miércoles, 24 de febrero de 2010

El Fin de la Historia

Érase una vez, hace mucho, mucho tiempo, un planeta llamado La Tierra. En ella vivían los dinosaurios.
Había muchas especies de Dinosaurios. Los había grandes y pequeños, fuertes y débiles. Algunos volaban por los aires, otros recorrían los valles con sus enormes pisadas, y otros más nadaban en ríos y mares y poblaban las profundidades. Toda la tierra estaba cubierta por ellos, y el planeta completo les pertenecía.
Sin embargo, y contrario a lo que se pudiera pensar cuando decimos "les pertenecía", no todos los dinosaurios eran amigos. Aunque eran todos dinosaurios, eran también muy diferentes entre sí, y estas diferencias hacían que no todos se llevaran bien.
Primero estaban los Herbívoros. Estos eran los dinosaurios más grandes, pero eran tranquilos y sólo se preocupaban de comer. No querían problemas con otros dinosaurios, por eso siempre iban y venían buscando los lugares más apacibles y sometiéndose a la presión de los dinosaurios más poderosos.
Porque después estaban los Carnívoros. Estos dinosaurios eran menos y tenían cerebros mucho más pequeños, por lo que eran menos inteligentes que el promedio, pero tenían afilados dientes y garras y se alimentaban de los herbívoros. Por eso eran más poderosos, y tomaban las grandes decisiones, y dirigían a los demás dinosaurios. Entre ellos el más grande era el Tiranosaurio Rex, que, como su nombre lo indica, era el "Rey Tirano" de los Dinosaurios, que tenía brazos cortos por lo que no trabajaba, pero por miedo a sus dientes todos le obedecían y siempre podía comerse a los que quisiera.
Sin embargo, había otra especie de dinosaurios que vivía al margen de la equilibrada sociedad de Herbívoros y Carnívoros. Esta especie era la que traía los desbarajustes sociales, y era la perturbadora de la paz. Eran los recolectores. Dinosaurios pequeños y escurridizos, entre ellos el más sagaz e inteligente era el Velociraptor. Estos dinosaurios, muy ágiles, iban entre los más grandes y robaban sus huevos, o atacaban a sus crías, y eran tan veloces que los carnívoros nunca lograban atraparlos, ni los herbívoros ocultarse de ellos. Sin embargo, constantemente los Carnívoros emprendían cacerías para atraparlos, y así los Herbívoros se quedaban de lado de ellos, porque el Herbívoro prefería ser comido de vez en cuando por un ser más grande y poderoso, que rebajarse a que uno más pequeño lo asalte.
Luego todos los demás dinosaurios eran lagartijas pequeñas que nadie tomaba en cuenta. Pero la más insignificante de todas, era el Arqueópterix, que corría por los árboles. Los Carnívoros se reían de ellos, y también los Herbívoros, porque como vivían entre las ramas, no eran ni del suelo ni volaban, por eso no estaban en ningún lugar y para todos los demás dinosaurios, eran una especie rara y rechazada.
El Tiranosaurio Rex cuidaba mucho de que nada ni nadie cambiara su sistema de vida, por eso constantemente hablaba con los grandes Pterodáctilos alados, para que echaran ojo sobre las bestias de la tierra, y sobre las del mar. Porque algunos herbívoros tenían cuernos o espinas y martillos, y ellos no se dejaban comer tan facilmente, y los Carnívoros temían que algún día aprendieran a usar esas armas contra ellos. Por eso los dejaban tranquilos y les daban los mejores pastizales, para que estuvieran tranquilos y nunca descubrieran su poder.
Los Pterodáctilos, los voladores, eran los más inteligentes de todos, porque veían todo desde perspectivas más elevadas. Ellos y los demás dinosaurios voladores eran los que entendían por qué el sol se ponía y de dónde venía la lluvia, y a veces podían ver cosas que no pasaban todavía.
Por eso, al sobrevolar los ríos, empezaron a desconfiar de una especie muy misteriosa de dinosaurio. Apenas asomaban los ojos y las narices de la superficie del agua, y salían sólo a comer a la rivera. Eran los Cocodrilos.
Nadie sabía si los cocodrilos eran inteligentes, o cuan poderosos eran, porque permanecían en el río. Ellos lo veían todo, pero nadie los tomaba en cuenta. Sin embargo, algo se traían entre manos, como bien descubrieron los Pterodáctilos, que veían todo desde lo alto.
Porque los cocodrilos a veces salían al mar, y se reunían con los dinosaurios más misteriosos de todos. Vivían dentro de grandes rocas, y asomaban sólo sus calvas cabezas; eran las tortugas.
Por mucho que se acercaban, los pterodáctilos nunca alcanzaban a escuchar lo que los cocodrilos y las tortugas conversaban, y aunque se lo decían a los Carnívoros de la tierra para que tuvieran cuidado, los Carnívoros no creían que los reptiles del río y los inertes de las islas fueran un peligro.
Pero lo cierto es que los cocodrilos y las tortugas estaban preparándose. Porque ellos, los que sólo asomaban la nariz y los ojos del agua y contemplaban todo, veían aquellas cosas que los demás gigantes no percibían, y podían prever aquellas cosas que Herbívoros, Carnívoros y recolectores en su ajetreada actividad cotidiana no veían. Y las tortugas, grandes y sabias, recordaban grandes cosas de los más antiguos tiempos, y adivinaban el curso de los habitantes de la tierra.
Porque un día empezaron a cambiar las cosas sobre la tierra. Señales en el cielo tiñeron los horizontes de rojo y advirtieron a los Pterodáctilos que grandes cosas estaban a punto de pasar. Y ellos advirtieron a los Tiranosaurios y a todos los grandes Carnívoros... pero ellos no entendieron, porque sus cerebros eran demasiado pequeños, y no lograron comprender.
Los Herbívoros también pudieron sentir que algo ocurría, pero aún tenían comida, por lo que no se preocuparon.
Los Cocodrilos en cambio viajaron por ríos, lagos y mares, y las tortugas se reunieron en las grandes islas. El cielo cambiaba de forma y se respiraban nuevos aires, y ellos sabían -porque eran inteligentes- que debían estar listos.
Las grandes señales del cielo bajaron entonces a la tierra. Se levantó el polvo y los árboles murieron. Los Pterodáctilos debieron volver a sus nidos en las montañas, y los desiertos comenzaron a devorar los valles.

"¡Es el Fin de la Historia!" anunciaban quejumbrosos los Pterodáctilos "¡Todos los Dinosaurios morirán!"
Y cuando desapareció la hierba del suelo, los herbívoros murieron. Y los Carnívoros, cuando su poder se hizo superfluo, se devoraron entre ellos, hasta que toda la tierra se cubrió de sangre y los últimos hambrientos murieron vagando bajo el ardiente sol. Los recolectores viajaron por los desiertos pero fueron derrumbándose al no tener de comer, y los cadáveres de los Pterodáctilos rodaron por las faldas de los cerros para ir a pudrirse en las arenas.
Ése había sido el fin de la historia, y para todo Dinosaurio, ése habría sido el Fin del Mundo. Y a los ojos del Carnívoro, del Herbívoro y del Recolector, todos los Dinosaurios murieron y allí acababa todo, allí la existencia veía su fin, y los últimos en morir volvieron sus ojos amarillentos al crepúsculo y dijeron: yo muero junto con todo lo que existe.

Y la tierra quedó desolada.

Pero el sol, aun después del cataclismo, siguió saliendo por el este, siguió zurcando el celeste del cielo para morir en el ocaso, muchos, muchos años. Y el gran desierto de la tierra abandonó los valles con el lento soplar del viento, y la tierra, a su ritmo, comenzó a olvidar el cataclismo, y los eones reformaron la superficie, y de toda esa muerte la tierra demostró que es invencible, y se creó de nuevo, a sí misma.
Recién entonces, los cocodrilos asomaron sus cuerpos del agua. Escondidos, pacientes, inteligentes, calculadores, previeron el fin de la historia pero planificaron su sobrevivencia. Y las tortugas abrieron sus cuerpos y asomaron sus piernas, y se levantaron para caminar, y ese mundo al que antes le eran tan indiferentes, hoy les pertenecía.
Pero no sólo ellos despertaron de su inteligente invierno. También el Arqueópterix asomó de entre las ramas calcinadas de los árboles muertos. Y al ver la tierra nueva, se metamorfoseó en Ave, sacó plumas y todos juntos le arrebataron el reino del cielo a los difuntos Pterodáctilos. Y el tiempo de los Dinosaurios ya había pasado, y los mamíferos surgieron como gusanos del légamo del Río, y crecieron para conquistar la tierra... Pero los Cocodrilos vivieron para verlo. Por eso los hombres los llamaron Dragones, y fueron luego los primeros Dioses de la Nueva especie soberana del planeta.

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Soy como el Cocodrilo del río, que escondo mi cuerpo y sólo asomo mi nariz de entre las aguas. Miro, crítico pero contemplativo, y aprendo de lo que veo. He leído y escuchado a las grandes Tortugas de la especie humana, que me han legado la experiencia de la historia. Pero también soy el Arqueópterix, la lagartija insignificante a medio camino entre el cielo y el suelo que planifica su nuevo reino.
Y al igual que los últimos dinosaurios, asomo mis ojos y veo las señales del cielo. Y asomo mi nariz y huelo el azufre que viene bajando. Y preveo el curso de la historia, porque nada ocurre de manera aislada y todo lo que veo no es más que una consecuencia detrás de otra consecuencia de una causa infinitamente anterior. Y puedo "adivinar" que este sistema, que esta sociedad, que este mundo, pende del frágil hilo de la insaciable hambre de los carnívoros, y me preparo, en secreto, en silencio, para resistir el golpe de los procesos históricos que están a punto de desencadenarse.
No creo en las profecías, no creo en el fin del mundo, pero oigo al Pterodáctilo que aunque no sabe bien lo que está pasando, adivina que algo se ha puesto en movimiento. Estoy preparado para el cataclismo, que vendrá sin asteroides, sin glaciaciones, sin terremotos. Me sujeto a mi balsa y me preparo, porque el desbarajuste humano hará grandes olas, pero a mí no me atrapará desprevenido.
Tengo planeado sobrevivir para convertirme en un Dios, cuando haya cruzado al otro lado.
¿Alguien quiere venir conmigo?

Inti Målai Perdurabo

domingo, 21 de febrero de 2010

El Evangelio según Dan Brown

“Simulacro de Árbol” es un tipo de árbol que se pudre primero por dentro, siendo la corteza visible lo último en morir. Es una especie vegetal muy nociva para el medio ambiente. Encontramos en esta categoría árboles tan comunes como el álamo o el coihue. Lo realmente trascendente del “Simulacro de Árbol” no es el dato curioso de que se pudra primero por dentro, sino el hecho estético de que cuando está al borde de la agonía, a nosotros nos parece que está en su máximo esplendor. Así, cuando la ráfaga o la tormenta o -por qué no- el hacha lo abre a la mitad, vemos que realmente no era más que una máscara de la nada, y nos quedamos con un tubo de madera húmeda llena de aire.
La Sociedad del Conocimiento así como la han querido hacer parecer los entusiastas integrados de nuestro tiempo se parece mucho a un bosque de “Simulacros de Árbol”. Conocimiento viene del griego γνώσις, gnosis, y en su paso al latín se convierte en cognitio, por lo que podríamos entender que conocimiento implica una co-gnosis, o una forma integral de lo que los griegos entendían por “conocimiento”. En general, -y ahora cito textualmente-, el conocimiento es una técnica para la comprobación de un objeto cualquiera o la disponibilidad o posesión de una técnica semejante. (Por técnica de comprobación se entiende cualquier procedimiento que haga posible la descripción, el cálculo o la previsión controlable de un objeto). Me detengo aquí porque la definición abarca catorce páginas de mi diccionario de Filosofía (Diccionario de Filosofía por Nicola Abbagnano, Traducción de Alfredo N. Galletti, ISBN 968-16-1189-6). Para esta clase de palabras me gusta usar este libro, porque son vocablos con tantas formas distintas, que una explicación de tres líneas -por sentido común- debe ser bastante vaga y pobre. Lo correcto es, así, buscar y entregar siempre la definición más extensa -exacta.



Ahora bien, yo transcribí las tres primeras líneas de la definición de mi diccionario, e ¡incluso! Me alargué un poco para dejar en claro lo que es una “técnica de comprobación”, y parece ser suficiente. Me mandé el concepto en griego y cuando cité la fuente puse hasta el ISBN del libro, así que parece ser que mi definición de Conocimiento es potente y concreta. Pero lo cierto es que con lo que dije en este párrafo no queda para nada claro lo que es el Conocimiento, y de hecho todo lo que hice fue darme vueltas en torno a la palabra misma, y el griego y el latín y todo el singspiel no hacen más que “decorar” lo que quise que pareciera un cultísimo discurso cuando en realidad es puro y abrumador tollo.
A eso me refiero con el bosque de “Simulacros de Árbol”. La Sociedad del Conocimiento convierte al vulgo ignorante, a la masa común que conforma el demos occidental, en seres superficialmente cultos, en sabios de pasatiempo, en una palabra, en máscaras de saber inmensamente complejo que por dentro está vacío.
La Sociedad del Conocimiento es una rama, una categoría, una subdivisión de la Sociedad de Consumo, pues lo cierto es que la primera depende directamente de la segunda. A toda la rica y fecunda sabiduría milenaria se le sacó todo lo sagrado, todo lo difícil, todo lo vivo, y hoy se vende, faenada y moribunda, como en una carnicería. Y no es difícil reconocer a los carniceros culturales, entre ellos mis favoritos, que son Paulo Coelho y Dan Brown.
La persona tonta (en el sentido de “carente de inteligencia”) en nuestros días se puede reconocer porque se cree inteligente después de haberse leído el Código Da Vinci. No estoy diciendo que muchas de las ideas planteadas por el señor Brown suenen lógicas y hasta parezcan interesantes, pero son conocimientos que no pueden adquirirse o madurarse correctamente en un thriller de quinientas páginas (con letra grande y bastante desperdicio de espacio. Ese libro en formato de bolsillo con suerte tiene cien páginas). No se puede entrar a discutir la realidad de los Evangelios o las figuras ocultas en piezas de arte sin estudiar previamente Historia del Arte, sin tener conocimientos de Teología, Teosofía, Sincretismo religioso, dominio en la técnica hermenéutica, etcétera, etcétera, etcétera. De partida, nadie puede sentarse a discutir sobre la Iglesia y sus cimientos si no ha ni leído el Evangelio.
El problema es que durante estos últimos trescientos años se ha cometido el error de crear la idea de que todos los seres humanos son iguales. Los pensadores ilustrados post-revolución francesa difundieron la idea de que no sólo los hombres están en igualdad de derechos ante la ley y la justicia, sino que además el conocimiento puede ser “para todos”. Esto claramente es un error de interpretación. Que el conocimiento sea “para todos” no significa, en ningún sentido, que sea “para tontos”. Porque es cierto que la sociedad del Conocimiento ha difundido enormemente las grandes ideas y filosofías de la historia, que antes permanecían ocultas o eran para algunos pocos elegidos o privilegiados, pero al mismo tiempo se ha preocupado de difundirlas en formato bolsillo, de manera que realmente lo que se hace es pudrirla por dentro, conservando sólo lo exterior, la corteza.




Grandes conocimientos y sabidurías universales como el ocultismo o el hermetismo hoy llegan al receptor cultural promedio convertidos en títulos vomitivos como: El Secreto, El Alquimista, Haga dinero con la numerología, Cabbalah for Dummies y El Poder oculto de los Talismanes, por citar sólo algunos que vuelven a mi memoria. Pero lo realmente curioso es que en las mismas vitrinas donde se exhiben estos adefesios a veces podemos encontrar trabajos realmente serios y valiosos sobre el tema, con autores de tanto renombre como Eliphas Levi o Encausse. Pero esos mismos libros son los que nadie compra y acaban humedeciéndose en una bodega de la librería. ¿Qué hace que el consumidor promedio compre El Secreto y no Los Misterios de Hermes (Siendo que el primero es un plagio comercial del Segundo)? Quizás que El Secreto explica métodos mágicos sencillos y de fácil realización para ganar dinero, cuando Los Misterios de Hermes sólo entrega algunas claves para, a partir de él, comenzar un viaje interior de perfeccionamiento y enriquecimiento espiritual.
El Problema es que la Sociedad de Conocimiento en tanto forma subordinada de la Sociedad de Consumo, ha perdido el sentido de trascendencia y lo ha reemplazado por el de pragmatismo, el de utilidad fáctica. El Ocultismo como camino interior donde la regla es saber sufrir, abstenerse y morir no vende tanto como si fuera un secreto milenario para hacerse rico. Así, convence más la piedra filosofal que hace el plomo en oro, que aquella que vuelve lo impuro en puro y da la clave de la vida eterna.



El Conocimiento en Serie, la Erudición en lugar de la Sabiduría, es lo que mejor describe nuestra Sociedad del Conocimiento. El Comercio cultural se ve propiciado, por una parte, por la simplificación semántica, algo parecido a lo que hice cuando definí "conocimiento". Esto hace que el oído del analfabeto funcional asimile conceptos complejos bajo la forma de esbozos imperfectos de ellos. Por otra parte lo que hace posible la credibilidad de la cultura vendida en masa es el respaldo que recibe de la Tecno-Ciencia, o Ciencia Empírica, que es una rama de la Gran Ciencia que hoy ha querido convertirse en la única fuente de conocimiento y la única vía de acceso a la verdad, desacreditando los métodos alternativos (Burlándose de las religiones, esclavizando el arte a la publicidad y a la propaganda y convirtiendo a la filosofía en positivismo). Así es como, en un documental de cuarenta y cinco minutos, Discovery Channel es capaz de explicarte, con lujo de detalles, la teoría de la relatividad o la caída de la monarquía absoluta, aportando datos interesantes y formando ideas claras, que no necesariamente están completas. Así es como se entiende que el éxito comercial de El Código da Vinci genere una oleada transdisciplinaria de mierda inteligible (no inteligente) que se resume en películas, documentales, hallazgos y libro tras libro de información inútil sobre pinturas renacentistas y especulaciones históricas intrascendentes. Su finalidad no es hallar la verdad sino entretener.
La putrefacción del conocimiento es lo que obliga al auténtico buscador, al auténtico curioso, al auténtico aspirante a la sabiduría y a la inteligencia, a ir más allá de las apariencias, a dudar de los medios de comunicación, a poner todo en duda, pero sobre todo, a no abrazar a ciegas mentiras como la Sociedad del Conocimiento. Por suerte, la expansión del saber y la democratización hace que, aunque nadie los compre, los libros serios estén allí, e Internet, el gran río de información inútil, a veces arrastre en su corriente pdfs o documentos de Word con libros que real y efectivamente son valiosos.
No nos dejemos engañar por todo lo que nos balbucean desde la esfera del saber; No creamos que la tierra gira en torno al sol porque lo dijo Copérnico y lo confirma la NASA ni que venimos de los monos porque nos lo enseñaron en el colegio. Quizás tanto lo uno como lo otro sea cierto, pero hagamos por lo menos el esfuerzo de comprobarlo. Espíritu Crítico, por sobre Conformismo. Ése debería ser nuestro Ideal. Saber mentir pasa primero por tener el tollo correcto, pero después depende de la disposición del receptor a ser engañado. Sin ir más lejos, el dato que entregué al principio de este artículo sobre los “Simulacros de Árbol” es completamente falso, de hecho, esa expresión la usó jocosamente mi papá una vez que le pregunté por los árboles que se pudren primero por dentro. Y el término alemán singspiel que sale por ahí también está totalmente fuera de contexto; singspiel es un tipo de ópera.
No se dejen engañar como yo los engañé ahora. Mantengámonos vivos, verdes, eternamente maduros, por dentro y por fuera. Mientras sigamos pensando -démosle algo de crédito a Descartes- seguiremos existiendo.






Inti Målai Perdurabo

jueves, 18 de febrero de 2010

EL VIAJE DE MANZANÍN CACHAÇA

Abre mi puerta; he aquí mi camino,
Mi camino de vuelta a casa;
Camino de ida
sin regreso.

Abre mi puerta; he aquí que camino,
Camino de vuelta a casa;
Camino de ida
sin regreso.

Abre mi puerta; aquí camino,
de vuelta a casa;
de ida
sin regreso.

Manzanín Cachaça es el hombre original. El que cayó del árbol antes que Adán lo recogiera, el que maduró antes que Eva lo hiciera, el que rodó por el valle antes de la primera piedra; el que fue dulce antes de que lo amargo existiera. Él es Manzanín, el viajero de lo que piensa, el último de los reptiles y el primero de los dioses de la tierra.
Manzanín Cachaça, el que nunca retorna, el que viaja sin descanso. El que aprende en cada esquina, el que duda pero cree, el que escribe poesía y aplica el cálculo diferencial.
Manzanín es el hombre ideal. El último filósofo y el último marino de este pobre universo escatológico.

Manzanín Cachaça, sentado en mi granja junto a mí, quiso probar lo que cultivaba en mi huerta, por eso lo traje hasta aquí. Le dije: soy poeta, soy artista, y esto es lo que hago: escribir.
Y él me dijo: Escribe entonces, porque tengo ganas de leerte. Habla, porque tengo ganas de escucharte.

Entonces, aquí en mi granja, voy a escribir. Y todo lo que escriba lo compartiré con Manzanín, pero también con todo aquel que quiera sentarse junto a él. La noche aún es joven: y tengo planeado escribir hasta el amanecer.


Inti Målai Perdurabo
A modo de introducción de su Blog