martes, 17 de julio de 2012

Para superar "La Lucha"


Cuentan las malas lenguas que estando un día John Locke sentado con sus amigos en su casa conversando de cosas livianas y entretenidas – de Metafísica, de hecho – empezaron a enredarse lentamente en la conversación hasta que al final ya no pudieron avanzar nada más. Entonces al amigo Locke se le ocurrió que quizás el error radicaba en el punto de partida, y que antes que seguir buscándole salidas al asunto lo más sano sería volver atrás y plantearse nuevamente aquello que habían dado por sentado de antemano. Bueno, me siento un poco como John Locke, pero no precisamente en materia de Metafísica – sino una mucho más aburrida.
Mi conclusión no es para nada nueva, mis premisas tampoco. Sin embargo les vengo a exponer mis razones y mis formas de razonar, donde creo que, aunque no probablemente novedad, sí hay originalidad.
La idea central de todo este ensayo será algo que llamaré de forma más o menos antojadiza la “frontera gestáltica” (me gustan los nombres pomposos). Las intuiciones originales de la frontera gestáltica ya son añejas en mi cabeza; en mi último año en el colegio mi maestro Riveros se ocupó de entretenernos leyendo a teóricos de la cultura y sociólogos latinoamericanos, y desde ese marco teórico desarrollamos con mi socio Pablo S. Mac-Evoy un documental sobre Osorno, y en el que se encuentra el germen central de esto que llamo “frontera gestáltica”; por lo que el mérito de ella en estricto rigor pertenece a mí, a él, y a Riveros y sus amigos (Martín-Barbero, Canclini, entre otros).
Hay también otras influencias más cercanas, las que menciono sólo porque hoy leí un trabajo casi en su integridad plagiado de otro y estoy sensible con lo de darle a cada uno su crédito. Un ensayo que tuve que hacer sobre Karl Popper y su método para las Ciencias Sociales parece ser lo que me picó con el bicho de masticar de nuevo estos temas; unas lecturas que tuve que hacer de Kuhn, Nietzsche, de Feyerabend y la refutación Agustiniana de los maniqueos (rara la mezcla, ¿eh?) que me aportaron en alguna medida un banco conceptual amplio con el cual defenderme; y finalmente, un cartel en la Facultad anunciando ciclos de charlas sobre “Marxismo Trotskista”, que me hicieron caer en la cuenta del gravísimo error sobre el cual hay que echar manito de gato con urgencia.
Téngase pues presente que esta propuesta que presento aquí es la conjunción, el “espacio común”, si se quiere, de varios otros trabajos, sistemas, teorías e ideas que en sí mismas son todas más elaboradas y mejor desarrolladas que lo que yo soy capaz de hacer; léase pues este ensayo, más que como una discusión cerrada, como una invitación a la reflexión en torno a los temas propuestos y su manera de abordarlos. Por lo mismo agradezco críticas, rectificaciones, correcciones y, por qué no, alabanzas, si las mereciera.

Llamé a este ensayo Para superar “La Lucha”. Aunque podría haber especificado que me refiero a “La Lucha de Clases”, es importante no hacerlo, porque esta “Lucha”, esta Lucha-con-mayúscula, en muchos aspectos es más que la Lucha de Clases; es un ideal revolucionario poliforme, un fantasma utópico que se escapa de las imágenes y las palabras, es como un soplo en la mente, una iluminación fugaz, un llamado imperioso a la acción... pero no al fin. Esto me parece de la mayor importancia y señalaré de inmediato por qué.
Si “La Lucha” fuera teleológica, es decir, si tuviera dativo: verbigracia “Lucha por la Educación”, “Lucha por la Salud”, “Lucha por la Igualdad”, cada una de esas palabras agregadas sugiere un nuevo campo, una nueva pregunta: ¿qué Educación? ¿qué Salud? ¿qué Igualdad? Así, aparece a su vez una nueva especificación, un dativo particular: “Lucha por la Educación Gratis”, “Lucha por la Educación Libre”, “Lucha por la Educación de Calidad”, etc. Dativo particular que a su vez nos permite introducir diferencias de modo: ¿Gratis en qué sentido? ¿Libre en qué sentido? ¿Calidad en qué sentido? Y así, como vemos, podemos seguir remontándonos hasta el infinito.
De igual manera, si fuera “Lucha de Clases”, podríamos preguntar: ¿Qué Clases? Y nos pasaría lo mismo.
Todas las especificaciones son conflictivas y tienen su qué de diferencia; sin embargo, hay un punto de partida común, una pregunta insobornable, arraigada en la más poderosa intuición del ciudadano con conciencia social: ella es, la de la necesidad de La Lucha.
A esta necesidad de Lucha podemos llamarla también necesidad de reformas, necesidad de cambio, dinamismo, activismo, etc. Su génesis reposa sobre dos premisas básicas: Primero, las cosas no están bien (sea lo que sea que “bien” signifique) y segundo, alguien tiene que hacer algo.
En un ensayo anterior (Una Crítica a la Crítica Social) ya me referí a lo que llamo ser “espectador en conciencia”. En aquella oportunidad lo distinguí tanto del ciudadano “activo”, como del ciudadano “pasivo”; bueno, del primero estoy hablando en esta ocasión.
Todo ciudadano activo es un luchador social, indiferente de sus métodos y sus móviles; algunos hacen campañas de alfabetización de adultos, otros levantan barricadas. Lo que entiendo entonces con este concepto mayúsculo de “La Lucha” es, sencillamente, el paso al acto de un ciudadano en conciencia, que se basa, en mayor o menor grado, en la convicción de que las cosas están mal y hay que hacer algo para mejorarlas.
En poder de esta aclaración conceptual (que no es inocua) puede ser chocante reconsiderar el título de mi ensayo: Para superar La Lucha. ¿Qué es lo que entiendo exactamente por “superar”, y qué consecuencias veo en ello?
Primero que todo, (o “segundo”, porque lo “primero” fue la aclaración conceptual que acabamos de terminar) quiero hacer ver que: 1) “superar” no es aquí sinónimo de “suprimir” ni “eliminar”, más bien lo tomo en un sentido de “perfeccionar”, y 2) lo que se busca superar es La Lucha, no el espíritu activista, o la conciencia social, o cualquier otra cosa que parezca estar emparentada con La Lucha.
Igual como Dr. House (disculpando lo quizás vulgar del ejemplo) cambia de diagnóstico cuando un tratamiento no provoca mejorías en el paciente, me parece bastante sensato suponer que la sociedad funciona igual; si un tipo de tratamiento no la cura, no significa que el tratamiento esté mal, sino que la enfermedad ha sido mal diagnosticada.
Ha calado hondo y profundo, sobre todo entre las izquierdas nacionales y del mundo, el concepto marxista de “Clase social”. Tanto es así, que casi parece un hecho confirmado el que las clases sociales existen, no como una denominación sino como un ente propio del mundo. No soy un experto en marxismo pero no necesito serlo tampoco; me interesa el concepto liviano, el concepto básico, más irreductiblemente simple, y ése no es el de los textos sino el de la gente: La clase social es una “propiedad” esencial (en el sentido lógico) del hombre que vive en sociedad, y puede dividirse de forma más o menos laxa en dos grandes grupos: La Alta y la Baja. La que tiene el Poder, la que es Oprimida. La Burguesa y la Proletaria. Explotadores y Explotados.
Marxistas o no marxistas, comunistas o centralistas, moderados o radicales, encapuchados o voluntarios de caridad, e incluso los que son abiertamente enemigos de la izquierda, los que ganan mucha, y demasiada plata, los noestoyniahístas y misarquistas que van a misa en las más variadas iglesias cristianas y no cristianas, parecen asumir y concordar con la distinción “meramente formal” o “de nombre” entre las Clases Sociales Altas y Bajas. Algunos ven en ellas un orden del destino; otros, un capricho del azar, o una disposición divina; los hay quienes creen que es una manera de generalizar el resultado responsable del esfuerzo de las personas (la versión que a mi parecer es la más estúpida y por lo mismo la más inútilmente defendible, no en vano quienes la predican no son capaces de avanzar un solo argumento no-inductivo para justificarse), y los hay finalmente quienes creen que ellas son la condición de posibilidad de una dialéctica materialista que da significado a la historia. Todas estas versiones -y otras- son disímiles entre sí, incluso profundamente adversas, pero parten de una misma y única base: que las Clases Sociales son el nudo central, el “gran problema” de los problemas de la Sociedad Actual (y de toda sociedad, en algunas versiones fuertes). Tanto los de derecha como los de izquierda, tanto los que dicen que “hay que darle a todos las mismas oportunidades” como los que dicen que “es imposible”, o los que aseguran que “no es posible erradicar la pobreza” contra los que dicen que “los recursos están”, concuerdan en este último punto.
Hemos visto desfilar ante nuestros ojos, uno tras otro, Gobiernos, Estados, Presidentes, Filósofos, Sociólogos, Guerrilleros, y todos han tratado de solucionar el problema, han emprendido “La Lucha”, pero nunca, ninguno de ellos, ha llegado a una conclusión que nos deje conformes; es más, podemos decir que ni siquiera nos han acercado. Todos sus proyectos, por bien que comiencen, por mucho que duren, acaban por fracasar, y hasta hemos visto cómo los mismos que los impulsan con tanta convicción en un principio, luego son los más férreos detractores de ellos.
Seamos como Dr. House, y pensemos: El cuerpo [social] está enfermo; convenido. Le he diagnosticado: clasismo. He atacado la enfermedad con todos los remedios que se me ocurrieron; a pesar de ello, ninguno llega a curar el malestar del cuerpo, y mientras se invierten los esfuerzos, él, inevitablemente, sigue empeorando su condición. Bien, ¿Qué hago? ¿Qué haría Dr. House?
Tal vez... la sociedad no padece Clasismo.
Está claro que el clasismo existe, que hay gente clasista, que hay discriminación; yo no me refiero a ése clasismo, sino que he llamado así al hecho de considerar que son las clases sociales el núcleo de los problemas de la sociedad, el “órgano enfermo”, el cáncer de ella. Toda Lucha orientada a combatir el Clasismo, sea fundiendo las Clases, sea destruyéndolas, sea integrando la una a la otra, es fútil, ¡porque las Clases Sociales no son las del problema!
Pero si ellas no son el problema, ¿qué lo es?

Los Maniqueos eran una secta cristiana (o pseudo-cristiana) que creía, entre otras cosas, que coexistían dos fuerzas igualmente poderosas en lo absoluto del ser: el Bien y el Mal. En un combate místico en el albor de la existencia el Mal logró conquistar una parte del terreno del Bien, envolviendo las pequeñas partículas de éste, y creando el mundo visible. Los Maniqueos eran materialistas (¡esto sí que es extraño!) y creían que la luz era el Bien y la oscuridad era el Mal; luego, para ayudar al Bien en su lucha contra el Mal, había que comer naranjas y otras frutas claritas, y evitar las lentejas y otras frutas oscuras (no los estoy palanqueando, es cierto), entre otra sarta de imbéciles preceptos que ya se podrán imaginar.
San Agustín pasó no menos que nueve años en el interior de esta secta de charlatanes, hasta que finalmente se convenció a tal punto de la “inexactitud” (por no decir ESTUPIDEZ) de sus doctrinas, que los abandonó. Pero, como hombre de letras y filósofo de corazón que era, no podía irse sin un buen motivo, y ése fue -básicamente- éste: si Dios es todo lo que los cristianos creen de él, entonces no puede haber una pugna entre el Bien y el Mal, porque el Mal sería completamente estéril y su batalla ya estaría de antemano perdida; porque si el Mal tiene posibilidades de ganar, luego el Dios Bueno no es omnipotente, y si no tiene posibilidades de ganar, entonces no hay nada que justifique su presencia: es inútil.
Pero Agustín necesita, de todas formas, hacerse cargo del problema del Mal. Un resumen aforístico de su conclusión sería: El Bien existe, y el Mal no es sino la sombra, el error o la ausencia de él, en algún grado.
La diferencia entre los sistemas maniqueo y agustiniano, es que en este último no hay dualismo, sino monismo: el Sumo Bien, que es Dios, ha creado a todas las cosas buenas, y cada una de ellas es más o menos buena que otras sólo en términos relativos.
Hagamos, pues, otro tanto; si la noción de Clases Sociales nos causa problemas -o nos lleva, década tras década, a ellos-, deshagámonos de ella. La solución puede hacerse (y con esto no estoy queriendo decir que los marxistas sean maniqueos, aunque quizás en un sentido muy especial sí lo esté pensando) en el mismo sentido que la hace San Agustín: No existen las Clases Sociales, sino LA Clase Social. “Lo” Social.
Como bien decía la abuelita de Sancho Panza, hay sólo dos tipos de personas en este mundo, que son: el tener, y el no-tener. Y ellos en realidad son sólo uno: el tener, que puede ser en mayor o en menor grado.
Si sólo hay una Clase Social, y toda distinción realizada mediante su auxilio es “relativa”, ¿nos sirve de algo en el diagnóstico? Yo creo que no...

¿De dónde hemos de retomar el Problema Social entonces? No de lo económico, es decir, de lo materialista-histórico, de lo clasista. Si vamos a entender la Sociedad primero tendremos que abandonar la antigua creencia en las Clases Sociales y la consiguiente Lucha por su síntesis dialéctica, es decir, hemos de suprimir el mito de Robin Hood; superar, en definitiva, la esperanza de conseguir la mejor sociedad mediante la repartición equitativa de las riquezas. Nótese el uso de cursiva.
El concepto de focalización lo aprendí en clases con mi maestro Riveros. No recuerdo en este momento de quién lo tomó él, -en ese tiempo lo sabía- pero alude principalmente a lo siguiente: los individuos significan su ciudad en función de la atención que fijan en tales o cuales elementos de ella; igual como un lente de cámara es capaz de enfocar más tales elementos o tales otros, de manera que de una misma habitación salgan varias fotografías diferentes, los ciudadanos ven sus espacios comunes de maneras diversas, por poner el ejemplo más burdo, un mismo barrio puede ser acogedor para unos y peligroso para otros, porque lo que para los primeros es “normal”, para los segundos puede ser una imagen de la mayor importancia (por ejemplo, un hombre durmiendo en un umbral).
Lo crucial de todo esto -y que fue el corazón de la conclusión final de mi investigación con maese Pablo, dicho sea de paso- es que la teoría de la focalización, entre otras, lleva a la siguiente conclusión: no existe tal cosa como “la” ciudad, sino que estamos hablando de muchas ciudades distintas (no en sentido figurado, sino en un sentido concreto y real) que se configuran en torno a los mismos espacios; igual como en los juegos ópticos de la Gestalt algunos ven dos rostros mirándose y otros ven una copa, siendo que la imagen es una y la misma. La condición psicológica, cultural del individuo determina la ciudad de la que él participa.
Digámoslo de una vez: No existe una Sociedad dividida en dos grandes Clases Sociales; sino que existe una Clase Social, dividida en múltiples Sociedades. Cada una de ellas, es una cultura, es un tipo de ropa, un tipo de música, de comida, de forma de peinarse, de hablar, de considerar bello o feo a otra persona, de caer bien o caer mal; es una Nación, conformada de individuos, con espacios comunes e historia común.
Desde la ubicación de esta nueva distinción introduzco el concepto de “frontera gestáltica” para caracterizar el problema social en los nuevos términos, y ofrecer un nuevo y mejorado concepto de Lucha.
¿Qué es la “frontera gestáltica”? Imaginemos que en presencia del dibujo de la copa-caras, la persona que ve los rostros de perfil no sea capaz de ver la copa, y a su vez quien ve la copa no sea capaz de ver los rostros. ¿Cómo podrán ellos ponerse de acuerdo en torno a lo que decir sobre la imagen que tienen delante? Será difícil incluso intentar ponerle un nombre. Con suerte llegarán a palabras ambiguas y fantasmagóricas como “La Imagen”, o “Lo dado”, y sobre ella no podrán ni siquiera decir que “es negra” o “es blanca”. Bueno, en la sociedad ocurre, a mi parecer, de manera más o menos similar: cada hombre no es capaz de ver la ciudad del otro, salvo que le sea un conciudadano cultural. La “frontera gestáltica” es, a simple vista, insuperable. Los buenos de unos son los malos de otros, los delincuentes de estos son los héroes de aquellos. Aquí veo vandalismo, aquí veo arte. Aquí veo un amigable espacio público, aquí veo hostilidad clasista. Aquí veo integración, aquí veo centralismo. Una y la misma cara de la moneda muestra a la vez cara y cruz, dependiendo de quién la mire.
El intento por estudiar de manera general la Sociedad, ha llevado a tener que ponerle nombre a “lo común”, y se ha llegado por esas vías a teorizar en torno a conceptos tan ambiguos y fantasmagóricos como “El Pueblo” o su “Dignidad”. La noción de Clases Sociales no es sino el fruto muerto de uno de estos infértiles intentos, y representa por tanto la putrefacción de “La Lucha” que se basa en ella.
Por lo tanto, superar la Lucha implica superar el Clasismo. Él no debe ser visto como el origen del malestar de la Sociedad, todo lo contrario, él es la consecuencia. El verdadero malestar consiste en intentar ponernos de acuerdo en torno a algo que no nos es común, esto es, la cosa-en-sí social, y por lo tanto la solución no es hacer algo para mejorar la sociedad sino buscar la manera de comunicarnos más allá de la frontera gestáltica.
Porque hay algo que a pesar de todo este análisis no podemos dejar de concederle al anterior: que hay quienes detentan poder, que existe la posibilidad material de solucionar los problemas, de aliviar el dolor de las personas, y que debemos hacer algo por que ese poder sea redirigido. ¡Pero! No en tal o cual dirección; cualquier propuesta que se haga por esta vía resultará igual de hegemónica. Lo que debemos hacer es intentar comprender la ciudad que ve el que tiene el poder, y buscar la manera de entendernos con él/ellos.
La Comunicación entre las ciudades representa por tanto el más difícil y osado desafío del “nuevo” activismo social; él ya ha comenzado a moverse, tal vez no con los mismos conceptos que usé yo aquí, pero indudablemente que partiendo de una intuición general. La nueva Lucha ya no es por tanto una “Lucha”, más bien un “Diálogo”, un trabajo que tiene más de diplomacia que de militarismo. El Encapuchado que derriba un semáforo está queriendo decir algo; y el Senador que se sube el sueldo sin hacer otro tanto con el sueldo mínimo está queriendo decir otra cosa. No sabemos -o no tenemos clara certeza- de qué dice cada uno; nuestra misión debe ser la de traducir.
En poder de la comunicación, ya nada importa la “Clase”, la “condición económica”, el grado de “tener”; la Sociedad podrá orientar sus esfuerzos a responderle a sus miembros, no a castigar o servir, como ha hecho o ha procurado hacer hasta ahora. De partida, nada importan las pretendidas “clases sociales” en la configuración de la ciudad gestáltica: una y la misma plaza puede ser compartida en el mismo sentido por dos peatones que se encuentran en ella, indiferente de cuántos autos tiene cada uno en su casa.
El advenimiento de este cambio de paradigma (que no estoy ni profetizando ni promulgando, sólo ilustrando) hará desaparecer el argumentum ad hominem de nuestras contertulias políticas y sociales; y será el primer y mejor síntoma de mejora en el cuerpo enfermo.
Ahora, hay que ver que el panorama original de mi ensayo anterior (Una Crítica a la Crítica Social) cambia radicalmente con este otro. Allí el papel del Espectador en conciencia era el de retroalimentar al activista, cumplía la función crítica de redirigir objetivamente sus esfuerzos. Este nuevo programa social basado en la comunicación pone el modelo anterior patas arriba: el protagonista es esencialmente el Espectador en conciencia, es decir, aquel que hace el esfuerzo de entablar puentes entre las diferentes ciudades (nótese que fragantemente me he deshecho de la imagen del que “mira las cosas desde un plano más elevado”, y esto es, sinceramente, influencia de Popper), mientras que el activista de facti es quien le retroalimenta, es decir, quien en la cancha prueba las traducciones y ve si hay o no resultados como los esperados.
Si vivir la ciudad es un acto subjetivo, entonces cambiar la ciudad debe también serlo. Nuestra objetividad no debe ser sino la manera de ponernos de acuerdo, y no adscribir a algún tipo de materialismo o dialéctica que nos haga caer en el mismo error de los maniqueos: creer ver la esencia de las cosas visibles en las mismas apariencias visibles, y generalizar así lo que no-debe-ser-generalizado.
(Espero que esta exposición sea lo suficientemente clara y profunda para provocarles las merecidas reflexiones. Si desearan que hiciera una exposición más detallada u ordenada, o si quieren que profundice más algunos temas, los invito a abrir las discusiones aquí o en el grupo de Facebook).

Inti Målai Perdurabo


NOTA: No dudo que se debe haber escrito sobre este tema en concreto anteriormente, pero no he leído nada al respecto. Si alguien supiera de alguna obra que presente ideas similares a las mías, le agradecería que me lo hiciera saber.