Érase una vez, hace mucho, mucho tiempo, un planeta llamado La Tierra. En ella vivían los dinosaurios.
Había muchas especies de Dinosaurios. Los había grandes y pequeños, fuertes y débiles. Algunos volaban por los aires, otros recorrían los valles con sus enormes pisadas, y otros más nadaban en ríos y mares y poblaban las profundidades. Toda la tierra estaba cubierta por ellos, y el planeta completo les pertenecía.
Sin embargo, y contrario a lo que se pudiera pensar cuando decimos "les pertenecía", no todos los dinosaurios eran amigos. Aunque eran todos dinosaurios, eran también muy diferentes entre sí, y estas diferencias hacían que no todos se llevaran bien.
Primero estaban los Herbívoros. Estos eran los dinosaurios más grandes, pero eran tranquilos y sólo se preocupaban de comer. No querían problemas con otros dinosaurios, por eso siempre iban y venían buscando los lugares más apacibles y sometiéndose a la presión de los dinosaurios más poderosos.
Porque después estaban los Carnívoros. Estos dinosaurios eran menos y tenían cerebros mucho más pequeños, por lo que eran menos inteligentes que el promedio, pero tenían afilados dientes y garras y se alimentaban de los herbívoros. Por eso eran más poderosos, y tomaban las grandes decisiones, y dirigían a los demás dinosaurios. Entre ellos el más grande era el Tiranosaurio Rex, que, como su nombre lo indica, era el "Rey Tirano" de los Dinosaurios, que tenía brazos cortos por lo que no trabajaba, pero por miedo a sus dientes todos le obedecían y siempre podía comerse a los que quisiera.
Sin embargo, había otra especie de dinosaurios que vivía al margen de la equilibrada sociedad de Herbívoros y Carnívoros. Esta especie era la que traía los desbarajustes sociales, y era la perturbadora de la paz. Eran los recolectores. Dinosaurios pequeños y escurridizos, entre ellos el más sagaz e inteligente era el Velociraptor. Estos dinosaurios, muy ágiles, iban entre los más grandes y robaban sus huevos, o atacaban a sus crías, y eran tan veloces que los carnívoros nunca lograban atraparlos, ni los herbívoros ocultarse de ellos. Sin embargo, constantemente los Carnívoros emprendían cacerías para atraparlos, y así los Herbívoros se quedaban de lado de ellos, porque el Herbívoro prefería ser comido de vez en cuando por un ser más grande y poderoso, que rebajarse a que uno más pequeño lo asalte.
Luego todos los demás dinosaurios eran lagartijas pequeñas que nadie tomaba en cuenta. Pero la más insignificante de todas, era el Arqueópterix, que corría por los árboles. Los Carnívoros se reían de ellos, y también los Herbívoros, porque como vivían entre las ramas, no eran ni del suelo ni volaban, por eso no estaban en ningún lugar y para todos los demás dinosaurios, eran una especie rara y rechazada.
El Tiranosaurio Rex cuidaba mucho de que nada ni nadie cambiara su sistema de vida, por eso constantemente hablaba con los grandes Pterodáctilos alados, para que echaran ojo sobre las bestias de la tierra, y sobre las del mar. Porque algunos herbívoros tenían cuernos o espinas y martillos, y ellos no se dejaban comer tan facilmente, y los Carnívoros temían que algún día aprendieran a usar esas armas contra ellos. Por eso los dejaban tranquilos y les daban los mejores pastizales, para que estuvieran tranquilos y nunca descubrieran su poder.
Los Pterodáctilos, los voladores, eran los más inteligentes de todos, porque veían todo desde perspectivas más elevadas. Ellos y los demás dinosaurios voladores eran los que entendían por qué el sol se ponía y de dónde venía la lluvia, y a veces podían ver cosas que no pasaban todavía.
Por eso, al sobrevolar los ríos, empezaron a desconfiar de una especie muy misteriosa de dinosaurio. Apenas asomaban los ojos y las narices de la superficie del agua, y salían sólo a comer a la rivera. Eran los Cocodrilos.
Nadie sabía si los cocodrilos eran inteligentes, o cuan poderosos eran, porque permanecían en el río. Ellos lo veían todo, pero nadie los tomaba en cuenta. Sin embargo, algo se traían entre manos, como bien descubrieron los Pterodáctilos, que veían todo desde lo alto.
Porque los cocodrilos a veces salían al mar, y se reunían con los dinosaurios más misteriosos de todos. Vivían dentro de grandes rocas, y asomaban sólo sus calvas cabezas; eran las tortugas.
Por mucho que se acercaban, los pterodáctilos nunca alcanzaban a escuchar lo que los cocodrilos y las tortugas conversaban, y aunque se lo decían a los Carnívoros de la tierra para que tuvieran cuidado, los Carnívoros no creían que los reptiles del río y los inertes de las islas fueran un peligro.
Pero lo cierto es que los cocodrilos y las tortugas estaban preparándose. Porque ellos, los que sólo asomaban la nariz y los ojos del agua y contemplaban todo, veían aquellas cosas que los demás gigantes no percibían, y podían prever aquellas cosas que Herbívoros, Carnívoros y recolectores en su ajetreada actividad cotidiana no veían. Y las tortugas, grandes y sabias, recordaban grandes cosas de los más antiguos tiempos, y adivinaban el curso de los habitantes de la tierra.
Porque un día empezaron a cambiar las cosas sobre la tierra. Señales en el cielo tiñeron los horizontes de rojo y advirtieron a los Pterodáctilos que grandes cosas estaban a punto de pasar. Y ellos advirtieron a los Tiranosaurios y a todos los grandes Carnívoros... pero ellos no entendieron, porque sus cerebros eran demasiado pequeños, y no lograron comprender.
Los Herbívoros también pudieron sentir que algo ocurría, pero aún tenían comida, por lo que no se preocuparon.
Los Cocodrilos en cambio viajaron por ríos, lagos y mares, y las tortugas se reunieron en las grandes islas. El cielo cambiaba de forma y se respiraban nuevos aires, y ellos sabían -porque eran inteligentes- que debían estar listos.
Las grandes señales del cielo bajaron entonces a la tierra. Se levantó el polvo y los árboles murieron. Los Pterodáctilos debieron volver a sus nidos en las montañas, y los desiertos comenzaron a devorar los valles.
"¡Es el Fin de la Historia!" anunciaban quejumbrosos los Pterodáctilos "¡Todos los Dinosaurios morirán!"
Y cuando desapareció la hierba del suelo, los herbívoros murieron. Y los Carnívoros, cuando su poder se hizo superfluo, se devoraron entre ellos, hasta que toda la tierra se cubrió de sangre y los últimos hambrientos murieron vagando bajo el ardiente sol. Los recolectores viajaron por los desiertos pero fueron derrumbándose al no tener de comer, y los cadáveres de los Pterodáctilos rodaron por las faldas de los cerros para ir a pudrirse en las arenas.
Ése había sido el fin de la historia, y para todo Dinosaurio, ése habría sido el Fin del Mundo. Y a los ojos del Carnívoro, del Herbívoro y del Recolector, todos los Dinosaurios murieron y allí acababa todo, allí la existencia veía su fin, y los últimos en morir volvieron sus ojos amarillentos al crepúsculo y dijeron: yo muero junto con todo lo que existe.
Y la tierra quedó desolada.
Pero el sol, aun después del cataclismo, siguió saliendo por el este, siguió zurcando el celeste del cielo para morir en el ocaso, muchos, muchos años. Y el gran desierto de la tierra abandonó los valles con el lento soplar del viento, y la tierra, a su ritmo, comenzó a olvidar el cataclismo, y los eones reformaron la superficie, y de toda esa muerte la tierra demostró que es invencible, y se creó de nuevo, a sí misma.
Recién entonces, los cocodrilos asomaron sus cuerpos del agua. Escondidos, pacientes, inteligentes, calculadores, previeron el fin de la historia pero planificaron su sobrevivencia. Y las tortugas abrieron sus cuerpos y asomaron sus piernas, y se levantaron para caminar, y ese mundo al que antes le eran tan indiferentes, hoy les pertenecía.
Pero no sólo ellos despertaron de su inteligente invierno. También el Arqueópterix asomó de entre las ramas calcinadas de los árboles muertos. Y al ver la tierra nueva, se metamorfoseó en Ave, sacó plumas y todos juntos le arrebataron el reino del cielo a los difuntos Pterodáctilos. Y el tiempo de los Dinosaurios ya había pasado, y los mamíferos surgieron como gusanos del légamo del Río, y crecieron para conquistar la tierra... Pero los Cocodrilos vivieron para verlo. Por eso los hombres los llamaron Dragones, y fueron luego los primeros Dioses de la Nueva especie soberana del planeta.
---
Soy como el Cocodrilo del río, que escondo mi cuerpo y sólo asomo mi nariz de entre las aguas. Miro, crítico pero contemplativo, y aprendo de lo que veo. He leído y escuchado a las grandes Tortugas de la especie humana, que me han legado la experiencia de la historia. Pero también soy el Arqueópterix, la lagartija insignificante a medio camino entre el cielo y el suelo que planifica su nuevo reino.
Y al igual que los últimos dinosaurios, asomo mis ojos y veo las señales del cielo. Y asomo mi nariz y huelo el azufre que viene bajando. Y preveo el curso de la historia, porque nada ocurre de manera aislada y todo lo que veo no es más que una consecuencia detrás de otra consecuencia de una causa infinitamente anterior. Y puedo "adivinar" que este sistema, que esta sociedad, que este mundo, pende del frágil hilo de la insaciable hambre de los carnívoros, y me preparo, en secreto, en silencio, para resistir el golpe de los procesos históricos que están a punto de desencadenarse.
No creo en las profecías, no creo en el fin del mundo, pero oigo al Pterodáctilo que aunque no sabe bien lo que está pasando, adivina que algo se ha puesto en movimiento. Estoy preparado para el cataclismo, que vendrá sin asteroides, sin glaciaciones, sin terremotos. Me sujeto a mi balsa y me preparo, porque el desbarajuste humano hará grandes olas, pero a mí no me atrapará desprevenido.
Tengo planeado sobrevivir para convertirme en un Dios, cuando haya cruzado al otro lado.
¿Alguien quiere venir conmigo?
Inti Målai Perdurabo
Había muchas especies de Dinosaurios. Los había grandes y pequeños, fuertes y débiles. Algunos volaban por los aires, otros recorrían los valles con sus enormes pisadas, y otros más nadaban en ríos y mares y poblaban las profundidades. Toda la tierra estaba cubierta por ellos, y el planeta completo les pertenecía.
Sin embargo, y contrario a lo que se pudiera pensar cuando decimos "les pertenecía", no todos los dinosaurios eran amigos. Aunque eran todos dinosaurios, eran también muy diferentes entre sí, y estas diferencias hacían que no todos se llevaran bien.
Primero estaban los Herbívoros. Estos eran los dinosaurios más grandes, pero eran tranquilos y sólo se preocupaban de comer. No querían problemas con otros dinosaurios, por eso siempre iban y venían buscando los lugares más apacibles y sometiéndose a la presión de los dinosaurios más poderosos.
Porque después estaban los Carnívoros. Estos dinosaurios eran menos y tenían cerebros mucho más pequeños, por lo que eran menos inteligentes que el promedio, pero tenían afilados dientes y garras y se alimentaban de los herbívoros. Por eso eran más poderosos, y tomaban las grandes decisiones, y dirigían a los demás dinosaurios. Entre ellos el más grande era el Tiranosaurio Rex, que, como su nombre lo indica, era el "Rey Tirano" de los Dinosaurios, que tenía brazos cortos por lo que no trabajaba, pero por miedo a sus dientes todos le obedecían y siempre podía comerse a los que quisiera.
Sin embargo, había otra especie de dinosaurios que vivía al margen de la equilibrada sociedad de Herbívoros y Carnívoros. Esta especie era la que traía los desbarajustes sociales, y era la perturbadora de la paz. Eran los recolectores. Dinosaurios pequeños y escurridizos, entre ellos el más sagaz e inteligente era el Velociraptor. Estos dinosaurios, muy ágiles, iban entre los más grandes y robaban sus huevos, o atacaban a sus crías, y eran tan veloces que los carnívoros nunca lograban atraparlos, ni los herbívoros ocultarse de ellos. Sin embargo, constantemente los Carnívoros emprendían cacerías para atraparlos, y así los Herbívoros se quedaban de lado de ellos, porque el Herbívoro prefería ser comido de vez en cuando por un ser más grande y poderoso, que rebajarse a que uno más pequeño lo asalte.
Luego todos los demás dinosaurios eran lagartijas pequeñas que nadie tomaba en cuenta. Pero la más insignificante de todas, era el Arqueópterix, que corría por los árboles. Los Carnívoros se reían de ellos, y también los Herbívoros, porque como vivían entre las ramas, no eran ni del suelo ni volaban, por eso no estaban en ningún lugar y para todos los demás dinosaurios, eran una especie rara y rechazada.
El Tiranosaurio Rex cuidaba mucho de que nada ni nadie cambiara su sistema de vida, por eso constantemente hablaba con los grandes Pterodáctilos alados, para que echaran ojo sobre las bestias de la tierra, y sobre las del mar. Porque algunos herbívoros tenían cuernos o espinas y martillos, y ellos no se dejaban comer tan facilmente, y los Carnívoros temían que algún día aprendieran a usar esas armas contra ellos. Por eso los dejaban tranquilos y les daban los mejores pastizales, para que estuvieran tranquilos y nunca descubrieran su poder.
Los Pterodáctilos, los voladores, eran los más inteligentes de todos, porque veían todo desde perspectivas más elevadas. Ellos y los demás dinosaurios voladores eran los que entendían por qué el sol se ponía y de dónde venía la lluvia, y a veces podían ver cosas que no pasaban todavía.
Por eso, al sobrevolar los ríos, empezaron a desconfiar de una especie muy misteriosa de dinosaurio. Apenas asomaban los ojos y las narices de la superficie del agua, y salían sólo a comer a la rivera. Eran los Cocodrilos.
Nadie sabía si los cocodrilos eran inteligentes, o cuan poderosos eran, porque permanecían en el río. Ellos lo veían todo, pero nadie los tomaba en cuenta. Sin embargo, algo se traían entre manos, como bien descubrieron los Pterodáctilos, que veían todo desde lo alto.
Porque los cocodrilos a veces salían al mar, y se reunían con los dinosaurios más misteriosos de todos. Vivían dentro de grandes rocas, y asomaban sólo sus calvas cabezas; eran las tortugas.
Por mucho que se acercaban, los pterodáctilos nunca alcanzaban a escuchar lo que los cocodrilos y las tortugas conversaban, y aunque se lo decían a los Carnívoros de la tierra para que tuvieran cuidado, los Carnívoros no creían que los reptiles del río y los inertes de las islas fueran un peligro.
Pero lo cierto es que los cocodrilos y las tortugas estaban preparándose. Porque ellos, los que sólo asomaban la nariz y los ojos del agua y contemplaban todo, veían aquellas cosas que los demás gigantes no percibían, y podían prever aquellas cosas que Herbívoros, Carnívoros y recolectores en su ajetreada actividad cotidiana no veían. Y las tortugas, grandes y sabias, recordaban grandes cosas de los más antiguos tiempos, y adivinaban el curso de los habitantes de la tierra.
Porque un día empezaron a cambiar las cosas sobre la tierra. Señales en el cielo tiñeron los horizontes de rojo y advirtieron a los Pterodáctilos que grandes cosas estaban a punto de pasar. Y ellos advirtieron a los Tiranosaurios y a todos los grandes Carnívoros... pero ellos no entendieron, porque sus cerebros eran demasiado pequeños, y no lograron comprender.
Los Herbívoros también pudieron sentir que algo ocurría, pero aún tenían comida, por lo que no se preocuparon.
Los Cocodrilos en cambio viajaron por ríos, lagos y mares, y las tortugas se reunieron en las grandes islas. El cielo cambiaba de forma y se respiraban nuevos aires, y ellos sabían -porque eran inteligentes- que debían estar listos.
Las grandes señales del cielo bajaron entonces a la tierra. Se levantó el polvo y los árboles murieron. Los Pterodáctilos debieron volver a sus nidos en las montañas, y los desiertos comenzaron a devorar los valles.
"¡Es el Fin de la Historia!" anunciaban quejumbrosos los Pterodáctilos "¡Todos los Dinosaurios morirán!"
Y cuando desapareció la hierba del suelo, los herbívoros murieron. Y los Carnívoros, cuando su poder se hizo superfluo, se devoraron entre ellos, hasta que toda la tierra se cubrió de sangre y los últimos hambrientos murieron vagando bajo el ardiente sol. Los recolectores viajaron por los desiertos pero fueron derrumbándose al no tener de comer, y los cadáveres de los Pterodáctilos rodaron por las faldas de los cerros para ir a pudrirse en las arenas.
Ése había sido el fin de la historia, y para todo Dinosaurio, ése habría sido el Fin del Mundo. Y a los ojos del Carnívoro, del Herbívoro y del Recolector, todos los Dinosaurios murieron y allí acababa todo, allí la existencia veía su fin, y los últimos en morir volvieron sus ojos amarillentos al crepúsculo y dijeron: yo muero junto con todo lo que existe.
Y la tierra quedó desolada.
Pero el sol, aun después del cataclismo, siguió saliendo por el este, siguió zurcando el celeste del cielo para morir en el ocaso, muchos, muchos años. Y el gran desierto de la tierra abandonó los valles con el lento soplar del viento, y la tierra, a su ritmo, comenzó a olvidar el cataclismo, y los eones reformaron la superficie, y de toda esa muerte la tierra demostró que es invencible, y se creó de nuevo, a sí misma.
Recién entonces, los cocodrilos asomaron sus cuerpos del agua. Escondidos, pacientes, inteligentes, calculadores, previeron el fin de la historia pero planificaron su sobrevivencia. Y las tortugas abrieron sus cuerpos y asomaron sus piernas, y se levantaron para caminar, y ese mundo al que antes le eran tan indiferentes, hoy les pertenecía.
Pero no sólo ellos despertaron de su inteligente invierno. También el Arqueópterix asomó de entre las ramas calcinadas de los árboles muertos. Y al ver la tierra nueva, se metamorfoseó en Ave, sacó plumas y todos juntos le arrebataron el reino del cielo a los difuntos Pterodáctilos. Y el tiempo de los Dinosaurios ya había pasado, y los mamíferos surgieron como gusanos del légamo del Río, y crecieron para conquistar la tierra... Pero los Cocodrilos vivieron para verlo. Por eso los hombres los llamaron Dragones, y fueron luego los primeros Dioses de la Nueva especie soberana del planeta.
---
Soy como el Cocodrilo del río, que escondo mi cuerpo y sólo asomo mi nariz de entre las aguas. Miro, crítico pero contemplativo, y aprendo de lo que veo. He leído y escuchado a las grandes Tortugas de la especie humana, que me han legado la experiencia de la historia. Pero también soy el Arqueópterix, la lagartija insignificante a medio camino entre el cielo y el suelo que planifica su nuevo reino.
Y al igual que los últimos dinosaurios, asomo mis ojos y veo las señales del cielo. Y asomo mi nariz y huelo el azufre que viene bajando. Y preveo el curso de la historia, porque nada ocurre de manera aislada y todo lo que veo no es más que una consecuencia detrás de otra consecuencia de una causa infinitamente anterior. Y puedo "adivinar" que este sistema, que esta sociedad, que este mundo, pende del frágil hilo de la insaciable hambre de los carnívoros, y me preparo, en secreto, en silencio, para resistir el golpe de los procesos históricos que están a punto de desencadenarse.
No creo en las profecías, no creo en el fin del mundo, pero oigo al Pterodáctilo que aunque no sabe bien lo que está pasando, adivina que algo se ha puesto en movimiento. Estoy preparado para el cataclismo, que vendrá sin asteroides, sin glaciaciones, sin terremotos. Me sujeto a mi balsa y me preparo, porque el desbarajuste humano hará grandes olas, pero a mí no me atrapará desprevenido.
Tengo planeado sobrevivir para convertirme en un Dios, cuando haya cruzado al otro lado.
¿Alguien quiere venir conmigo?
Inti Målai Perdurabo
Yo voy ... te sigo.... te acompaño ..... y que sea lo que "Dios" quiera!!!!!
ResponderEliminaryo apaño (¡Abajo los tiranosaurios rex!)
ResponderEliminarde la balsa somos (H) !
ResponderEliminarTe falto nombrar un tipo de dinosaurios, esos pequeños que vivan aceptando a los tiranosaurios rex, pero no se dejaban comer por ellos. Lo que hacian era escavar bajo la tierra, escondiendose de los depredadores y para cuando llego el cataclismo fueron los suficientemente inteligente para ocupar esta habilidad que les permitio esconderse bajo tierra y sobrevivir, para luego reaparecer como los mamiferos y poblar todo el valle.
ResponderEliminarYo vendria a ser uno de estos seres, vivo al margen de la sociedad, porque la necesito para conseguir lo que quiero. Pero cuando llegue el cataclismo aceptare tu invitacion para cruzar al otro lado. Por ahora seguire siendo, como tu dices, un positivista.
Ya te lo habia dicho, pero creo que vale la pena comentarlo.
Sí, mi querido positivista; tú heredarás la tierra, pero entonces yo seré el Dios al que adorarás. Quizás, a ambos nos convenga que así sea. :)
ResponderEliminarnaa, eso lo veremos mas adelante. Creo que lo mas factible es optar por un politeismo.
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