son sólo uno: el tener, que puede ser en mayor o en menor
grado.
Si
sólo hay una Clase Social, y toda distinción realizada mediante su
auxilio es “relativa”, ¿nos sirve de algo en el diagnóstico? Yo
creo que no...
¿De
dónde hemos de retomar el Problema Social entonces? No de lo
económico, es decir, de lo materialista-histórico, de lo clasista.
Si vamos a entender la Sociedad primero tendremos que abandonar la
antigua creencia en las Clases Sociales y la consiguiente Lucha por
su síntesis dialéctica, es decir, hemos de suprimir el mito de
Robin Hood; superar, en definitiva, la esperanza de conseguir la
mejor sociedad mediante la repartición equitativa de
las riquezas. Nótese el uso de cursiva.
El
concepto de focalización lo aprendí en clases con mi maestro
Riveros. No recuerdo en este momento de quién lo tomó él, -en ese
tiempo lo sabía- pero alude principalmente a lo siguiente: los
individuos significan su ciudad en función de la atención
que fijan en tales o cuales elementos de ella; igual como un
lente de cámara es capaz de enfocar más tales elementos o tales
otros, de manera que de una misma habitación salgan varias
fotografías diferentes, los ciudadanos ven sus espacios comunes de
maneras diversas, por poner el ejemplo más burdo, un mismo barrio
puede ser acogedor para unos y peligroso para otros, porque lo que
para los primeros es “normal”, para los segundos puede ser una
imagen de la mayor importancia (por ejemplo, un hombre
durmiendo en un umbral).
Lo
crucial de todo esto -y que fue el corazón de la conclusión final
de mi investigación con maese Pablo, dicho sea de paso- es que la
teoría de la focalización, entre otras, lleva a la siguiente
conclusión: no existe tal cosa como “la” ciudad, sino que
estamos hablando de muchas ciudades distintas (no en sentido
figurado, sino en un sentido concreto y real) que se configuran en
torno a los mismos espacios; igual como en los juegos ópticos de la
Gestalt algunos ven dos rostros mirándose y otros ven una copa,
siendo que la imagen es una y la misma. La condición psicológica,
cultural del individuo determina la ciudad de la que él participa.
Digámoslo
de una vez: No existe una Sociedad dividida en dos grandes
Clases Sociales; sino que existe una Clase Social, dividida en
múltiples Sociedades. Cada una de ellas, es una cultura, es
un tipo de ropa, un tipo de música, de comida, de forma de peinarse,
de hablar, de considerar bello o feo a otra persona, de caer bien o
caer mal; es una Nación, conformada de individuos, con espacios
comunes e historia común.
Desde
la ubicación de esta nueva distinción introduzco el concepto de
“frontera gestáltica” para caracterizar el problema social en
los nuevos términos, y ofrecer un nuevo y mejorado concepto de
Lucha.
¿Qué
es la “frontera gestáltica”? Imaginemos que en presencia del
dibujo de la copa-caras, la persona que ve los rostros de perfil no
sea capaz de ver la copa, y a su vez quien ve la copa no sea
capaz de ver los rostros. ¿Cómo podrán ellos ponerse de
acuerdo en torno a lo que decir sobre la imagen que tienen delante?
Será difícil incluso intentar ponerle un nombre. Con suerte
llegarán a palabras ambiguas y fantasmagóricas como “La Imagen”,
o “Lo dado”, y sobre ella no podrán ni siquiera decir que “es
negra” o “es blanca”. Bueno, en la sociedad ocurre, a mi
parecer, de manera más o menos similar: cada hombre no es capaz
de ver la ciudad del otro, salvo que le sea un conciudadano
cultural. La “frontera gestáltica” es, a simple vista,
insuperable. Los buenos de unos son los malos de otros, los
delincuentes de estos son los héroes de aquellos. Aquí veo
vandalismo, aquí veo arte. Aquí veo un amigable espacio público,
aquí veo hostilidad clasista. Aquí veo integración, aquí veo
centralismo. Una y la misma cara de la moneda muestra a la vez cara y
cruz, dependiendo de quién la mire.
El
intento por estudiar de manera general la Sociedad, ha llevado a
tener que ponerle nombre a “lo común”, y se ha llegado por esas
vías a teorizar en torno a conceptos tan ambiguos y fantasmagóricos
como “El Pueblo” o su “Dignidad”. La noción de Clases
Sociales no es sino el fruto muerto de uno de estos infértiles
intentos, y representa por tanto la putrefacción de “La Lucha”
que se basa en ella.
Por
lo tanto, superar la Lucha implica superar el Clasismo. Él no debe
ser visto como el origen del malestar de la Sociedad, todo lo
contrario, él es la consecuencia. El verdadero malestar consiste en
intentar ponernos de acuerdo en torno a algo que no nos es común,
esto es, la cosa-en-sí social, y por lo tanto la solución no
es hacer algo para mejorar la sociedad sino buscar la
manera de comunicarnos más allá de la frontera gestáltica.
Porque
hay algo que a pesar de todo este análisis no podemos dejar de
concederle al anterior: que hay quienes detentan poder, que existe la
posibilidad material de solucionar los problemas, de aliviar el dolor
de las personas, y que debemos hacer algo por que ese poder sea
redirigido. ¡Pero! No en tal o cual dirección;
cualquier propuesta que se haga por esta vía resultará igual de
hegemónica. Lo que debemos hacer es intentar comprender la
ciudad que ve el que tiene el poder, y buscar la manera de
entendernos con él/ellos.
La
Comunicación entre las ciudades representa por tanto el más
difícil y osado desafío del “nuevo” activismo social; él ya ha
comenzado a moverse, tal vez no con los mismos conceptos que usé yo
aquí, pero indudablemente que partiendo de una intuición general.
La nueva Lucha ya no es por tanto una “Lucha”, más bien un
“Diálogo”, un trabajo que tiene más de diplomacia que de
militarismo. El Encapuchado que derriba un semáforo está queriendo
decir algo; y el Senador que se sube el sueldo sin hacer otro
tanto con el sueldo mínimo está queriendo decir otra cosa.
No sabemos -o no tenemos clara certeza- de qué dice cada uno;
nuestra misión debe ser la de traducir.
En
poder de la comunicación, ya nada importa la “Clase”, la
“condición económica”, el grado de “tener”; la Sociedad
podrá orientar sus esfuerzos a responderle a sus miembros, no
a castigar o servir, como ha hecho o ha procurado hacer hasta
ahora. De partida, nada importan las pretendidas “clases sociales”
en la configuración de la ciudad gestáltica: una y la misma plaza
puede ser compartida en el mismo sentido por dos peatones que
se encuentran en ella, indiferente de cuántos autos tiene cada
uno en su casa.
El
advenimiento de este cambio de paradigma (que no estoy ni
profetizando ni promulgando, sólo ilustrando) hará desaparecer el
argumentum ad hominem de nuestras contertulias políticas y
sociales; y será el primer y mejor síntoma de mejora en el cuerpo
enfermo.
Ahora,
hay que ver que el panorama original de mi ensayo anterior (Una Crítica a la Crítica Social) cambia radicalmente con este otro.
Allí el papel del Espectador en conciencia era el de retroalimentar
al activista, cumplía la función crítica de redirigir
objetivamente sus esfuerzos. Este nuevo programa social basado en la
comunicación pone el modelo anterior patas arriba: el protagonista
es esencialmente el Espectador en conciencia, es decir, aquel que hace
el esfuerzo de entablar puentes entre las diferentes ciudades (nótese
que fragantemente me he deshecho de la imagen del que “mira las
cosas desde un plano más elevado”, y esto es, sinceramente,
influencia de Popper), mientras que el activista de facti es
quien le retroalimenta, es decir, quien en la cancha prueba las
traducciones y ve si hay o no resultados como los esperados.
Si
vivir la ciudad es un acto subjetivo, entonces cambiar la
ciudad debe también serlo. Nuestra objetividad no debe ser sino
la manera de ponernos de acuerdo, y no adscribir a algún tipo de
materialismo o dialéctica que nos haga caer en el mismo error de los
maniqueos: creer ver la esencia de las cosas visibles en las mismas
apariencias visibles, y generalizar así lo que no-debe-ser-generalizado.
(Espero
que esta exposición sea lo suficientemente clara y profunda para
provocarles las merecidas reflexiones. Si desearan que hiciera una exposición más detallada u ordenada, o si quieren que profundice más algunos temas, los invito a abrir las discusiones aquí o en el grupo de Facebook).
Inti Målai Perdurabo
NOTA:
No dudo que se debe haber escrito sobre este tema en concreto
anteriormente, pero no he leído nada al respecto. Si alguien supiera
de alguna obra que presente ideas similares a las mías, le
agradecería que me lo hiciera saber.
Inti, me gustaría mucho hablar más de esto contigo. Esta muy interesante! felicidades amigo!
ResponderEliminarNani.