domingo, 20 de noviembre de 2011

Una Crítica a la Crítica Social

Ó LAS PARADOJAS DE UTOPÍA

Todos los que disfrutamos de la buena compañía de un grupo pequeño de amigos y alguna generosa cantidad de alcohol a menudo nos habremos visto encausando la conversación hacia algún tema de contingencia que nos permita explayarnos y argumentar en torno a diversos cambios, reformas o reestructuraciones de índole social o institucional que, a juicio nuestro, serían necesarios para solucionar tal o cual problema, permitiendo que mediante el diálogo y la confrontación se llegue en términos teóricos a la formulación especulativa de un Estado Ideal. Algo que, en términos simples, se conoce como “arreglar el mundo”.
Esta práctica, tan habitual como intrascendente, no es para nada una novedad; la podemos rastrear hasta el tiempo de los griegos (sin ir más lejos, la República de Platón no es más que esto) y quizás más atrás. Y esto no debería extrañarnos, puesto que, como todos o la mayoría hemos tenido el placer de constatar, el alcohol tiene la fatídica y maravillosa propiedad de hacer que los hombres y las mujeres suelten la lengua (para hablar, entre otras cosas) y saquen a relucir, sin muchos miramientos, sus puntos de vista con menos miedo a la crítica que cuando están sobrios.
Está de más decir que “arreglar el mundo” de esa manera no tiene ningún fin práctico, ni teórico ni científico ni filosófico (quizás para algunas escuelas sí, pero no para las que a mí me gustan). ¿Por qué? Dejando de lado los casos en que la resaca escribe dolores de cabeza encima de los bocetos del mundo perfecto, quizás el motivo que muchos puedan encontrar más lógico es que aquellos borrachines no tienen ni los medios, ni el conocimiento práctico para llevar a cabo sus propósitos.
Pero este motivo, si bien es el más obvio a primera vista, de hecho está errado. Porque en la historia tenemos evidencia de que muchos modelos que “funcionan” en la teoría, fracasan en la práctica (nuevamente, Platón es nuestra modelo indicada). Evidentemente, estos borrachines tenían los medios y el conocimiento práctico para llevar a cabo sus propósitos, pero, por alguna razón (que dilucidaremos en seguida) no eran capaces de poner en marcha sus utopías.
El hecho de que “arreglar el mundo” no funcione en la teoría ha dado origen al prejuicio malintencionado de que toda crítica social que se presenta sin un plan de acción es fútil y ociosa, tanto si se contenta sólo de decir lo que está mal (y en ese caso es sólo una denuncia, no una crítica) como si además propone cambios y prevé soluciones.
Sin embargo rápidamente descubriremos que esta crítica “reaccionaria”, es decir, “de brazos cruzados” no sólo es útil sino necesaria. Ahí donde el actor social, el abanderado político, el activista o el simple simpatizante habla desde su punto de acción y desde su labor ciudadana, hay un cierto grado de parcialidad, llamémoslo “focalización” en vistas a un objetivo; él ya ha superado la etapa de la búsqueda e identificación del problema, se ha comprometido con un plan de trabajo y una solución en apariencia viable y por lo tanto su visión del panorama general es parcial. Ya tiene a los que están con él, y a los que están contra él.
El crítico ocioso, el de brazos cruzados, tiene la ventaja de que no ha depositado sus ánimos ni sus energías en la actividad social, por lo tanto, si se procura siempre la información adecuada es capaz de identificar el problema y sopesar las opciones y los proyectos de ataque sin una preponderancia hacia tal o cual posición, más que la de su propio juicio y entorno. A esta actitud de mantener la neutralidad política con el fin de resguardar la mayor imparcialidad posible a la hora de hacer crítica social la llamo ser “espectador en conciencia”.
Ahora bien, esto no supone gran progreso de lo que teníamos al principio; hay una sociedad, hay falencias de distinta clase, y hay quienes las ven y las denuncian y quienes trabajan por solucionarlas. A los primeros los he llamado espectadores en conciencia y a los últimos los dejaremos sencillamente como los “ciudadanos activos”. Está de más decir que tanto los unos como los otros “arreglan el mundo” entre botellas, y en ninguno de los dos casos es más útil a la sociedad este juego de ociosos.
Lo que a mí me interesa en este momento es la crítica social en sí misma. La distinción entre espectadores y ciudadanos útiles es metodológica y volveré a ella más adelante, pero volvamos un poco a la crítica social. Decíamos hace un momento que la historia da testimonio, una y otra vez y en los más variados países y culturas, de proyectos sociales que funcionan en la teoría y fracasan en la práctica. Fuera de aquellos casos en que el proyecto es saboteado ex profeso por reaccionarios tanto internos como extranjeros, el error casi siempre es conceptual; en una palabra (o pocas), se parte de premisas que no tienen correlato real y las conclusiones son, por fuerza, inviables en la realidad.
Si consideramos, por ejemplo, a un color de piezas de ajedrez como una sociedad, veremos que ella es completamente estable; en el ajedrez no hay lucha de clases, ni materialismo histórico, cada pieza conoce su valor y su jerarquía y guarda su lugar. Lo único que puede desestabilizar y destruir esta sociedad es el elemento extranjero, es decir, el otro color, pero “internamente” el sistema es totalmente eficiente.
¿A qué se debe esto? Quizás, a que esta sociedad se limita a dieciséis individuos que no comen ni se reproducen y que de hecho no tienen vida. Pero lo más importante es que cada individuo es igual a sus pares y desigual a sus superiores y subalternos. La torre de la reina es igual a la torre del rey, es superior a todos los peones por igual, y a su vez ambas torres son igualmente inferiores en calidad y virtud a la Reina.
He dado en llamar “Paradojas de Utopía” (sí, me gustan los nombres pomposos) a una serie de contradicciones conceptuales que son pasadas por alto en la mayoría de los casos a la hora de hacer crítica social; lo que pervierte la objetividad y contingencia de la crítica misma.
Estas contradicciones conceptuales no refieren a casos específicos, ni la lista es exhaustiva (cuando lo sea, escribiré un libro y me ganaré un Nobel, ¡jueh!). Se trata de buscar en las paradojas la forma lógica de ciertas premisas universales que son necesarias a la hora de hacer cualquier crítica social.
La primera y, a mi entender, la más importante de todas, la llamo “paradoja de la diferencia”. En el ajedrez, ella no existe; todos los peones son iguales, y paradigmáticos. Sin embargo, en la práctica, vemos que ningún ser humano es paradigmático, son todos diferentes. Pero ahora, como bien notó Rousseau, ocurre que al reunir a varios cientos de personas comienza a hacerse patente un cierto comportamiento colectivo y una “voluntad general” que deriva del promedio estadístico de acuerdos entre estas personas. Si es cierto que somos todos diferentes y es cierto que existe tal cosa como El Pueblo, ¿dónde termina la individualidad y comienza lo colectivo? Los que se inclinan por el primero hablan de Democracia; los que se inclinan por el segundo, de Totalitarismo.
La segunda es de tipo metadoxástico -si es que esa palabra existe- y se refiere a quien emite la crítica. La enunciaremos sencillamente como sigue: No es posible considerar todas las individualidades. Es decir, ningún individuo es realmente consciente de todas las realidades sociales, económicas y culturales que componen su sociedad.
La tercera es la que a mí más me incomoda y la que por lo mismo me resulta más atractiva: la llamo antojadizamente “relatividad del bienestar”, y se puede enunciar así: ¿Es lo que quiere el individuo lo que necesita el Pueblo? Esta paradoja tiene íntima relación con la primera, y genera la clara contradicción entre lo que la gente quiere, versus lo que necesita; o la tendencia -por ignorancia, y muchas veces por confundir individuo y colectivo- a creer que el bienestar del Pueblo es el bienestar de todos y cada uno de sus componentes (¿Será eso posible para grupos de más de dieciséis individuos, me pregunto yo?).
Bueno, otras más conocidas y ampliamente trabajadas en el campo de la filosofía política son, por ejemplo, la de la tolerancia: Si una sociedad debe ser tolerante, entonces debe ser tolerante con la intolerancia y tolerar que la intolerancia censure a la tolerancia, con lo que no queda más tolerancia, lo que es contradictorio. O la de la democracia: ¿Puede un pueblo democráticamente elegir un régimen autoritario? Rousseau lo consideraba no sólo posible sino que no veía contradicción alguna, ya que para él, el “soberano” siempre es el Pueblo y a él le es dado elegir su gobierno, y es la postura que a mí me gusta, aunque no es la única y es claro que no hay acuerdo al respecto. Sin embargo estas últimas dos paradojas exigen la asunción de las tres anteriores, que para mí son las más importantes. Incluso podría agregar una cuarta, a la que le bautizaremos como “Principio de Mala Fe”: La actitud del hombre es por defecto egoísta. ¿Por qué es una paradoja? Porque en toda decisión de sistemas de gobierno se trata de hacer que hombres que velan por sí mismos velen por los demás (1).
El error fatal de todos los proyectos sociales “utópicos” (es decir, que son estables y aseguran el bienestar de todos sus miembros) recae sobre la no-consideración de al menos las tres primeras paradojas y la última. Para poder construir una sociedad “teórica”, es decir, “en la mente”, es necesario que sus habitantes sean como piezas de ajedrez o personajes del Age of Empires; escuchen y obedezcan, y sean todos en calidad iguales. Y por eso mismo, la Isla de Utopía “no está en lugar alguno”.

Llamaremos “Crítica” de la Crítica Social a la consideración de las Paradojas. Una Crítica Social que se haga cargo de las paradojas y las enfrente en un marco teórico coherente será una Crítica Social Seria. Por otra parte, a aquella Crítica Social que 1) no considere explícitamente las paradojas ó 2) se desarrolle a partir de la aceptación arbitraria de alguno de los enunciados contradictorios contenidos en ellas será una Crítica Social Utópica y caerá dentro del grupo de aquellos divertimentos ociosos y fútiles que poco nos interesan, por su intrascendencia.
Vamos a poner de lado las Críticas Utópicas y nos haremos cargo exclusivamente de las Serias. Es tiempo de retomar la distinción hecha anteriormente entre Espectadores en Conciencia y Ciudadanos Activos.
Habíamos dicho que el Ciudadano activo carece de la imparcialidad teórica para emitir Crítica Social. Quiero aclarar un poco ese punto. La Imparcialidad de juicio nunca es total; lo que quiero decir cuando digo que el punto de vista del ciudadano activo es parcial, es que estadística y teóricamente, es posible esperar un mayor grado de arbitrariedad por parte suya, que participa y que ha discriminado a los “amigos” de los “enemigos”, que del espectador en conciencia. Y a su vez debo decir que el Espectador en Conciencia sólo hará Crítica Social Seria cuando evite él mismo incurrir en posturas egoístas (principio de Mala Fe) a la hora de fijar sus criterios de valoración (como las viejas malditas que reclamaban del Transantiago porque “antes la micro pasaba por la puerta de sus casas y ahora tienen que caminar dos cuadras”).
La Crítica Social sólo es Seria, y “arreglar el mundo” sólo tiene sentido cuando la discusión versa en torno a las paradojas y sólo circunstancialmente se refiere a la contingencia; dicho de otra forma, el dogmatismo y la desproporción conceptual corrompen la Crítica Social.
En este contexto, se hace ahora evidente el por qué es necesario el Espectador en Conciencia, y no sólo él, sino también el diálogo constante entre este último y el Ciudadano activo; la Crítica Social debe retroalimentarse, pues ella es variable. La primera conclusión que queda potencialmente descartada al rechazar la Crítica Utópica es la que apunta a que es posible conseguir una sociedad estable y que garantice el bienestar de todos sus miembros. Por lo tanto, es esencial que la Crítica por parte del Espectador en Conciencia atienda los problemas “reales” e inmediatos, y el Ciudadano Activo, desde el diálogo, busque solucionarlos. Por eso mismo es igualmente valioso el Ciudadano Activo, porque si todos fuéramos Espectadores en Conciencia no dejaríamos de mirar y reclamar pero tendríamos que acatar con impotencia los ires y venires que nuestros gobernantes, con mayor o menor Mala Fe, nos impusieran.
(Notar que no hablo en términos conductuales sino sólo descriptivos; mi Espectador en Conciencia no es paradigmático y su distinción del Ciudadano Activo es sólo metodológica).
La Crítica a la Crítica Social, ya se haga en los parámetros que yo he descrito o se replantee en otra dirección, siempre va a ser sana en toda discusión, como en general lo es todo análisis metalógico a lo que se discute. No en vano sigue siendo la Filosofía Política uno de los pocos campos todavía respetados y por consiguiente “rentables” de la disciplina... je.
Siempre, lo único que pido, es conciencia. Capacidad de autocrítica, consistencia argumental. La gente suele decir que soy cerrado de mente y llevado a mis ideas, y lo defienden con unos flamantes argumentos ad hominem. En todo caso este ensayo no es un encomio a mi persona ni mucho menos, pero decidí que, ante la marea, mejor es hablar del mar en lo alto de la montaña.
Recibiré, por lo tanto, con entusiasmo y agrado cualquier crítica a mi Crítica a la Crítica Social, siempre que se respete el nivel de abstracción.

Inti Målai Perdurabo

(1) A partir del Principio de Mala Fe debe ser posible -o así lo entreveo- redactar una Constitución que “espere” que sus gobernantes abusen del poder y lo institucionalice con el fin de controlarlo; lo que no deja de ser una apuesta interesante...

BIBLIOGRAFÍA: Todo lo que mencioné de Rousseau lo saqué del “Contrato Social”, mientras que lo referente a las paradojas de la tolerancia y la democracia están en Popper (aunque no necesariamente son de su autoría), de “Popper: escritos selectos”, compilados por David Miller.

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