sábado, 31 de diciembre de 2011

Prolegómenos al Fin del Mundo

El mundo no se va a acabar, y la justificación que daban los griegos es extremadamente simple; nunca se ha acabado. Porque, en un mundo donde todo es continuo, donde todo es eterno, donde el ser llena todo el espacio, ¿Qué sentido tiene hablar de principio y de final?

PERSONAJES: Sócrates, Kinich Ahau, Pedro Pérez (sí, el pobre pintor portugués)

Sóc: Uno, dos, tres. Cuatro, cinco, seis.
Ped: ¡Veo que sabe contar!
Sóc: En efecto. ¡Qué casualidad! Camina en la misma dirección que yo.
Ped: De hecho. Y no voy apurado.
Sóc: ¡Qué maravilla! Entonces podemos irnos conversando...
Ped: Y cuanto usted guste; En realidad no tengo ningún lugar a dónde ir.
Sóc: ¿No me diga?
Ped: Pues le digo. La verdad es que soy sólo un pobre pintor portugués; pinto paisajes por poca plata, para poder pasear por París.
Sóc: Pero... ¿No es entonces que usted sí tiene lugar a dónde ir, es decir, París?
Ped: Eso es lo que parece, pero en realidad no; porque lo cierto es que los pintores se mueren de hambre, y en consecuencia nunca pueden viajar, por mucho que se esfuercen.
Sóc: Eso es muy cierto. Pero quizás podría pintar algo más que paisajes, y hacerse unas monedas, ¿no le parece?
Ped: El otro día me ofrecieron un muy buen negocio, Tom Sawyer me pidió que lo ayudara a pintar una cerca, pero lo cierto es que me estafó y al final sólo perdí mi tarde. Y desde entonces no he vuelto a intentarlo.
Sóc: ¿Por qué?
Ped: Porque Tom Sawyer no es el más inteligente, ni el más peligroso de los estafadores de este mundo; Y temo que la segunda vez me vaya peor.
Sóc: ¿Y no es igual de interesante pensar que os puede ir mejor?
Ped: El miedo al fracaso es, ciertamente, mayor que el incentivo del éxito... Porque los castigos siempre son más calurosos que las felicitaciones.
Sóc: Sí, la diferencia ofende y el error ajeno tranquiliza.
Ped: Así es...
(pausa)
Ped: Oiga, don Soco, ¿cree usted que el mundo se vaya a acabar algún día?
Sóc: Mire, don Pedro, imagine una línea. ¿Tiene principio y final?
Ped: Pues, ¡claro! Cada uno de sus extremos.
Sóc: Sí, porque usted imagina una línea recta; pero yo imagino un círculo.
Ped: ¡Oh! Ciertamente, es usted un hombre muy sabio.
Sóc: Oh, no; pero claramente tú eres un hombre más limitado.
Ped: Yo creo que el mundo se va a acabar; porque todo lo que empieza, termina. Todo lo que sube, tiene que bajar, y todo día empieza en un alba y acaba en un ocaso.
Sóc: ¡Te las das de poeta, pero hablas puras huevadas! Nada tiene un principio, y nada tendrá un final, pero no somos capaces de abarcar en nuestra mirada ni en nuestro pensamiento la dimensión real de las cosas; ¿Cómo podríamos? Nuestra mente tendría que ser del tamaño del Universo, y contener todo en ella. Pero entonces, ya no seríamos uno; seríamos todo. Las cosas no suben, ni tampoco bajan, don Pedro, pero para darse cuenta tiene que trascender su propio punto de referencia. No mire el alba y el ocaso como el principio y el fin del día; sino como episodios infinitos en el giro de la tierra.
Ped: Entonces, ¿usted tampoco cree que el mundo tenga un origen, don Soco?
Sóc: ¡No puedo creer, o no creer, porque nada más que mi razón tengo para imaginar que tal cosa exista! Y de lo que no podemos tener certeza o aproximación, es mejor callar.
Ped: Puchas, en verdad suena sensata su salida... pero no deja de molestarme.
Sóc: ¿Por qué?
Ped: Porque mi mente tiende a la verdad.
Sóc: ¡Oh, no! Nada de eso, tu mente no tiende a la verdad, sino a la completitud.
Ped: ¿A qué se refiere?
Sóc: Mira el cielo; los antiguos egipcios creían que ese velo celeste que ves ahí arriba era el vientre de su Diosa Nuit, que estaba recostada -de una manera bastante sensual, dicho sea de paso- sobre la tierra. Los Hebreos decían que era el interior de un tabernáculo sobre el cual se sentaba su Dios, los Vikingos que era el cráneo de un gigante descuartizado por sus Dioses... tú, ¿qué crees?
Ped: Que es una ilusión óptica provocada por la entrada de la luz solar en la atmósfera terrestre.
Sóc: Ya, ¿y quién tiene la razón?
Ped: Claramente, yo; porque ellos no tenían los instrumentos tecnológicos ni la ciencia suficiente para descubrir lo que es realmente el cielo.
Sóc: ¿Te das cuenta que la única diferencia entre ellos y tú, es su cultura? Los Egipcios no creían en el tabernáculo ni los Vikingos en la Diosa Nuit, ni tú crees en el cráneo cósmico, porque todos tenían motivos -sí, ¡motivos!- para defender su propia versión. Pero mira más allá, hombre. No seas subjetivo. Dime qué es lo que ves. ¿Ves la luz solar refractándose al penetrar la atmósfera terrestre?
Ped: Pues, no. Veo... el cielo.
Sóc: ¡Ah! El cielo. Sólo el cielo. ¿No es suficiente?
Ped: Pero, ¡Don Soco! Eso no sería definir el cielo, sino tan sólo nombrarlo.
Sóc: Y, ¿Qué esperas? ¿Preguntarle a cada cosa “Qué es” hasta que al final te encuentres con que nada es capaz de decirte algo más que “A es A” sin caer en aporías, y te des cuenta que no eres capaz de conocer la esencia de las cosas, y entonces desesperar y abrazar un típico escepticismo radical?
Ped: Pues, esperaba que la ciencia y la tecnología diera con aquellas pruebas irrefutables de lo que no necesita definición, y a partir de eso diéramos definitivamente con la verdad.
Sóc: Supones la existencia de la verdad, y crees en ella, pero nada la hace necesaria. ¿Eres capaz de decirme “por qué” tiene que existir tal verdad?
Ped: Porque las cosas tienen que ser de alguna manera, o de muchas quizás, pero tiene que haber una forma de comprender la realidad sin cometer errores.
Sóc: Ves el problema de cabeza; No debes eliminar el error para hallar la verdad; ella existe en la ausencia de errores.
Ped: No entiendo. ¿No es acaso lo mismo?
Sóc: Pues, ¡claro que no! Tú crees que hay una verdad. Que, como un objeto detrás de una cortina, se deja entrever por la silueta que se trasluce, y de este lado cada cual propone posibles soluciones. Posibles “definiciones”, posibles “formas de ser” del objeto. Pero que él es sólo de una manera. Y que él sólo se mostraría tal cual es, quitando el velo.
Ped: Sí, así lo veo.
Sóc: Pues, yo creo que no hay objeto, sino sólo silueta. Y velo. El velo es la naturaleza; sólo de ella tenemos certeza, porque la sentimos, física y espiritualmente, y la intuimos, racional y trascendentalmente. La verdad no es el objeto, sino la propuesta de solución que no puede ser refutada. Es decir, aunque detrás de la cortina hubiera un cubo, quizás con hablar de cuadrado nos conformaríamos; y así, quizás nunca necesitemos desmentirnos.
Ped: ¿No es eso ser precisamente subjetivista y relativista?
Sóc: Oh, no. Porque la silueta es un cuadrado. Y ahí no hay nada relativo.
Ped: Y si yo demuestro que no es un cuadrado, sino de hecho un cubo.
Sóc: Si tienes evidencias para demostrar, NO que es un cubo, sino que NO ES un cuadrado, entonces, ¡ten! Tienes razón, es un cubo.
Ped: Pero antes era un cuadrado.
Sóc: Sí.
Ped: Y ahora, es un cubo.
Sóc: Sí.
Ped: Pero... ¿entonces cambió su esencia?
Sóc: Oh, no. Sólo la verdad acerca de lo que podíamos decir de aquello que veíamos cambió. Pero el objeto ha permanecido siempre oculto, detrás del velo.
(pausa)
Ped: Entonces... ¿El mundo no se va a acabar?
Sóc: Nada parece afirmar que lo hará.
Ped: ¿Y no le parece a usted que nuestra irresponsabilidad, egoísmo y falta de conciencia está llevando al mundo a su destrucción? ¿No cree usted que podrían ser ciertas las profecías que dicen que tras este año sobrevendrá un cambio de conciencia a nivel mundial, y la humanidad recuperará su rumbo?
Sóc: ¡Pero mira la perorata falaz y estúpida que me has soltado! Dicha después de lo que acabamos de conversar, más pone en evidencia lo que me temía, que eres estúpido. Hablas de irresponsabilidad, de egoísmo, de falta de conciencia, como si uno debiera ser de otra manera; pero lo cierto es que la forma de ser de las cosas es una. Y es la que ocurre.
Ped: Pero debería ser mejor.
Sóc: ¿Mejor, o diferente? Y, ¿debería ser, o quieres que sea?
Ped: A mí me parece que debería ser diferente.
Sóc: Y debes tener tus razones. ¿Alguna de ellas la has tomado de la naturaleza misma, de la propia forma de las cosas?
Ped: Pues... sí; que la gente buena es más feliz y vive más años.
Sóc: ¿Y eso te permite defender que es razonable pensar que un evento cósmico volcará a las personas hacia ese bien que las hace felices y longevas?
Ped: Pues...
Sóc: ¿No tiene el mismo peso, la misma ridícula validez, que decir que unas culebras del espacio vendrán a conquistarnos?
Ped: Pues...
Sóc: ¿No es más sensato ver que cada año la mañana y el ocaso se suceden en perfecto orden, y que en base a la experiencia lo más probable es que, aunque realmente nada lo garantice, vuelva a pasar como ha pasado siempre?
Ped: Pues... sí.
Sóc: Las creencias no son percepciones subjetivas, Pedro. Uno no cree en tal o cual cosa porque “le gusta”.
Ped: Entonces, ¿por qué uno cree algo?
Sóc: Pedro, ¡Pedro! ¡Por el perro! Ahora que has dado pie a cuestionarte estas cosas, empiezas a ver que aprendiste muchas cosas que realmente no entiendes; y peor, que no tienen sentido. Cuando la religión exilió a la razón del terreno de la ciencia natural y eterna -para evitar que se descubriera un argumento que refutara la existencia de Dios- introdujo el concepto de la Fe para sostenerse en base a sentimiento puro; así, los dogmas no se deducían racionalmente, sino que se “sentían”, igual que una pasión o el gusto por el pan con mantequilla. Pero un dogma no es un axioma. El Dogma bien podría ser cierto o falso, la naturaleza no se ve violentada pues nada se sigue lógicamente de ellos; son, en ese sentido, los cimientos de enormes castillos en el aire. En cambio el axioma lógico permite deducir y forzar resultados observables; por ejemplo, teorías como la de Newton. Entonces, cambió el sentido de la creencia; tú crees como el religioso cree en Dios. Yo en cambio, cuando creo, lo hago como el hombre que se arroja al vacío con un paracaídas, porque ha calculado que el roce le salvará la vida.
Ped: Entonces, tú crees que el mundo no se va a terminar, porque nada parece indicar que pasará.
Sóc: Exacto.
Ped: Pero, si lo notas, hay muchas señales; la contaminación, la delincuencia, las enfermedades, la pobreza...
Sóc: ¡Pedro, Pedro, estúpido Pedro! Pareces entender pero aún no has aprendido. ¿Señales de qué, me hablas? Las nubes son señales de que va a llover; el fuego es señal de que habrá humo. Pero la delincuencia, las enfermedades, la pobreza y la contaminación no son causas de nada. Sólo, de mayor pobreza, de mayor delincuencia, de mayor contaminación; y de una peor calidad de vida.
Ped: Pero, ¿no es atroz pensar eso?
Sóc: ¿Dejarías de lado la verdad, sólo porque ella es atroz?
(pausa)
Sóc: Sin embargo, realmente espero que el mundo se termine.
Ped: ¡Oh, pero que me lleven todos los diablos! ¿Qué me estás queriendo decir ahora?
Sóc: ¡Mira! Justo, aquí viene un amigo mío que estará muy interesado en participar de esta conversación. ¡Kinich! ¡Kinich!
Kin: Pero si es mi gran amigo, Sócrates. ¿A dónde vas, Sócrates?
Sóc: Iba a casa de un amigo a ver una película, cuando me encontré con el amigo Pedro, y nos pusimos a conversar de cosas muy interesantes. Y justo ahora íbamos discutiendo que no creo que el mundo se termine, pero espero que termine. Y él precisamente no entiende esto.
Ped: En efecto. Me parece que no puede esperar que algo pase, si no cree que pasará.
Kin: ¡Es un gran caso, en verdad! Pero creo entender a mi amigo Sócrates, porque si dice que espera el fin del mundo, claramente lo espera en un sentido distinto al que lo esperas tú.
Ped: ¿Cómo es eso?
Kin: Tú piensas en el mundo como un planeta; como un ecosistema, quizás, como una forma de existencia material. Ese no es el fin del que habla Sócrates.
Sóc: Sabiamente has hablado, Kinich. Y has dado en el punto.
Kin: El Fin del Mundo que Sócrates espera no viene del cielo; viene de lo hombres mismos. Y no será un final en sentido absoluto, sino sólo una transición.
Ped: ¿Transición? ¿Hacia qué?
Sóc: La contaminación, la delincuencia, la pobreza no son señales de un final que se acerca; pero pueden ser las causas, igual como la decadencia del Imperio degeneró en el fin del Mundo Romano, y el Evangelio trajo un Nuevo Orden Mundial, o los abusos de los Monarcas Franceses llevaron a su pueblo a la Revolución. Ése es el final del Mundo que yo espero. Y que Kinich también.
Ped: ¿Crees entonces, igual, que el mundo puede mejorar?
Sóc: ¡Mejorar no, mejorar no! Maldita sea, ¡Pedro! ¡No has entendido nada! No es mejorar, es cambiar. ¡Cambiar! Los pueblos cambian, se mueven, igual que las aguas del mar y el cielo sobre nuestras cabezas. Un estado ideal supondría el fin del movimiento, un estanco. Pero nada en la naturaleza permanece quieto, ni siquiera las estrellas. ¿Por qué la humanidad lo haría?
Kin: Nada puede predecir el curso de las naciones, porque los hombres toman decisiones. A veces son como el mar, que crece o decrece ante la luna, y entonces se hacen poderosos con la guerra o desaparecen por la peste; pero la ida de los poderosos a la cumbre y su consecuente caída es impredecible y misteriosa, incluso para el cielo que los ha mirado por siempre. Hay quienes dirán: la historia es cíclica, la historia es predecible, he aquí el materialismo histórico, la dialéctica; pero nunca una misma historia la cuentan dos personas diferentes, en pueblos diferentes, en cunas diferentes. En idiomas diferentes.
Ped: ¿Y crees que pasará?
Kin: Para mí será sólo un cambio de año. Pero con o sin profecía, así como está el mundo, de verdad espero que algo pase. Que algo cambie. La Igualdad, la Democracia y la Fraternidad han convertido a los hombres en seres cobardes, mediocres y conformistas, y han provocado que el miedo los mantenga a raya y les haga tolerar los embistes y abusos de una privilegiada esfera de poder. Es fácil decir “a cada cual le toca su suerte al nacer” cuando se nace en el lado bueno...
Ped: ¿No va eso contra tu postura de “ver las cosas como son”?
Sóc: ¡Buen punto! Veo que vas aprendiendo. Sin embargo, todavía no lo has entendido por completo. El Mundo es como es, y ante eso no hago juicios de valor; no es bueno, no es malo. Pero lo miro, lo comprendo, y veo en qué dirección puede cambiar. Y en vistas de que me parece razonable -lógico- que cambie en esa dirección, creo en esta posibilidad. Y la espero.
Ped: ¿Lo harías aunque fueras burgués, y hubieras nacido en el lado bueno?
Sóc: Lo hice, lo hice.
Kin: ¡Sin duda, este será un año entretenido! Un año de esperanza y de locura, de gente estúpida y de personas inteligentes, y mucho se dirá y mucho se hará y quizás muchas cosas pasen; Pero ante todo, nos mantendremos firmes, nos mantendremos razonables, despiertos, atentos. He ahí la verdadera libertad, y nadie nos la puede quitar; sólo hay que cuidarse de no renunciar a ella.
Sóc: ¡Oh! Aquí es la casa de mi amigo, y ya me debe estar esperando. Gracias por la conversación, fue un grato viaje y una hermosa manera de despedir el año. ¡Adiós!
Ped: ¡Chao, don Soco!
Kin: ¡Adiós, Sócrates, amigo!
(pausa)
Kin: ¿Vamos a tomarnos unas chelas?
Ped: Dale; Pero tú invitas.

Inti Målai Perdurabo.

Nota: El argumento que puse en boca de Sócrates acerca de la verdad y el error y el sentido correcto de creencia es en realidad del filósofo Karl Popper; Dejo a criterio de cada uno lo atrevido de mi acierto, jejeje.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Dies Iræ [El Día de la Ira]

Los Días Antiguos han terminado. Los Días Medios ya están pasando. Los Días jóvenes comienzan ahora. El tiempo de los elfos ha quedado atrás, pero el nuestro está ya muy cerca: el mundo de los hombres, que hemos de gobernar. Pero antes necesitamos poder, para ordenarlo todo como a nosotros nos parezca y alcanzar ese bien que sólo los Sabios entienden. (...) ¡Y escucha, Gandalf mi viejo amigo y asistente! Digo nosotros, y podrá ser nosotros, si te unes a mí. Un nuevo Poder está apareciendo. Ya no podemos poner nuestras esperanzas en los elfos o el moribundo Númenor. Contra ese poder no nos servirán los aliados y métodos de antes. Hay una sola posibilidad para ti, para nosotros. Tenemos que unirnos a ese Poder. Es el camino de la prudencia, Gandalf. Hay esperanzas de ese modo. La victoria del Poder está próxima y habrá grandes recompensas para quienes lo ayuden. A medida que el Poder crezca, también crecerán los amigos probados, y los Sabios como tú y yo podríamos con paciencia llegar al fin a dominarlo, a gobernarlo. Podemos tomarnos tiempo, podemos esconder nuestros designios, deplorando los males que se cometan al pasar, pero aprobando las metas elevadas y últimas: Conocimiento, Dominio, Orden, todo lo que hasta ahora hemos tratado en vano de alcanzar, entorpecidos más que ayudados por nuestros perezosos o débiles amigos. No tiene por qué haber, no habrá ningún cambio real en nuestros designios, sólo en nuestros medios.
J.R.R. TOLKIEN, en El Señor de los Anillos I La Comunidad del Anillo, en boca de Saruman, el Multicolor

No pusimos quioscos de salchichas calientes en el templo egipcio de Karnak sólo porque quedaba a trasmano y el negocio no podía dar grandes utilidades”
RAY BRADBURY, en Crónicas Marcianas, “Junio de 2001: Aunque siga brillando la luna”

Esta historia es una triste historia; pero no es una historia novedosa. Lo que ahora mismo está pasando ya ha pasado antes; pero es igual de doloroso. Como antes, se intentará detenerlo; pero nunca antes ha sido posible hacerlo. Allá, ellos lo llaman progreso; acá, nosotros le decimos decadencia.

La Tecnocracia es como un dinosaurio mecánico de mandíbulas oxidadas, que arranca carne y tierra entre sus fauces y luego defeca papel moneda. Es “un monstruo grande y pisa fuerte”, y su pisada es como una avalancha en tierra inclinada; contra más pronunciada es la pendiente -hacia la nada, hacia el vacío, hacia la decadencia- más implacable es su paso y más destructiva su llegada. Es un monstruo que no oye motivos, que no lee poesía; que no disfruta de la música, que no se detiene a contemplar un paisaje; que no sabe hacer el amor ni tener hijos, antes viola y produce recursos humanos; que no pinta cuadros, antes llena vitrinas, ataúdes y basurales con cuerpos humanos y papel impreso; que no sabe atesorar, pero valora. Y usura. Sobre todo, usura.
La Tecnocracia es peor que la muerte; es una muerte sin sepultura, es una muerte sin donación de órganos, es una muerte con embalsamamiento y pedestal en una tienda de abalorios. La Tecnocracia no sabe leer ni escribir, ni contar, ni pintar, ni representar una obra de teatro. La Tecnocracia es analfabeta, es ciega, sorda y muda. La Tecnocracia no sabe, ni puede, ni quiere, enseñar.
Acaso la Tecnocracia sea la peor de las desgracias del mundo que conocemos. Es la faceta dolorosa, la mano armada de la burguesía, aquel pestilente cáncer que destruye a occidente hace más de seiscientos años. Es capaz de convertir la mediocridad en un valor, llamándole “eficiencia”. Convertir la malevolencia en virtud, llamándola “tenacidad”; la codicia, “perseverancia”. Su ontología -o la farsa que ocupa su lugar- ve corporaciones donde antes había dioses; empresas, donde antes había Ideas; clientes, donde antes había seres humanos; recursos de personal, donde siempre ha habido esclavos.
La Tecnocracia habla con la lengua de Saruman pero tiene la inteligencia de Biggs. Saca sus títulos por correo, gana sus puestos por debajo de la mesa, hace amistades con sociedades secretas y se codea con los gobiernos asesinos. La Tecnocracia roba el mérito de otros y hace publicidad para sí misma. La Tecnocracia se beneficia a través de los demás. La Tecnocracia es explotadora, la Tecnocracia es cruel, la Tecnocracia no maneja razones y no escucha más opinión que la suya. La Tecnocracia es asesina por naturaleza, es genocida por naturaleza, la Tecnocracia es profusa y exhaustiva en la difusión del dolor, de la idiotez y de la enajenación del hombre. Y goza de los más excesivos y superfluos placeres.
La Tecnocracia habla, y aunque nadie le entiende, es obedecida. La Tecnocracia no piensa, pero convence. La Tecnocracia se convierte en dragón, y asusta. Pero también se convierte en ratón, para que la lástima frene los hocicos de quienes quieran comerla.
La Tecnocracia huele mal, pero usa caros perfumes. Es deforme, pero paga cirugías estéticas. Cojea, pero se sostiene en bastones invisibles. Roba, pero paga los sobornos correspondientes. Mata, pero envía flores a las viudas. Y nunca deja de sonreír, ni de mostrar sus ojos luminosos; como un Dorian Gray que lleva su retrato bajo la camisa.
Afortunadamente, aprendí a odiar a la Tecnocracia. Por suerte aprendí a verla, aprendí a sentirla, aprendí a ignorar su discurso vacío, a no creerle, a despreciarla. Afortunadamente aprendí que la literatura es más que una concatenación coherente de oraciones con sentido, afortunadamente aprendí que la música lleva más en ella que sólo progresiones armónicas. Afortunadamente, supe a tiempo que matemáticas es más que contar y comprar, que estudiar la historia es más que memorizar un anecdotario, que saber de biología es más que predecir enfermedades. Afortunadamente, fui humanizado. Afortunadamente, fui educado. Afortunadamente, nací, me hice como persona. Y soy persona. Y Odio la Tecnocracia; porque no se puede SER humano, sin odiar la Tecnocracia; Porque ella es la muerte, ella es la esclavitud, ella es la nada.
Y la Tecnocracia nos odia. Porque su peor enemiga es la Inteligencia, la Libertad, el Humanismo. Porque su peor peligro es el pensamiento, el pensamiento autónomo, el pensamiento libre, el pensamiento auténtico. Y su único miedo, es la revolución. Es la pluma. Es la pancarta. Es la mano que suelta el martillo, la frente que mira hacia arriba, el pie que se detiene. Es la lengua que deja de tararear y repetir, es el corazón que late por sí mismo. Es el hombre que le dice: non serviam.
Y porque la Tecnocracia nos odia, le ha declarado la guerra a nuestro hogar, a nuestro nido. Y se ha hecho carne, y ha habitado entre nosotros, y ha regalado Anillos de Poder hasta llegar al timón... para llevarse el barco -consigo- hasta las profundidades.
Y así, profanará nuestro Templo de Amor para convertirlo en un matadero, un matadero y una prisión, y hará realidad la pesadilla musical de Pink Floyd, -que Sata disfrutaba exhibir en la Sala de Lenguaje cada año- para su deleite y su propio enriquecimiento personal.
La Tecnocracia tiene nombre. Y también tiene enemigos.
Seamos, pues, enemigos de temer.

Inti Målai Perdurabo
(Legionario insigne de la Orden de Caballeros Humanistas del Tío Sata)

jueves, 24 de noviembre de 2011

"Roto" y "rompido" no son lo mismo

El otro día estaba entretenido pensando en cómo pienso (sí, esas cosas extrañas que empiezan a ocurrir después de seis meses sin tener clases) y caí en un problema bastante particular, que gira en torno al participio pasado del verbo “romper”.
Se dice “roto” y no “rompido”. Como “rompido” es una incorrección idiomática, claramente no son lo mismo, y si lo son, uno es la forma viciada del otro.
Para los que no recuerdan ó nunca aprendieron ó sencillamente nunca lo supieron, el participio pasado es una forma no conjugada del verbo que bien sirve como adjetivo (“el hombre casado”) o para hacer construcciones complejas de conjugación (“el hombre se ha casado”). Al menos en español.
Bueno, como decía en un principio, pensando en cómo pienso me di cuenta que cuando hablo hay ciertas incorrecciones que sólo compongo a la hora de hablar/escribir. Por ejemplo, noté que en algunos casos -sólo algunos- mi mente piensa en “rompido” y a la hora de escribirlo o decirlo lo cambio por “roto” (porque así es “como se dice”). Pero no me pasa con todos los verbos irregulares. Cosa curiosa, ¿no?
Si fuera sólo una maña mía entendería que fuera yo quien tiene mal instalado el hablar-bien.exe en su cerebro... Pero luego me fui dando cuenta que errores como “rompido”, “imprimido” y “morido” son mucho más habituales en la gente que para otros verbos irregulares. Existe la explicación lingüística (aplicar el paradigma regular a verbos irregulares por “costumbre” de la mente (¿un bug del hablar-bien.exe?)) pero yo quiero arriesgar otra más rebuscada y a ver qué les parece.

Los hispano parlantes estaremos de acuerdo en que los verbos “ser” y “estar” no son lo mismo. (Los italo parlantes con sus verbos “essere” y “stare” estarán de acuerdo también). No es lo mismo decir “mis manos son heladas” que “mis manos están heladas”. Para hacer la distinción lo más rápido posible, diremos que en la oración predicativa “S es P” la propiedad P es inherente a S, o es continua y permanente (al menos dentro del contexto). Por otra parte, “S está P” indica que la propiedad P es contingente, pasajera, momentánea en S (en el contexto). “Mis manos son heladas” significa que las manos siempre tienen frío, en cambio “mis manos están heladas” significa que ahora mismo tengo frío en las manos.
Sin embargo, esta distinción es intuitiva, porque, como muchos sabemos, en otros idiomas las dos oraciones son iguales y sólo el contexto discrimina el matiz “continuo” o “pasajero”; “my hands are cold” en inglés implica tanto continuidad: “my hands are cold due to my anemia” (“mis manos SON heladas debido a mi anemia) como contingencia: “my hands are cold due to this frosty morning!” (“¡mis manos ESTÁN heladas debido a esta mañana helada!”). (Los anglo parlantes, de hecho, cuando aprenden español tienen problemas para distinguir los usos de nuestros verbos “ser” y “estar” y los aprenden más o menos de memoria, o con la práctica, pero les cuesta entender la diferencia a la primera).
Intentemos revisar, por lo tanto, el “uso” del participio, y esta vez incluir como criterio de análisis las nociones de continuidad y contingencia. Rápidamente descubriremos que cuando el participio se usa de manera “continua” lo tratamos sin más como un adjetivo: “mis manos son heladas”. (la “forma” de la relación sujeto-atributo es similar a la de “mis manos son rojas” o “mis manos son grandes”). Pero cuando implica una noción de contingencia él es, de hecho, un verbo, que carga una cierta pasividad: “mis manos están heladas” = “mis manos han sido heladas [por algo]”.
Ahora bien, como la terminación -ado/ido es característica de los verbos regulares para hacer su participio, mi apuesta es la siguiente: la mente atribuye al participio la noción de contingencia por defecto, y sólo cuando ella -por el contexto- exige la continuidad, se convierte en un adjetivo.
Un ejemplo:
Una persona emite la siguiente oración: “tengo las manos heladas”.
Quien le escucha debe, por tanto, discriminar entre si “tengo las manos heladas” corresponde a “mis manos son heladas” o “mis manos están heladas”.
Si el lugar en el que están es un paradero de micro en Osorno, en el mes de Julio a las seis de la mañana, quien escucha deducirá por contexto que el uso de “heladas” (del verbo “helar”) es contingente, y por lo tanto corresponde al verbo “estar”.
En el mismo contexto anterior el hombre podría querer decir que siempre tiene las manos heladas, incluso cuando hace frío, pero para ello tendría que ampliar la información. En ese caso, el uso sería el del verbo “ser”.
Si el lugar en el que están es Santiago, mes de Diciembre, a las tres de la tarde y están haciendo cola para un partido en el Estadio Nacional, probablemente el individuo quiere indicar que sus manos SIEMPRE están heladas y por lo tanto, “heladas” es una propiedad inherente a sus manos. Luego, el uso es el del verbo “ser”.
Sin embargo, si en el mismo contexto anterior el hombre quiere hacer notar que efectivamente sus manos están heladas cuando no deberían estarlo, o no es habitual que lo estén, entonces el uso es el del verbo “estar”.
Como bien queda claro en el ejemplo, a menos que se use explícitamente el verbo “ser” o el verbo “estar” (con lo que se hace innecesario el contexto), la noción de continuidad o de contingencia va “cargada” (en el sentido del inglés “loaded”) en el participio pero no explícitamente.
Ahora, cabe preguntarse, ¿por qué la idea de contingencia es anterior a la de continuidad?
Puede darse la contingencia sin la continuidad. Pero no puede darse la continuidad sin la contingencia, puesto que la noción de continuidad no es más que una contingencia “constante”. Dicho en términos más formales, la contingencia es necesaria a la continuidad, pero la continuidad a la contingencia es sólo suficiente.
Bueno, bueno, ¿a qué va todo esto?
Los participios son esencialmente contingentes. Cuando el contexto lo pide, su sentido puede extenderse a la continuidad, y pasa a usarse como adjetivo. Estamos acostumbrados a reconocer los participios por sus terminaciones -ado/ido, y a entenderlos en su uso como adjetivos por cuanto señalan que el verbo del que provienen es inherente al objeto (“mis manos son heladas” = “mis manos siempre están heladas”). Sin embargo, en el caso de los participios irregulares, la ausencia de la terminación -ado/ido nos lleva a no asociar de inmediato el participio con uno, y de pensarlo antes como un adjetivo, es decir, de sentido continuo. Dicho en palabras simples, antes vemos “roto” como un adjetivo, que como un participio.
Pero, por lo último que dijimos un poco más arriba, la noción de contingencia puede llevar a la de continuidad, pero no en sentido contrario, luego, no es intuitivo asociar “roto” al participio y su sentido de contingencia.
El “vaso roto” es el vaso que se quebró antes del contexto de conversación, el de la navidad pasada o el que guardó el abuelo por ser un recuerdo de familia; en cambio el “vaso rompido” es el vaso que acaba de caer de la mesa y que se acaba de quebrar.
Otro ejemplo:
Una conversación trivial.
Sócrates: “¿Qué has estado leyendo?”
Lao-tse: “Me empecé la semana pasada “Harry Potter y la Cámara secreta”, y ya voy en la mitad”
Sócrates: “¡Mira tú! Pero ese libro es caro, ¿es impreso o lo lees en el computador?”
Lao-tse: “Me lo conseguí en pdf, pero lo imprimí”
En esta conversación, “impreso” es la propiedad de venir (al contexto, no en un sentido ontológico absoluto) ya en formato papel, por lo tanto, el HP2 que Lao-tse está leyendo, sería un libro “impreso” en sentido contingente, no continuo, y por lo tanto podríamos esperar de él que lo llamara “libro imprimido” más adelante.
Otra evidencia en favor de mi tesis:
El verbo “corromper” viene del verbo “romper” más el prefijo “co-”. Luego, el verbo tiene su adjetivo contingente, “corrompido”, y su adjetivo continuo, “corrupto”. Interesante, ¿no?

Bien, en conclusión: 1) No estoy queriendo decir que incorrecciones idiomáticas como “rompido” o “imprimido” deban integrarse a la lengua y no deja de ser oprobioso equivocarse aunque la corrección ocurra “al último” en la mente, sólo estoy queriendo decir que 2) posiblemente la frecuencia de este error por encima de otras incorrecciones del mismo tipo (es raro que alguien diga “abrido” en lugar de “abierto”, porque el verbo “abrir” rara vez tiene sentido continuo y por lo tanto se le asocia directamente al contingente y aparee como participio) es por una noción de uso no formalizada en la mente del hablante, y que por lo tanto 3) este hablante no se pega todo el rollo que yo me mandé aquí para decir “rompido” en lugar de “roto”. En definitiva 4) de aquí en adelante otra investigación más profunda podría hacerse, en torno a saber en qué manera las nociones de continuidad y contingencia (si es que existen) se presentan en distintas lenguas, si es relevante hacerlas notar y si ellas deben ser incluidas en criterios tales como los de traducción de una lengua a otra. Pero eso ya es tarea para otro día.

Inti Målai Perdurabo

PS: los participios al usarse como adjetivos y enunciarse bajo la forma "S es P" toman la forma de un verbo en voz pasiva, ("el vaso es roto [¿por alguien?]"), y esta "curiosidad", aunque trivial, nunca está de más notarla, puesto que muestra que de hecho el "roto" como adjetivo casi nunca se usa como continuo y por ende no reviste dicho sentido (las cosas deben "romperse", si algo "viene roto" nunca es una cosa, sino dos) y esta evidencia serviría para poner en jaque mi propia tesis.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Una Crítica a la Crítica Social

Ó LAS PARADOJAS DE UTOPÍA

Todos los que disfrutamos de la buena compañía de un grupo pequeño de amigos y alguna generosa cantidad de alcohol a menudo nos habremos visto encausando la conversación hacia algún tema de contingencia que nos permita explayarnos y argumentar en torno a diversos cambios, reformas o reestructuraciones de índole social o institucional que, a juicio nuestro, serían necesarios para solucionar tal o cual problema, permitiendo que mediante el diálogo y la confrontación se llegue en términos teóricos a la formulación especulativa de un Estado Ideal. Algo que, en términos simples, se conoce como “arreglar el mundo”.
Esta práctica, tan habitual como intrascendente, no es para nada una novedad; la podemos rastrear hasta el tiempo de los griegos (sin ir más lejos, la República de Platón no es más que esto) y quizás más atrás. Y esto no debería extrañarnos, puesto que, como todos o la mayoría hemos tenido el placer de constatar, el alcohol tiene la fatídica y maravillosa propiedad de hacer que los hombres y las mujeres suelten la lengua (para hablar, entre otras cosas) y saquen a relucir, sin muchos miramientos, sus puntos de vista con menos miedo a la crítica que cuando están sobrios.
Está de más decir que “arreglar el mundo” de esa manera no tiene ningún fin práctico, ni teórico ni científico ni filosófico (quizás para algunas escuelas sí, pero no para las que a mí me gustan). ¿Por qué? Dejando de lado los casos en que la resaca escribe dolores de cabeza encima de los bocetos del mundo perfecto, quizás el motivo que muchos puedan encontrar más lógico es que aquellos borrachines no tienen ni los medios, ni el conocimiento práctico para llevar a cabo sus propósitos.
Pero este motivo, si bien es el más obvio a primera vista, de hecho está errado. Porque en la historia tenemos evidencia de que muchos modelos que “funcionan” en la teoría, fracasan en la práctica (nuevamente, Platón es nuestra modelo indicada). Evidentemente, estos borrachines tenían los medios y el conocimiento práctico para llevar a cabo sus propósitos, pero, por alguna razón (que dilucidaremos en seguida) no eran capaces de poner en marcha sus utopías.
El hecho de que “arreglar el mundo” no funcione en la teoría ha dado origen al prejuicio malintencionado de que toda crítica social que se presenta sin un plan de acción es fútil y ociosa, tanto si se contenta sólo de decir lo que está mal (y en ese caso es sólo una denuncia, no una crítica) como si además propone cambios y prevé soluciones.
Sin embargo rápidamente descubriremos que esta crítica “reaccionaria”, es decir, “de brazos cruzados” no sólo es útil sino necesaria. Ahí donde el actor social, el abanderado político, el activista o el simple simpatizante habla desde su punto de acción y desde su labor ciudadana, hay un cierto grado de parcialidad, llamémoslo “focalización” en vistas a un objetivo; él ya ha superado la etapa de la búsqueda e identificación del problema, se ha comprometido con un plan de trabajo y una solución en apariencia viable y por lo tanto su visión del panorama general es parcial. Ya tiene a los que están con él, y a los que están contra él.
El crítico ocioso, el de brazos cruzados, tiene la ventaja de que no ha depositado sus ánimos ni sus energías en la actividad social, por lo tanto, si se procura siempre la información adecuada es capaz de identificar el problema y sopesar las opciones y los proyectos de ataque sin una preponderancia hacia tal o cual posición, más que la de su propio juicio y entorno. A esta actitud de mantener la neutralidad política con el fin de resguardar la mayor imparcialidad posible a la hora de hacer crítica social la llamo ser “espectador en conciencia”.
Ahora bien, esto no supone gran progreso de lo que teníamos al principio; hay una sociedad, hay falencias de distinta clase, y hay quienes las ven y las denuncian y quienes trabajan por solucionarlas. A los primeros los he llamado espectadores en conciencia y a los últimos los dejaremos sencillamente como los “ciudadanos activos”. Está de más decir que tanto los unos como los otros “arreglan el mundo” entre botellas, y en ninguno de los dos casos es más útil a la sociedad este juego de ociosos.
Lo que a mí me interesa en este momento es la crítica social en sí misma. La distinción entre espectadores y ciudadanos útiles es metodológica y volveré a ella más adelante, pero volvamos un poco a la crítica social. Decíamos hace un momento que la historia da testimonio, una y otra vez y en los más variados países y culturas, de proyectos sociales que funcionan en la teoría y fracasan en la práctica. Fuera de aquellos casos en que el proyecto es saboteado ex profeso por reaccionarios tanto internos como extranjeros, el error casi siempre es conceptual; en una palabra (o pocas), se parte de premisas que no tienen correlato real y las conclusiones son, por fuerza, inviables en la realidad.
Si consideramos, por ejemplo, a un color de piezas de ajedrez como una sociedad, veremos que ella es completamente estable; en el ajedrez no hay lucha de clases, ni materialismo histórico, cada pieza conoce su valor y su jerarquía y guarda su lugar. Lo único que puede desestabilizar y destruir esta sociedad es el elemento extranjero, es decir, el otro color, pero “internamente” el sistema es totalmente eficiente.
¿A qué se debe esto? Quizás, a que esta sociedad se limita a dieciséis individuos que no comen ni se reproducen y que de hecho no tienen vida. Pero lo más importante es que cada individuo es igual a sus pares y desigual a sus superiores y subalternos. La torre de la reina es igual a la torre del rey, es superior a todos los peones por igual, y a su vez ambas torres son igualmente inferiores en calidad y virtud a la Reina.
He dado en llamar “Paradojas de Utopía” (sí, me gustan los nombres pomposos) a una serie de contradicciones conceptuales que son pasadas por alto en la mayoría de los casos a la hora de hacer crítica social; lo que pervierte la objetividad y contingencia de la crítica misma.
Estas contradicciones conceptuales no refieren a casos específicos, ni la lista es exhaustiva (cuando lo sea, escribiré un libro y me ganaré un Nobel, ¡jueh!). Se trata de buscar en las paradojas la forma lógica de ciertas premisas universales que son necesarias a la hora de hacer cualquier crítica social.
La primera y, a mi entender, la más importante de todas, la llamo “paradoja de la diferencia”. En el ajedrez, ella no existe; todos los peones son iguales, y paradigmáticos. Sin embargo, en la práctica, vemos que ningún ser humano es paradigmático, son todos diferentes. Pero ahora, como bien notó Rousseau, ocurre que al reunir a varios cientos de personas comienza a hacerse patente un cierto comportamiento colectivo y una “voluntad general” que deriva del promedio estadístico de acuerdos entre estas personas. Si es cierto que somos todos diferentes y es cierto que existe tal cosa como El Pueblo, ¿dónde termina la individualidad y comienza lo colectivo? Los que se inclinan por el primero hablan de Democracia; los que se inclinan por el segundo, de Totalitarismo.
La segunda es de tipo metadoxástico -si es que esa palabra existe- y se refiere a quien emite la crítica. La enunciaremos sencillamente como sigue: No es posible considerar todas las individualidades. Es decir, ningún individuo es realmente consciente de todas las realidades sociales, económicas y culturales que componen su sociedad.
La tercera es la que a mí más me incomoda y la que por lo mismo me resulta más atractiva: la llamo antojadizamente “relatividad del bienestar”, y se puede enunciar así: ¿Es lo que quiere el individuo lo que necesita el Pueblo? Esta paradoja tiene íntima relación con la primera, y genera la clara contradicción entre lo que la gente quiere, versus lo que necesita; o la tendencia -por ignorancia, y muchas veces por confundir individuo y colectivo- a creer que el bienestar del Pueblo es el bienestar de todos y cada uno de sus componentes (¿Será eso posible para grupos de más de dieciséis individuos, me pregunto yo?).
Bueno, otras más conocidas y ampliamente trabajadas en el campo de la filosofía política son, por ejemplo, la de la tolerancia: Si una sociedad debe ser tolerante, entonces debe ser tolerante con la intolerancia y tolerar que la intolerancia censure a la tolerancia, con lo que no queda más tolerancia, lo que es contradictorio. O la de la democracia: ¿Puede un pueblo democráticamente elegir un régimen autoritario? Rousseau lo consideraba no sólo posible sino que no veía contradicción alguna, ya que para él, el “soberano” siempre es el Pueblo y a él le es dado elegir su gobierno, y es la postura que a mí me gusta, aunque no es la única y es claro que no hay acuerdo al respecto. Sin embargo estas últimas dos paradojas exigen la asunción de las tres anteriores, que para mí son las más importantes. Incluso podría agregar una cuarta, a la que le bautizaremos como “Principio de Mala Fe”: La actitud del hombre es por defecto egoísta. ¿Por qué es una paradoja? Porque en toda decisión de sistemas de gobierno se trata de hacer que hombres que velan por sí mismos velen por los demás (1).
El error fatal de todos los proyectos sociales “utópicos” (es decir, que son estables y aseguran el bienestar de todos sus miembros) recae sobre la no-consideración de al menos las tres primeras paradojas y la última. Para poder construir una sociedad “teórica”, es decir, “en la mente”, es necesario que sus habitantes sean como piezas de ajedrez o personajes del Age of Empires; escuchen y obedezcan, y sean todos en calidad iguales. Y por eso mismo, la Isla de Utopía “no está en lugar alguno”.

Llamaremos “Crítica” de la Crítica Social a la consideración de las Paradojas. Una Crítica Social que se haga cargo de las paradojas y las enfrente en un marco teórico coherente será una Crítica Social Seria. Por otra parte, a aquella Crítica Social que 1) no considere explícitamente las paradojas ó 2) se desarrolle a partir de la aceptación arbitraria de alguno de los enunciados contradictorios contenidos en ellas será una Crítica Social Utópica y caerá dentro del grupo de aquellos divertimentos ociosos y fútiles que poco nos interesan, por su intrascendencia.
Vamos a poner de lado las Críticas Utópicas y nos haremos cargo exclusivamente de las Serias. Es tiempo de retomar la distinción hecha anteriormente entre Espectadores en Conciencia y Ciudadanos Activos.
Habíamos dicho que el Ciudadano activo carece de la imparcialidad teórica para emitir Crítica Social. Quiero aclarar un poco ese punto. La Imparcialidad de juicio nunca es total; lo que quiero decir cuando digo que el punto de vista del ciudadano activo es parcial, es que estadística y teóricamente, es posible esperar un mayor grado de arbitrariedad por parte suya, que participa y que ha discriminado a los “amigos” de los “enemigos”, que del espectador en conciencia. Y a su vez debo decir que el Espectador en Conciencia sólo hará Crítica Social Seria cuando evite él mismo incurrir en posturas egoístas (principio de Mala Fe) a la hora de fijar sus criterios de valoración (como las viejas malditas que reclamaban del Transantiago porque “antes la micro pasaba por la puerta de sus casas y ahora tienen que caminar dos cuadras”).
La Crítica Social sólo es Seria, y “arreglar el mundo” sólo tiene sentido cuando la discusión versa en torno a las paradojas y sólo circunstancialmente se refiere a la contingencia; dicho de otra forma, el dogmatismo y la desproporción conceptual corrompen la Crítica Social.
En este contexto, se hace ahora evidente el por qué es necesario el Espectador en Conciencia, y no sólo él, sino también el diálogo constante entre este último y el Ciudadano activo; la Crítica Social debe retroalimentarse, pues ella es variable. La primera conclusión que queda potencialmente descartada al rechazar la Crítica Utópica es la que apunta a que es posible conseguir una sociedad estable y que garantice el bienestar de todos sus miembros. Por lo tanto, es esencial que la Crítica por parte del Espectador en Conciencia atienda los problemas “reales” e inmediatos, y el Ciudadano Activo, desde el diálogo, busque solucionarlos. Por eso mismo es igualmente valioso el Ciudadano Activo, porque si todos fuéramos Espectadores en Conciencia no dejaríamos de mirar y reclamar pero tendríamos que acatar con impotencia los ires y venires que nuestros gobernantes, con mayor o menor Mala Fe, nos impusieran.
(Notar que no hablo en términos conductuales sino sólo descriptivos; mi Espectador en Conciencia no es paradigmático y su distinción del Ciudadano Activo es sólo metodológica).
La Crítica a la Crítica Social, ya se haga en los parámetros que yo he descrito o se replantee en otra dirección, siempre va a ser sana en toda discusión, como en general lo es todo análisis metalógico a lo que se discute. No en vano sigue siendo la Filosofía Política uno de los pocos campos todavía respetados y por consiguiente “rentables” de la disciplina... je.
Siempre, lo único que pido, es conciencia. Capacidad de autocrítica, consistencia argumental. La gente suele decir que soy cerrado de mente y llevado a mis ideas, y lo defienden con unos flamantes argumentos ad hominem. En todo caso este ensayo no es un encomio a mi persona ni mucho menos, pero decidí que, ante la marea, mejor es hablar del mar en lo alto de la montaña.
Recibiré, por lo tanto, con entusiasmo y agrado cualquier crítica a mi Crítica a la Crítica Social, siempre que se respete el nivel de abstracción.

Inti Målai Perdurabo

(1) A partir del Principio de Mala Fe debe ser posible -o así lo entreveo- redactar una Constitución que “espere” que sus gobernantes abusen del poder y lo institucionalice con el fin de controlarlo; lo que no deja de ser una apuesta interesante...

BIBLIOGRAFÍA: Todo lo que mencioné de Rousseau lo saqué del “Contrato Social”, mientras que lo referente a las paradojas de la tolerancia y la democracia están en Popper (aunque no necesariamente son de su autoría), de “Popper: escritos selectos”, compilados por David Miller.

martes, 4 de octubre de 2011

Oficio de Ensamblador


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Les tengo un juego; construyamos un robot.
Este robot será extremadamente sencillo, porque lo usaremos para hacer algo estúpidamente simple.
El robot tendrá grabadas en su disco duro una serie limitada de reglas y una seguidilla de símbolos, que serán el lenguaje que él puede leer. Asimismo, poseerá reglas de escritura, en este mismo lenguaje.
El robot sabrá interpretar los siguientes símbolos (lenguaje):
( ) 1 0 + * ¬
Y las reglas para leerlos serán las siguientes:

1+1=1
1+0=1
0+1=1
0+0=0

1*1=1
1*0=0
0*1=0
0*0=0

¬1=0
¬0=1
(se ve con facilidad que el símbolo “=” no hay que enseñárselo al robot; él no debe leer el =, sino que nosotros lo escribimos donde él entiende que debe hacer una escritura de respuesta).
Pero falta todavía introducir los paréntesis. Y es que nuestro robot no será tan básico, sino que podrá hacer todavía un poco más. Estas reglas son más complejas, pero como no estamos por la labor de calentarnos la cabeza, nos ahorraremos la formalización (una larga cadena de condicionales), y diremos que el robot podrá distinguir fórmulas bien formadas (a las que representaremos como una P, cosa que el robot no necesita leer) gracias a estas reglas (“de ortografía”, por decirlo así):
1=P
0=P
¬P=P
(P+P)=P
(P*P)=P
Ya, esto se ve más complicado pero realmente es muy sencillo. Aquí dice que el robot puede leer cosas como esta:
(1+(0*¬0))
porque, de acuerdo a nuestras “reglas de ortografía”, esa fórmula es P. Pero esta:
(+1(
no es P, por lo tanto el robot se autodestruirá cuando lea algo tan mal escrito.
¿Para qué sirve el robot? No puede matar Jedis ni viajar en el tiempo para detener la exterminación de la humanidad, pero nos puede dar algunas horas de entretención. Si yo al robot, por ejemplo, le digo (puede ser con un teclado, o con una cinta magnética o cualquier método que queramos) esto:
(1+0)
Él me dirá:
1
¿Se entiende cómo funciona el robot? Sólo aplicó la regla para “1+0” una vez que leyó una fórmula bien formada P. Espero que con este ejemplo haya quedado claro.
Hagamos ahora un par de consideraciones en torno a él.
El robot no piensa. Él “recoge” símbolos y en función de ellos “devuelve” otros símbolos. Está condenado a hacer esto porque no tiene voluntad, ni iniciativa ni creatividad. Si le damos una fórmula mal escrita, se autodestruye y fin. Y si la fórmula está bien escrita, él calcula y devuelve la respuesta.
Cambiemos ahora un poco el lenguaje, para hacerlo menos “agresivo”.
El ( lo cambiaremos por “una letra mayúscula”.
El ) lo cambiaremos por “.” .
El ¬ lo cambiaremos por “no”.
El + lo cambiaremos por “o”.
El * lo cambiaremos por “y”.
El 1 lo cambiaremos por “verdadero” y el 0 lo cambiaremos por “falso”.
Así, cuando yo le diga:
Verdadero o falso.
Él me dirá:
verdadero
NOTAR QUE esta es exactamente la misma fórmula que le entregamos en el ejemplo anterior.
(Se va a ver un poco extraño esto:
Verdadero y Falso o verdadero..
Que es la nueva forma de:
(1*(0+1))
Y puede arreglarse introduciéndole más reglas, pero no quiero que esto quede más complicado así que obviaremos eso.)
Ahora, queremos que nuestro robot sea todavía más “amigable”, y para eso le daremos una memoria que retendrá palabras y oraciones (donde, obviamente, no deben haber ni mayúsculas, ni puntos, ni letras “y” u “o” sueltas, para que no se confunda). Cuando aparezcan estas palabras y oraciones él les dará el valor verdadero (1), y todo lo que no esté en la memoria será por defecto falso (0).
Esta será la memoria del robot para el nuevo ejemplo:
“napoleón nació en córsega” = verdadero
“napoleón fue tomado prisionero por los ingleses en waterloo” = verdadero
Luego, el robot cuando lea esto:
Napoleón nació en córsega y no napoleón fue tomado prisionero por los ingleses en waterloo.
Responderá:
falso
(notar que hay un “no” indicado al principio de la segunda oración).
Y alguien a quien le mostramos nuestro robot podría decir: ¡vaya! ¡El robot sabe historia!
Pero lo cierto es que EL ROBOT NO SABE HISTORIA. El robot en ningún momento ha dejado de calcular 1s y 0s siguiendo sus maquinales reglas y su limitado lenguaje binario.
Todavía podríamos complejizar más el lenguaje del robot, e imaginemos que lo hacemos, de tal manera que entiende cosas como “Si pasa esto, entonces ocurre esto otro” pero siempre son cálculos binarios (aunque podría hacer la formalización me abstendré de hacerla, porque lamentablemente ella sería extenuantemente larga) y que también entienda cosas como los pronombres y las elisiones, y que entonces la misma oración anterior ahora pudiera ser:
Napoleón nació en córsega y él no fue tomado prisionero por los ingleses en waterloo.
Y que a pesar de ese “él” el robot supiera que debe remitirse a “napoleón” en la oración anterior, leer la oración que conoce y darle su valor de verdad, y todavía responderá entonces correctamente:
falso
Si el robot está así de “decorado” (porque no hemos modificado en nada sus reglas de funcionamiento, sólo hemos hecho más amigable la apariencia de las frases que recibe) podríamos entonces exhibirlo en una feria como “el robot que sabe historia" y la gente jugaría a decirle cosas, y el robot contestaría “verdadero” o “falso” en función de su memoria.
Incluso podríamos enseñarle al robot que no se autodestruya cuando la fórmula esté malformada y en cambio arroje la respuesta “no entiendo lo que preguntas”, o que cuando no tenga una frase en su memoria, responda “no sé” en lugar de responder “falso” como hacía en un principio, y sería más asombroso, ¡porque le habríamos -aparentemente- enseñado humildad!
Pero el robot sigue siendo el mismo autómata estúpidamente simple que construimos al principio. No puede matar Jedis ni viajar en el tiempo, ni tiene voluntad, libre albedrío o creatividad; por algo es un robot.
¡Bueno, bueno! (Aquí es donde el estimado lector empieza a desesperar) ¿A qué quiero llegar con todo esto?
A lo que quiero llegar es que este autómata (y espero que se vea con claridad) es capaz de contestar preguntas del tipo Verdadero-Falso, y también preguntas de selección múltiple. La selección múltiple es, esencialmente, una pregunta de Verdadero-Falso donde cada opción es una fórmula distinta, y se cumple que la valuación 1 (verdadero) de cualquiera de ellas fuerza a la valuación 0 (falsa) de todas las demás.
Dicho de otro modo; este robot es capaz de contestar pruebas, si su memoria contiene la información requerida para calcular todas las fórmulas. Este robot es capaz de sacar 7 en el colegio. Este robot es capaz de sacar puntaje nacional en la PSU. Y sin embargo, ESTE ROBOT NO PIENSA.

Mucho se ha hablado de mejorar el sistema educacional en Chile en este último tiempo, se ha hablado de cambiar la Constitución, y aunque se ha dado en el clavo de que “se necesita una educación de calidad”, la discusión de rigor en torno a qué significa “calidad” en la educación apenas se ha pleanteado.
Hoy por hoy la educación en Chile casi en su totalidad (tanto pública como privada y exceptuando casos puntuales y prácticamete insignificantes de educación experimental) va orientada a la “detección de problemas, discriminación de alternativas de resolución a dichos problemas y criterio de elección de la alternativa más eficiente”. Básicamente lo mismo que le acabamos de enseñar a nuestro robot.
La única diferencia entre la educación pública y la privada (a nivel escolar) es que la privada cobra, selecciona, le paga mejor a los profesores y disfraza esta tecnocratización con palabras tales como “marco valórico-ético”, “formación integral del estudiante”, etc. (Y lo sé de primera fuente porque estudié en colegios privados). Quizás la única ventaja del colegio privado es que tienes mayores probabilidades de toparte con algún profesor que sea un genio y un maestro en lo que enseña (lo que me tocó ver un par de veces) y entonces puedes aprender de él al margen de lo que el colegio le exige que enseñe.
Como decía mi amigo Franklin, hoy por hoy en Chile no se forman profesionales sino más bien “obreros especializados”. El primer síntoma grave de esto es lo desvalorizadas y desprestigiadas que están todas las áreas humanistas en nuestro país.
La solución a esta crisis en la educación va más allá de legislar o desmunicipalizar. Se requiere una reforma en todo el concepto de educación, y eso exige un profesorado diferente, nuevo, no uno que aplique y repita el método educacional del que salió.
Considero una verdadera señal de mediocridad e incompetencia, a la vez que una lamentable muestra de cobardía el que el Colegio de Profesores entre sus demandas exija la flexibilización de la evaluación docente. Esto refleja que la pretendida reforma educacional tan esperada tiene más miras económicas y de igualdad de oportunidades (dicho de otra forma, políticas) que realmente educacionales.
La enseñanza de matemáticas en la Educación Media actualmente (y esta opinión no es mía sino la de un Doctor en Matemáticas de la Universidad de Chile de quien tuve la suerte de ser alumno en un ramo de Lógica) es más un curso intensivo de Cálculo y Algorítmica (Dos cosas que un autómata cualquiera como el nuestro puede hacer) que Matemática dura, y un Ingeniero es un hombre que usa las matemáticas pero que no necesariamente sabe lo que son. Asimismo, el tipo de geometría que nos enseñan (el que entra en la PSU) no es geometría analítica (y esta opinión es mía) sino mera jeroglifería, en el sentido que la figura que nos piden analizar contiene “simbólicamente” la misma seguidilla de proposiciones verdaderas como las que se deben memorizar en biología, en historia o incluso en lenguaje. Es patético que todavía existan profesores de LENGUAJE Y COMUNICACIÓN que usen las preguntas Verdadero-Falso en pruebas de lectura.
Mi robot puede resolver una y otra vez ejercicio tras ejercicio de fracciones o de ecuaciones lineales; incluso puede resolver problemas (donde cada palabra equivale a un tipo de expresión matemática, por ejemplo, “divide su predio en tres partes iguales” es una división de un valor “área” por tres, y además hay un montón de palabras que valen por “+0”, y que serían todas las que nos cuentan la vida del horticultor) y usar pitágoras para llegar al valor de un cateto. De hecho, lo hace; la PSU no es corregida por humanos, sino por un Escáner conectado a un Computador que conoce (¡o quizás no!) las respuestas correctas.
Sin embargo, el robot es incapaz de resolver cualquier enunciado que comience con: “Refiérase a”, “Comente”, “Critique”, porque no está pidiendo en respuesta un output de valor verdadero o falso. Sin embargo, y por lo mismo que señalé ya en mayor amplitud en mi ensayo “Excusando las reacciones”, el sistema hegemónico debe velar por que la educación NO FORME seres humanos concientes, críticos y humanistas. Lisa y llanamente, NO DEBE fomentarse la inteligencia en el colegio.
Este criterio es tan universal y tan difundido, que a nivel muy básico el prejuicio tiende a valorar de “ociosa” y “hippie” a toda disciplina humanista, en cambio se considera “rentable” o “eficiente” la disciplina ingenieril (no “matemática”) y “útil” la disciplina médica. El ingeniero es bien remunerado en Chile por cuanto más rinda en su trabajo, por cuanto más haga subir las utilidades de la empresa o aumente la eficiencia de tal o cual infraestructura, y el médico en función de cuantas vidas salve o cuantas recetas extienda (receta=monto mensual fijo para el laboratorio farmacéutico). Estadísticas, datos, cómputos. Cifras. Unos y ceros. Incluso los abogados, esa digievolución del diferenciado humanista en la Educación Superior (como lo es la Ingeniería al diferenciado matemático o la Medicina al diferenciado Científico), en la mayoría de los casos son un gran robot que aplica las ingentes cantidades de información presentes en los códigos y en las leyes para encontrar, caso por caso, enunciados con valor “1”, es decir, “legal”, o “inocente”, o como se quiera.
El robot no sabe qué hacer después de leer un poema; no se le ha programado un criterio para decir “me gustó” o “no me gustó”. Tampoco puede distinguir la diferencia entre dos piezas musicales, más que notar cambios de ritmo o diferencias en la armonía. A un reproductor MIDI le podemos entregar toda una partitura, y él sabrá de seguro reproducirla, pero pasará por alto aquellas indicaciones tales como “con sentimiento” o “más alegre y vivaz”. Eso pone la diferencia entre un computador y Perlman.
Las pruebas de matemáticas deberían ir enfocadas a desarrollar el pensamiento abstracto más allá de la resolución de problemas algorítmicos; las pruebas de lenguaje y comunicación deberían centrarse más en la valoración personal de obras literarias antes que en la memorización de “los rasgos fundamentales del artículo de opinión”; biología debería ir de la mano de experiencias directas con cuerpos vivos y muertos, química con la observación directa de reacciones químicas antes que mecánicos balanceos en papel y cálculos reiterativos de “peso/peso” y “peso/volúmen”, y lo mismo para la física; Historia y Ciencias Sociales, al igual que Educación Física (digo una educación física de verdad, no el clásico “den dos vueltas a la cancha y jueguen fútbol”) y Filosofía deberían, en cambio, ser ramos totalmente troncales, inalienables a lo largo de toda la Educación, no sólo en la básica y la Media sino también en la educación Superior. Debería ser delito de cárcel o por lo menos mérito de despido el que un profesor le conteste a un alumno “no se puede” o “no es necesario que lo sepa” cuando éste hace una pregunta que escapa al programa y -quizás- a la formación del profesor mismo, como sería preguntar “¿Qué es un número?” en Matemáticas, “¿Por qué un autor es más importante que otro?” en Lenguaje, “¿Cómo sabemos que la tierra gira en torno al sol y no al contrario?” en Geografía, etc. Uno esperaría (como algunos pocos profesores hacen) que antes de “sacarse de encima” la pregunta difícil el profesor contestara: “Intentemos averiguarlo juntos”.
Otra asignatura que está totalmente mal enfocada hoy en día es Computación. No tiene sentido que un profesor enseñe a sus alumnos a “usar Word” o a “hacer páginas web” porque no pasará del mismo repetitivo memorizar/aplicar fórmulas y reglas de inferencia, como hace el robot. Computación debería ser un ramo mucho más importante en el Colegio, deberían ser más horas de clase y debería comenzar muy entrada la Educación Media, porque se trata de comprender, estudiar y controlar la herramienta más poderosa y maravillosa jamás creada por el Hombre. Muchos usuarios de computadores hoy en día lo usan -¡bajo su propio riesgo!- apenas en conciencia de lo que esta extraordinaria herramienta representa. De partida, una correcta educación Computacional e Informática debería llevar al alumno a descubrir dos nociones increíblemente importantes: Primero, que el computador sólo es capaz de realizar tareas lógicas, en el sentido del robot que construímos hace un rato. Y Segundo, que el Computador no deja de ser una HERRAMIENTA del SER HUMANO.
La educación en Chile cosifica al hombre. Los estudiantes que salen “bien” memorizan mucho y aprenden poco. Si uno en el colegio tiene la sensación de que no ha aprendido nada, cuando sale la sigue teniendo, a pesar de ser capaz de realizar más cantidad de trabajo que en un principio. Como bien dijo un estudiante movilizado en una entrevista pasajera que le hicieron para un medio argentino (recuerdo la frase pero no la fuente), en Chile “te dicen que estudies lo que quieras y que trabajes hasta que te mueras”. Pero la cosificación no se soluciona con un cambio a nivel constitucional, ni administrativo. ¡Incluso puede ser! Que no sea posible solucionarlo cambiando la educación. La crisis aquí es ontológica, tiene que ver con un espíritu de época; ¿Qué valor tiene el ser humano? ¿Qué es un ser humano en las actualidad? Si los robots se plantearan estas preguntas, seguramente no sabrían interpretar las leyes de Asimov.

Siempre he apelado a la libertad de conciencia (la super-libertad), al estar-despierto, al razonamiento crítico más allá de trabas y fronteras psicológicas. Y vivimos inmersos en un sistema donde sobrevivir va de la mano con acatar, donde el éxito es un sinónimo implícito de obediencia, donde el hambre y la pobreza son los peores capataces al servicio de una esfera hegemónica e históricamente entronizada en la sombra, que lucra con nosotros y nos conduce al exterminio. Simulacros de Árbol, líderes y emprendedores, que no tienen un sólo pensamiento original, leen el diario, ven televisión, y bailan el reggaetón de la demagogia. El despertar del hombre debe ir guiado por el cerebro pero impulsado por el hígado. Porque el robot tiene el primero pero no el segundo, por eso nunca será competencia para nosotros en lo que realmente debe ser importante.
El robot no puede decidir. Nosotros sí.

Inti Målai Perdurabo

NOTA: la primera parte (la construcción del robot) es esencialmente la descripción de una Máquina de Turing. No soy experto en la materia, pero al que le interese puede leer la respectiva entrada en Wikipedia, que es siempre un buen comienzo.
NOTA 2: Aunque pueda parecer lo contrario, mi crítica referente a la labor de Ingenieros, Médicos y Abogados no es un ataque contra las disciplinas mismas sino contra la visión que de ellas tiene el sistema social-laboral Chileno.

sábado, 27 de agosto de 2011

Nacimiento


Círculo cero (La prisión psicológica)

Todos aceptamos la realidad que nos ponen ante los ojos, es tan simple como eso
Christoff (The Truman Show)

Este es el mejor de los mundos posibles.
Durante la Edad Media, cuando el generalizado temor de Dios mantenía a raya a los pueblos europeos, se les adoctrinaba diciéndoles que “el diablo”, aquel responsable de todos sus males y penurias, había sido originalmente un Ángel, que por mezquindad y arrogancia se salió de la línea, negó el amor de Dios y le declaró la guerra. Dios, con todo su amor y sin caer en el pecado de la violencia, lo abatió con la espada de fuego, le arrancó las alas y lo arrojó a la tierra. Con esta moraleja la gente aprendía que sólo hay bondad, que sólo hay felicidad, que sólo hay vida bajo la obediencia a Dios y al beber de su amor. En la Divina Comedia asustan más los rostros inexpresivos y anonadados de los coros celestiales, mirando con ojos desorbitados en un éxtasis cercano a la psicoactividad farmacológica a Dios, que los humanos libres y sentimentales que llenan los pozos de azufre del Infierno.
Con una altanería soberbia y un desprecio abierto, el hombre ateo, moderno y racional mira a la Iglesia, mira al pasado, y le reprocha con un ánimo casi infantil su macabra treta, al tiempo que se vanagloria de ser inmune a ella. Infantil digo, porque ve en el otro más que en sí mismo el mal que denuncia.
¿Cuál es la mejor manera de mantener a los ángeles de lado de Dios? Mostrándoles cómo más allá de Dios no hay nada (“Yo soy el camino, la verdad y la vida”), y cómo Dios es la mejor de las alternativas.
“Este es el mejor de los mundos posibles”, dice el hombre moderno, el hombre racional y ateo, abrazando sus piernas en el profundo rincón de su pequeño apartamento vacío, rodeado del ruido infernal de una ciudad con sobrepoblación y altos índices de contaminación. “Este es el mejor de los mundos posibles”, se repite, cuando camina por la calle, cuando una el transporte público, cuando va a votar.
De la misma forma como “el temor de Dios” era para el cristiano medieval “el menor de los males”, el hombre moderno (y posmoderno) acepta de igual manera este mundo, esta realidad, este contexto sociocultural e histórico con el mismo mal argumento: “Este es el mejor de los mundos posibles, el menor de los malos mundos en los que podemos vivir”.
“El mal que existe es el mínimo de mal necesario para que reluzca el bien”, dice el hombre moderno, siempre pensando más como cristiano que como hombre laico, siempre autoconvenciéndose, siempre negándose (por pereza, por miedo, por instinto) a reconocer que quizás un error se ha cometido y, ante la vergüenza de asumirlo, ha perseverado en él.
Si fuera sólo su propia cobardía, si fuera sólo el error de un hombre, podríamos achacárselo a él. Pero el problema es que lo vemos a diario, en todas partes, incluso, muchas veces, en nosotros mismos. La formulación escrita quizás impacte por su ingenuidad, pero es porque muchas veces la llevamos tan interiorizada, que no somos capaces de verla porque vemos a través de ella.
Esto quizás nos de una pista para entender la gran moraleja de los grandes cuentos de la infancia. ¿Por qué la princesa debe vivir feliz por siempre? ¿Por qué debe ser derrotado el mal? ¿Por qué deben vencer los justos, los nobles, los de nuestro bando? Y a su vez, ¿por qué debe fracasar el villano sólo después de hacerse latente que ha cometido un error?
Nadie le está lavando el cerebro a nadie. El cuento para niños no tiene una función social, es, como todas las manifestaciones populares de cultura, la instanciación de un espíritu de época, de un arquetipo. Tenemos la necesidad de sentir que hemos hecho las cosas “bien”; tenemos que saber que ha ganado el “bueno”, que estamos “puros”, que somos los justos y los nobles del cuento. Porque amamos la verdad y odiamos el error, no soportaríamos vivir en él, por lo tanto, es más fácil y más natural en nosotros perseverar en el error que asumirlo y corregirlo.
De ahí queda en evidencia que tenemos también la necesidad de hacer juicios de valor acerca de lo que hacemos y de lo que ocurre a nuestro alrededor. Lo “bueno”, lo “malo”, lo “quiero” y lo “no quiero”.
Nadie “quiere” el “mal”, a menos que éste mal venga de la mano de algún “bien” que se “quiere” con más fuerzas. Éste es el mejor de los mundos posibles, y el mal que todavía persiste en él es necesario para que se conserve todo el bien que hemos reunido. No se puede tener todo en la vida. Nada es perfecto; El hombre moderno hablando. El hombre posmoderno hablando... algo más dubitativo, pero hablando.
¿Qué prisión puede ser más perfecta, qué encierro puede ser más infalible, que el que mantiene al prisionero dentro por propia voluntad?
Amamos la libertad. Y porque la amamos, hemos luchado, y la hemos conquistado. Y no queremos perderla. Así, en un juego de palabras escalofriante y divertido, en una sentencia que nos negamos a reconocer, a diario, en cada momento, con las manos en los oídos y los ojos fuertemente cerrados, se nos oculta la terrible y aplastante verdad: Somos esclavos de nuestra libertad. Y queremos serlo.

Primer círculo (La muerte del Capitalismo en nuestras cabezas)

Este mundo en que vivimos, el mundo del que nos vanagloriamos con una ingenuidad panglosiana e infantil -suicida, por lo demás- está construido sobre la base de tres principios, tres palabrejas que durante trescientos años hemos masticado, saboreado, digerido y compartido y que aún no terminamos de comprender: La Libertad. La Igualdad. La Fraternidad.
Ella, la libertad, madre de todos nuestros valores, de todas nuestras ideas, el norte de todas nuestras empresas y la estatua de Atenea en nuestro templo más sagrado, es de hecho aquel principio por el cual hemos sabido conquistar un mundo que pese a que “puede ser mejor” es “el mejor de los que hemos tenido”; eso traza la ruta a seguir hacia el futuro, nos emplaza en la cúspide de la historia, en el cénit del desarrollo científico, tecnológico e histórico.
Y, ¿qué es la libertad? Si evitamos las definiciones negativas (“es lo contrario de la esclavitud, de la opresión, de la censura...”) quizás estemos de acuerdo en quedarnos con ésta: “La libertad es la posibilidad de elegir”. Esta definición, con la que me quedaré por el momento, nos lleva a aceptar que somos libres cuando “podemos elegir” y esta elección está sólo sujeta a nuestra voluntad.
La conquista de un mundo libre implica entonces la consecusión de un mundo en el cual podamos elegir, donde nada se nos imponga. Donde nadie nos de de comer, donde podamos elegir nuestra comida, entre varios postores. Donde nadie nos diga dónde vivir, donde podamos elegir nuestra casa, nuestro país, nuestros muebles. Donde nadie nos diga qué idioma hablar, qué educación recibir, a qué dios rezarle. La conquista de un mundo libre implica, no sólo de forma económica sino antropológica, abrazar el Capitalismo.
¿Qué es el Capitalismo, más allá de la banca y los mercados, este Capitalismo con mayúscula del que hablo? Es, lisa y llanamente, la convicción filosófica de que somos en tanto que elegimos. Aquel que no es capaz de elegir, no tiene identidad. Por lo tanto, el Capitalismo, cuando opera en nuestras mentes y detrás de nuestras acciones, opone a todos y cada uno de los aspectos de nuestra vida una oferta y una demanda. La Oferta son posibilidades de ser, y la Demanda es nuestra pulsión por la identidad.
Cuando los jóvenes usan poleras de sus bandas de rock favoritas; cuando se peinan de acuerdo a un estilo, cuando caminan como una estrella de pop, cuando escuchan una música en particular, he ahí el equilibrio entre Oferta y Demanda, un balance entre “las cosas que puedo ser” y “lo que yo quiero ser”. Lo mismo ocurre en la señora que elige entre dos marcas de zapatos; o en todo civil cuando va a al cine y elige la película que quiere ver; o compra el libro que quiere leer.
El Capitalismo es el ejercicio total y absoluto de nuestra libertad. Y por amor a ella, mientras más elegimos, mientras más somos libres, más deseos tenemos de ser todavía un poco más, y queremos mostrar nuestra elección más, y más, y esto nos convierte en vistosos y floridos Simulacros de Árbol.
El consumismo no es una consecuencia casera de un modelo económico, es la manifestación de un ideal. El hombre y la mujer Capitalista quieren elegir más, siempre más, quieren “diferenciarse” en un sentido estrictamente aparente, quieren que los miren y los reconozcan, porque en función de su libertad (de su posibilidad de elegir, que le da calidad ontológica) es que conquistan su ser y su identidad. “Dime con quién andas y te diré quién eres” es, sin más, uno de los principales teoremas de este Capitalismo.
El Capitalismo ideal -con mayúscula- del que yo hablo es transversal y trascendente, y hoy por hoy no tiene contraparte alguna con la misma fuerza y distinción. Todo lo que sucede a nuestro alrededor es manifestación del Capitalismo, del “amor a la libertad”; desde comprar un auto importado, hasta usar una polera del Che Guevara.
Ahora, cabe hacerse esta pregunta: ¿Es la esclavitud, la sumisión y la obediencia la forma de escapar del Capitalismo? E incluso esta otra: ¿Por qué debemos huir del Capitalismo?
La primera pregunta, sin la segunda, lleva a la respuesta esperada: Este es el mejor de los mundos posibles. Sin embargo, contestando la segunda antes que la primera, obtenemos una respuesta nueva, crucial, la que nos pone en camino de un nuevo y mejor nacimiento: ¿Es posible algo mejor que el Capitalismo?
¿Hay algo mejor que la libertad? ¿Hay algo mejor que la posibilidad de elegir? ¿Es posible un mundo mejor que éste?
Y ahora, sólo ahora, debemos considerar la primera pregunta anterior: ¿Acaso sólo hay esclavitud, sumisión y obediencia fuera del Capitalismo?
Por supuesto que no. Porque hemos llegado al Capitalismo por amor a la libertad, y es contra la libertad que la esclavitud, la sumisión y la obediencia son contrarias. Si queremos dar un paso fuera del Capitalismo, si queremos probar algo mejor, tenemos que dar un paso fuera del amor a la libertad; quitarle su valor, menospreciarla.
Cuando somos capaces de trascender a nuestras decisiones, a trascender de nuestras experiencias, cuando echamos raíces y crecemos como árboles saludables, elegir no es ontológicamente esencial en nuestras vidas. Somos algo, y ese algo sólo eventualmente elige; sólo eventualmente es libre. Nuestra voluntad existe, entonces, aunque no se manifieste en forma alguna. Es por sí misma.
Y el amor a la libertad lo reemplazamos por el amor a nosotros mismos.

Segundo Círculo (La muerte de la Democracia en nuestras cabezas)

Todos los efesios adultos deberían ahorcarse juntos y dejar la ciudad a los jóvenes. Pues han desterrado a Hermodoro, el más excelente de ellos, pensando: Nadie entre nosotros debe ser el más excelente, y si alguien lo es, que lo sea en otro lugar y no entre nosotros.

Heráclito

En el momento en que contraemos esa forma más pura y genuina de ideal que es la del autodescubrimiento y el amor por uno mismo, nace de forma instantánea y evidente la conciencia de que “algo somos que nadie más es”. Esto es, la diferencia en su sentido más íntimo.
Se hace evidente entonces que será otra idea, que en algún principio pudo parecernos lógica o razonable, la que ahora se nos pudrirá con increíble rapidez: la Igualdad.
Sería ingenuo creer que al hablar de Igualdad estamos pensando en gente que de hecho crea que somos todos iguales; esto no ocurre sino en los más obtusos y retardados cerebros, si es que con suerte ocurre. Cuando hablamos de Igualdad nos referimos a la idea de que aquello que nos hace hombres, en calidad y dignidad, es igual para todos, relevando las diferencias aparentes (talentos, potenciales, genios) a segundo plano. El Amor a la Igualdad -a esta Igualdad con mayúscula- se llama Democracia.
La Democracia, más allá de un modelo político y social, es aquella convicción que nos hace creer que somos todos igualmente hombres, que nadie es mejor que nadie y que por ende todos valemos e importamos en igual cantidad y calidad. Dicho de otro modo, si “en el país de los ciegos el tuerto es rey”, el pensamiento democrático considerará justo que el tuerto se quite el ojo y sea uno más con sus súbditos, o al menos aparente no poder ver.
La Democracia es, como lo intuía Nietzsche y lo sabía Hitler, la imposición de la cobardía como única vía para conseguir la Justicia. Sólo en la cobardía puede existir la Libertad, porque el cobarde “elige obedecer”, a diferencia del sumiso, que ha sido sometido.
De más está decir por tanto que la Democracia necesita del Capitalismo quizás tanto como él necesita de ella. El amor a la libertad puede llevar al ascenso de los líderes si ellos se llegan a ver en potestad de dominar; y por otro lado el amor a la igualdad puede degenerar en la anarquía. En su enfermizo punto medio está la Democracia Capitalista, que asume estas dos máximas como la base axiomática de su código moral: “Cada uno recibe lo que merece”, y “La libertad de uno termina donde comienza la libertad del otro”.
La Democracia, en su búsqueda atolondrada por la Igualdad, tropieza una y otra vez con aquella verdad simple e implacable del universo a la que intenta contradecir: Que somos todos diferentes, en calidad y dignidad, y los hay unos mejores que otros. Esto degenera, inevitablemente, en que el prosélito de la Democracia quiera ser como los demás, y niegue sus propias diferencias, y escuche a los que son menos que él y rebata a los que son mejores.
Si el Capitalismo nos enseña que tenemos la libertad de ser y pensar lo que queramos, la Democracia nos enseña que nadie puede decirnos si lo que somos o pensamos está bien o mal. Ambos pensamientos, como se ve, son completamente absolutos.
Es normal que el cobarde ame la Igualdad, que ame la Democracia. Ella es su escudo, su refugio y su tumba. Pero en un hombre que despierta al conocimiento de un si-mismo que está más allá de las apariencias, y que por lo tanto reniegue de la Igualdad como a la peor de las malas hierbas, el amor a la Democracia no puede ser sino una muestra de confusión y de enfermedad.
¿Qué es superar la Democracia, a este nivel de análisis y conciencia al que hemos llegado? Lisa y llanamente, dejar el lenguaje universal y oponerle la formulación individual correspondiente. Es decir, cuando el pensamiento Democrático dice: “Cada uno recibe lo que merece”, el pensamiento antidemocrático dirá: “Cada uno toma lo que puede”. Nótese que la primera formulación de Justicia es pasiva, en tanto la segunda es activa.
Y surge ahora una nueva pregunta: ¿No lleva la Justicia Antidemocrática a la Anarquía? Pero esta pregunta sólo tiene sentido cuando se plantea desde la Democracia y el Capitalismo.
Como la oveja le tiene miedo al lobo porque despedaza y desgarra a sus pares, siempre pensará que dentro de la manada de lobos todos se despedazan y desgarran entre ellos. Pero no, porque donde la oveja tiene democracia, el lobo tiene jerarquía. Y no hay jerarquía en la Democracia, precisamente porque sólo mediante la diferencia, sólo mediante la excelencia, es posible el liderazgo.
Rechazando la Democracia y abrazando la verdad tan sencilla y evidente de que somos diferentes y que en calidad y dignidad siempre somos mejores que unos y peores que otros, es posible continuar el descubrimiento del si-mismo. Al menos en este nivel, descubrimos lo que somos por lo que no somos, es decir, los demás.

Tercer Círculo (La muerte de la Humanidad en nuestras cabezas)

Pero, ¿cómo sería posible creer que sólo podemos conocernos en función de los demás? Si esto fuera cierto, seríamos una definición negativa, un no-ser, totalmente en contradicción con el ser que estamos descubriendo. Pero esto es porque mediante la diferencia encontramos lo que en efecto somos, que de hecho no-son los demás. De la proposición comparativa (“yo soy más... que...”, “yo soy menos... que...”) nos abrimos pues camino hasta la proposición afirmativa (“yo soy”).
Esta es la afirmación a la cual los religiosos temen tanto, que sólo la ponen en boca de Dios. Pero porque son cobardes y creen que viven en el mejor de los mundos posibles, y se niegan a reconocer que ellos mismos podrían llegar a ser Dioses (ya les han prevenido contra ese pensamiento, que lleva a la ruina, como en el cuento del ángel caído) si asumieran sus errores y los repararan.
Una vez que, con plena conciencia de lo que significa, o al menos con una primera conciencia -quizás nunca terminemos de descubrirnos del todo- significativa, hemos dicho “yo soy el que soy”, una nueva idea, antes insospechada, se instalará en nuestra mente con todo el peso y los cimientos de la verdad: Que en la calidad de ser uno, irrepetible y autoconciente, distinto y definido, la “igualdad” no sólo es ilusoria sino que es completamente falsa. Ser de la misma especie animal no nos liga de ninguna manera -en un sentido ontológico- a nadie.
De acuerdo con esto, la idea de Fraternidad se derrumba como un castillo de naipes azotados por el vendaval de la verdad. I payed my way.
Otra vez, el cobarde, el cristiano, el democrático, se escandaliza y pregunta: ¿Es eso entonces asumir la mezquindad y el egoísmo como un valor, y el solipsismo como una verdad y el escepticismo radical como única postura metafísica válida? ¡Nada más erróneo y alejado de la verdad! Pero, ciertamente, nada más propio del espíritu ignorante que distorsiona con su mal ojo las proporciones de lo que está lejos de él.
Cuando dejamos de Ser-humanos en sentido absoluto, es decir, cuando rechazamos de entrada que haya algo en el predicado “humano” que nos defina clara y distintamente (más allá de dar información sobre nuestra anatomía), dejamos de pertenecer a la Humanidad y por lo tanto ella pierde sentido para nosotros. Esto no necesariamente decanta en el egoísmo y en el solipsismo, sino que sólo alcanza para rechazar la caridad y el amor al prójimo, y la universalidad de los Derechos Humanos. Y aunque el cristiano, el cobarde y el democrático (la lista no es exhaustiva) no lo crean, existe la compasión fuera de la caridad, y existe el amor cuando no es para el prójimo. Sólo que en este nuevo estrato, consiguen valer en su justa medida como sentimientos, de manera similar a como nosotros nos sobrepusimos a la libertad y la igualdad para ser por nosotros mismos. Así, nadie se gana el respeto de uno por “ser humano”, sino que debe ser meritorio, por ejemplo.
Cuando la República triunfó -a las puertas del terror- en Francia, se instituyó que nadie debía volver a tratar a un ciudadano de “usted” sino que todos, conforme a la igualdad y la fraternidad, se tutearían. Pero, ¿qué si alguien ha llegado a ganarse tanto mi respeto y mi admiración, que me nace ustedearle e incluso bajar la mirada en su presencia? ¿Qué si esa misma persona demuestra de tantas maneras ser mejor que yo, que no soporto la idea de que alguien diga que es igual a mí?
Lograr escapar de la Humanidad es poder dejar de verla a ella como un todo absoluto, y empezar a notar y distinguir a cada persona por lo que es. Es llevar eso mismo que descubrimos dentro de nosotros al exterior, y poder ver dentro del Simulacro de Árbol, y poder juzgar por separado. No donar los pesos del vuelto en los supermercados, pero pagarle al amigo que empaqueta nuestras compras.

Primera estancia: La solución a nivel Racional (ver)

El Fuerte es más Fuerte cuando está Loco
A.H.

Haberse desembarazado del Capitalismo, de la Democracia y de la Humanidad como conceptos universales y trascendentes nos lleva a poder analizar ahora las causas del error en el que ellos nos tenían. A un nivel lógico, la aceptación de los tres principios de libertad, igualdad y fraternidad es autocontradictoria por cuanto choca con nuestra real naturaleza humana. Al ser autocontradictorias, cualquier cosa puede salir de allí pero de hecho nada lo hace (Principio de Explosión).
La desazón que derrumba lentamente el espíritu de occidente y que tanto aflige a los hombres y mujeres de nuestro tiempo tiene que ver sencillamente con esto; que se empeñan en creer que es posible lograr un mundo libre, igualitario y fraterno, cuando realmente no lo es. Pero no les causa tanto daño la realidad del mundo mismo como el que les causa ver que su mundo ideal nunca se logra. La aflicción por lo tanto ocurre a nivel emocional, no racional.
Una y otra vez vemos pruebas de esto, entre nuestros amigos y familiares, en televisión, en la calle. Gente que dice “el mundo puede ser mejor”, “ha llegado la hora de que los gobernantes piensen en el Pueblo”, “Debemos construir el país que todos soñamos”, cuando no son capaces de notar que de hecho “el mundo es como es”, “los gobernantes piensan en lo que piensan” y “no todos los sueños son realizables”. Todo aquello que les da muestras de esto último no los enfurece por estar mal, sino que, muy en lo profundo de ellos mismos, la herida es a causa de que no es como ellos creen que debería ser.
Y esto no quita que no hayan motivos racionales para creer en la Democracia, en el Capitalismo o en la Humanidad. De hecho, si la tesis no pudiera defenderse racionalmente, no llevaríamos trescientos años lidiando con ella -y quizás más-. El problema es que, llegados al momento de resolver el silogismo y ponerlo en práctica, ocurre la explosión y el trabajo se derrumba.
Esto explica por qué nunca ha sido posible construir una Utopía; desde la República de Platón hasta el gobierno de la Unidad Popular en Chile, el pensamiento Utópico parte de la base que todos y cada uno de los habitantes de una ciudad o país se comportan como un todo, al que llaman de variadas maneras pero que puede resumirse en el nombre -no lógicamente- propio “El Pueblo”. Pero en la práctica la individualidad destruye la teoría porque el comportamiento no es homogéneo y, contrario a lo que espera la Democracia, las personalidades más excelentes tienden a pasar por encima de las más deficientes, y los fuertes dominan a los débiles.
Creer que “todo es posible” es una apuesta errónea a nivel lógico y a nivel práctico. Sin embargo, defender una tesis o propuesta basándose en esta afirmación es el error más recurrente y fatal del idealismo en todas sus formas. No basta con superar el Capitalismo, la Democracia y la Humanidad, luego hay que detectar su error y prevenirlo, para nunca caer en él de nuevo, bajo otras formas.
Dejar de ser idealistas no decanta necesariamente a un conformismo escéptico. Asumir que el mundo puede ser mejor no necesariamente debe partir de la premisa que “puede ser cualquier mundo mejor”, sino que, desde un realismo conciente, debemos ser capaces de ver cuáles de esos mundos mejores es posible, y las vías de su realización.
(Cabe mencionar que no necesariamente el idealismo por defecto busca mundos imposibles, y que así mismo una mala consideración de las premisas puede llevar al realismo a considerar posible un mundo que no lo es; aquí no hago hincapié en el resultado sino en el razonamiento que nos lleva de los principios a las conclusiones, y de su validez intrínseca como razonamiento a un nivel lógico).

Segunda estancia: La solución a nivel Sensual (respirar)

Tomar conciencia de uno mismo es tomar conciencia de la vida, en definitiva. No de “la vida” en sentido absoluto, sino en sentido particular. Que estamos en un lugar, en un contexto, en una contingencia sensual y material y que tenemos un tiempo y unas posibilidades limitadas en las cuales cabe movernos.
Se hace latente, desde este nuevo orden de análisis, que los mundos posibles se vuelven inmediatamente fútiles para nosotros. Hay un mundo actual, que ocurre a diario y que cambia con nosotros adentro, y nos corresponde -no por designio divino sino por evidente contingencia- elegir (a un nivel práctico, no ontológico) qué hacer con el tiempo que se nos da en dichos parámetros.
Esto tampoco significa asumir una postura pesimista o conformista en torno a nuestra realidad; pero sin lugar a dudas fulmina la idea de que es nuestro deber trabajar por tener un mundo mejor.
Es decir, pierden validez para nosotros estas dos afirmaciones: “Este es el mejor de los mundos posibles” (conformismo optimista) y “Este es el peor de los mundos posibles” (idealismo pesimista).
Esto no fuerza tampoco ninguna otra conclusión metafísica, o epistemológica o religiosa o de cualquier tipo. Es más bien una actitud, derivada y que ha cobrado fuerza de un razonamiento y de un proceso de autodescubrimiento.
Quizás lo más importante de alcanzar este nivel de conciencia es que la vida propia cobra valor por mérito propio, y no por derecho; se termina de superar así el pensamiento fraterno de la idea de Humanidad.
Valorar la vida propia, valorar la vida de los demás en base a uno mismo y a la propia experiencia supone, es cierto, un tipo de subjetividad, pero no absoluto ni metafísico sino tan sólo práctico. “La muerte de uno es una tragedia, la muerte de un millón es sólo estadística” es un proverbio que ilustra a nivel folclórico este mismo punto. Si sufriéramos por ese millón como sufrimos la pérdida de cualquier ser querido y cercano, muy posiblemente nuestra vida misma sería un largo y agónico sufrimiento que más temprano que tarde daría con nosotros en la tumba.

Tercera estancia: La solución a nivel Social (oír)

Cuando ya puede ser formulada con propiedad la sentencia: “El Mundo es el Mundo”, el nuevo sujeto vuelve al origen del problema, en su nueva forma. Ya puede entrar de nuevo en él, vivir y compartir en él, libre de las tres amarras que le amargaban su existencia anterior.
Llegar bajo esta nueva forma implica contestar de forma original a todo problema social; y ésta respuesta no puede hacerse, jamás, desde el Capitalismo, la Democracia y la Humanidad: NO tengo que elegir un bando, NO tengo que dedicar mi vida a la política, y NO tengo que preocuparme por los problemas de los demás.
Llegados aquí ya somos totalmente “satánicos” en el sentido moderno; nos arrancaron las alas, nos arrojaron al mundo, y estamos felices por ello. Ahora podemos dedicarnos a nosotros, a nuestros hobbies, a nuestras familias, a escribir poesía o hacer deporte; y quizás también podemos dedicarnos a la política, pero no por los demás sino por nosotros mismos.
Este sujeto renovado no es un contendor político y social por definición, sino más bien un espectador. Conciente, crítico y duro de engañar -pues sabe prevenirse de las explosiones argumentales- es, al final, lo mismo que para el clérigo medieval era el científico o el filósofo ateo: un enemigo de temer.
Conquistada esta nueva “super libertad” (una libertad que va más allá de la posibilidad de elección, una libertad en sentido particular) el sujeto es ahora dueño de sí mismo. Ahora y sólo ahora le corresponde construirse a sí mismo y hablar, y ser, desde su época, su tiempo y su educación.

Nacimiento

Ser conciente es saber que la verdad existe, que se la puede conocer, que se puede mejorar en alcanzarla. El escepticismo, la subjetividad absoluta, el punto de vista y la opinión son para hombres pusilánimes, para hombres cobardes, libres, igualitarios y fraternos. Ser super-libre, ser uno-mismo no tiene que ver con la filosofía, tampoco con la religión o con la postura social. Esto no es un dogma, es la constatación de un hecho, si bien para muchos no es tan evidente como aparece; no tiene que serlo tampoco. La única verdadera prisión está en nuestra mente, está en nuestras convicciones y en nuestros ideales. Ser realista no es ser simplón y superficial, es descorrer el velo detrás de las apariencias, tanto mentales como materiales, y ver la verdad, conocer el mundo, saber que la realidad está ahí y nosotros en ella.
Una nueva definición de libertad cabe hacer entonces. O, mejor dicho, una definición de esta super-libertad: conciencia de la realidad. Cuando el hombre es conciente de la realidad, obtiene en sí mismo todo el poder que puede obtener un hombre, es superior, es excelente, y vale por diez mil.
Éste y sólo éste es el Mundo, y es tal cual él es.

Inti Målai Perdurabo

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Para quien se sienta atraído por el tema (que no es nuevo), le recomiendo revisar mis ensayos anteriores,


y también puede consultar las siguientes obras,

La Genealogía de la Moral – Friedrich Nietzsche
El Anticristo – F. Nietzsche
La Biblia Satánica – Anton. S. LaVey
Mi Lucha – Adolf Hitler
El Guardián entre el Centeno – J. D. Salinger
1984 – George Orwell
Tratado de la Naturaleza Humana – David Hume

que en muchas formas me ayudaron a iniciar y hacer progresar las indagaciones en esta materia, y creo que a cualquiera que le interese le parecerán interesantes.