sábado, 27 de agosto de 2011

Nacimiento


Círculo cero (La prisión psicológica)

Todos aceptamos la realidad que nos ponen ante los ojos, es tan simple como eso
Christoff (The Truman Show)

Este es el mejor de los mundos posibles.
Durante la Edad Media, cuando el generalizado temor de Dios mantenía a raya a los pueblos europeos, se les adoctrinaba diciéndoles que “el diablo”, aquel responsable de todos sus males y penurias, había sido originalmente un Ángel, que por mezquindad y arrogancia se salió de la línea, negó el amor de Dios y le declaró la guerra. Dios, con todo su amor y sin caer en el pecado de la violencia, lo abatió con la espada de fuego, le arrancó las alas y lo arrojó a la tierra. Con esta moraleja la gente aprendía que sólo hay bondad, que sólo hay felicidad, que sólo hay vida bajo la obediencia a Dios y al beber de su amor. En la Divina Comedia asustan más los rostros inexpresivos y anonadados de los coros celestiales, mirando con ojos desorbitados en un éxtasis cercano a la psicoactividad farmacológica a Dios, que los humanos libres y sentimentales que llenan los pozos de azufre del Infierno.
Con una altanería soberbia y un desprecio abierto, el hombre ateo, moderno y racional mira a la Iglesia, mira al pasado, y le reprocha con un ánimo casi infantil su macabra treta, al tiempo que se vanagloria de ser inmune a ella. Infantil digo, porque ve en el otro más que en sí mismo el mal que denuncia.
¿Cuál es la mejor manera de mantener a los ángeles de lado de Dios? Mostrándoles cómo más allá de Dios no hay nada (“Yo soy el camino, la verdad y la vida”), y cómo Dios es la mejor de las alternativas.
“Este es el mejor de los mundos posibles”, dice el hombre moderno, el hombre racional y ateo, abrazando sus piernas en el profundo rincón de su pequeño apartamento vacío, rodeado del ruido infernal de una ciudad con sobrepoblación y altos índices de contaminación. “Este es el mejor de los mundos posibles”, se repite, cuando camina por la calle, cuando una el transporte público, cuando va a votar.
De la misma forma como “el temor de Dios” era para el cristiano medieval “el menor de los males”, el hombre moderno (y posmoderno) acepta de igual manera este mundo, esta realidad, este contexto sociocultural e histórico con el mismo mal argumento: “Este es el mejor de los mundos posibles, el menor de los malos mundos en los que podemos vivir”.
“El mal que existe es el mínimo de mal necesario para que reluzca el bien”, dice el hombre moderno, siempre pensando más como cristiano que como hombre laico, siempre autoconvenciéndose, siempre negándose (por pereza, por miedo, por instinto) a reconocer que quizás un error se ha cometido y, ante la vergüenza de asumirlo, ha perseverado en él.
Si fuera sólo su propia cobardía, si fuera sólo el error de un hombre, podríamos achacárselo a él. Pero el problema es que lo vemos a diario, en todas partes, incluso, muchas veces, en nosotros mismos. La formulación escrita quizás impacte por su ingenuidad, pero es porque muchas veces la llevamos tan interiorizada, que no somos capaces de verla porque vemos a través de ella.
Esto quizás nos de una pista para entender la gran moraleja de los grandes cuentos de la infancia. ¿Por qué la princesa debe vivir feliz por siempre? ¿Por qué debe ser derrotado el mal? ¿Por qué deben vencer los justos, los nobles, los de nuestro bando? Y a su vez, ¿por qué debe fracasar el villano sólo después de hacerse latente que ha cometido un error?
Nadie le está lavando el cerebro a nadie. El cuento para niños no tiene una función social, es, como todas las manifestaciones populares de cultura, la instanciación de un espíritu de época, de un arquetipo. Tenemos la necesidad de sentir que hemos hecho las cosas “bien”; tenemos que saber que ha ganado el “bueno”, que estamos “puros”, que somos los justos y los nobles del cuento. Porque amamos la verdad y odiamos el error, no soportaríamos vivir en él, por lo tanto, es más fácil y más natural en nosotros perseverar en el error que asumirlo y corregirlo.
De ahí queda en evidencia que tenemos también la necesidad de hacer juicios de valor acerca de lo que hacemos y de lo que ocurre a nuestro alrededor. Lo “bueno”, lo “malo”, lo “quiero” y lo “no quiero”.
Nadie “quiere” el “mal”, a menos que éste mal venga de la mano de algún “bien” que se “quiere” con más fuerzas. Éste es el mejor de los mundos posibles, y el mal que todavía persiste en él es necesario para que se conserve todo el bien que hemos reunido. No se puede tener todo en la vida. Nada es perfecto; El hombre moderno hablando. El hombre posmoderno hablando... algo más dubitativo, pero hablando.
¿Qué prisión puede ser más perfecta, qué encierro puede ser más infalible, que el que mantiene al prisionero dentro por propia voluntad?
Amamos la libertad. Y porque la amamos, hemos luchado, y la hemos conquistado. Y no queremos perderla. Así, en un juego de palabras escalofriante y divertido, en una sentencia que nos negamos a reconocer, a diario, en cada momento, con las manos en los oídos y los ojos fuertemente cerrados, se nos oculta la terrible y aplastante verdad: Somos esclavos de nuestra libertad. Y queremos serlo.

Primer círculo (La muerte del Capitalismo en nuestras cabezas)

Este mundo en que vivimos, el mundo del que nos vanagloriamos con una ingenuidad panglosiana e infantil -suicida, por lo demás- está construido sobre la base de tres principios, tres palabrejas que durante trescientos años hemos masticado, saboreado, digerido y compartido y que aún no terminamos de comprender: La Libertad. La Igualdad. La Fraternidad.
Ella, la libertad, madre de todos nuestros valores, de todas nuestras ideas, el norte de todas nuestras empresas y la estatua de Atenea en nuestro templo más sagrado, es de hecho aquel principio por el cual hemos sabido conquistar un mundo que pese a que “puede ser mejor” es “el mejor de los que hemos tenido”; eso traza la ruta a seguir hacia el futuro, nos emplaza en la cúspide de la historia, en el cénit del desarrollo científico, tecnológico e histórico.
Y, ¿qué es la libertad? Si evitamos las definiciones negativas (“es lo contrario de la esclavitud, de la opresión, de la censura...”) quizás estemos de acuerdo en quedarnos con ésta: “La libertad es la posibilidad de elegir”. Esta definición, con la que me quedaré por el momento, nos lleva a aceptar que somos libres cuando “podemos elegir” y esta elección está sólo sujeta a nuestra voluntad.
La conquista de un mundo libre implica entonces la consecusión de un mundo en el cual podamos elegir, donde nada se nos imponga. Donde nadie nos de de comer, donde podamos elegir nuestra comida, entre varios postores. Donde nadie nos diga dónde vivir, donde podamos elegir nuestra casa, nuestro país, nuestros muebles. Donde nadie nos diga qué idioma hablar, qué educación recibir, a qué dios rezarle. La conquista de un mundo libre implica, no sólo de forma económica sino antropológica, abrazar el Capitalismo.
¿Qué es el Capitalismo, más allá de la banca y los mercados, este Capitalismo con mayúscula del que hablo? Es, lisa y llanamente, la convicción filosófica de que somos en tanto que elegimos. Aquel que no es capaz de elegir, no tiene identidad. Por lo tanto, el Capitalismo, cuando opera en nuestras mentes y detrás de nuestras acciones, opone a todos y cada uno de los aspectos de nuestra vida una oferta y una demanda. La Oferta son posibilidades de ser, y la Demanda es nuestra pulsión por la identidad.
Cuando los jóvenes usan poleras de sus bandas de rock favoritas; cuando se peinan de acuerdo a un estilo, cuando caminan como una estrella de pop, cuando escuchan una música en particular, he ahí el equilibrio entre Oferta y Demanda, un balance entre “las cosas que puedo ser” y “lo que yo quiero ser”. Lo mismo ocurre en la señora que elige entre dos marcas de zapatos; o en todo civil cuando va a al cine y elige la película que quiere ver; o compra el libro que quiere leer.
El Capitalismo es el ejercicio total y absoluto de nuestra libertad. Y por amor a ella, mientras más elegimos, mientras más somos libres, más deseos tenemos de ser todavía un poco más, y queremos mostrar nuestra elección más, y más, y esto nos convierte en vistosos y floridos Simulacros de Árbol.
El consumismo no es una consecuencia casera de un modelo económico, es la manifestación de un ideal. El hombre y la mujer Capitalista quieren elegir más, siempre más, quieren “diferenciarse” en un sentido estrictamente aparente, quieren que los miren y los reconozcan, porque en función de su libertad (de su posibilidad de elegir, que le da calidad ontológica) es que conquistan su ser y su identidad. “Dime con quién andas y te diré quién eres” es, sin más, uno de los principales teoremas de este Capitalismo.
El Capitalismo ideal -con mayúscula- del que yo hablo es transversal y trascendente, y hoy por hoy no tiene contraparte alguna con la misma fuerza y distinción. Todo lo que sucede a nuestro alrededor es manifestación del Capitalismo, del “amor a la libertad”; desde comprar un auto importado, hasta usar una polera del Che Guevara.
Ahora, cabe hacerse esta pregunta: ¿Es la esclavitud, la sumisión y la obediencia la forma de escapar del Capitalismo? E incluso esta otra: ¿Por qué debemos huir del Capitalismo?
La primera pregunta, sin la segunda, lleva a la respuesta esperada: Este es el mejor de los mundos posibles. Sin embargo, contestando la segunda antes que la primera, obtenemos una respuesta nueva, crucial, la que nos pone en camino de un nuevo y mejor nacimiento: ¿Es posible algo mejor que el Capitalismo?
¿Hay algo mejor que la libertad? ¿Hay algo mejor que la posibilidad de elegir? ¿Es posible un mundo mejor que éste?
Y ahora, sólo ahora, debemos considerar la primera pregunta anterior: ¿Acaso sólo hay esclavitud, sumisión y obediencia fuera del Capitalismo?
Por supuesto que no. Porque hemos llegado al Capitalismo por amor a la libertad, y es contra la libertad que la esclavitud, la sumisión y la obediencia son contrarias. Si queremos dar un paso fuera del Capitalismo, si queremos probar algo mejor, tenemos que dar un paso fuera del amor a la libertad; quitarle su valor, menospreciarla.
Cuando somos capaces de trascender a nuestras decisiones, a trascender de nuestras experiencias, cuando echamos raíces y crecemos como árboles saludables, elegir no es ontológicamente esencial en nuestras vidas. Somos algo, y ese algo sólo eventualmente elige; sólo eventualmente es libre. Nuestra voluntad existe, entonces, aunque no se manifieste en forma alguna. Es por sí misma.
Y el amor a la libertad lo reemplazamos por el amor a nosotros mismos.

Segundo Círculo (La muerte de la Democracia en nuestras cabezas)

Todos los efesios adultos deberían ahorcarse juntos y dejar la ciudad a los jóvenes. Pues han desterrado a Hermodoro, el más excelente de ellos, pensando: Nadie entre nosotros debe ser el más excelente, y si alguien lo es, que lo sea en otro lugar y no entre nosotros.

Heráclito

En el momento en que contraemos esa forma más pura y genuina de ideal que es la del autodescubrimiento y el amor por uno mismo, nace de forma instantánea y evidente la conciencia de que “algo somos que nadie más es”. Esto es, la diferencia en su sentido más íntimo.
Se hace evidente entonces que será otra idea, que en algún principio pudo parecernos lógica o razonable, la que ahora se nos pudrirá con increíble rapidez: la Igualdad.
Sería ingenuo creer que al hablar de Igualdad estamos pensando en gente que de hecho crea que somos todos iguales; esto no ocurre sino en los más obtusos y retardados cerebros, si es que con suerte ocurre. Cuando hablamos de Igualdad nos referimos a la idea de que aquello que nos hace hombres, en calidad y dignidad, es igual para todos, relevando las diferencias aparentes (talentos, potenciales, genios) a segundo plano. El Amor a la Igualdad -a esta Igualdad con mayúscula- se llama Democracia.
La Democracia, más allá de un modelo político y social, es aquella convicción que nos hace creer que somos todos igualmente hombres, que nadie es mejor que nadie y que por ende todos valemos e importamos en igual cantidad y calidad. Dicho de otro modo, si “en el país de los ciegos el tuerto es rey”, el pensamiento democrático considerará justo que el tuerto se quite el ojo y sea uno más con sus súbditos, o al menos aparente no poder ver.
La Democracia es, como lo intuía Nietzsche y lo sabía Hitler, la imposición de la cobardía como única vía para conseguir la Justicia. Sólo en la cobardía puede existir la Libertad, porque el cobarde “elige obedecer”, a diferencia del sumiso, que ha sido sometido.
De más está decir por tanto que la Democracia necesita del Capitalismo quizás tanto como él necesita de ella. El amor a la libertad puede llevar al ascenso de los líderes si ellos se llegan a ver en potestad de dominar; y por otro lado el amor a la igualdad puede degenerar en la anarquía. En su enfermizo punto medio está la Democracia Capitalista, que asume estas dos máximas como la base axiomática de su código moral: “Cada uno recibe lo que merece”, y “La libertad de uno termina donde comienza la libertad del otro”.
La Democracia, en su búsqueda atolondrada por la Igualdad, tropieza una y otra vez con aquella verdad simple e implacable del universo a la que intenta contradecir: Que somos todos diferentes, en calidad y dignidad, y los hay unos mejores que otros. Esto degenera, inevitablemente, en que el prosélito de la Democracia quiera ser como los demás, y niegue sus propias diferencias, y escuche a los que son menos que él y rebata a los que son mejores.
Si el Capitalismo nos enseña que tenemos la libertad de ser y pensar lo que queramos, la Democracia nos enseña que nadie puede decirnos si lo que somos o pensamos está bien o mal. Ambos pensamientos, como se ve, son completamente absolutos.
Es normal que el cobarde ame la Igualdad, que ame la Democracia. Ella es su escudo, su refugio y su tumba. Pero en un hombre que despierta al conocimiento de un si-mismo que está más allá de las apariencias, y que por lo tanto reniegue de la Igualdad como a la peor de las malas hierbas, el amor a la Democracia no puede ser sino una muestra de confusión y de enfermedad.
¿Qué es superar la Democracia, a este nivel de análisis y conciencia al que hemos llegado? Lisa y llanamente, dejar el lenguaje universal y oponerle la formulación individual correspondiente. Es decir, cuando el pensamiento Democrático dice: “Cada uno recibe lo que merece”, el pensamiento antidemocrático dirá: “Cada uno toma lo que puede”. Nótese que la primera formulación de Justicia es pasiva, en tanto la segunda es activa.
Y surge ahora una nueva pregunta: ¿No lleva la Justicia Antidemocrática a la Anarquía? Pero esta pregunta sólo tiene sentido cuando se plantea desde la Democracia y el Capitalismo.
Como la oveja le tiene miedo al lobo porque despedaza y desgarra a sus pares, siempre pensará que dentro de la manada de lobos todos se despedazan y desgarran entre ellos. Pero no, porque donde la oveja tiene democracia, el lobo tiene jerarquía. Y no hay jerarquía en la Democracia, precisamente porque sólo mediante la diferencia, sólo mediante la excelencia, es posible el liderazgo.
Rechazando la Democracia y abrazando la verdad tan sencilla y evidente de que somos diferentes y que en calidad y dignidad siempre somos mejores que unos y peores que otros, es posible continuar el descubrimiento del si-mismo. Al menos en este nivel, descubrimos lo que somos por lo que no somos, es decir, los demás.

Tercer Círculo (La muerte de la Humanidad en nuestras cabezas)

Pero, ¿cómo sería posible creer que sólo podemos conocernos en función de los demás? Si esto fuera cierto, seríamos una definición negativa, un no-ser, totalmente en contradicción con el ser que estamos descubriendo. Pero esto es porque mediante la diferencia encontramos lo que en efecto somos, que de hecho no-son los demás. De la proposición comparativa (“yo soy más... que...”, “yo soy menos... que...”) nos abrimos pues camino hasta la proposición afirmativa (“yo soy”).
Esta es la afirmación a la cual los religiosos temen tanto, que sólo la ponen en boca de Dios. Pero porque son cobardes y creen que viven en el mejor de los mundos posibles, y se niegan a reconocer que ellos mismos podrían llegar a ser Dioses (ya les han prevenido contra ese pensamiento, que lleva a la ruina, como en el cuento del ángel caído) si asumieran sus errores y los repararan.
Una vez que, con plena conciencia de lo que significa, o al menos con una primera conciencia -quizás nunca terminemos de descubrirnos del todo- significativa, hemos dicho “yo soy el que soy”, una nueva idea, antes insospechada, se instalará en nuestra mente con todo el peso y los cimientos de la verdad: Que en la calidad de ser uno, irrepetible y autoconciente, distinto y definido, la “igualdad” no sólo es ilusoria sino que es completamente falsa. Ser de la misma especie animal no nos liga de ninguna manera -en un sentido ontológico- a nadie.
De acuerdo con esto, la idea de Fraternidad se derrumba como un castillo de naipes azotados por el vendaval de la verdad. I payed my way.
Otra vez, el cobarde, el cristiano, el democrático, se escandaliza y pregunta: ¿Es eso entonces asumir la mezquindad y el egoísmo como un valor, y el solipsismo como una verdad y el escepticismo radical como única postura metafísica válida? ¡Nada más erróneo y alejado de la verdad! Pero, ciertamente, nada más propio del espíritu ignorante que distorsiona con su mal ojo las proporciones de lo que está lejos de él.
Cuando dejamos de Ser-humanos en sentido absoluto, es decir, cuando rechazamos de entrada que haya algo en el predicado “humano” que nos defina clara y distintamente (más allá de dar información sobre nuestra anatomía), dejamos de pertenecer a la Humanidad y por lo tanto ella pierde sentido para nosotros. Esto no necesariamente decanta en el egoísmo y en el solipsismo, sino que sólo alcanza para rechazar la caridad y el amor al prójimo, y la universalidad de los Derechos Humanos. Y aunque el cristiano, el cobarde y el democrático (la lista no es exhaustiva) no lo crean, existe la compasión fuera de la caridad, y existe el amor cuando no es para el prójimo. Sólo que en este nuevo estrato, consiguen valer en su justa medida como sentimientos, de manera similar a como nosotros nos sobrepusimos a la libertad y la igualdad para ser por nosotros mismos. Así, nadie se gana el respeto de uno por “ser humano”, sino que debe ser meritorio, por ejemplo.
Cuando la República triunfó -a las puertas del terror- en Francia, se instituyó que nadie debía volver a tratar a un ciudadano de “usted” sino que todos, conforme a la igualdad y la fraternidad, se tutearían. Pero, ¿qué si alguien ha llegado a ganarse tanto mi respeto y mi admiración, que me nace ustedearle e incluso bajar la mirada en su presencia? ¿Qué si esa misma persona demuestra de tantas maneras ser mejor que yo, que no soporto la idea de que alguien diga que es igual a mí?
Lograr escapar de la Humanidad es poder dejar de verla a ella como un todo absoluto, y empezar a notar y distinguir a cada persona por lo que es. Es llevar eso mismo que descubrimos dentro de nosotros al exterior, y poder ver dentro del Simulacro de Árbol, y poder juzgar por separado. No donar los pesos del vuelto en los supermercados, pero pagarle al amigo que empaqueta nuestras compras.

Primera estancia: La solución a nivel Racional (ver)

El Fuerte es más Fuerte cuando está Loco
A.H.

Haberse desembarazado del Capitalismo, de la Democracia y de la Humanidad como conceptos universales y trascendentes nos lleva a poder analizar ahora las causas del error en el que ellos nos tenían. A un nivel lógico, la aceptación de los tres principios de libertad, igualdad y fraternidad es autocontradictoria por cuanto choca con nuestra real naturaleza humana. Al ser autocontradictorias, cualquier cosa puede salir de allí pero de hecho nada lo hace (Principio de Explosión).
La desazón que derrumba lentamente el espíritu de occidente y que tanto aflige a los hombres y mujeres de nuestro tiempo tiene que ver sencillamente con esto; que se empeñan en creer que es posible lograr un mundo libre, igualitario y fraterno, cuando realmente no lo es. Pero no les causa tanto daño la realidad del mundo mismo como el que les causa ver que su mundo ideal nunca se logra. La aflicción por lo tanto ocurre a nivel emocional, no racional.
Una y otra vez vemos pruebas de esto, entre nuestros amigos y familiares, en televisión, en la calle. Gente que dice “el mundo puede ser mejor”, “ha llegado la hora de que los gobernantes piensen en el Pueblo”, “Debemos construir el país que todos soñamos”, cuando no son capaces de notar que de hecho “el mundo es como es”, “los gobernantes piensan en lo que piensan” y “no todos los sueños son realizables”. Todo aquello que les da muestras de esto último no los enfurece por estar mal, sino que, muy en lo profundo de ellos mismos, la herida es a causa de que no es como ellos creen que debería ser.
Y esto no quita que no hayan motivos racionales para creer en la Democracia, en el Capitalismo o en la Humanidad. De hecho, si la tesis no pudiera defenderse racionalmente, no llevaríamos trescientos años lidiando con ella -y quizás más-. El problema es que, llegados al momento de resolver el silogismo y ponerlo en práctica, ocurre la explosión y el trabajo se derrumba.
Esto explica por qué nunca ha sido posible construir una Utopía; desde la República de Platón hasta el gobierno de la Unidad Popular en Chile, el pensamiento Utópico parte de la base que todos y cada uno de los habitantes de una ciudad o país se comportan como un todo, al que llaman de variadas maneras pero que puede resumirse en el nombre -no lógicamente- propio “El Pueblo”. Pero en la práctica la individualidad destruye la teoría porque el comportamiento no es homogéneo y, contrario a lo que espera la Democracia, las personalidades más excelentes tienden a pasar por encima de las más deficientes, y los fuertes dominan a los débiles.
Creer que “todo es posible” es una apuesta errónea a nivel lógico y a nivel práctico. Sin embargo, defender una tesis o propuesta basándose en esta afirmación es el error más recurrente y fatal del idealismo en todas sus formas. No basta con superar el Capitalismo, la Democracia y la Humanidad, luego hay que detectar su error y prevenirlo, para nunca caer en él de nuevo, bajo otras formas.
Dejar de ser idealistas no decanta necesariamente a un conformismo escéptico. Asumir que el mundo puede ser mejor no necesariamente debe partir de la premisa que “puede ser cualquier mundo mejor”, sino que, desde un realismo conciente, debemos ser capaces de ver cuáles de esos mundos mejores es posible, y las vías de su realización.
(Cabe mencionar que no necesariamente el idealismo por defecto busca mundos imposibles, y que así mismo una mala consideración de las premisas puede llevar al realismo a considerar posible un mundo que no lo es; aquí no hago hincapié en el resultado sino en el razonamiento que nos lleva de los principios a las conclusiones, y de su validez intrínseca como razonamiento a un nivel lógico).

Segunda estancia: La solución a nivel Sensual (respirar)

Tomar conciencia de uno mismo es tomar conciencia de la vida, en definitiva. No de “la vida” en sentido absoluto, sino en sentido particular. Que estamos en un lugar, en un contexto, en una contingencia sensual y material y que tenemos un tiempo y unas posibilidades limitadas en las cuales cabe movernos.
Se hace latente, desde este nuevo orden de análisis, que los mundos posibles se vuelven inmediatamente fútiles para nosotros. Hay un mundo actual, que ocurre a diario y que cambia con nosotros adentro, y nos corresponde -no por designio divino sino por evidente contingencia- elegir (a un nivel práctico, no ontológico) qué hacer con el tiempo que se nos da en dichos parámetros.
Esto tampoco significa asumir una postura pesimista o conformista en torno a nuestra realidad; pero sin lugar a dudas fulmina la idea de que es nuestro deber trabajar por tener un mundo mejor.
Es decir, pierden validez para nosotros estas dos afirmaciones: “Este es el mejor de los mundos posibles” (conformismo optimista) y “Este es el peor de los mundos posibles” (idealismo pesimista).
Esto no fuerza tampoco ninguna otra conclusión metafísica, o epistemológica o religiosa o de cualquier tipo. Es más bien una actitud, derivada y que ha cobrado fuerza de un razonamiento y de un proceso de autodescubrimiento.
Quizás lo más importante de alcanzar este nivel de conciencia es que la vida propia cobra valor por mérito propio, y no por derecho; se termina de superar así el pensamiento fraterno de la idea de Humanidad.
Valorar la vida propia, valorar la vida de los demás en base a uno mismo y a la propia experiencia supone, es cierto, un tipo de subjetividad, pero no absoluto ni metafísico sino tan sólo práctico. “La muerte de uno es una tragedia, la muerte de un millón es sólo estadística” es un proverbio que ilustra a nivel folclórico este mismo punto. Si sufriéramos por ese millón como sufrimos la pérdida de cualquier ser querido y cercano, muy posiblemente nuestra vida misma sería un largo y agónico sufrimiento que más temprano que tarde daría con nosotros en la tumba.

Tercera estancia: La solución a nivel Social (oír)

Cuando ya puede ser formulada con propiedad la sentencia: “El Mundo es el Mundo”, el nuevo sujeto vuelve al origen del problema, en su nueva forma. Ya puede entrar de nuevo en él, vivir y compartir en él, libre de las tres amarras que le amargaban su existencia anterior.
Llegar bajo esta nueva forma implica contestar de forma original a todo problema social; y ésta respuesta no puede hacerse, jamás, desde el Capitalismo, la Democracia y la Humanidad: NO tengo que elegir un bando, NO tengo que dedicar mi vida a la política, y NO tengo que preocuparme por los problemas de los demás.
Llegados aquí ya somos totalmente “satánicos” en el sentido moderno; nos arrancaron las alas, nos arrojaron al mundo, y estamos felices por ello. Ahora podemos dedicarnos a nosotros, a nuestros hobbies, a nuestras familias, a escribir poesía o hacer deporte; y quizás también podemos dedicarnos a la política, pero no por los demás sino por nosotros mismos.
Este sujeto renovado no es un contendor político y social por definición, sino más bien un espectador. Conciente, crítico y duro de engañar -pues sabe prevenirse de las explosiones argumentales- es, al final, lo mismo que para el clérigo medieval era el científico o el filósofo ateo: un enemigo de temer.
Conquistada esta nueva “super libertad” (una libertad que va más allá de la posibilidad de elección, una libertad en sentido particular) el sujeto es ahora dueño de sí mismo. Ahora y sólo ahora le corresponde construirse a sí mismo y hablar, y ser, desde su época, su tiempo y su educación.

Nacimiento

Ser conciente es saber que la verdad existe, que se la puede conocer, que se puede mejorar en alcanzarla. El escepticismo, la subjetividad absoluta, el punto de vista y la opinión son para hombres pusilánimes, para hombres cobardes, libres, igualitarios y fraternos. Ser super-libre, ser uno-mismo no tiene que ver con la filosofía, tampoco con la religión o con la postura social. Esto no es un dogma, es la constatación de un hecho, si bien para muchos no es tan evidente como aparece; no tiene que serlo tampoco. La única verdadera prisión está en nuestra mente, está en nuestras convicciones y en nuestros ideales. Ser realista no es ser simplón y superficial, es descorrer el velo detrás de las apariencias, tanto mentales como materiales, y ver la verdad, conocer el mundo, saber que la realidad está ahí y nosotros en ella.
Una nueva definición de libertad cabe hacer entonces. O, mejor dicho, una definición de esta super-libertad: conciencia de la realidad. Cuando el hombre es conciente de la realidad, obtiene en sí mismo todo el poder que puede obtener un hombre, es superior, es excelente, y vale por diez mil.
Éste y sólo éste es el Mundo, y es tal cual él es.

Inti Målai Perdurabo

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Para quien se sienta atraído por el tema (que no es nuevo), le recomiendo revisar mis ensayos anteriores,


y también puede consultar las siguientes obras,

La Genealogía de la Moral – Friedrich Nietzsche
El Anticristo – F. Nietzsche
La Biblia Satánica – Anton. S. LaVey
Mi Lucha – Adolf Hitler
El Guardián entre el Centeno – J. D. Salinger
1984 – George Orwell
Tratado de la Naturaleza Humana – David Hume

que en muchas formas me ayudaron a iniciar y hacer progresar las indagaciones en esta materia, y creo que a cualquiera que le interese le parecerán interesantes.

martes, 23 de agosto de 2011

Le jour de gloire est arrivé

La brisa susurraba nombres lejanos; el aire estaba lleno de ecos, de tambores y pisadas... pero en lo alto de aquella colina todo era paz.
Allí, sentado en un viejo cerco, estaba él. Su cuerpo había dejado de arder, sus ropas estaban húmedas. Los vivos colores de su peto rojo y dorado se habían desteñido, y una capa gruesa le pesaba en los destartalados hombros.
Se recortaba su silueta en el frío y blanquecino cielo nublado. Allá, en el horizonte, la luz se extraviaba y se fugaba en una sombra que venía creciendo.
Un hombre subía por la ladera. Él, que tenía la vista fija en esa creciente oscuridad, no le miraba, aunque había notado su presencia.
Jadeando, el hombre llegó a la cima. Era un anciano de capa remendada y barba sin cuidar. Le miró, entrecerrando los ojos por el viento, que era más fuerte allá arriba.
– Tanto tiempo sin vernos... – dijo desde lo alto del cerco el Espantapájaros, sin mirarle.
– Años, desde que dejaste tu patria... años – le respondió el anciano.
Guardaron silencio. El anciano, cansado, se apoyó en la cerca y miró al Espantapájaros.
– He oído hablar de tí últimamente...
– ¿Ah sí? ¿Qué cosas has oído? – preguntó sin mucho interés el Espantapájaros, todavía sin mirar al viejo.
– Se decía que el fuego en tu pecho se había extinguido. Que habías... renunciado.
– Mírame – dijo, sin mover la vista – ¿Ves alguna llama en mi cuerpo? ¿Me ves humear?
– Entonces es cierto... – en los ojos del viejo parecía brillar una cierta esperanza.
Sólo entonces el Espantapájaros le miró.
– Todos seguimos caminos distintos, aprendemos lecciones distintas. Mi camino se alejó de las calles, de los concilios y las multitudes el día que partí al exilio. Pero el fuego no se apaga; sólo va de un lado a otro, cambiando de forma.
– Pero mírate; ya nada arde en tí. Ningún ideal, ninguna causa... Ninguna consignia.
– Tres valores han muerto detro de mí; el fuego por tanto ya dejó el corazón que guardo en mi pecho de paja. Pero ese mismo fuego ahora arde en mi mente, en un lugar donde nada, ningún viento, ningún grito, ningún brazo armado puede apagarlo.
– Es una llama fría. No echa humo, no da calor...
– Por eso nadie puede apagarla; porque a nadie le molesta – y volvió a mirar al frente.
El anciano miró también. Luego de un incómodo silencio, volvió a mirar al Espantapájaros.
– Explícame – dijo, rendido.
El Espantapájaros sonrió.
– Todo lo que ves aquí, todo lo que ocurre, es el resultado de múltiples y particulares ecuaciones. Ánimos, experiencias, espíritus. Todo lo que tú eres son las decisiones que has tomado, lo que has aprendido de cada una de ellas. ¿Quién soy yo para juzgar sobre tus decisiones, si no llevo en mis hombros tus experiencias? ¿Quién soy yo para decirte que no habría hecho lo mismo en tu lugar, que no diría lo mismo si fuera tú?
El hombre guardó silencio, esperando a que continuara.
– Yo soy el resultado de una larga ecuación, de una larga cadena de decisiones, experiencias, ánimos. He vagado de pensamiento en pensamiento, de idea en idea, de acción en acción. He buscado entre los pensamientos ajenos, entre los pensamientos originales, he sacado mis propias conclusiones. ¿Quién eres tú para discutírmelas?
Otra pausa.
– Alguna vez creí. Alguna vez dije, “Soy un titere de la Democracia”, alguna vez toqué el cuerno del gallo espacial, alguna vez tuve ánimos para luchar. Lo que haya resultado de esa lucha, de ese ánimo, no es más importante que las conclusiones que saqué de ello. La verdad es que ahora ya no importa.
– Aún así, insisto en que me des tu opinión.
– Esto no se trata de tomar partido; se trata de observar. Una y otra vez, con limpia e implacable precisión, la rueda de la historia hace su giro; como un organismo vivo, la sociedad pasa de la enfermedad a la salud, de la salud a la enfermedad, y vuelve a comenzar. Es hermoso ver como todo toma lugar en el estadio que le corresponde. Que, infaliblemente, todas esas ecuaciones tienden al equilibrio, todas esas experiencias, todas esas decisiones, se encausan sin saberlo en los demarcados zurcos de la circularidad – bajó entonces del cerco, y cruzó su brazo sobre los hombros del viejo, indicándole con la otra mano hacia la sombra que crecía en el horizonte – Mira, allá, ¿no los ves? Ese humo que se levanta de los campos, son cientos y cientos de espantapájaros que han comenzado a arder; el fuego se propaga con velocidad, y cada vez son más y más los que se inmolan. Esos humos que suben pronto oscurecerán todo el cielo... y entonces comenzará. Una revolución se acerca...
El viejo le miró, desconcertado.
– ¿Crees en la revolución?
El Espantapájaros se apartó de él, fastidiado.
– ¡No se trata de creer o no creer! ¡Se trata de estar conciente, de saber mirar! – se le acercó de nuevo y volvió a mostrarle la fumarola – ¡Mira, mira! ¿Depende de mí, o no? ¡Yo no lo he provocado! Pero está pasando.
El viejo parecía comprender.
– ¿Y qué te parece? ¿Te gusta? ¿O no te gusta?
– Me complace – fue la extraña respuesta – Porque me deja tranquilo. Al principio reconozco que todo no fue para mí más que futilidad, que vanidad, que desahogo. Pero ahora, lo veo distinto. Y es que ha cambiado, ha crecido. Pero sigo estando tranquilo. Tranquilo en mi razón, tranquilo en mis conclusiones; el giro de la rueda no se ha detenido. La locura y la razón, la barbarie y la inteligencia, el instinto gregario y el liderazgo. La podredumbre y la primavera. Esta Democracia se pudre hasta las raíces, todo en ella apesta a demagogia; era cuestión de tiempo para que viniera la reacción. Si no era por esto, por otros motivos sería. A la muchedumbre no le interesan las causas. Ella no entiende de causas.
– Ahí vas de nuevo; primero querías gente que participara, ¡ahora te molesta que participen!
– Ahí vas de nuevo tú! Juzgándome o blanco o negro, o bueno o malo, o a favor o en contra. Limitado, cerrado, como eras antes y como sigues siendo. Deja de pensar como tú y trata de entender cómo pienso yo. La gente, tan predecible en su comportamiento como una colonia experimental de hormigas; luchan por sobrevivir, desde el miedo hacia el tedio. Dijo una gran mujer: “El miedo paraliza la sociedad y el aburrimiento la vuelve a poner en movimiento” (1). Es exactamente eso lo que está ocurriendo ahora. ¿No lo ves? Veinte años de demagogia son suficiente aburrimiento. Ahora, no tienen miedo. Ahora, van a salir, y van a dejar la embarrada.
– Hablas con respeto, y a la vez con desprecio, de la revolución.
– Hablo con justicia. Tomar la Bastille, destruir el palacio de Versailles y cortar las cabezas de la familia real no es un acto de cuerda y sana conciencia, es sólo vandalismo y barbarie; Todo un siglo de las luces no puede detener la naturaleza del salvajismo colectivo. Pero, ¿Qué reino hubiera gobernado esa familia real, si sus súbditos un día hubieran amanecido todos muertos por el hambre?
Al ver que el viejo no contestaba, el Espantapájaros continuó.
– Escucha los tambores. Escucha los gritos. Quizás ninguno de ellos tiene muy claro por qué grita, por qué golpea tambores. Han aprendido eslógans, repiten consignas, y lo más probable es que ni siquiera comprendan cómo funciona el mundo en el que viven. Y sin embargo, golpean, y gritan. Y hace unos años, hubieran guardado silencio y hubieran esperado en sus casas la hora de sus muertes. Hubieran dicho: “no se puede hacer nada”. Hoy no tienen mayores razones para creer lo contrario, y sin embargo... lo creen. Y lo sienten. Porque otros lo creen, porque otros lo sienten. Porque está de moda creer, está de moda sentir. Porque la moda es la única razón que conoce la multitud. Así, ya ves, se han puesto en movimiento.
– ¿En qué crees que termine todo esto? – preguntó el anciano luego de una larga pausa.
– En lo que tenga que terminar. En lo que concluyan estas largas ecuaciones colectivas. A lo que lleven estas decisiones. Sé que no es mucho – se apresuró a agregar, al ver que el viejo lo miraba algo defraudado – Pero yo no puedo darte más respuesta que esa, porque no estoy allá adentro. Ve, y pregúntale a esos Espantapájaros que se están Inmolando ahora. Ve, y pregúntales en qué creen ellos que terminará todo esto. Toda la belleza del ideal desfilará ante tus ojos, todo un siglo de las luces y los más deliciosos detalles de Utopía. Arder en llamas significa creer que nada es imposible, aunque ello siempre implique aceptar contradicciones; Porque, precisamente, ello es lo único capaz de provocar explosiones.
El viejo suspiró, y perdió la mirada. El Espantapájaros, al verlo, notó que estaba más cansado y demacrado que la última vez que le vió. Volvió a mirar al horizonte.
Una detonación llegó de lo lejos. El viento se agitó. El viejo se cerró la capa.
– Mucha suerte entonces, viejo amigo – le dijo al Espantapájaros – Este es tu mundo, no el mío; Esta es tu guerra, no la mía.
– Esta no es mi guerra, viejo – respondió el Espantapájaros, subiendo de nuevo al cerco – esta no es la guerra de nadie. Esto es sólo la fiebre, augurando que la enfermedad pronto será curada.
– Sí, eso espero... eso espero... – y así, sin más, el viejo volvió por donde había venido.
Volvió la paz a la colina, aunque el viento cada vez era más fuerte y eran más los ruidos que cargaba. El Espantapájaros, envuelto en su capa, no se movió de donde estaba, y siguió contemplando esa nube negra que crecía, crecía, crecía...


Inti Målai Perdurabo
(1) Natalia Boldt

viernes, 19 de agosto de 2011

THE DOUBLE SUNSET - Séptima Parte



Donde antes había oscuridad, hoy hay luz; pero también donde había luz hay ahora oscuridad. La hazaña del héroe moderno debe ser la de pretender traer la luz de nuevo a la perdida Atlántida del alma coordinada. ”
JOSEPH CAMPBELL

DE LA GUERRA DE LAS GALAXIAS
En la primavera de 1977 el en ese entonces joven cineasta estadounidense George Walton Lucas Jr. estrena para su país y el mundo su película “Star Wars”; Un hombre normal, con una vida normal. No es un iluminado ni tampoco un iniciado, le gustan las historietas como a la mayoría de la juventud de su tiempo y ama las películas de acción y de ciencia ficción, como cualquier otro nerd de su tiempo.
Tampoco podemos decir que tiene ideales elevados; Las cinco películas que se sumaron a la rebautizada “A new hope” además de las toneladas de material artístico y literario que las acompañaron constituyen hoy en día una de las franquicias más millonarias del mundo. Fue esta primera película (y “Tiburón” de 1975) la pionera del concepto de Blockbuster, es decir, un éxito de taquilla. Desde entonces se dio un giro al cine hollywoodense hacia lo que es hoy en día (películas destinadas a llenar salas de cine y a vender grandes cantidades de merchandising asociado, con lo que se exigen tramas sencillas y muchos efectos especiales). Y a pesar de todo eso, año tras año, día tras día, cientos, miles, millones de personas, de todas las edades, de ambos sexos, leen, juegan, comprar, arriendan, piratean, sueñan con cada uno de los episodios de esta historia; es una de las epopeyas que más toneladas de fanfics acumula en Internet y se regodea de tener un Universo Expandido, tan completo y detallado que compite en depuración con otros más cultos, como el de Tolkien. ¿Somos sólo niños jugando a las navecitas espaciales? ¿Gente ociosa, poco seria, locos quizás?
Queremos creer que no.
¿A cuántos no les ha pasado que, al ver una película de aventuras o leer una novela de ficción, siente que su propia vida resulta ser bastante aburrida? ¿Cuántos no hemos salido del cine con la imaginación por las nubes, imaginando esgrimir poderosas armas o arrojando los más increíbles sortilegios? ¿Cuántos no fantaseamos, cuando estamos solos o caminamos por la calle, imaginándonos héroes o villanos de alguna fabulosa aventura inventada?
¿Es mera gimnasia de la mente, el hacer todas estas cosas? ¿Es gratuito, es voluntario, o pareciera ser que muchas veces lo necesitamos? ¿Por qué volvemos, una y otra vez, a ver “La Guerra de las Galaxias”? Hemos llegado a memorizar los diálogos, a predecir las escenas, algunos seríamos capaces de reproducir, paso por paso, la coreografía de los duelos de espadas de luz. Y sin embargo, no nos aburrimos. Hay algo en la máscara de Darth Vader que lo hace imponente, hay algo en el amor de Padmé y Anakin que conmueve profundamente, hay algo en el maestro Yoda que inspira admiración y respeto, una y otra y otra vez. ¿Qué es ese algo?
El Humanismo (el verdadero humanismo, no el diferenciado de letras y ciencias sociales del colegio) nos entregó como especie la ciencia, la crítica, la democracia, la verdad. Nos abrió los ojos, “mató a Dios” como diría Nietzsche, nos procuró ese “mediodía del positivismo; la hora sin sombra”, nos enseñó a caminar por nosotros mismos y a hablar desde el yo; el Sujeto Trascendental de Kant, instanciado en todos y cada uno de nosotros.
Pero, como diría Campbell, trajo luz donde antes había oscuridad; pero dejó en sombras lo que antes era luz. Aprendimos a caminar por nosotros mismos, pero perdimos contacto con todo lo que nosotros éramos; con nuestras raíces, con nuestra esencia, con la matriz misma del ser humano. Con la naturaleza, con el mundo, con nuestras tradiciones y con nuestra cultura.
Hoy la cultura es como el papel higiénico; se considera una trivialidad, su función es casi estética, una mera formalidad, y por lo tanto viene en múltiples formas, tamaños y colores. Hoy, donde quiera que esté, el hombre puede comprar una acolchonadita cultura oriental, o, si no tiene los recursos, conformarse con la áspera cultura pop de occidente. Sin más aprende idiomas extranjeros, escucha música extranjera, se viste a la usanza de lo extranjero; pero no podemos culparle por esto. Y es que en cada seno, en cada familia, en cada ciudad, en cada nación, ya no hay culturas propias. Ya no hay un Pueblo, hoy por hoy sólo hay muchas “personas” que viven en un territorio delimitado y bajo una jurisdicción similar. Sólo muchos distintos Sujetos Trascendentales, con la misma calidad ontológica que los demás.
Cuando la ciencia, la verdad y la democracia nos quitaron el “yugo” de la tradición, nos dejaron desnudos ante un mundo de átomos, vacío de sentido y de concepto, inerte, sin propósito. “La vida es algo que le ocurre a la muerte”, dirá Nietzsche, no enunciando realmente un portentoso descubrimiento filosófico sino que parodiando lo escandaloso y doloroso de la condición del hombre moderno.
El humanista ha pretendido que el hombre es mejor cuando conoce la verdad; es mejor cuando no se deja engañar por “falsos” ídolos, por funestas religiones que sólo buscan robarle el dinero o controlar su mente. El humanista ha pretendido que el hombre necesita la libertad en su sentido más absoluto; y le hemos creído.
Pero van pasando los siglos, y año tras año, cada vez más, vemos que estos hombres y mujeres no soportan la libertad. No soportan la ciencia, no soportan el Sujeto Trascendental. Porque cuando nos quitaron la tradición, nos quitaron los Arquetipos. Nos quitaron a los Dioses, pero también nos quitaron el alma.
Edgar Allan Poe escribiendo sobre fantasmas y fenómenos paranormales, Freud explorando los misterios de los traumas y Jung las imágenes de las cartas del Tarot; Helena Blavatsky buscando la verdad en el Tibet y Tzará y Breton en los sueños, los Beatles drogándose con especias de oriente, Gary Gygax haciendo entrar a sus héroes en un laberinto, Disney reviviendo en colores los antiguos y terribles cuentos germánicos, Tolkien dándole un hogar al hobbit o George Lucas imaginando una galaxia muy, muy lejana no son ejemplos de intelectos ociosos o infantiles, muy por el contrario, son ánimas intentando escapar de la prisión de la ciencia y la Objetividad. Son desesperados intentos por decir afirmativamente “Hay algo más”. Y no es que lo quieran porque “no les gusta esta realidad”; lo quieren, porque lo necesitan.
Muchos podrán decir que la Iglesia Católica pudrió a Occidente durante casi mil años de Edad Media; Es la visión del hombre humanista que se dice a sí mismo orgullosmente ateo. Pero cabe hacerse la pregunta: En un mundo donde César, que lo era todo, cae derrotado; en un mundo donde Roma, el ombligo del mundo, queda deshabitado; en un mundo donde los caminos desaparecen entre la hierba y las fieras recuperan los despoblados, ¿Qué mundo queda? ¿Qué hubiera sido del hombre europeo, del ser humano occidental, sin ese opio que le mantuvo tranquilo y manso por más de diez siglos, diciéndole que “el reino de los cielos” vendría a ocupar el lugar que dejó el que se acababa de derrumbar?
Es curioso notar, por ejemplo, que sólo dentro de las corrientes socialistas del pensamiento político se gesta cultura; en lationamérica tenemos la revalorización por los sonidos nativos o las lenguas originarias y en el tercer Reich vimos que importantes figuras del pensamiento y el arte (como Mies van der Rohe o Martin Heidegger) se enrolaron en el partido Nacionalsocialista Alemán, por dar un par de ejemplos. Pero, por más que busquemos, no encontraremos cultura “del liberalismo económico”; no hay “música de proselitismo capitalista” de ningún tipo (¡CUIDADO! El nacionalismo NO ES capitalismo; existe un difundido error de creer que los Nazis eran “de derecha”), si bien es cierto que el pop y la música comercial no existiría sin el soporte enajenado de la cultura de masa, pero no le promulga como idea (y de hecho suelen ofenderse los músicos al oír que su música es “comercial”).
La razón de esto es bien simple; en el momento en que piensas para la gente, es decir, tu preocupación es el ser humano (y no el inerte dinero), de inmediato salta a la vista la necesidad de una cultura, de una identidad colectiva. El sentimiento profundo de que uno piensa, vive y habla desde su espíritu de época, que uno es lo que es en contraste con los demás.
Al hacerse imposible reconstruir el cordón umbilical, al olvidar el camino de vuelta a casa y vernos perdidos en el desierto, nos vimos en la obligación ontológica de hacer cultura de nuevo; de reinventar mundos, dioses, ideales, sueños, arquetipos y valores para poder devolverle a nuestras vidas el sentido que les falta. Si “La Guerra de las Galaxias” hubiera estrenado en el seno de una civilización mítica, tradicional y rica culturalmente, sus espectadores la hubieran mirado con el mismo fingido interés que los estoicos mostraban al oir la prédica de san Pablo en el Areópago de Atenas; como siendo testigos de un mundo paralelo. Pero a este lado, en este tiempo, en esa juventud y esa humanidad que sangraba el embiste de dos guerras mundiales y mojaba la cama por terroríficas pesadillas nucleares, cuando estas dos naves cruzan raudas y veloces la órbita de Tatooine, ahí, ante sus maravillados ojos, extasiados sus oídos por el maravilloso aporte de John Williams, se abrieron las puertas a un mundo totalmente nuevo; un mundo lleno de sentido, unido y vivificado por “la Fuerza” (¿Qué otro nombre podía tener, algo tan simple como vital y necesario?), donde es posible salir de casa, donde es posible destruir la Estrella de la Muerte, donde es posible convertirse en Jedi. Hoy que la vida es fácil, hoy que vivir es simple (no hay iniciaciones, no hay dragones ni umbrales y uno muere tan “humano” como nació), contemplar la evidencia de que es posible hacer la diferencia, en que es posible superarse, en que es posible ser mejor, en que es posible ser un héroe, no sólo nos embriaga con la idea sino que nos atrae como un instinto vital. Ser un Jedi es mucho más que mover objetos con la mente o usar un sable de luz; es saber que has derrotado al Lado Oscuro, es saber que la gente te mirará con respeto y te dejará pasar; es saber que en algún lugar hay un niño que piensa que “nadie puede matar a un Jedi” (SW:I), es saber que eres único, que eres especial, pero a la vez, que eres parte de algo. De algo grande, de algo vivo. No un engranaje en una máquina, sino un órgano en un cuerpo.
La Guerra de las Galaxias no promulga una profunda filosofía ni una compleja apuesta ontológica; no necesitamos nada de eso. Somos como el pueblo francés, que alabó a Rossini y la obertura de Guillermo Tell, cansado de tantos complejos y doctos compositores que creaban prolíficas obras de arte pero no comunicaban nada a nivel folclórico. La Guerra de las Galaxias tiene la justa medida entre lo espiritual y lo entretenido, entre lo serio y lo juguetón, entre Yoda y C3-PO. Somos los que queremos estar en la mitad, no ser ratones de biblioteca, amargados y con la mirada gacha, pero tampoco ser pelafustanes simplistas que viven en función de MTV. Tendemos al equilibrio en la Fuerza.

Ahora me vuelvo hacia todos esos que nos miran, y pestañean. Que se preguntan, “¿Por qué, siendo que escribe tan bien y de cosas tan profundas, se abajó para perder el tiempo en siete largas reflexiones sobre “La Guerra de las Galaxias”?”, que se ríen por lo bajo, que murmuran con vergüenza “maduren”; Hacia todos ellos me vuelvo ahora. No somos sólo los fanáticos de la Guerra de las Galaxias, o los que leímos el Señor de los Anillos, o Harry Potter; no somos sólo los que todavía ven películas para niños, o juegan computador, o incluso se sumergen en los juegos de rol, o en los juegos de cartas. Somos, ni más ni menos, los que todavía conservamos el alma, los que todavía tenemos alas, los que no nos hemos resignado a ocupar un rincón entre los dos engranajes que determinan nuestra funcionalidad, los que todavía nos fugamos por las noches, somos los escapistas, somos los Caminantes del Cielo. Y si tú no entiendes lo que esto significa para nosotros; y si tú sólo ves juegos infantiles y un vergonzoso sentido de la irresponsabilidad, y si tú sólo nos consideras ridículos y anecdóticos, es porque tú no eres más que un simulacro de árbol: nos miras, te ríes, pero por dentro estás muerto.
Y a todos mis hermanos padawans, a todos mis compañeros, a todos ustedes que disfrutaron, sufrieron y vivieron viendo la Guerra de las Galaxias, a todos a los que les gustó este ciclo de siete charlas y que quizás se quedaron con gusto a poco... con amor y con respeto les saludo. Que la Fuerza los Acompañe, siempre.

Inti Målai Perdurabo

Bibliografía:
Cité de forma antojadiza a varios autores y en algunos casos no recuerdo la fuente exacta, sin embargo, a grandes rasgos todas las ideas ajenas que expuse las pueden encontrar en los siguientes títulos:
“El héroe de las mil caras” de Joseph Campbell
“Así habló Zarathustra” de Friedrich Nietzsche
“El Ocaso de los Ídolos” de F. Nietzsche
“Lo sagrado y lo profano” de Mircea Eliade
Los datos estadísticos los obtuve todos de Wikipedia.
Fe de erratas: en algunos ensayos escribí el apellido de Lucas con "k".

martes, 16 de agosto de 2011

THE DOUBLE SUNSET - Sexta Parte



INTRODUCCIÓN
A lo largo de este año gran parte del material que he subido a la Granja del Mago ha girado en torno a la Guerra de las Galaxias, en lo que he denominado el “ciclo de charlas THE DOUBLE SUNSET”, una reflexión hermenéutica que busca proponer una segunda lectura detrás de la hexalogía de Lucas. El final de ese ciclo de charlas está muy cerca, y por lo tanto, ha llegado la hora de hacer de abogado del diablo.
Porque en los cinco ensayos precedentes mi intención ha sido, apoyado por mi tesis del Doble Ocaso, salvar en cierta forma la reputación de la hexalogía y también entregar una interpretación profunda y madura de la historia presentada. Sin embargo, en este sexto ensayo, atacaré directamente la saga para hacer hincapié en aquellos “detalles” que parecen habérsele escapado a Lucas, cuando nos trajo la precuela de su original Guerra de las Galaxias. Por eso este breve ensayo se llama

DE LOS ERRORES

Descubrirás que muchas de las verdades que creemos y aceptamos dependen en gran parte de nuestro punto de vista...
OBI-WAN KENOBI

Esa sabia frase del maestro Obi-Wan (SW:VI) parece ser una verdadera profecía que nos previene sobre lo que, años más tarde, Lucas le haría a su opera magistra. Es cierto, la precuela sobre la Guerra de los Clones no sólo es un anexo sino que un invaluable complemento a la original Guerra de las Galaxias, pero para nadie -y por lo tanto para nosotros, los fanáticos incondicionales, tampoco- es un misterio que la coherencia entre ambas trilogías no resultó del todo exitosa. Y, más curioso todavía, demostraré en breve que casi todas esas incongruencias... son culpa de Obi-Wan.

Vamos en orden. Comenzaremos por la Guerra de las Galaxias (SW:IV-VI) y dibujaremos a través de dicha trilogía el panorama del pasado que nos testimonia esa historia; y luego veremos en qué puntos falla la trilogía de la Guerra de los Clones (SW:I-III).
Primero: R2-D2 asegura que tiene un mensaje privado para Obi-Wan Kenobi, su antiguo dueño; sin embargo, al encontrárselo en el desierto, Obi-Wan no le reconoce. En SW:II y SW:III sin embargo R2-D2, el androide de vuelo de Anakin Skywalker (Darth Vader en persona) no sólo es conocido para el maestro Kenobi, sino que le es incluso familiar. Pero, si recuerda al androide y no quiere reconocérselo a Luke, no sería la primera ni la última mentirilla que el “viejo loco” va a soltarle al muchacho.
“No he usado el nombre de Obi-Wan desde antes de que tú nacieras” (SW:IV). Eso también es, por poco, mentira; parece inverosímil, pero la verdad es que no lo es, porque si nos fiamos de la versión original, el tiempo transcurrido entre las Guerras Clones y el encuentro de Luke con Obi-Wan se nos figura mucho más largo.
Omitiremos el hecho de que tampoco recuerde a C3-PO, pese a que también lo conocía de hace tiempo.
Sigamos. Obi-Wan, al entregarle el sable de luz a Luke, le dice que “tu padre quería que la recibieras cuando fueras mayor, pero tu tío no lo permitió” (SW:IV), lo que claramente no es cierto, porque, como sabemos, ese sable de luz lo recogió nuestro amigo Kenobi de Mustafar luego de mutilar a su antiguo discípulo y abandonarlo junto a un río de lava. Pero obviamente esta nueva mentira blanca no se compara con la que le cuenta inmediatamente después. ¡Jueh!
Algo que podría parecer un error (pero no lo es) es el detalle de que al comienzo de SW:V se dice que Vader está “obsesionado por encontrar al joven Skywalker” siendo que al final de SW:IV él no tenía idea de quién fue el piloto que destruyó la primera Estrella de la Muerte. Esto se debe a que en un cómic (de los primeros que luego constituirían el Universo Expandido) que apareció tiempo después del estreno de SW:IV se narra un primer combate entre padre e hijo, del cual Luke habría alcanzado a escapar (con todas sus manos).
Luego, encontramos a un pobre Luke delirando y muerto de frío en Hott, al cual se le aparece el fantasma de su maestro (nuevamente) para decirle que viaje al sistema Dagobah porque “allí aprenderás de Yoda, el maestro Jedi del que yo aprendí” (SW:V). Sin embargo, sabemos que Obi-Wan no fue entrenado por Yoda, excepto quizás en un inicio (Yoda entrenaba a los padawns más pequeños, como se aprecia en SW:II), sino por Qui-Gon Jinn, antes y después de su muerte (como lo aclara Yoda al final de SW:III). Sin embargo, podría pasar por un mero “detalle retórico”, siendo que Yoda era el capísimo de los Jedis durante la República. Pero esto no se condice con el diálogo que tienen Yoda y -el fantasma- de Obi-Wan en Dagobah, cuando el último intenta convencer a su “maestro” de entrenar a Luke.
La cosa no termina allí, señores. Luego tenemos el pequeño problema de ese intercambio tan misterioso de palabras entre Yoda y Obi-Wan: “Él es nuestra última esperanza” “No; hay otra” (SW:V). ¡A ver, a ver! ¡Momento! En SW:III vimos cómo Obi-Wan asistió al parto de los dos gemelos... y luego resulta ser que ¡no recuerda que Luke tiene una hermana! (a menos que haya sido otro juego retórico... para engañar a Yoda).
Como vemos, todos los errores que hemos mencionado hasta ahora son “culpa”, por así decirlo, de Obi-Wan. Quizás podría ser cierto que esos veinte años de soledad en el desierto lo hubieran trastocado un poco, argumento suficiente para justificar todos los errores que hemos revisado hasta el momento; pero los que vienen a continuación no pueden salvarse tan fácilmente.
Por ejemplo, cuando nos trajo la precuela, ¡al parecer a George se le olvidó que sus Jedis se desvanecían al morir! Sólo Obi-Wan (en combate) y Yoda (de viejo) desaparecen luego de expirar; en toda la espantosa carnicería de la purga en SW:III, además de la muerte de Qui-Gon (SW:I) y la batalla de Geonosis (SW:II), vemos que los Jedis dejan sus cuerpos atrás al “unirse a la fuerza”. ¿Habrá empezado a ocurrir más tarde ese curioso fenómeno, o lisa y llanamente se le olvidó a Lucas? (no me extrañaría que en el Universo Expandido hubiera una muy buena excusa para salvaguardar esta falta).
Aquí les va otra; Al final de SW:III Palpatine y su discípulo contemplan con orgullo los inicios de la construcción de la Estrella de la Muerte. De acuerdo con esto, ¡el proyecto tardó ni más ni menos que veinte años en concluirse! Y de hecho, en el Universo Extendido se aclara que efectivamente ese fue el tiempo que demoró la obra. Claramente todos los problemas que vió esa primera obra ingenieril no los vió la segunda, puesto que quedó “bien equipada y operacional” para SW:VI en tiempo récord.
También en SW:IV, el primer estrangulamiento a distancia (y no el último, pero sin duda el más espectacular) lo protagoniza Darth Vader sobre el hombre que “construyó la Estrella de la Muerte...” ¿Dónde estaba ese hombre en SW:III? ¿En SW:II? ¿Es él realmente el gestor de ese “terror tecnológico”, o no es más quizás que un jefe de peones?
En SW:VI Luke le pregunta a Leia: “¿Recuerdas a tu madre, a tu verdadera madre?” y ella le responde: “Sólo tengo imágenes. Era una mujer muy hermosa... pero triste”. ¡Vaya, qué buena memoria tiene! La madre a la que tan sólo conoció... minutos después del parto.
Ahora un pequeño detalle con las proporciones del universo; el hiperpropulsor es el aparato mediante el cual las naves se permitían viajar más rápido que la luz y así recorrer la galaxia de un extremo a otro. Si en SW:I al principio la nave de la reina Amidala es dañada y su hiperpropulsor no funciona, razón por la cual no logró alcanzar Coruscant... ¿Cómo llegó a Tatooine? ¿Debemos entender que Tatooine es un planeta del sistema Naboo, o que están peligrosamente cerca... o que ese viaje de escape duró mucho, mucho tiempo...?
Creo haber destacado los “errores” más importantes; considero que cualquier otro que pudiéramos mencionar ya sería hilar demasiado fino (no queremos caer tampoco en la mala fe). Sin embargo, estoy abierto a que si alguno cree importante compartir o destacar alguno que yo no haya incluido aquí, bienvenido sea.
Al margen de todos estos pequeños errores en la congruencia de la historia, la Guerra de las Galaxias sigue siendo internamente coherente, y donde los fuertes argumentales están sólidamente ligados y relacionados, por lo que darle a los errores que destacamos aquí más valor que el de meras anécdotas sería un acto de malicia más que una crítica seria contra el Cánon de la hexalogía de Lucas.

Inti Målai Perdurabo
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Claves:

Canon
La Guerra de los Clones:
SW:I La Amenaza Fantasma
SW:II El Ataque de los Clones
SW:III La Venganza de los Sith
La Guerra de las Galaxias:
SW:IV Una Nueva Esperanza
SW:V El Imperio Contraataca
SW:VI El Retorno del Jedi
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