lunes, 27 de diciembre de 2010

THE DOUBLE SUNSET - Segunda Parte

INTRODUCCIÓN

Continúan los ensayos en torno a la Guerra de las Galaxias. Nos corresponde ahora analizar el rol mesiánico que cumple Anakin Skywalker, la pugna entre Jedis y Siths y el eterno desequilibrio en La Fuerza.
Para nadie es un misterio que el autor de la Guerra de las Galaxias, George Lukas, fue amigo y lector del estudioso de las religiones Joseph Campbell; uno de los trabajos más importantes de este último en relación al estudio comparado del mito es el que se resume en su obra “El Héroe de las Mil Caras”, que dejó una profunda influencia en Lukas. Joseph Campbell realiza en el trabajo mencionado lo que él mismo denomina un “psicoanálisis del mito”, y extrae de diversas cosmologías de localidades y culturas diferentes ciertos patrones comunes, elaborando así algo que podríamos llamar el “arquetipo del mito”, o este “Héroe de mil caras” que sería, en definitiva, el Elegido en cada una de esas culturas; Jesucristo, Rama, Krishna, Buda, Wiracocha, Odiseo, Cúchulain, etcétera. Así, desde esta interpretación, intentaremos mostrar cómo, en su contexto, Anakin Skywalker no es más que otra faceta de este héroe elegido arquetípico, con algunos detalles característicos de importancia.



DEL ELEGIDO

Los detractores de Lukas, al ver SW:I, suelen argumentar falta de creatividad tras ver la historia del joven Anakin Skywalker; hijo milagroso de una virgen de un pequeño pueblo perdido en el desierto, con poderes excepcionales y un corazón desprendido y bondadoso, recibe a los diez años la visita de un maestro que lo lleva a iniciarse en las artes marciales y espirituales. A primera vista parece un calco vulgar de la historia de Jesucristo, el problema es que Jesucristo no es el primer ni el único Elegido que nace y crece en este contexto.
Si seguimos la lectura de Campbell (y de muchos otros), que todos los Mesías vivan, crezcan, mueran y enseñen lo mismo y de las mismas formas, 1) no implica falta de originalidad por parte de las culturas, 2) no sugiere un origen común de todas ellas (como defienden algunos grupos teosóficos), sino que demuestra que en las necesidades espirituales de todos los hombres subyacen figuras arquetípicas que toman, en la mayoría de los casos, representaciones similares dentro de sus relatos cosmológicos; por ejemplo, el desarrollo espiritual es siempre interpretado como un viaje, sea Odiseo volviendo a su tierra, Osiris bajando al país de los muertos o Jesús vagando cuarenta días en el desierto. Así, el niño de concepción inmaculada nacido en un pobre pueblo del desierto podría representar la Inocencia, la Pureza y la Humildad, respectivamente. Sin embargo, como desarrollaremos a lo largo de este ensayo, Anakin Skywalker escapa un poco del canon tradicional de héroe, y eso es lo que lo hace interesante.
Para muchos de los que hayan visto la Guerra de las Galaxias con un afán un poco más apasionado que simplemente diversión, habrán notado que la figura de Anakin, si bien en algunos puntos se parece a la de Jesús, realmente dista mucho de él. Realmente el Anakin Skywalker se acerca más a la Superestrella hippie de Weber y Rice que al Jesús canónico del evangelio; incluso tras ver SW:II y III ya nos vamos olvidando de la comparación, y da la sensación de que Lukas a mitad de camino “cambió de idea” respecto de su Elegido. Todos antes de ver la Amenaza Fantasma sabíamos en qué terminaba la historia, sabíamos qué camino tomaría Anakin, y sin embargo, provoca algo de lástima poder predecir su caída después de conocerlo en SW:I. Da la sensación de que Lukas quiso “rendir ante la tentación” a su Jesucristo, y hacer que la profecía no se cumpla: “¡Tú eras el Elegido! ¡Debías destruir a los Sith, no unirte a ellos!” es lo último que le dice Obi-Wan a Darth Vader, antes de dejarlo abandonado en Mustafar (SW:III). Pero recordemos que la Guerra de las Galaxias no es el auge y el ocaso de una sola estrella, sino dos.
Mientras Jesús en su camino a la cruz cura enfermos, camina sobre las aguas y multiplica los panes, conserva en todo el viaje una actitud serena y confiada sobre su destino y su misión; tiene miedo, pero se entrega voluntariamente a las disposiciones de su Padre; Anakin por el contrario es un Elegido que no sabe para qué lo eligieron; tiene miedo, y por eso mismo Yoda se resiste en primera instancia a darle entrenamiento; hubiera sido más fácil si desde los diez años hubiera podido sentarse en el templo a enseñar, o hubiera hablado del reino por venir mucho antes de su muerte; pero no, Anakin no es un iluminado, no es un enviado de los dioses, todo lo contrario, La Fuerza es impersonal y por lo tanto Anakin sólo tiene el poder, pero es un ser humano como cualquiera: Sus habilidades lo vuelven arrogante, tiene miedo de dejar su casa, sufre por quienes ama, se enoja con sus maestros y es muchas veces indisciplinado. Qui-Gon, cuando le encuentra, cree haber dado con la encarnación de Buda; un niño que tras reconocer sus pertenencias asumirá con completa sumisión su tarea. Cegado por su fe en la profecía, no es capaz de ver la naturaleza real del niño.
La Profecía sobre el Elegido que dará equilibrio a la Fuerza no se cumple en un acto sino en Dos; hay un trabajo alquímico detrás de la misión del Caminante de las Estrellas. Anakin Skywalker cree en el amor, porque cree en la Compasión, que es su “definición de amor incondicional” (SW:II). Toda la Guerra de las Galaxias es una manifestación de Amor, es el triunfo último de la Luz sobre las tinieblas, pero que pasa primero por la descomposición y la purificación necesarias para que la obra nueva sea perfecta.
El Joven Anakin Skywalker se ve dominado por sus pasiones; todo su entrenamiento es un error, se le confunde y se lo trata mal a pesar de su talento, se le da la iniciación de mala gana y al final se le niega el título de maestro; originalmente quien debe entrenarlo es Qui-Gon, pero muere antes de asumir su tutela. El entrenamiento de Obi-Wan aparece desde un comienzo como algo forzado por las circunstancias, se respira una incomodidad en ambos. Anakin no tolera a Obi-Wan.
Se podría decir que la caída de Anakin comienza desde el momento en que deja a su madre en Tatooine, pero el auge de Luke a su vez lo hace en el momento en que sus padres se conocen; cuando Anakin pregunta a Padme: “¿eres un ángel?” manifiesta por primera vez el amor profundo que sentirá por ella, y es ese amor el que deberá sobrevivir para poder dar finalmente el equilibrio a la Fuerza. “El miedo es el camino al lado oscuro”, y Anakin está lleno de miedo; miedo de perder a su madre, miedo de perder a Padme, miedo de fracasar. Es un espíritu genial pero turbulento, falto de seguridad, que actúa por instinto pero cobardemente. Ningún acto en todo el camino de Anakin es un acto de valor, salvo el prestarse a correr la carrera de pods para ayudar a los extranjeros. Siempre duda, siempre recibe órdenes y las obedece de mala gana, siempre lo convencen o castigan por hacer malos movimientos. Darth Sidious sólo lo malcriará lo suficiente para que se sienta bien haciendo mal las cosas.
El Dolor de Anakin, que es el origen de su caída, se debe a dos amores que le fueron arrebatados; primero el de su madre, y después el de Padme. Tal como Yoda se lo indica, es un error temerle a la muerte, porque cuando nos duele la pérdida de un ser querido, nos acercamos más y más a la búsqueda de venganza, y la ira nos lleva al odio, y el odio al sufrimiento. Jesús no recorre este camino; no reconoce a su madre, no toma esposa, por eso salva a la humanidad de una sola vez; por eso son Elegidos diferentes.
El Amor de Anakin se empaña por el sufrimiento, se pudre, pero en el vientre de su mujer aloja el Amor puro e invencible que se volverá contra él para cerrar el círculo; el amor de Anakin y Padme es corrupto, prohibido, en cambio entre Luke y Leia el amor será el más puro y perfecto, el amor de hermanos; como la flor de loto, que crece de los pantanos.
Anakin es el elegido pero a la vez es su antítesis; encarna en uno, se convierte en el otro, y vuelve a reencarnar en el primero para derrotarse a sí mismo; esa es la metáfora oculta tras el círculo Anakin – Vader – Luke. Cuando llegamos al final de SW:III ya no queda nada del niño bondadoso y gentil; Vader, literalmente, ha traicionado y asesinado a Anakin Skywalker; es la Obra en Negro, la hora más oscura de la noche. Pero en SW:IV el protagonista nos devuelve la imagen del bien; esta vez incorrupto, lleno de un anhelo puro de convertirse en Jedi “para ser como su padre”, es decir, para continuar el camino de Anakin, quien erró desde el momento que dijo querer ser Jedi “para liberar a los esclavos”; es decir, para convertirse en justiciero, en civilizador, y destruirse como individuo.
Llegados a este punto el rol de Obi-Wan se vuelve crucial; el Maestro detestado, intolerante y antipático se ha convertido en un hombre querido y respetado, reverenciado, a quien el discípulo escucha y sigue con devoción y obediencia. Luke no tiene el talento innato para ser Jedi, lucha para conseguirlo; no es como su padre, que “por jugar” destruye la nave madre que controla los robots que invaden Naboo; todo lo contrario, es con esfuerzo, trabajo pero sobre todo confianza absoluta en su maestro, que el nuevo héroe logra destruir la Estrella de la Muerte.
Luke vence el miedo original de Anakin, lo supera desde el comienzo; mientras su padre piensa constantemente en la madre que deja atrás, a Luke nada lo ata a su lugar de origen; pierde a sus tíos, pero ello no es motivo para buscar venganza. Quiere aprender los caminos de la fuerza, ser un Jedi, y vengar a su padre – sabe que tendrá que enfrentar a Vader, pero no es una rencilla pasional sino espiritual; Yoda, Obi-Wan e incluso el Emperador saben que esa batalla es inevitable.
Para Luke su padre es el ideal perfecto de lo que aspira a hacer con su vida: Piloto excepcional, un buen amigo, gran caballero Jedi. Vader es quien “mató a su padre”, es quien destruyó indirectamente sus sueños, es quien lo puso en la senda de la tentación. “No tengo miedo” le dice Luke a Yoda cuando lo conoce, pero éste le contesta: “Lo tendrás, lo tendrás…”
El entrenamiento de Luke está lleno de fracasos, no como el de Anakin, que es una brillante y talentosa carrera mal reconocida. Mientras Anakin salva la república y gana una guerra sin que nadie lo felicite, Luke a duras penas consigue un par de victorias pero recibe las palabras de aliento que necesita; hasta se podría decir que Obi-Wan y Yoda indirectamente están pensando en su padre mientras lo entrenan; en esta etapa del camino del Elegido todos los errores, uno por uno, deben ser corregidos.
El Ideal de Luke es luminoso, puro, su amor y su respeto por su padre y por su maestro son lo que lo animan a luchar contra el Imperio y su malvado Emperador; Vader por otra parte es la encarnación del mal, es el ser despiadado, el destructor de mundos, la mano derecha del enemigo, “más máquina que hombre”, sin corazón, sin alma; Para Luke derrotarlo es un deber divino, sin embargo, en su lucha falta todavía un punto clave; comprender que ese mal que va a destruir está dentro de sí mismo, no afuera. En la visión que tiene Luke en el pantano, lucha con Vader pero al derrotarlo descubre que bajo la máscara se esconde él mismo; ese miedo y ese espanto a saber que él es su peor peligro, que todos sus miedos vienen de adentro y no de afuera, que es él quien carga con el peso de su dolor y de su sufrimiento, es lo que deforma el rostro de Luke cuando oye a Vader decir: “Yo soy tu Padre”.
Y, efectivamente, este momento es el más importante en todo el viaje del guerrero; es la concreción final del doble ocaso, el punto en que los dos soles se unen. Anakin y Vader se funden en uno solo, allí, delante de Luke, los dos caminos se abren ante él, vuelve al lugar en que erró su padre. Pierde su mano en combate, la historia se repite, es reparado y se coloca el guante negro. Ya está listo para tomar una decisión. Aquí es, finalmente, donde se decide si la profecía se cumplirá o no.
Yoda le indica que para convertirse en Jedi debe enfrentar a Vader otra vez; pero no es el miedo lo que frena la mano de Luke, es el Amor. Ciertamente, el entrenamiento está completo, Luke es el Elegido, porque todo él es perfecto, es el Jedi absoluto, gobernado por el Amor pero manteniéndole doblegado a su voluntad.
“Aún hay bondad en él”, dice, cuando reconoce que no quiere matar a Vader. Ambos lo saben; Luke es Anakin, por eso Vader no se atreve a destruirlo, por eso Luke se entrega, por eso acepta comparecer ante Palpatine. No cederá ante lo que destruyó a su padre, no lo enfrentará porque en el fondo lo ama.
Llegamos a la batalla decisiva en SW:VI. Luke se rehúsa a luchar contra Vader, porque ama a su padre. Está al borde del abismo y sabe que debe actuar correctamente, sabe que tiene que obedecer al Amor, que no puede equivocarse. Vader, marioneta de su emperador, está decidido a destruirlo. Pero ahí viene el clímax, cuando Vader amenaza a Luke de ir por su hermana. El Amor puro de Luke por Leia, que es el revelado en negativo del amor perverso de Anakin por Padme, es puesto en peligro, y Luke saca de ese peligro las fuerzas para terminar su camino; su amor le muestra el camino. Abre el sable de luz, lucha con Vader, lo derrota, y allí, en la boca del lobo, justo en el lugar en que podría haber “matado a su padre y ocupado su lugar junto al Emperador”, decide corregir el error y convertirse en Jedi: “Ha fracaso, su alteza”, dice Luke, “Soy un Jedi, como mi padre antes de mí”.
El Camino del Jedi, del Elegido, del Caminante de las Estrellas está completo. La estrella declinó y volvió a amanecer, la piedra filosofal terminó su transmutación, es perfecta. Ya puede cumplirse la profecía, ya puede destruir a los Sith y devolver el equilibrio a la fuerza.
Pero, ¿cómo lo hará? ¿Cómo destruirá el elegido al Sith? Mediante el Amor, que es lo único que lo motiva a actuar correctamente. Y, ¿Cuál es el acto más perfecto de Amor Incondicional? Como el mismo Anakin lo decía, es la Compasión, central en la vida del Jedi. El último acto de Anakin, que ha resucitado del cadáver de Vader gracias a la ayuda de su Hijo, es perfecto en todo sentido. Anakin destruye al Sith para salvar a su hijo. Es un acto de amor absoluto, es un acto compasivo.
Finalmente, era cierta la profecía; el Elegido devolvería el equilibrio a la fuerza, y también destruiría a los Sith. Vader fue sólo el camino, al final Luke y Anakin son uno solo, y cuando el padre dice al hijo: “Ayúdame a quitarme esta máscara”, sabe que morirá, porque nada puede evitarlo ahora; la misión del civilizador ha terminado. Quien mira y sonríe a Luke dentro del traje negro no es Vader, es Anakin, el elegido, que finalmente ha devuelto el equilibrio a la fuerza y puede regocijarse de ello.
Luke cobra la recompensa por salvar a su padre y cumplir su misión; vive, con su hermana, en paz con su progenitor, convertido en un Caballero Jedi. La última escena muestra a sus tres maestros, despidiéndose de él desde el otro lado; Obi-Wan, Yoda, y Anakin Skywalker. Se podría decir que no sólo fueron los Sith destruidos, también los Jedis fueron reformados; durante la Purga Jedi Darth Vader les quitó el templo, les quitó la burocracia, simplificó la ecuación, dejó ambas partes igualadas; el entrenamiento de Luke volvió a los pantanos, a los desiertos, quizás en señal de que en algún punto los Jedis también habían perdido el camino. Luke y Leia son el nuevo comienzo de una Galaxia completamente reconstruida. Ellos eran La Nueva Esperanza.


Inti Målai Perdurabo

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Claves:

Canon
La Guerra de los Clones:
SW:I La Amenaza Fantasma
SW:II El Ataque de los Clones
SW:III La Venganza de los Sith
La Guerra de las Galaxias:
SW:IV Una Nueva Esperanza
SW:V El Imperio Contraataca
SW:VI El Retorno del Jedi
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sábado, 18 de diciembre de 2010

THE DOUBLE SUNSET - Primera Parte

INTRODUCCIÓN

Quizás la escena más importante y emblemática del Canon de la Guerra de las Galaxias sea el “doble ocaso” que es posible presenciar en el planeta Tatooine. Esta imagen tiene un valor simbólico crucial para entender la forma en que se ha ordenado esta historia.
El “doble ocaso” aparece sólo dos veces en todo el canon: una es en SW:II durante el viaje de Anakin por el desierto en busca de su madre, y la otra es veintidós años después, en SW:IV, la noche del día en que Luke ve por primera vez a su hermana (en un holograma). Pero este doble ocaso implica también un doble amanecer; he allí su valor simbólico. Y es que la Guerra de las Galaxias en sí misma es el relato conjunto del auge y la caída de dos soles que son, finalmente, el mismo; Los Caminantes de las Estrellas.
Porque la profecía anunciaba que el Elegido le devolvería el equilibrio a la Fuerza; Pero, ¿qué es el equilibrio, sino un balance entre la Luz y la Oscuridad? A pesar de los Jedis, sólo al final de la Guerra Estelar se revela cumplida la profecía; El Elegido, la estrella más brillante de la Fuerza, vió su caída en uno y su auge en dos. Ese es el símbolo oculto detrás del Doble Ocaso; Aquellos soles son, respectivamente, Anakin y Luke Skywalker.
No es azaroso que lo presenciemos por primera vez cuando Anakin está en plena caída, y de nuevo, cuando está por comenzar el camino de luz de su hijo perdido. La siguiente serie de ensayos (siete en total) abarcará una interpretación del canon de la Guerra de las Galaxias desde este enfoque doble.



DE LA REPÚBLICA

La gran distancia que separa las dos trilogías (La Guerra de los Clones (SW:I,II,III) y La Guerra de las Galaxias (SW:IV,V,VI) ) pasa, más que por la tecnología dispar en sus efectos especiales, por el espíritu de época del que son reflejo; La Guerra de las Galaxias es una Odisea, un viaje estelar continuo por destruir a un enemigo informe y temible identificado en el Imperio; es reflejo de un miedo de post-guerra a la dominación y a la destrucción, al autoritarismo, y sus escenarios son planetas pobres y personajes forajidos, muy del bloque oriental o de Latinoamérica. Nos presenta el decadente panorama de una batalla ilegal contra un sistema aplastante, un marco apocalíptico en el cual los justicieros están en amplia desventaja y el héroe, como David contra Goliat, es capaz de destruir con sólo un tiro al Destructor de Mundos, la “Estrella de la Muerte”, el símbolo máximo del terror cultural al armamento nuclear y la Tercera Guerra Mundial, propio de mediados del siglo XX.
Sin embargo La Guerra de los Clones es abruptamente distinta; reflejo esta vez de la postmodernidad, estamos ante la otra cara de la moneda, y ahora más que una Odisea, tenemos un asedio constante, una Ilíada; los roles se han invertido y el sistema es lo que se busca preservar de sus separatistas forajidos, para sugerirnos metafóricamente lo cíclico en los procesos sociales y políticos de nuestro mundo. En esta parte de la historia todo es lujo; suntuosos palacios, elegantes vestidos, imponentes planetas-ciudades. Los Jedis ya no estudian en pantanos o naves de contrabandistas, sino en un templo establecido, en una Academia de la Fuerza. Las naves de los héroes de esta historia están recubiertas de plata, son recibidos en magníficos hangares, y el enemigo viste de pobre y se codea con contrabandistas y caza-recompensas.
Y sin embargo, si en la Guerra de las Galaxias todo es rural e ilegal, parece haber en sus personajes una nobleza de espíritu y un intento por ascender hacia la luz, hay una causa noble que mueve todos los ánimos y que permite los grandes milagros; cegar la Estrella de la Muerte con un sólo tiro, volar en ataque suicida contra el destructor imperial, derrotar a los soldados de asalto con arcos y piedras. Todo lo Contrario ocurre en las Guerras Clones; sus personajes están todos comprometidos con la corrupción del sistema, es una guerra de envidia y poder, es la máxima expresión de la decadencia de la sociedad, y todos estos vicios a la vez están encarnados en la figura metafórica y arquetípica del Canciller Palpatine.
La caída moral y política de Coruscant durante las Guerras Clones es reflejo del miedo al fracaso del sistema que habita el inconsciente colectivo del mundo tras la caída del muro de Berlín; es la corrupción de la democracia tal como la cuenta Platón en el Libro VII de la República. Palpatine no es una persona, es el arquetipo de la pudrición de los principios basales de la sociedad, que se convierten en el germen cancerígeno de su destrucción.
El separatista, el terrorista no es más que otra pieza en este proceso de autodestrucción; La Federación de Comercio y sus androides de combate son el equivalente estelar a las federaciones estudiantiles, los grupos de deudores habitacionales, los activistas de pueblos aborígenes. Esa es la razón por la que el Conde Dooku y Nute Gunray siguen las órdenes de Darth Sidious de rostro velado, mientras a rostro descubierto él da instrucciones en el Senado; La República intergaláctica es una falacia igual que nuestras repúblicas modernas.
Cuando Obi-Wan pregunta a Dooku en SW:II sobre su motivación para trabajar con los separatistas, éste responde: “¿Qué pensarías si te dijera que la República está bajo la influencia de un señor de Sith?” Siendo él discípulo de este mismo señor, parece hipócrita la respuesta, un juego de identidades para ablandar al Jedi; pero es más que eso de hecho.
Debemos recordar que el Sith fue, en tiempos arcaicos, el Gobernante de la Galaxia; El Antiguo Imperio, que fue derrocado por los Jedis muchos años antes de la historia que a nosotros llega en el canon, es el miedo irracional de los habitantes de la República; es el miedo irracional de los Europeos al Nacionalismo, el miedo irracional de los Chilenos a Pinochet. Así, no suena tan extraño que el aprendiz de Sith quiera la destrucción de la República, luego de saber que su maestro es quien la controla; el sistema se muestra perverso, sus principios son violados desde la raíz, y por lo tanto el acto separatista es una reacción natural a terminar de pudrir lo que ya está muerto; el Conde Dooku es el anarquista.
Pero la guerra no la gana el Anarquista. La Guerra la gana la misma República, se destruye a sí misma, y Palpatine se convierte en la encarnación del miedo que juró prevenir. Su plan es tan macabro como perfecto, porque da la sensación de que las piezas se movieron sin que él tuviera que dar muchas instrucciones.
El Jedi, la élite pensante y filosófica de la República, parece ser la única manera de preservar la paz; pero no desde la Democracia. Este es el punto más importante, a mi parecer, de SW:III en materia política.
Anakin Skywalker gana la Guerra de los Clones convencido de que él es el justiciero absoluto; cuando los valores pierden sus principios ellos actúan de forma ciega y el golpe es suicida. Cabe la pregunta: ¿Por quién lucha Anakin Skywalker?
¿Por la Verdad? ¿Desenmascarar al señor de Sith y limpiar el Senado de conspiradores? No; el Sith es enemigo del Jedi, no de la República. Anakin actúa en una madurez política de tipo posmodernista; la Democracia debe funcionar a pesar de las antiguas rencillas históricas; ellas sólo retrazan el progreso.
¿Lucha, entonces, por la Democracia? ¿Defender el Senado, la representatividad de los sistemas planetarios y el sistema? No; él mismo en SW:II apunta: “No creo que el sistema funcione” y concibe uno en el cual “alguien”, muy sabio, “obliga a los políticos” a decidir lo mejor para el pueblo.
¿Lucha, entonces, por el Pueblo? Y, ¿Qué es lo que necesita el Pueblo? El Pueblo necesita Paz. El Pueblo necesita Justicia. La Batalla de Darth Vader es una batalla por las leyes, por la justicia, por la Paz; por el bienestar del pueblo; por el bienestar de sí mismo. Por hacer lo correcto, por el reconocimiento, por que alguien lo felicite. Ello lo lleva contra todo lo que cree, y lo hace causar más daño y destrucción que cualquiera de los enemigos que cree detener; Darth Vader es el iluso justiciero que lucha por ideales muertos, cegado por el dolor personal y la búsqueda interna del equilibrio espiritual y el reconocimiento. Es incapaz de ver más allá de su deber moral y ciudadano; por eso destruye a Mace Windu, porque Palpatine, es cierto, ha roto las leyes y es enemigo de la República, pero “tiene derecho a un juicio justo”. Por eso no oirá los motivos de su maestro: “Si lo matamos esta guerra terminará ahora…” Pero esa no es la forma. No es la forma “correcta”.
Visto en la galaxia muy, muy lejana, nos parece evidente que lo mejor hubiera sido que Palpatine muriera y los Jedis gobernaran la galaxia. Pero todos nosotros llevamos un Darth Vader dentro; no aceptamos las voces racionales que ordenan la destrucción de la democracia, no creemos en la Sinarquía, a pesar de que el perfecto gobierno de los filósofos de Platón está muy cerca de un soñado “gobierno Jedi” en la Galaxia.
La Tiranía reemplaza a la Democracia en Platón casi de la misma forma en que lo hace en Coruscant; el miedo alza al más poderoso, al más peligroso, y lo entrona en el centro de la República, para que preserve la Paz y la Justicia. Este acto estúpido e inconsciente no surge de la clase educada y pensante, sino del bajo pueblo, del vulgo ignorante e infantil que sólo piensa en detener los cañones y dejar de ver arrasadas sus tierras –planetas–. Un pueblo que quiere dejar de lado la burocracia, quiere actos rápidos, quiere soluciones inmediatas, quiere sensación de seguridad. Por eso es Jar Jar Binks quien propone la asunción de Palpatine al centro del gobierno. Por eso el pueblo Romano apoyó tanto a Cayo Julio César como Emperador. “Así es como muere la democracia”, dijo Padmé Amidala, “con un aplauso atronador”.
La Orden 66, por otra parte, que mandaba a los soldados clones a exterminar a los Jedis da fe del peligro de un cuerpo militar. El Ejército de Clones era “de la República”, y tras el nombramiento oficial, “Palpatine es la República”. El soldado perfecto debe obedecer las instrucciones que recibe sin titubear; ése es su valor y su lugar, él debe ser el brazo vivo del Estado; no importa si tiene que defender la frontera o perseguir al ladrón, o matar inocentes o machacar los dedos de un músico. El Combatiente Clon recibe la orden y mata al Jedi, no se pone a pensar si está bien o mal, él antes destruía androides sin saber por qué lo hacía. Lama Su, el clonador, le explica a Obi-Wan que sus clones son alterados para reprimir los actos voluntariosos; algo similar ocurre en nuestras escuelas militares. No es el soldado, entonces, quien hace la diferencia, sino quien le da instrucciones. El pensamiento algorítmico está exento de emociones porque titubear es un error. Un Soldado siempre es antes que nada un asesino; por eso el original perfecto para el ejército de clones es el mercenario Jango Fett.
Finalmente, el Imperio Galáctico pone fin a la Guerra; los Jedis caen como “traidores” y los separatistas desaparecen, porque han cumplido su misión. “Darth Sidius nos prometió paz”, son las últimas palabras de Nute Gunray antes de ser asesinado por Darth Vader en Mustafar. Y sin lugar a dudas, la promesa se cumplió, sólo que no los contemplaba a ellos. De eso es de lo que se da cuenta Dooku, al ver cómo su maestro, su guía, aquel que debía “darle la victoria”, ordena a su justiciero matarlo.
La decadencia de la Democracia es total. Palpatine oculta su rostro, porque él es el reflejo de sus propios actos, su rostro deforme es el sentimiento de culpa de todos los Senadores que diecinueve años después serán finalmente dispersados. Es el retrato de Dorian Gray de todos los Senadores. Pero el Imperio Galáctico resuelve la crisis, trae paz al pueblo y devuelve el orden a la Galaxia. Darth Vader pierde todo lo que fue de Anakin; su maestro, su madre, su mujer, sus hijos, incluso su cuerpo, pero reclama el lugar que le corresponde como justiciero y salvador de la sociedad: Es el mismo destino que le ha deparado a todos los servidores del pueblo, a todos los próceres, a todos los libertadores; no ser más que otro engranaje en el monstruo de la política, despiadado, ciego, que gira a pesar de los ciudadanos por encima de sus cabezas, gobernando sus destinos.


Inti Målai Perdurabo- - -
Claves:

Canon
La Guerra de los Clones:
SW:I La Amenaza Fantasma
SW:II El Ataque de los Clones
SW:III La Venganza de los Sith
La Guerra de las Galaxias:
SW:IV Una Nueva Esperanza
SW:V El Imperio Contraataca
SW:VI El Retorno del Jedi
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domingo, 31 de octubre de 2010

Masquerade, masquerade...

Masquerade, masquerade,
grab your mask and don't be late;
get out, get out well disguised,
heat and fever in the air tonight.


Meet the others at the store,
knock on other people's doors.
Trick or threat, they have to choice;
Little ghosts are making lots of noise.

Halloween,
HELLOWEEN

Siguiendo la línea lógica de mis exposiciones se podría esperar, sin miedo a equivocarse, que el siguiente comentario será una ácida y trillada crítica contra la asimilada fiesta de Halloween; pero, una vez más, creo que los sorprenderé.
Halloween (como ya muchos saben) es la deformación progresiva de All hallow even, o “Víspera de todos los Santos”; este fue el nombre que en la tardía edad media los cristianos le pusieron a las celebraciones paganas de la noche, adivinen, anterior al día de todos los santos (no siempre coincidía pero esa parecía ser la tendencia). Sin embargo, claramente el nombre no se condice con la fiesta, y éste no dice nada de sus motivaciones o sus propósitos, sólo da una clave para ubicarla fácilmente en el calendario.
En Inglaterra y los países sajones los pueblos paganos sobrevivieron mucho más tiempo que en el resto de Europa, primero porque los Romanos nunca conquistaron completamente las Islas, y segundo porque al comenzar el Oscurantismo los puritanos no se dieron mucho trabajo de irse a meter con estos bárbaros violentos para terminar de evangelizarlos, y el proceso no sólo fue lento sino que dejó espacio para que curiosas mixturas sincréticas ocurrieran.
Una de ellas fue la introducción popular paulatina de la fiesta que los paganos celebraban en el all hallow even. Como los cristianos ven en dos colores, la fiesta tenía poca luz y mucha alegría, por lo que de a poco el elemento “maligno” se fue introduciendo hasta convertirla en un carnaval de muertos vivientes y abominaciones infernales, como la conocemos hoy.
La fiesta en todo caso se celebraba, originalmente, más o menos así: Durante el día salían los ancianos y mujeres adultas a recolectar frutas y bayas en canastas, cortándolas con pequeñas hoces rituales. A la caída del Sol ellos volvían a sus casas y se encerraban durante toda la noche, y mientras tanto los jóvenes de las aldeas salían a la calle y al campo y celebraban en una gigantesca orgía hasta el amanecer, cuando volvían a sus casas a dormir y la vida retomaba su curso normal.
El señor curita no entendía ninguna de estas cosas, o las entendía todas como adoración satánica, pero nosotros podemos ser un poco más indulgentes y explicar de manera más seria la fiesta: En contexto de hemisferio Norte, “todos los Santos” cae un mes, más o menos, después del equinoccio de OTOÑO. La fiesta tiene un profundo sentido ritual cósmico, recordemos que en los cultos luni-solares, es costumbre celebrar los “hitos” de cada astro en su paso por el cielo.
Bueno, Halloween es el primer ciclo lunar después del equinoccio del Sol; simboliza la muerte del Sol de este año (los ancianos) y el tiempo de guardar para el invierno (la recolección de frutos), pero también simboliza la promesa del Sol que renacerá en la primavera (los jóvenes). Se supone que en otoño-invierno, los espíritus que durante el verano se esconden del Sol, salen de sus cuevas y bosques y merodean por la tierra, trayendo el frío y la niebla; la fiesta de los jóvenes es una manera de ahuyentarlos de la aldea también. No me atrevo a pronunciarme sobre las máscaras, tengo la impresión de que son tardías, aunque he leído en algunas partes que los jóvenes durante las fiestas usaban estas máscaras terroríficas para espantar a los malos espíritus.
Asimilar la fiesta de un calendario hemisférico al otro es guiarse más por el nombre que por la fiesta en sí; claramente, celebrar la entrada del otoño en primavera es poco más que absurdo, y aquí es donde la argumentación clásica es echarle la culpa al mercado y al afán de Chile por convertirse en un Estado Unido.
Pero yo discrepo. Existe un lazo profundo de la gente con la tierra, ninguna religión espiritualista o pensamiento científico-racional podrá evitar eso; a pesar de que no lo reconozca conscientemente, el hombre siempre guarda conexión con la naturaleza, y los procesos que influyen a su medio siempre lo afectan a él; en el pasado era tema de adoración de los grandes dioses de la naturaleza, el Sol, la Luna y la Tierra, y tiene mucho sentido, porque no es igual la vida del invierno como la del verano; no es igual el cielo, el largo del día, y los árboles se dan cuenta, los animales se dan cuenta, y nosotros, con toda nuestra enajenante tecnología, igual nos damos cuenta.
Es poderosamente curioso que, a pesar de que perdimos las fiestas cardinales del calendario solar (Equinoccios y Solsticios), todavía conservemos algunos de los Luni-Solares (Primeros de Mayo y Noviembre, veinticuatro de Diciembre). Sabemos que no es simple coincidencia cuando son fiestas religiosas, porque los astutos papas sabían elegir bien sus fechas para que al pueblo le fuera más fácil asimilar las festividades cristianas (de hecho, era cosa de sacar a Cernunnos viril y lleno de flores y colocar a un escuálido judío desangrándose en una cruz de madera y ya está), pero, por ejemplo, el Día del Trabajo fue a parar “por casualidad” en esa fecha. Fuera de los obreros huelguistas y el “motivo” oficial, me atrevo a proponer que existe una motivación del inconsciente colectivo para fijar siempre estos “hitos” naturales dentro del año, en la misma necesidad del antiguo por contar su tiempo; en nuestro mundo moderno alborotado y enajenado, la fiesta más celebrada durante el año es el día feriado, no importa el motivo. Y aunque los ponemos en todos lados durante el año, parece ser que tienden a concentrarse en Mayo, Octubre, Diciembre y Julio…
¿Y esto, por qué? No creo que sea una necesidad de adoración a la naturaleza, esas cosas las perdimos hace tiempo – lamentablemente. Me inclino a creer que subsisten en nuestro imaginario colectivo una serie de arquetipos intuitivos que nos es siempre necesario festejar; el triunfo del “bien”, la reparación de los errores del pasado, el “borrón y cuenta nueva” trascendental que significa el Año Nuevo, el recuerdo doloroso de algún error para que no vuelva a ocurrir en el futuro (que parece ser la motivación central de todos los feriados políticos). La celebración del all hallow even en Chile, más allá de los supermercados y los comerciantes de los que puedo prescindir por el momento, parece explicar su fuerza en el imaginario colectivo por medio de la reconstrucción de un arquetipo perdido, más que la asimilación antojadiza de una “fiesta colorida” de nuestro país favorito. Pero, claramente, no es la celebración a la entrada del otoño; el pueblo chileno parece haberla asimilado de otra manera:
Es curioso que en Chile se celebre Halloween, porque son pocos los países aparte de Estados Unidos que le ponen tanta algarabía como nosotros; en el resto del mundo sí es una fiesta asimilada, y la gente pasa de ella sin mayor interés, casi no hay disfraces y es muy raro que un timbre amanezca con huevos o pasta de dientes. Pero intentemos explicar por qué parece ser tan sencillo que el chileno quiera festejar la “noche de las brujas”.
En todos los demás países, fiestas de corte religioso o popular se celebran masivamente en diferentes fechas del año; estas fiestas van orientadas tanto a los aspectos luminosos de la naturaleza, como a los oscuros. En otros países latinoamericanos o en España, por ejemplo, es más habitual que aquí ver iglesias o cánticos o incluso un día del año dedicado a San Miguel Arcángel derrotando al Diablo; aunque no todo el mundo sea cristiano, en el imaginario la figura está presente. La forma como el chileno hace sus fiestas religiosas y laicas siempre es en un sentido luminoso; todas las progresiones a la virgen, todos nuestros santuarios, son para santos, para el lado bello de la trascendencia, y, con excepción quizás de algunos motivos del baile de la Tirana en el Norte, pocas de nuestras fiestas hacen reverencia o mención al “mal” metafísico que nos acosa desde los rincones del inconsciente. Paradójicamente a esto, el pueblo chileno es un pueblo muy supersticioso; las ciudades chilenas, sobre todo entre los grupos más populares, están llenas de “casas embrujadas”, cementerios abandonados, cuentos de fantasmas, y la gente, intuitivamente, practica mucha brujería. Pero todo esto se manifiesta de una forma muy informal, no tiene cabida en el “calendario oficial”, por así decirlo.
Esta necesidad ontológica del hombre por reverenciar a los misterios de la naturaleza corre tanto para los misterios de la vida y la salvación, como para los misterios del mal y la corrupción del alma. El espíritu racionalista y científico se burla de esto pero no es capaz de detenerlo; en el campo, en los poblados rurales, incluso en los sectores populares de las grandes ciudades, la gente convive con los espíritus; con el abuelo muerto, con la tía que murió en un accidente, con la vecina que nos desea mal, con el baldío que todos evitan al volver caminando a casa, o el perro que sospechosamente vaga por las calles cabizbajo. Navidad, año nuevo, los días de los familiares, son maneras de honrar secretamente a los espíritus buenos de la naturaleza; pero nos faltaba una fiesta para los malignos, y los gringos nos venden una que encaja a la perfección con nuestra falta.
Pensemos ahora, cómo se celebra el halloween; es una fiesta eminentemente infantil, que para los más grandes a lo más suele ser una invitación a disfrazarse, a veces incluso sin necesidad de usar los típicos motivos “terroríficos”.
¿Qué hacen los niños, durante el halloween? Se disfrazan, salen a pedir dulces, y si no son correspondidos, siguiendo la usanza de los mocosos yanquis, cometen algún acto de vandalismo sobre la casa del mezquino.
Pero también hay otra tradición no-oficial, que yo he podido constatar sólo en casos específicos; es la búsqueda de una casa “embrujada” y abandonada, o en su defecto cualquier edificio tétrico, y el intento por entrar. Este “asalto” al bastión abandonado, si bien no tiene mucho sentido, expresa una necesidad de los niños en general por “sentir miedo”, por autosugestionarse. En ellos todavía sobrevive el sentimiento pagano de que existe algo invisible en el mundo que sólo en casos específicos se materializa; no tiene tanto sentido entrar de día, porque no tiene el juego de sombras, la oscuridad intimidante, no conlleva el peligro de ver surgir de un rincón algún monstruo pesadillezco con enormes alas de vampiro extendidas y colmillos afilados.
La “búsqueda de los monstruos” es un proceso que todos, de una forma u otra, realizamos, solo que a medida que crecemos vamos sublimándola y pasándola a planos más, aparentemente, reales; solemos decir, así, que nuestros monstruos son nuestros traumas o nuestras frustraciones.
Pero los monstruos de los niños son monstruos legítimos, materializados en los cuerpos coloridos que les entrega la televisión. A pesar de que su educación va encaminada a destruirle toda noción de lo intangible, él hasta donde puede intenta siempre encontrar a estos monstruos; uno niño “llena” de fantasmas sus alrededores; los rincones solitarios del colegio, los sótanos, las casas abandonadas. Es habitual (y ¡a quién no le pasó!) caer en juegos sucesivos de mentiras (“¡yo lo ví!”, “yo conocí a alguien que lo vió”, “a mi me atacó”) que van configurando realidades misteriosas que al final acaban por ser creídas por el colectivo, al punto que el niño que aseguró “ver” al conserje muerto realmente acaba recordándolo.
Halloween es una excusa para salir a la caza y al encuentro de ese mal secreto. Ir de noche, con o sin los padres, con huevos y pasta de diente (¿nadie salió alguna vez con ampolletas?), corriendo peligro – pues la calle es el lugar peligroso por antonomasia de los padres – enfrentando al “mal” y a la vez formando parte de él; una noche que “justifica” el portarse mal, el hacer travesuras, una manera de satisfacer la necesidad de romper las reglas y pasar del otro lado, en un sentido similar al que en muchas tribus tenían ciertas fiestas en las que los miembros de la comunidad se cambiaban las ropas y los roles unos con otros por un día.
La costumbre de ver películas de terror es otra señal de lo mismo; pasar miedo, dejar que una historia te atrape y, con la licencia racional de que lo que estás viendo es inventado, dejarte engatusar por el misterio, por lo desconocido, dejar que por una hora o dos un director de cine te presente situaciones imposibles. Eso quizás explique por qué tienen tanto éxito las películas de terror; te erizan la espalda, te dejan paranoico y tembloroso, porque son capaces (las buenas) de plantearte todas esas situaciones con las que no puedes lidiar, no porque no quieras, sino porque te enseñaron a la fuerza que lo paranormal no existe, a pesar que todos sabemos intuitivamente que hay algo más allá.
Entonces no es tan raro que los niños celebren halloween en Chile; ni siquiera es raro que lo celebren a su manera, algunos disfrazándose de cualquier cosa menos fantasmas. Tampoco es raro que los niños ya más de grandes dejen el disfraz y la canasta de calabaza en casa y salgan sólo con los huevos; tampoco es raro que se junten a ver películas de terror o entren a casas abandonadas; todo ello pasaría aunque no tuvieran halloween, pero de manera tan dispersa durante el año e inconstante en la tradición de fechas, que probablemente no nos daríamos cuenta.
No sé ustedes, pero mi mundo ya tiene los dioses, los espíritus, los monstruos que necesito, así que probablemente hoy vuelva temprano a casa y me quede escuchando la radio. Y ¡Pobre! Del mocoso vandálico que le haga algo a mi timbre…
Que tengan todos una feliz víspera de todos los santos.


Inti Målai Perdurabo




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* Traducción libre (del fragmento de la canción arriba):

Mascarada, Mascarada,
toma tu máscara, no te demores,
sal, sal muy bien disfrazado,
calor y fiebre en el aire hay esta noche;


Encontrarte con los demás junto al almacén,
Salir a tocar en las puertas de los demás.
Dulce o Truco, es su elección;
Pequeños fantasmas haciendo un gran alboroto.

lunes, 25 de octubre de 2010

Tempus est Iocondum

Abriendo sus ojos a una mañana perfilada como la más luminosa, la más bella, la más serena y dulce de todas, saluda a su destino con una reverencia y una sarcástica sonrisa.
“¡Heme Aquí!” piensa, “parado sobre estos mismos dos pies, sobre esta misma tierra, -que es una sola- y mirando a esta misma mañana que todos los días me viene a buscar. Hoy voy a salir, y voy a salir a volar”.
Se despabila, con premura, con alegría. Se lava la cara y saluda a la mañana que le sonríe desde el otro lado de la ventana.
Despliego mis Alas – y no soy un pájaro.
Pulcras, mis plumas, a la brisa y a la luz con ternura acarician.
Se sube al alféizar de una vieja ventana – resiente el vértigo de la última vez.
Y repica en su mente la misma voz de siempre:
NO SABES ESCRIBIR, NO SABES ESCRIBIR, NO PUEDES ESCRIBIR…
Despliega sus alas – no es un pájaro.
Es como un ángel – pero no tiene Dios al que servir.
Y parece contento y decidido. Y no cierra los ojos – antes se deja encandilar por la luz.
Aristóteles toma forma de columna verdosa y grotesca desde el pliego de fotocopias, y le dice palabras en griego. Pero él no da vuelta la vista.
Un Modelo más hermoso – feliz – gira del otro lado de la ventana. Un sol le da la bienvenida; un rendez-vous a través de la luz.
Y la misma voz de siempre:
NO SABES ESCRIBIR, NO SABES ESCRIBIR, NO SABES ESCRIBIR…
Y él sonriente como siempre, levanta un dedo, sopesa el viento, y vuelve a levantar los ojos felices.
Un lápiz levanta oreja. Una hoja comienza a temblar. Como el viento susurrante de la prolegómenos del huracán, comienzan de a poquitito a sentir que se viene acercando, nuevamente, un ser completamente fantástico y maravilloso a través del aire. Un amigo a través del tiempo.
Y la misma voz de siempre:
NO SABES ESCRIBIR, NO SABES ESCRIBIR, NO SABES ESCRIBIR…
Y entonces, un nombre, sólo un nombre, mana de sus labios como zarigüeya en busca de comida – presta a devorar a los fantasmas.
La zarigüeya se convierte en serpiente; la serpiente se convierte en dragón; el dragón devora a todos los fantasmas, luego se echa en tierra y muere; el cadáver del dragón se hace negro, se hace blanco… se hace rojo.
Del centro del cadáver del dragón brota un tubérculo – como la papa.
Él estalla en carcajadas, ¡Salta por la ventana!
Un tubérculo se deja germinar a sí mismo. Una novísima primavera brota de nuevo, cientos de veces, en cientos infinitos infiernos, y los llena de colores y dulzor. Un vapor acaramelado llena el cuarto. Aristóteles se caga de la risa.
Él vuelve a volar, el lápiz salta de alegría, la página se entrega por entera, ¡oh, resurrección!
Sí, Sí, Sí, el fuego, el agua, el aire, el mundo. El Alado ser fantástico y maravilloso se pierde entre las estrellas, contento de poder volver a volar.
Contento de poder volver a escribir.

…Alguien merodea por los resucitados pasillos de su Ópera.

Inti Målai Perdurabo


Palomitas de Maíz (Gershon Kingsley cover) - Visconti*Sforza


jueves, 16 de septiembre de 2010

Que o la tumba serás... (Soñando el Chile del Bicentenario)

Ha cesado la lucha sangrienta; ya es hermano el que ayer invasor.
Este dieciocho de septiembre conmemoramos los doscientos años de la independencia de Chile de la opresión española; si bien el Cabildo Abierto de 1810 dictaminó que el gobierno provisorio criollo debía preservar la soberanía hasta el regreso del Rey de España al trono (Napoleón le estaba poniendo la cosa difícil a los amigos allá en Europa), también hay que reconocer que celebrar el Bicentenario en 1818 (que en estricto rigor fue cuando nos independizamos oficialmente) deja de lado el mérito de muchos grandes hombres, como José Miguel Carrera, y todo su trabajo y entrega en darle autonomía a este país; Además, hilando fino, si celebráramos doscientos años de independencia y libertad, diecisiete años deberían ser descontados como hiato… así que para no hacernos problemas, convengamos este bicentenario 1810-2010 y punto.

En estas fechas tan importantes para todos, me decidí a hacer algo breve y poco amargo, algo que invite a la reflexión y no que arroje pencazos a diestra y siniestra, como estoy acostumbrado.

Nuestro actual presidente de la República, Sebastián Piñera, nos invita a que este Bicentenario sea una fiesta de “unidad y reconciliación”. Yo estoy de acuerdo con él así que, con toda la unión y reconciliación posible, hablaré un rato sobre la independencia.


Hemos llegado a una etapa crucial en la cual la historia se revela como un gran preámbulo a grandes procesos políticos y sociales que deben desencadenarse. La fe en la igualdad y la libertad acabó por traicionar a los criollos que quitaron el yugo de sus hombros para colocarlo sobre los nuestros; sin embargo, como dijera el primer gobernante de este pais: Después de las Tinieblas, viene la Luz.
Queridos Chilenos, en este Bicentenario la invitación a mi pueblo y mi nación son a recapitular sobre lo que estos doscientos años han significado más allá del libro de historia, y a considerar si la independencia de España ha significado independencia de nuestros propios opresores; Queridos hermanos y hermanas, yo sueño con un nuevo Chile, sueño con un Chile libre, descentralizado, democrático quizás (no creo en la democracia), pero libre de todos los vampiros históricos que nos chupan descaradamente la sangre y el dinero desde los inicios de la república (y sus esporádicos interludios).
Sueño con un Chile en que tanto Salvador Allende como Augusto Pinochet tengan una estatua en el centro pero a nadie le importe; sueño con un Chile en que la educación no ofrezca oportunidades de trabajo sino más bien oportunidades de desarrollo integral personal, intelectual y social; sueño con un Chile real y efectivamente laico, donde los curas se limiten a rezar, un Chile con menos abogados, con menos médicos, pero donde los que haya sean los mejores. Sueño con un Chile que se enorgullezca de ser Latinoamericano, se enorgullezca de ser hermano de Bolivianos y Peruanos y Argentinos, un Chile que sienta más orgullo por la cultura mapuche que por la cultura Rapa Nui, un Chile donde se hable menos en inglés y se coma menos Sushi.
Queridos hermanos y hermanas de nación, de estos doscientos años al menos la mitad los ha vivido una clase media silenciosa y obediente que se ha creído ingenuamente los ires y venires políticos de las mismas familias acaudaladas que usaron a O’Higgins para llegar al poder y luego le exiliaron; No importa si son de izquierda o de derecha, si son de Concepción o de Santiago, si son pipiolos o pelucones, todos ellos conforman la misma masa informe de parásitos despiadados que durante doscientos años ha hecho lucro con nosotros y se han regocijado de ello (1). Queridos hermanos y hermanas, sueño con un Chile que no se vaya a Paro, sino que trabaje y trabaje el doble por cambiar la situación, sueño con un movimiento estudiantil que no haga marchas, antes que estudie y genere focos intelectuales, sueño con un sindicalismo organizado que comience por fin la verdadera revolución, la revolución que se viene augurando por doscientos años y que todavía no ha llegado.
En este año del bicentenario el llamado debería ser a la unidad y a la reconciliación: sin apellidos, sin rasgos de cara, sin jergas distintivas: una sola Clase media organizada, informada, reconociendo a su enemigo histórico, desenmascarando al verdadero opresor, uniendo fuerzas para derrotarlo.
Amigos chilenos, yo en este año del Bicentenario llamo a la madurez y a la seriedad en estos asuntos; yo denuncio el movimiento estudiantil como un circo reaccionario y un juego al corre-que-te-pillo con el carro lanza aguas de Carabineros. Yo denuncio el paro de funcionarios públicos como un entorpecimiento de la jornada del trabajador esforzado que necesita ir a cumplir sus trámites y se ve innecesariamente impedido de hacerlo: Amigos estudiantes, amigos trabajadores, ¿quieren que las autoridades los escuchen? Les voy a contar un secreto: las autoridades los escuchan, fuerte y claro, y se cagan de la risa. Las personas que ocupan los altos cargos en el país en estos momentos son hombres que tienen clara la película y que se ganan su buena tajada con todo el teatro que montan en televisión y en los medios, no importa de qué sector político sean.
¿Qué es lo que el vampiro político espera? Que haya una marcha, que vuele una piedra, que el señor Carabinero pueda intervenir para que en la tele y en el diario de toda la clase media pueda aparecer el mensaje: LOS ANTISOCIALES HAN SIDO REPRIMIDOS - SU HOGAR ESTÁ A SALVO - EL GOBIERNO LO DEFIENDE DE LOS ATAQUES DE ESTUDIANTES Y TRABAJADORES.
El anarquista es el peor enemigo de la revolución, porque es por definición enemigo de cualquier organización, y organización es lo que hace falta en este momento.
¿Qué es lo que el enemigo no espera que ocurra? Que ninguna universidad se vaya a paro. Que los funcionarios públicos no dejen de trabajar. Que los deudores habitacionales no salgan a las calles. Que los mapuches dejen de quemar haciendas… pero que empiecen a reunirse. Que se abran foros públicos en las universidades los viernes por la tarde; que los estudiantes pasen los fines de semana sobrios, reuniéndose con los sindicatos. Que se empiece a gestar real y efectivamente una revolución, madura, libre de las trabas históricas con las que generan divisiones internas, y que, lo mejor de todo, no entregue ni una sola excusa al Señor Carabinero para desenfundar su luma.
Sueño con un Chile que ponga en jaque a la democracia; que se inscriba, que vote, pero que no elija a ningún candidato abanderado. Sueño con un Chile que alcance el nivel de organización suficiente para salir a la calle de una sola vez, toda una enorme clase media, a recuperar la soberanía que nos robaron los Ochocientos de Santiago. Sueño con un Chile norteño, austral, un Chile municipalizado, un Chile sin partidos políticos, un Chile sin servicio militar obligatorio, un Chile con un cuerpo de Carabineros al servicio de la Clase Media.
El Estado por definición es un organismo que debe velar por el bien común; El chauvinismo no cuenta como bien común, sino todo lo contrario, como medio de control de la masa ignorante, por lo tanto, celebrar masivamente el Bicentenario es una confesión de ineptitud pero también es una falta de respeto a los hombres y mujeres inteligentes que quedamos en el país. Hace doscientos años que dependemos de la Aristocracia Santiaguina; quizás vaya siendo hora de celebrar, efectivamente, nuestra Independencia.

Viva Chile, ¡mierda!


—-
(1) Campaña presidencial 2009: como ejemplo de que el sector político es sólo un circo que nos montan, reflexionen nada más en lo siguiente: La campaña presidencial del año pasado. Sebastián Piñera (candidato de derecha) promueve el “desarrollo a la mediana y pequeña empresa, ayuda al pueblo trabajador, defensa de la familia” (discurso de izquierda). Eduardo Frey R. por su parte (candidato de izquierda) se vanagloria de todos los Tratados Comerciales que se firmaron durante los gobiernos de la Concertación, el suyo en específico, y de cómo ellos abrieron el país al mercado internacional (discurso de derecha); ¿qué mierda nos quieren hacer creer estos pelafustanes?

domingo, 1 de agosto de 2010

El sitio permanente

La Guerra es padre de todas las cosas, rey de todas las cosas

Heráclito


¿Cuál es – Y no es en forma alguna una pregunta sencilla – el más importante de los preceptos morales?
¿Qué es lo que más valoramos, lo que más defendemos, por muy distintos que seamos unos con otros?
No es la fe, esa manta vieja con la que ya muchos han dejado de cobijarse por no temerle a pasar frío, tampoco el concepto de justicia, que para muchos es asunto de polémicas discusiones; de seguro no es el amor, de partida porque nunca hemos terminado de ponernos de acuerdo sobre su significado, o la familia, siendo que en muchos casos no entendemos donde acaba ni donde termina.
Cada época ha tenido sus cánones morales, sus castillos mentales sobre los que erige las “bases de la institucionalidad”; ¿Qué es lo que caracteriza a nuestro tiempo? No sé ustedes, pero a mi me nace llamarlo el Tiempo del Fracaso: El Reino de Dios nunca vino a nosotros, La Tecno-Ciencia no fue capaz de llevarnos a una era de armonía y felicidad, El Pueblo Armado no fue capaz de sobreponerse al capitalismo explotador y sus cabecillas irremediablemente se rindieron ante el discreto encanto de la burguesía.
En un mundo donde la desilusión es la sal con la que condimentamos cada uno de nuestros días, la pregunta por el Supremo Bien es todavía más difícil.
Para horror del Filósofo, la subjetividad ha conquistado el modo de pensar generalizado. Nadie asume verdadero algo que no sea capaz de entender; nadie se somete libremente a “creerle” al otro lo que dice; La enajenación transforma la moda en individualidades homogéneas, cada uno se encierra en creer que tiene el poder de ser su propio dios (poder que no puede estar más lejos de ellos) y de poder hacer bajar del cielo su propia Tabla de la Ley. En un contexto así, donde cada cabeza acaba y termina en ella misma, la transversal de la sociedad sólo puede ser UN único precepto moral, común a todos estos universos paralelos: la Tolerancia.
La Tolerancia parece ser el único valor que hoy toda persona defendería; la Paz parece ser lo único de lo que realmente nos enorgullecemos cuando miramos el Orden Mundial que hemos conquistado; el respeto a las fronteras, al propio metro cuadrado, el permiso para con el otro de dejarlo “hacer lo que quiera”, la Libertad que “termina donde empieza la de los demás” hace eco en todo espíritu contemporáneo, suena lógico, cuerdo, sensato, humano, y luego, está bien. BIEN.
Por eso lo que yo quiero escribir sonará tan MALO. Más malo que escribir sobre satanismo – meros cuentos de brujas y músicos de Heavy Metal, o sobre comunismo – arqueología ideológica agonizando en pelitos largos y morrales colgando del hombro, o sobre hedonismo – la más infantil e insana forma de suicidio prolongado; hoy voy a escribir sobre la Guerra. Y voy a elogiar la guerra.
Dicen que el que milita bajo el estandarte de “llevar la contra” acaba por llevarse la contra a sí mismo, y en la paradoja su derrota es total. Cuando digo “voy a escribir sobre la Guerra” no me refiero a que intencionalmente dirigiré un discurso contra la Paz y la Tolerancia, con lo que todo el ensayo pasaría a convertirse en un simplón e infantil juego argumentativo; cuando digo “voy a escribir sobre la guerra” no me refiero a que voy a elevarle una Oda (la más estúpida y mediocre forma de la Poesía (a mi entender)), más bien a desarrollarla como tema de reflexión. Pero, ¿para qué entonces la introducción sobre la Paz y la Tolerancia? Porque en lo posible espero que se me lea sin prejuicios; que cuando, más adelante, yo diga: “La Guerra es la condición natural del hombre” (afirmación para nada novedosa por lo demás), nadie salte espantado ni reaccione con enojo ante mi aseveración, como diciendo para sus adentros “Ya empezó este weón con sus temas polémicos para puro llevar la contra”; Por eso quise prevenir a mis atentos.
Porque he reflexionado mucho al respecto y creo que no suena tan descabellado lo que algunos defienden: que la guerra es la condición natural del hombre, como si se tratara de un “Animal Guerrero”. O quizás ni siquiera como sello distintivo del hombre solamente, sino también de todo animal, de todo ser vivo: la Guerra, o ese estado de conflicto en el que se busca destruir un elemento que impide nuestro avance o se opone, conciente o inconscientemente, a nuestro progreso, es en realidad lo que explica con más acierto y precisión lo que es la vida en general.
Porque la vida, nuestra vida, demuestra ser un estado de guerra constante: En la infancia la guerra es contra nuestro entorno, contra el perro, la silla, la cuna, el cuadrado brillante que canta y nos deslumbra; en la adolescencia, la guerra es contra nuestros padres, contra nuestros profesores, contra las leyes de consumo de alcohol y las campañas de sexualidad para menores; en la juventud, la guerra es contra el sistema o contra las reglas; se desarrolla la “guerra de Troya” también en cada uno de nosotros, disputándonos la Helena que más nos gusta como pavos reales agarrándose a picotazos; en la adultez la guerra es contra los demás, intentando siempre destacar, siempre cuidar lo que se construye, siempre protegiendo odinísticamente a la familia o a uno mismo en medio de una jungla de gigantes depredadores y ejecutivos de banco. Y en la vejez, la Guerra es nada más y nada menos que contra la Muerte; vivir más, prolongar la existencia, llegar mejor al momento en que el tiempo dé el inevitable veredicto; o, al menos, si se ha de perder la batalla en el cuerpo, que el pensamiento, que el nombre, perdure para siempre; otra manera de torcerle el brazo al implacable enemigo.
Y la misma historia de la humanidad no puede ser más evidente; Cada episodio, cada período, cada palabra escrita en estos siete mil y tantos años de historia conocida le deben su hito al vencedor de una batalla: Al Ario que conquistó la India, al Egipcio que conquistó el Nilo, al Acadio y al Persa y al Babilónico que derrotó a sus enemigos en el valle fértil entre los ríos Eufrates y Tigris. Que se haya terminado hablando griego en todo el mar mediterráneo no habla bien de los avances tecnológicos de los Griegos sino del poderío militar de la Liga Helénica; De la estrategia Alejandrina para ordenar tropas; del filósofo que asegura que “el que no vive en ciudades – como el griego – o es más o es menos que hombre”, y justifica en parte el domesticar al “bárbaro vagabundo”. ¡Roma! Nos legó su idioma, su cultura, sus derechos, su organización social, no gracias a sus poetas sino a las lanzas que dirigieron hombres del talante y la virtud de Cayo Julio César. Vine, vi, vencí es un resumen de cómo este hombre hacía la Guerra; estoy escribiendo esto el día sábado 31 de JULIO, y espero que quede a la vista hasta qué punto ese hombre fue y sigue siendo uno de los Mejores Hombres que ha dado la historia, y hasta qué punto con su vida fue capaz de vencer hasta en la última batalla.
“La historia la escriben los ganadores” es una evidencia histórica. Y nadie nunca ha ganado jamás ese derecho sin declarar primero una Guerra: sólo una excepción existe al respecto, y aquí me quito el sombrero frente al cristianismo, que fue capaz de derramar más sangre que ningún otro frente militar sólo pregonando el amor y la compasión, y una promesa de buenaventura para los generosos de espíritu que se cobró la conquista más espectacular de la historia.
Y el amante de la Paz y de la “Libre determinación de los Pueblos” reconoce con vergüenza que el Mundo Feliz-Infeliz en el que vive (y del que se siente patéticamente orgulloso) no es más que el resultado final de Guerra tras Guerra librada por hombres iguales que él: Zarpar rumbo al Oeste es declararle la Guerra a la Escolástica; Cortarle la cabeza al Rey es declararle la Guerra a la Monarquía; Autorizar la Noche de los Vidrios Rotos es declararle la Guerra al imperialismo judío y botar el muro de Berlín es declararle la Guerra a la Revolución Social… con pleno éxito. Sin ir más lejos, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano son la más perfecta declaración de Guerra: una Guerra contra la propia naturaleza del ser humano.
La ley de la supervivencia dictamina que el más fuerte sobrevive. Hobbes defiende que el contrato social se asume por miedo; el hombre es peligroso para el hombre, y al verse más débil que otros el miedo y la cobardía lo llevan a escudarse en una mayoría impersonalizada con el fin de sobrevivir. Rousseau entendía la anti-sociedad o la delincuencia como una declaración de Guerra contra el Estado; la Voluntad General y el Pueblo Soberano entonces encierran o matan a su enemigo, en desigual pero legítima batalla. Nietzsche dijo en su Anticristo “No paz en general, sino la guerra” y reflejaba en sus ojos iracundos una convicción parecida a la de los demás; el amor a los débiles es antinatural porque la debilidad en sí va contra la supervivencia; es lo que se lee entre líneas de la teoría de la Evolución de Darwin.
Pero el buen Darwin, al anunciar su teoría y al darse cuenta de la conclusión lógica a la que llegaba, ¡pareció asustarse sobremanera! Tuvo miedo que el asumir la evolución llevara a la humanidad a cometer el, para él, más terrible error: Renegar de la Paz y la solidaridad y asumir la Guerra como parte de su naturaleza.
Entre los germanos y vikingos la guerra era un modo de vida, se justificaba por sí misma; la violencia era entendida como una virtud. El Dios de Moisés le dio instrucciones para armar a su pueblo y hacerlo expulsar, a las malas, a todos los pueblos que vivían en su “tierra prometida” antes que ellos. El “sumiso de la voluntad de Dios” (Musulmán) tiene el divino deber de expandir su fe a punta de cuchillo. El Mapuche era un hombre belicoso y agresivo que lamentablemente tuvo que enfrentarse a los siglos de tecnología de ventaja que les sacaron los misericordiosos cristianos españoles, y ni aún así entregaron la batalla en bandeja.
Sólo los valientes elegidos vivían para siempre en los salones de Valhalla; ellos eran los que morían combatiendo por sus familias, por su honor, por sus dioses. Sólo el militar puede pasar por alto el “no matarás” y ser recibido a la derecha de su Padre. El que se inmola cobra en el Paraíso la promesa de treintidós vírgenes y sendas mansiones en la finca de Alá. El Mapuche que muere a manos de sus enemigos no es digno ni de su propio hijo, porque su espíritu no decae, aunque le falten ambas manos.
La Compasión, el Amor por el Prójimo, es Antinatural; pero ¡ojo! la Guerra Nacional también. Morir por la Patria es sinónimo de pelear por otros, ellos que sentados en la capital declaran la Guerra y no la pelean.
La Patria debiera terminar para cada uno de nosotros en la familia que lo cría, en la casa que lo protege y en el suelo que lo alimenta. El espíritu crítico es una declaración de Guerra contra los conquistadores psíquicos, los manipuladores de las esferas de poder que dominan la tierra. No hay ser humano más débil y patético que el que está dispuesto a morir por su bandera. El que pone la otra mejilla es un espécimen enfermo condenado a la extinción. El que se conforma con el ritmo de vida que le asignaron y jamás discute una instrucción aunque no se sienta bien, es un estúpido.
Nadie en condiciones humanas reales debería poder tener más y no intentar tenerlo; la Guerra no implica siempre ganarla, aunque no necesariamente no ganar implica perder. Es sensato huir de la autodestrucción del cuerpo y del espíritu; Cada estratega en la historia ha demostrado que hay que saber cuando atacar y cuando replegarse. La lección está en dar tregua pero nunca firmar el cese al fuego. “Desarmar” significa desensamblar los componentes de un todo en partes más pequeñas, pero también dejar de lado las armas. No desarmarse nunca es igual a jamás dar el brazo totalmente a torcer; jamás volverse voluntariamente débil, voluntariamente cobarde. Asumir el estado de sitio como algo permanente es un acto completo de valor y coraje.
Entonces, una nueva definición de Tolerancia debería extenderse desde aquí. Una nueva definición de Libertad, en la cual nuestras posibilidades no terminen donde empiezan las del otro, sino que se extiendan HASTA DONDE SEAMOS CAPACES DE DEFENDERLAS. Los Tratados Internacionales son el equivalente al cristianismo manso-de-espíritu en la moral; una oficialización de la cobardía. La abolición de la Propiedad en el Anarquismo nos sugiere un pelear por legitimar lo que podemos conquistar, en lugar de asumirlo por un contrato pusilánime.
Si asumimos esta perspectiva rápidamente nos daremos cuenta que la moral actual y el “respeto y tolerancia por el otro” no son más que una Guerra que nos está ganando el que tiene-más-que-nosotros; en efecto, ha conseguido educarnos para querer ser débiles. Uno ve la tele o el cine, lee un libro: ¿quién es el enemigo? ¿Cuál es el estereotipo de villano que nos pintan? El hombre inteligente PERO inescrupuloso. El científico loco de los cómics es el gobierno que desarrolla armas nucleares; el empresario cruel que es mafioso y despiadado y quiere casarse con la hija del multimillonario fingiendo ser hombre de bien es el hombre de negocios que se candidatea a presidente vestido de Derecha y hablando como la Izquierda (y sí, me estoy refiriendo, por ejemplo, a Sebastián Piñera, pero no es el único que se me ocurre). La villana que por “querer casarse con el ricachón” urde intrigas y miente descaradamente es la clásica figura pública a la que, al final, el “destino” castiga desbarrancándola o trayéndole enfermedades fatales. Culturalmente, hoy, se nos enseña a despreciar y a repudiar de la actitud inteligente; nos educan para odiar la Guerra, no la Guerra entre naciones (que es en sí misma despreciable) sino la Guerra personal, la actitud Espartana que todos llevamos dentro, no en vano el nacimiento de la diosa Atenea (patrona de la ciudad enemiga de Esparta, Atenas) fue saliendo de la frente de su padre Zeus con un casco, un escudo y una lanza.
Y curiosamente, se nos trata de infundir el “Amor a la Patria”, el “Deber por la Nación” que nos llevaría, en caso de una Guerra Internacional, a defender nuestro país… ¿Paradójico? No; gracioso. Quizás, gracioso, pero para nada paradójico. Tiene, de hecho, mucho más sentido asumiendo el enfoque que estamos usando.
Lo que no nos mata nos hace más fuertes. No temerle a la muerte es asumir de entrada la posibilidad de ser inmortal. Hay que aprender, creo yo, a llevar la Guerra hasta sus últimas consecuencias: NO CONFIAR en nadie más que en uno, NO DAR LA VIDA por nadie más que por uno, NO DEJARSE MANDAR por nadie más que por uno. ¡Pero! También, la Guerra Total implica necesariamente: TENER ALGO O ALGUIEN por quién pelear; tener algo que dote de sentido a cada batalla, a cada victoria y cada derrota: una definición posible de “Amor”; SABER CUANDO REPLEGARSE y saber cuidar lo que se conquista; y, por sobre todo, SABER LEGAR a los elegidos personales (que pueden ser desde los hijos hasta un pueblo completo) NO bienes materiales, sino que principalmente, FUNDAMENTOS DE LA GUERRA de uno, para que la causa que en esta vida se emprende, ellos sepan llevarla a término, o resumirla para sus propias Guerras; He ahí el secreto para derrotar a la Muerte.
Los mejores generales escribieron la historia y la seguirán escribiendo; Cayo Julio César ganó con creces la Guerra contra Pompeyo, aún antes de que éste lo mandara matar. Adolf Hitler sigue siendo una figura intrigante y cautivadora para muchas generaciones, sea como el Mesías de los Arios o el Anticristo Apocalíptico… y en la práctica él perdió la Segunda Guerra. El que ríe último ríe mejor, pero mientras haya uno que caiga debajo de nuestras pisadas… seguiremos riéndonos a carcajadas por mucho tiempo.
Y mientras tanto… que sigan las campañas contra el Bulling, a favor de cooperación internacional, el 1% a la Iglesia, el “¿donaría dos pesos para los Niños Pobres?”…
...Salta a la vista el por qué es mejor no tratar este tema a tontas y a locas, ¿verdad?

Inti Målai Perdurabo

miércoles, 30 de junio de 2010

TODA UNA ÓPERA

TODA UNA ÓPERA
(llena de Fantasmas)

Este disco tiene un teatro y nadie se para a cantar adelante,
Es un disco sin orquesta y sin director
Y la lámpara no está encendida;
Pero me tiene a mí sentado
En la primera fila.

Me lleno las manos de aplausos vacíos
Y miro con ojos perdidos
El fondo del teatro, su telón carcomido…
Y comienzo a escuchar la función.

Toda una ópera llena de fantasmas; Así se llama lo que veo en mi cabeza, así se llama lo que hay en mis noches, lo que me acompaña en las calles; a eso huelen los textos en griego, los textos en francés, las canciones en finlandés. Toda una ópera llena de fantasmas burlándose de mí.

Comenzamos hace poco una discusión sobre la nada. ¿Qué es la Nada? ¿Puede la Nada ser? Irrespetuosamente perturbamos el sueño de un señor Parménides (poeta por lo demás) que lleva su buen tiempo muerto, para ponernos a discutir sobre la validez de lo que dicen sus versos (en dialecto jónico, traducido por un catedrático chileno que actualmente reside en Estados Unidos) acerca del Ser y el No-Ser. Yo sé que todos nos hemos preguntado alguna vez qué es la nada, lo gracioso es que por lo general decimos que es “lo que no es”, sin siquiera saber lo que es lo “que es”. Y creo que Parménides me daría la razón si pudiera hablar, pero, por miedo de que en su lugar conteste algún neoplatónico o vaya uno a saber qué personaje, mejor lo dejo muerto como está. Creo que no es discusión de la “nada” el saber lo que “es”, porque de hecho nuestra palabra “nada” no significa “no-ser”: De hecho, nuestra palabra “nada” es una categoría valorativa, y esa categoría valorativa es: Insignificante.
Ejemplifico: Un canasto vacío. Pregunto: ¿Qué hay en el Canasto? Responde: Nada. ¡¿Pero me quieres decir que EN el canasto se está NO-SIENDO, ούκ όντα!! (Sí, me las doy de cabrón porque sé escribir en griego, ¿algún problema?). Escándalo de semejantes proporciones es motivo para llevar al canasto a una conferencia de filosofía o incluso de física nuclear, ¡incluso llevarlo ante los más distinguidos personajes del medio! Estoy seguro de que el profesor Hawkins metería un gato dentro de mi canasto con una botella de veneno para probar la teoría de cuerdas… si pudiera agarrar un gato, claro.
¿Se han dado cuenta que en infinidad de veces hemos tenido canastos, cajas, habitaciones, bolsillos con “nada”, y nunca nadie se ha alarmado tanto? ¿Por qué será?
Alguien podría decir: porque la gente es estúpida (1) y no se percata de esas cosas. Yo tampoco le tengo mucha fe a la gente, y aunque es tentador inclinarme por esa salida, lamentablemente tengo otra teoría: El “Nada” que definimos es diferente al “nada” que usamos.
En efecto, “nada” es una categoría de insignificancia: cuando decimos que en el canasto “hay nada” (o “no hay nada”, doble negación bastante inútil y confusa por lo demás, que ¡créanlo o no! No es nuestra legítima, porque los griegos también lo hacían (comentario al margen: ¡ASÍ ES! Ahora traten de leerse un texto de un compadre que habla del “ser” y del “no-ser” y que ¡además! Sabe usar la doble negación enfática (y tiene encima de todo verbos en “voz Media”…))) no estamos queriendo decir que “dentro del canasto no ocurre el “ser” ”, sino que simplemente, “aquello que hay en el canasto me es insignificante”. Porque, de hecho, hay aire; hay polvo; puede hasta haber un insecto, o una hoja de papel (en el caso que fuera algo escrito por mí, dejaría de ser insignificante, se entiende), y todas esas cosas “son” (así que calma, ¡oh, metafísicos!), pero “son nada” porque no interesan. En ese sentido, “nada” también “es”.
Ahora vienen y me dicen: ¿qué hay de “la nada”? yo contesto: “la insignificancia”.
Y luego: ¿Y el “no-ser”? yo respondo: un adverbio de negación ligado a un infinitivo por un guión. “Mero nombre”, me susurra Parménides desde la tumba a través del traductor ya mencionado.
Y ahora, ¡fuera de aquí! Me tapan la vista, no logro contemplar la escena.

Mis fantasmas han vuelto a salir, se reúnen a mi alrededor. Esto es bastante extraño. Tienen caras de personas que no veo hace mucho tiempo. Esto es bastante extraño.
Me ha hecho bastante mal casi no escribir en lo absoluto, durante más de cuatro meses, quizás mucho más. Se me han ido pegando a las paredes del cerebro los fantasmas, los nombres, me pican los dedos, me tiembla la lengua… y aun así, no consigo escribir. Y no es mi culpa (tampoco es culpa de los fantasmas), es culpa de no tener musa.
No me hagas las cosas más difíciles de lo que ya son… ¿qué quiere decir?
Tomo una escoba para echar a los fantasmas. ¡Habrase visto! Una Ópera llena de fantasmas y que ninguno cante arias de Lloyd Webber, ¡qué vergüenza! ¿Qué diría el recientemente muerto Pavarotti? ¡Fuera los fantasmas!
De aquí a la eternidad, somos sólo yo y mis cuadernos de poesía… y estos escurridizos fantasmas que no consigo sacar de aquí.
A veces me coloco la máscara y me hago pasar por fantasma de la Ópera; descuelgo lámparas, siembro intrigas y misterios, me escondo de las multitudes… y uso mi talento para intentar encontrar una mujer que quiera dejarme cantar para ella (como ángel de música). Cantar callado, se entiende, porque nadie quiere oírme cantar y los que me han oído me dan la razón (y las gracias. ¡A ese punto canto mal!). Escribo poemas, o los escribía en algún momento, porque a estas alturas sólo puedo memorizar verbos contractos en omicrón y tablas de declinación y conectores lógicos, y largos esquemas de argumentaciones metafísicas sobre la naturaleza del ser. Ojalá pudiera ser un poco menos fantasma, para poder escapar de la Ópera; para poder dejar de ser el payaso de cara pintarrajeada que hace reír… a pesar suyo.

Tengo toda una Ópera llena de fantasmas, llena de butacas vacías,
Llena de palabras que quieren decir: insignificancia.

No tengo ganas para la sinestesia ni para la rima,
Ni para la melodía ni para la sangría;
No quiero beberme los cadáveres exquisitos ni relamerme las esdrújulas,
No quiero salir a la calle porque tengo miedo de perderme,
Porque mi brújula no apunta al norte
Y mis pies no caminan derechos.

No consigo escribir lo que quiero.

Como bien y duermo ocho horas al día. ¿De qué me puedo quejar? Pues de NADA
(ya les definí la palabra, ahora saquen ustedes las conclusiones pertinentes)


Inti Målai Perdurabo

(1) quise poner “weona” y Word me lo corrigió a “Leona”. Me dio risa ;¡Qué inocente!

lunes, 28 de junio de 2010

No sé si les ha pasado...

No sé si les ha pasado, pero hay días en que siento que odio a la humanidad. Que los odio a todos, a todos y cada uno de esos estúpidos mamíferos hormiguíneos que plagan la tierra y me odio sobre todo a mí, porque me siento como el más estúpido y pequeño de todos ellos.
Y cuando despierto en días así me dan ganas de tener útero y poder parir para saber si el dolor de darles vida vale la pena de tenerlos fisgoneando por ahí, con su ropa y sus autos y sus bocinas y esos teléfonos de mierda con altoparlantes que hacen que todo el mundo tenga de escuchar la misma música inmunda que les gusta. Por eso yo me pongo audífonos cuando salgo, para alejarlos lo más posible de mí, porque en días como esos no los quiero mirar a la cara, no les quiero ver los ojos ni las bocas ni quiero que me apunten con sus narices grotescas y llenas de mucosidades viscosas y malolientes.
Odio a la humanidad por todo lo que hace, porque todo lo que hace constantemente me molesta, porque aborrezco sus sofisticadas maneras de importunarme, desde las campañas contra el SIDA hasta la puta vuvuzela. Apago los televisores cuando están prendidos y me emputece que haya publicidad en la radio, a veces me dan ganas de sacarme los ojos para no tener que ver cómo se visten o lo que dicen sus carteles imbéciles, porque todo lo que dicen está falto de sentido, porque no hay arte en nada de lo que les pertenece, porque ni el arte mismo lo tienen a mano.
A veces me da asco el olor de las mujeres y cuando veo rostros viejos me invaden las ganas de hacer pucheros y decir garabatos, y me emputece que no se miren en la calle ni se hablen, y que apresuren el paso cuando paso al lado de ellos paseando al perro o arrastrando en mis hombros una mochila. Me hacen sonreír los niños pequeños que me sonríen y me hacen enfurecer sus madres que los abrazan con miradas de espanto, zorras inmundas que creen que le voy a hacer algo a sus críos con piel color de leche y mejillas color de vagina.
Y los que andan por ahí tomados de la mano lo hacen para burlarse de mí, pero no me miran porque les soy indiferente, porque soy un patético esperpento paranoico y de golpe me doy cuenta de que está todo en mi cabeza. Todo en mi cabeza, todo en mi cabeza…
Si un ser se siente avergonzado de su especie, ¿es culpa de él o de la especie? Me encierro en una pieza decorada a mi gusto y oigo la música que quiero, para alejarlos de mí, para enajenarme, porque temo a la soledad pero ella siempre me encuentra primero, porque llamo por teléfono pero nadie me contesta, porque nadie me pregunta cómo estoy y quienes me preguntan ni se interesan por la respuesta, porque son hipócritas y desconsiderados y yo les importo un comino.
Y me dan ganas de poder ser más estúpido de lo que soy, me dan ganas de sacar el pie que tengo dentro del Olimpo para poder bajar a sus casas húmedas con calefacciones sofocantes y poder sentarme con ellos a ver fútbol o a fumar para morir ahogado y con dolor. Suicidas imbéciles, pienso, pero me gustaría no pensarlo, para que me reciban y me quieran y me sonrían y me dejen estar cerca. Me gustaría poder querer más a mi perro de lo que conozco a la humanidad, pero no tengo a mi perro y el perro que vive conmigo está a nombre de un pelmazo. Solo me siento con una linterna a alumbrar el cielo para contribuir con ese techo naranjo que inventaron para quitarme las estrellas y no dejarme ver las fases de la luna, para obligarme a consultar su Internet PAGADO lleno de publicidad, fútbol y películas con malos guiones y pésimos actores.
Veo payasos dondequiera que mire, gente absurda vacía de sentido que anda por ahí vanagloriándose de no necesitarlo, como gritándome indirectamente que yo también podría no necesitarlo, y a la vez así me escupen la inferioridad a la que mi superioridad de conciencia me rezaga.
Cada uno de ellos con un vampiro psíquico chupándole la sangre, el tiempo y el dinero, familiares y amigos patéticos y asquerosos que viven de lo que rentan los demás y están todo el día llamando, aprovechándose de la buena disposición y de la estúpida ingenuidad de los que tienen a mano. Ladrones y usureros desvergonzados, monstruosos, por todos lados, con una mano tendida hacia delante y la otra metida en el bolsillo, para alcanzar a rascarse los testículos hinchados y peludos.
Odio a la humanidad, y me arde el corazón de fiebre porque no hallo la manera de deshacerme de ellos, porque no tengo donde meterme para no verlos, o donde meterlos a ellos para que me dejen tranquilo. No quiero salir a su ciudad apestosa, no quiero caminar en sus calles asfaltadas con caca, no quiero viajar en sus transportes sofocantes ni respirar el mismo aire que sorben con sus pulmones pegajosos. Los odio por lo cerca que los tengo, porque son como las moscas pequeñas que no se pueden matar, pero son demasiado grandes para ignorarles. Odio sus facciones grotescas, los odio cuando son muy grandes o muy pequeños, me indigesta la mujer flaca y me provoca náuseas la gorda, porque pareciera tener piel de chancho y lo peor es que pareciera no importarle.
Me da rabia leer mi propia poesía porque me recuerda mujeres terribles que demostraron mi idiotez al hacerme escribir sobre ellas, y me da más rabia que ninguna llegue que me haga desmentirme, y persevero con el lápiz en la mano y no logro escribir nada, y ¡puta! Me odio, me odio yo también, porque me presento como poeta y no logro escribir poesía.
Compongo música y me siento orgulloso de ella, y nadie quiere escucharla. Escribo largos ensayos y me siento orgulloso de ellos, y nadie quiere leerlos. Quizás yo soy el que no sabe escribir, el que no sabe componer ni hacer arte, el que no está donde debería estar, el que nació feo y morirá espantoso y no puede hacer nada para remediarlo. Y esa sensación me hace odiar más a la humanidad incapaz de matarme, incapaz de castigarme por mi arrogancia y mi injustificado delirio de grandeza.
Me siento como una manzana que quedó mucho tiempo al sol y al aire, sola, y como nadie me quiso desangrar con los labios al final me he ido avinagrando, me ha ido creciendo el cabello blanco y verde y he empezado a oler mal. No sirvo para aliñar las ensaladas y pronto descubrirán que vale más tirarme a la basura, porque puedo pudrir al resto si me dejan entrar al frutero.
Mis manos están ásperas y no es por escarbar la tierra, es por escarbarme a mí mismo, para no pasar tanto frío cuando me echo solo a mirar el techo y me pego una siesta en compañía de un locutor indiferente que pone música desde una cabina de radio sin tener idea de mi existencia. Odio que llegue a escribir cosas tan atroces y que llegue a mentir tanto por despecho, por no atreverme a reconocer mi única falencia, mi única necesidad, y entonces me odio por hacerme pasar por el weón cabrón que escribe enojado cuando en realidad soy un pendejo mimado estúpido que está pidiendo a gritos que le enseñen a crecer lo que le falta. Soy un pendejo, un cabro chico, un mocoso feo y ridículo acurrucado en la esquina de su pieza cagado de miedo y esperando con los ojos cerrados que alguien –por iniciativa propia, venga a tocarle el timbre para invitarlo a jugar.
Soy el pendejo que no quiere bailar pero quiere que bailen para él; que no trabaja pero quiere que trabajen para él; que odia a la humanidad cuando en realidad quiere que la humanidad lo ame a él. Soy ni más ni menos que ese pendejo, con la barba a medio crecer y un corte de pelo que no le gusta.
Odio los espejos porque me faltan el respeto con esa cara de ser humano con que me miran de vuelta, odio las fotografías porque me recuerdan lo feo que he sido, y odio a las personas que no se me acercan a preguntarme cómo estoy aunque yo pase todo el día pendiente de cómo están ellos.
Odio querer tanto a los que me quieren porque no nos demostramos mutuamente el respeto y el cariño que nos tenemos y por el contrario muchas veces nos ignoramos. Odio su hipocresía y su falta de sinceridad, de seriedad, odio que me griten y que me reten pero también odio que se rían de los chistes que cuento, porque yo no los encuentro graciosos.
Leo toneladas de poesía, de ocultismo y de filosofía y escucho horas de música que a nadie más le gusta, para engañar a la soledad que me tiene prisionero de una rutina estúpida que comienza en una ducha y acaba paseando a ese perro que no es mío.
Puta rueda, puta cinta de Moebius, puta manía mía de hacer esa clase de comparaciones para demostrar lo mucho que he leído y en lo que he desperdiciado magistralmente mi juventud.
Me cago de la risa de todos los que piensan distinto a mí porque son ridículos y piensan puras weás, pero intento ni siquiera sonreírme para no tener que darles explicaciones; porque siempre necesitan explicaciones.
Así que, cuando ando en esos días en que Odio a la humanidad, por lo general me quedo alejado y procuro no dirigir a nadie la palabra. Me levanto tarde y me acuesto temprano, porque sé que sólo me falta algo de sueño y que todos esos pensamientos desaparecerán al día siguiente; porque de lo que primero me doy cuenta, es que a veces bajo la defensa, me deprimo, y pienso la sarta de idioteces que acaban de leer.
No sé si les ha pasado, pero a mí me pasa bastante a menudo últimamente; aunque ya he logrado que no se me note tanto.

Inti Målai Perdurabo