sábado, 24 de diciembre de 2011

Dies Iræ [El Día de la Ira]

Los Días Antiguos han terminado. Los Días Medios ya están pasando. Los Días jóvenes comienzan ahora. El tiempo de los elfos ha quedado atrás, pero el nuestro está ya muy cerca: el mundo de los hombres, que hemos de gobernar. Pero antes necesitamos poder, para ordenarlo todo como a nosotros nos parezca y alcanzar ese bien que sólo los Sabios entienden. (...) ¡Y escucha, Gandalf mi viejo amigo y asistente! Digo nosotros, y podrá ser nosotros, si te unes a mí. Un nuevo Poder está apareciendo. Ya no podemos poner nuestras esperanzas en los elfos o el moribundo Númenor. Contra ese poder no nos servirán los aliados y métodos de antes. Hay una sola posibilidad para ti, para nosotros. Tenemos que unirnos a ese Poder. Es el camino de la prudencia, Gandalf. Hay esperanzas de ese modo. La victoria del Poder está próxima y habrá grandes recompensas para quienes lo ayuden. A medida que el Poder crezca, también crecerán los amigos probados, y los Sabios como tú y yo podríamos con paciencia llegar al fin a dominarlo, a gobernarlo. Podemos tomarnos tiempo, podemos esconder nuestros designios, deplorando los males que se cometan al pasar, pero aprobando las metas elevadas y últimas: Conocimiento, Dominio, Orden, todo lo que hasta ahora hemos tratado en vano de alcanzar, entorpecidos más que ayudados por nuestros perezosos o débiles amigos. No tiene por qué haber, no habrá ningún cambio real en nuestros designios, sólo en nuestros medios.
J.R.R. TOLKIEN, en El Señor de los Anillos I La Comunidad del Anillo, en boca de Saruman, el Multicolor

No pusimos quioscos de salchichas calientes en el templo egipcio de Karnak sólo porque quedaba a trasmano y el negocio no podía dar grandes utilidades”
RAY BRADBURY, en Crónicas Marcianas, “Junio de 2001: Aunque siga brillando la luna”

Esta historia es una triste historia; pero no es una historia novedosa. Lo que ahora mismo está pasando ya ha pasado antes; pero es igual de doloroso. Como antes, se intentará detenerlo; pero nunca antes ha sido posible hacerlo. Allá, ellos lo llaman progreso; acá, nosotros le decimos decadencia.

La Tecnocracia es como un dinosaurio mecánico de mandíbulas oxidadas, que arranca carne y tierra entre sus fauces y luego defeca papel moneda. Es “un monstruo grande y pisa fuerte”, y su pisada es como una avalancha en tierra inclinada; contra más pronunciada es la pendiente -hacia la nada, hacia el vacío, hacia la decadencia- más implacable es su paso y más destructiva su llegada. Es un monstruo que no oye motivos, que no lee poesía; que no disfruta de la música, que no se detiene a contemplar un paisaje; que no sabe hacer el amor ni tener hijos, antes viola y produce recursos humanos; que no pinta cuadros, antes llena vitrinas, ataúdes y basurales con cuerpos humanos y papel impreso; que no sabe atesorar, pero valora. Y usura. Sobre todo, usura.
La Tecnocracia es peor que la muerte; es una muerte sin sepultura, es una muerte sin donación de órganos, es una muerte con embalsamamiento y pedestal en una tienda de abalorios. La Tecnocracia no sabe leer ni escribir, ni contar, ni pintar, ni representar una obra de teatro. La Tecnocracia es analfabeta, es ciega, sorda y muda. La Tecnocracia no sabe, ni puede, ni quiere, enseñar.
Acaso la Tecnocracia sea la peor de las desgracias del mundo que conocemos. Es la faceta dolorosa, la mano armada de la burguesía, aquel pestilente cáncer que destruye a occidente hace más de seiscientos años. Es capaz de convertir la mediocridad en un valor, llamándole “eficiencia”. Convertir la malevolencia en virtud, llamándola “tenacidad”; la codicia, “perseverancia”. Su ontología -o la farsa que ocupa su lugar- ve corporaciones donde antes había dioses; empresas, donde antes había Ideas; clientes, donde antes había seres humanos; recursos de personal, donde siempre ha habido esclavos.
La Tecnocracia habla con la lengua de Saruman pero tiene la inteligencia de Biggs. Saca sus títulos por correo, gana sus puestos por debajo de la mesa, hace amistades con sociedades secretas y se codea con los gobiernos asesinos. La Tecnocracia roba el mérito de otros y hace publicidad para sí misma. La Tecnocracia se beneficia a través de los demás. La Tecnocracia es explotadora, la Tecnocracia es cruel, la Tecnocracia no maneja razones y no escucha más opinión que la suya. La Tecnocracia es asesina por naturaleza, es genocida por naturaleza, la Tecnocracia es profusa y exhaustiva en la difusión del dolor, de la idiotez y de la enajenación del hombre. Y goza de los más excesivos y superfluos placeres.
La Tecnocracia habla, y aunque nadie le entiende, es obedecida. La Tecnocracia no piensa, pero convence. La Tecnocracia se convierte en dragón, y asusta. Pero también se convierte en ratón, para que la lástima frene los hocicos de quienes quieran comerla.
La Tecnocracia huele mal, pero usa caros perfumes. Es deforme, pero paga cirugías estéticas. Cojea, pero se sostiene en bastones invisibles. Roba, pero paga los sobornos correspondientes. Mata, pero envía flores a las viudas. Y nunca deja de sonreír, ni de mostrar sus ojos luminosos; como un Dorian Gray que lleva su retrato bajo la camisa.
Afortunadamente, aprendí a odiar a la Tecnocracia. Por suerte aprendí a verla, aprendí a sentirla, aprendí a ignorar su discurso vacío, a no creerle, a despreciarla. Afortunadamente aprendí que la literatura es más que una concatenación coherente de oraciones con sentido, afortunadamente aprendí que la música lleva más en ella que sólo progresiones armónicas. Afortunadamente, supe a tiempo que matemáticas es más que contar y comprar, que estudiar la historia es más que memorizar un anecdotario, que saber de biología es más que predecir enfermedades. Afortunadamente, fui humanizado. Afortunadamente, fui educado. Afortunadamente, nací, me hice como persona. Y soy persona. Y Odio la Tecnocracia; porque no se puede SER humano, sin odiar la Tecnocracia; Porque ella es la muerte, ella es la esclavitud, ella es la nada.
Y la Tecnocracia nos odia. Porque su peor enemiga es la Inteligencia, la Libertad, el Humanismo. Porque su peor peligro es el pensamiento, el pensamiento autónomo, el pensamiento libre, el pensamiento auténtico. Y su único miedo, es la revolución. Es la pluma. Es la pancarta. Es la mano que suelta el martillo, la frente que mira hacia arriba, el pie que se detiene. Es la lengua que deja de tararear y repetir, es el corazón que late por sí mismo. Es el hombre que le dice: non serviam.
Y porque la Tecnocracia nos odia, le ha declarado la guerra a nuestro hogar, a nuestro nido. Y se ha hecho carne, y ha habitado entre nosotros, y ha regalado Anillos de Poder hasta llegar al timón... para llevarse el barco -consigo- hasta las profundidades.
Y así, profanará nuestro Templo de Amor para convertirlo en un matadero, un matadero y una prisión, y hará realidad la pesadilla musical de Pink Floyd, -que Sata disfrutaba exhibir en la Sala de Lenguaje cada año- para su deleite y su propio enriquecimiento personal.
La Tecnocracia tiene nombre. Y también tiene enemigos.
Seamos, pues, enemigos de temer.

Inti Målai Perdurabo
(Legionario insigne de la Orden de Caballeros Humanistas del Tío Sata)

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