lunes, 28 de junio de 2010

No sé si les ha pasado...

No sé si les ha pasado, pero hay días en que siento que odio a la humanidad. Que los odio a todos, a todos y cada uno de esos estúpidos mamíferos hormiguíneos que plagan la tierra y me odio sobre todo a mí, porque me siento como el más estúpido y pequeño de todos ellos.
Y cuando despierto en días así me dan ganas de tener útero y poder parir para saber si el dolor de darles vida vale la pena de tenerlos fisgoneando por ahí, con su ropa y sus autos y sus bocinas y esos teléfonos de mierda con altoparlantes que hacen que todo el mundo tenga de escuchar la misma música inmunda que les gusta. Por eso yo me pongo audífonos cuando salgo, para alejarlos lo más posible de mí, porque en días como esos no los quiero mirar a la cara, no les quiero ver los ojos ni las bocas ni quiero que me apunten con sus narices grotescas y llenas de mucosidades viscosas y malolientes.
Odio a la humanidad por todo lo que hace, porque todo lo que hace constantemente me molesta, porque aborrezco sus sofisticadas maneras de importunarme, desde las campañas contra el SIDA hasta la puta vuvuzela. Apago los televisores cuando están prendidos y me emputece que haya publicidad en la radio, a veces me dan ganas de sacarme los ojos para no tener que ver cómo se visten o lo que dicen sus carteles imbéciles, porque todo lo que dicen está falto de sentido, porque no hay arte en nada de lo que les pertenece, porque ni el arte mismo lo tienen a mano.
A veces me da asco el olor de las mujeres y cuando veo rostros viejos me invaden las ganas de hacer pucheros y decir garabatos, y me emputece que no se miren en la calle ni se hablen, y que apresuren el paso cuando paso al lado de ellos paseando al perro o arrastrando en mis hombros una mochila. Me hacen sonreír los niños pequeños que me sonríen y me hacen enfurecer sus madres que los abrazan con miradas de espanto, zorras inmundas que creen que le voy a hacer algo a sus críos con piel color de leche y mejillas color de vagina.
Y los que andan por ahí tomados de la mano lo hacen para burlarse de mí, pero no me miran porque les soy indiferente, porque soy un patético esperpento paranoico y de golpe me doy cuenta de que está todo en mi cabeza. Todo en mi cabeza, todo en mi cabeza…
Si un ser se siente avergonzado de su especie, ¿es culpa de él o de la especie? Me encierro en una pieza decorada a mi gusto y oigo la música que quiero, para alejarlos de mí, para enajenarme, porque temo a la soledad pero ella siempre me encuentra primero, porque llamo por teléfono pero nadie me contesta, porque nadie me pregunta cómo estoy y quienes me preguntan ni se interesan por la respuesta, porque son hipócritas y desconsiderados y yo les importo un comino.
Y me dan ganas de poder ser más estúpido de lo que soy, me dan ganas de sacar el pie que tengo dentro del Olimpo para poder bajar a sus casas húmedas con calefacciones sofocantes y poder sentarme con ellos a ver fútbol o a fumar para morir ahogado y con dolor. Suicidas imbéciles, pienso, pero me gustaría no pensarlo, para que me reciban y me quieran y me sonrían y me dejen estar cerca. Me gustaría poder querer más a mi perro de lo que conozco a la humanidad, pero no tengo a mi perro y el perro que vive conmigo está a nombre de un pelmazo. Solo me siento con una linterna a alumbrar el cielo para contribuir con ese techo naranjo que inventaron para quitarme las estrellas y no dejarme ver las fases de la luna, para obligarme a consultar su Internet PAGADO lleno de publicidad, fútbol y películas con malos guiones y pésimos actores.
Veo payasos dondequiera que mire, gente absurda vacía de sentido que anda por ahí vanagloriándose de no necesitarlo, como gritándome indirectamente que yo también podría no necesitarlo, y a la vez así me escupen la inferioridad a la que mi superioridad de conciencia me rezaga.
Cada uno de ellos con un vampiro psíquico chupándole la sangre, el tiempo y el dinero, familiares y amigos patéticos y asquerosos que viven de lo que rentan los demás y están todo el día llamando, aprovechándose de la buena disposición y de la estúpida ingenuidad de los que tienen a mano. Ladrones y usureros desvergonzados, monstruosos, por todos lados, con una mano tendida hacia delante y la otra metida en el bolsillo, para alcanzar a rascarse los testículos hinchados y peludos.
Odio a la humanidad, y me arde el corazón de fiebre porque no hallo la manera de deshacerme de ellos, porque no tengo donde meterme para no verlos, o donde meterlos a ellos para que me dejen tranquilo. No quiero salir a su ciudad apestosa, no quiero caminar en sus calles asfaltadas con caca, no quiero viajar en sus transportes sofocantes ni respirar el mismo aire que sorben con sus pulmones pegajosos. Los odio por lo cerca que los tengo, porque son como las moscas pequeñas que no se pueden matar, pero son demasiado grandes para ignorarles. Odio sus facciones grotescas, los odio cuando son muy grandes o muy pequeños, me indigesta la mujer flaca y me provoca náuseas la gorda, porque pareciera tener piel de chancho y lo peor es que pareciera no importarle.
Me da rabia leer mi propia poesía porque me recuerda mujeres terribles que demostraron mi idiotez al hacerme escribir sobre ellas, y me da más rabia que ninguna llegue que me haga desmentirme, y persevero con el lápiz en la mano y no logro escribir nada, y ¡puta! Me odio, me odio yo también, porque me presento como poeta y no logro escribir poesía.
Compongo música y me siento orgulloso de ella, y nadie quiere escucharla. Escribo largos ensayos y me siento orgulloso de ellos, y nadie quiere leerlos. Quizás yo soy el que no sabe escribir, el que no sabe componer ni hacer arte, el que no está donde debería estar, el que nació feo y morirá espantoso y no puede hacer nada para remediarlo. Y esa sensación me hace odiar más a la humanidad incapaz de matarme, incapaz de castigarme por mi arrogancia y mi injustificado delirio de grandeza.
Me siento como una manzana que quedó mucho tiempo al sol y al aire, sola, y como nadie me quiso desangrar con los labios al final me he ido avinagrando, me ha ido creciendo el cabello blanco y verde y he empezado a oler mal. No sirvo para aliñar las ensaladas y pronto descubrirán que vale más tirarme a la basura, porque puedo pudrir al resto si me dejan entrar al frutero.
Mis manos están ásperas y no es por escarbar la tierra, es por escarbarme a mí mismo, para no pasar tanto frío cuando me echo solo a mirar el techo y me pego una siesta en compañía de un locutor indiferente que pone música desde una cabina de radio sin tener idea de mi existencia. Odio que llegue a escribir cosas tan atroces y que llegue a mentir tanto por despecho, por no atreverme a reconocer mi única falencia, mi única necesidad, y entonces me odio por hacerme pasar por el weón cabrón que escribe enojado cuando en realidad soy un pendejo mimado estúpido que está pidiendo a gritos que le enseñen a crecer lo que le falta. Soy un pendejo, un cabro chico, un mocoso feo y ridículo acurrucado en la esquina de su pieza cagado de miedo y esperando con los ojos cerrados que alguien –por iniciativa propia, venga a tocarle el timbre para invitarlo a jugar.
Soy el pendejo que no quiere bailar pero quiere que bailen para él; que no trabaja pero quiere que trabajen para él; que odia a la humanidad cuando en realidad quiere que la humanidad lo ame a él. Soy ni más ni menos que ese pendejo, con la barba a medio crecer y un corte de pelo que no le gusta.
Odio los espejos porque me faltan el respeto con esa cara de ser humano con que me miran de vuelta, odio las fotografías porque me recuerdan lo feo que he sido, y odio a las personas que no se me acercan a preguntarme cómo estoy aunque yo pase todo el día pendiente de cómo están ellos.
Odio querer tanto a los que me quieren porque no nos demostramos mutuamente el respeto y el cariño que nos tenemos y por el contrario muchas veces nos ignoramos. Odio su hipocresía y su falta de sinceridad, de seriedad, odio que me griten y que me reten pero también odio que se rían de los chistes que cuento, porque yo no los encuentro graciosos.
Leo toneladas de poesía, de ocultismo y de filosofía y escucho horas de música que a nadie más le gusta, para engañar a la soledad que me tiene prisionero de una rutina estúpida que comienza en una ducha y acaba paseando a ese perro que no es mío.
Puta rueda, puta cinta de Moebius, puta manía mía de hacer esa clase de comparaciones para demostrar lo mucho que he leído y en lo que he desperdiciado magistralmente mi juventud.
Me cago de la risa de todos los que piensan distinto a mí porque son ridículos y piensan puras weás, pero intento ni siquiera sonreírme para no tener que darles explicaciones; porque siempre necesitan explicaciones.
Así que, cuando ando en esos días en que Odio a la humanidad, por lo general me quedo alejado y procuro no dirigir a nadie la palabra. Me levanto tarde y me acuesto temprano, porque sé que sólo me falta algo de sueño y que todos esos pensamientos desaparecerán al día siguiente; porque de lo que primero me doy cuenta, es que a veces bajo la defensa, me deprimo, y pienso la sarta de idioteces que acaban de leer.
No sé si les ha pasado, pero a mí me pasa bastante a menudo últimamente; aunque ya he logrado que no se me note tanto.

Inti Målai Perdurabo

5 comentarios:

  1. Disculpen la crudeza, en todo caso después de escribirlo me sentí mucho mejor...

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  2. no en exactitud... me recuerda la sublimación freudiana.
    saludos :D

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  3. Por que esa actitud a la vida?
    el mundo no es lo que escribes, se trata de mucho MAS que eso

    COMPARTIR ES UNA TERAPIA!

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  4. Oh sí ! Pues claro que me he sentido como tú. También he odiado a la humanidad y a mí misma, pero a la larga -y casi siempre a la corta-, uno es el único que sufre por eso.

    Recuerda que por muy colorida que sea tu lana, también eres una oveja, y comes del mismo pasto que el resto del rebaño.

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  5. Ehhhh, jejeje te ando sicopateando u.u lo siento. Sabes? es raro, porque sentía mientras leía que mi sangre corría muy rápido, y es porque esos días así siento muy parecido a tí. Asco. Me cuesta salir de casa y más volver a ella. Me cuesta ver el sol, pero me da miedo que se haga de noche, porque se que viene eso. Me pasa desde niña y creo que he aprendido a convivir con ello, pero... es... no se. Y como que se que se va a terminar, que mañana tal vez todo esté mejor, pero el momento se hace eterno. Ojalá algún día podamos conversar de ello. Un abrazo ^^ Teresita

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