“Donde antes había oscuridad, hoy hay luz; pero también donde había luz hay ahora oscuridad. La hazaña del héroe moderno debe ser la de pretender traer la luz de nuevo a la perdida Atlántida del alma coordinada. ”
JOSEPH CAMPBELL
DE LA GUERRA DE LAS GALAXIAS
En la primavera de 1977 el en ese entonces joven cineasta estadounidense George Walton Lucas Jr. estrena para su país y el mundo su película “Star Wars”; Un hombre normal, con una vida normal. No es un iluminado ni tampoco un iniciado, le gustan las historietas como a la mayoría de la juventud de su tiempo y ama las películas de acción y de ciencia ficción, como cualquier otro nerd de su tiempo.
Tampoco podemos decir que tiene ideales elevados; Las cinco películas que se sumaron a la rebautizada “A new hope” además de las toneladas de material artístico y literario que las acompañaron constituyen hoy en día una de las franquicias más millonarias del mundo. Fue esta primera película (y “Tiburón” de 1975) la pionera del concepto de Blockbuster, es decir, un éxito de taquilla. Desde entonces se dio un giro al cine hollywoodense hacia lo que es hoy en día (películas destinadas a llenar salas de cine y a vender grandes cantidades de merchandising asociado, con lo que se exigen tramas sencillas y muchos efectos especiales). Y a pesar de todo eso, año tras año, día tras día, cientos, miles, millones de personas, de todas las edades, de ambos sexos, leen, juegan, comprar, arriendan, piratean, sueñan con cada uno de los episodios de esta historia; es una de las epopeyas que más toneladas de fanfics acumula en Internet y se regodea de tener un Universo Expandido, tan completo y detallado que compite en depuración con otros más cultos, como el de Tolkien. ¿Somos sólo niños jugando a las navecitas espaciales? ¿Gente ociosa, poco seria, locos quizás?
Queremos creer que no.
¿A cuántos no les ha pasado que, al ver una película de aventuras o leer una novela de ficción, siente que su propia vida resulta ser bastante aburrida? ¿Cuántos no hemos salido del cine con la imaginación por las nubes, imaginando esgrimir poderosas armas o arrojando los más increíbles sortilegios? ¿Cuántos no fantaseamos, cuando estamos solos o caminamos por la calle, imaginándonos héroes o villanos de alguna fabulosa aventura inventada?
¿Es mera gimnasia de la mente, el hacer todas estas cosas? ¿Es gratuito, es voluntario, o pareciera ser que muchas veces lo necesitamos? ¿Por qué volvemos, una y otra vez, a ver “La Guerra de las Galaxias”? Hemos llegado a memorizar los diálogos, a predecir las escenas, algunos seríamos capaces de reproducir, paso por paso, la coreografía de los duelos de espadas de luz. Y sin embargo, no nos aburrimos. Hay algo en la máscara de Darth Vader que lo hace imponente, hay algo en el amor de Padmé y Anakin que conmueve profundamente, hay algo en el maestro Yoda que inspira admiración y respeto, una y otra y otra vez. ¿Qué es ese algo?
El Humanismo (el verdadero humanismo, no el diferenciado de letras y ciencias sociales del colegio) nos entregó como especie la ciencia, la crítica, la democracia, la verdad. Nos abrió los ojos, “mató a Dios” como diría Nietzsche, nos procuró ese “mediodía del positivismo; la hora sin sombra”, nos enseñó a caminar por nosotros mismos y a hablar desde el yo; el Sujeto Trascendental de Kant, instanciado en todos y cada uno de nosotros.
Pero, como diría Campbell, trajo luz donde antes había oscuridad; pero dejó en sombras lo que antes era luz. Aprendimos a caminar por nosotros mismos, pero perdimos contacto con todo lo que nosotros éramos; con nuestras raíces, con nuestra esencia, con la matriz misma del ser humano. Con la naturaleza, con el mundo, con nuestras tradiciones y con nuestra cultura.
Hoy la cultura es como el papel higiénico; se considera una trivialidad, su función es casi estética, una mera formalidad, y por lo tanto viene en múltiples formas, tamaños y colores. Hoy, donde quiera que esté, el hombre puede comprar una acolchonadita cultura oriental, o, si no tiene los recursos, conformarse con la áspera cultura pop de occidente. Sin más aprende idiomas extranjeros, escucha música extranjera, se viste a la usanza de lo extranjero; pero no podemos culparle por esto. Y es que en cada seno, en cada familia, en cada ciudad, en cada nación, ya no hay culturas propias. Ya no hay un Pueblo, hoy por hoy sólo hay muchas “personas” que viven en un territorio delimitado y bajo una jurisdicción similar. Sólo muchos distintos Sujetos Trascendentales, con la misma calidad ontológica que los demás.
Cuando la ciencia, la verdad y la democracia nos quitaron el “yugo” de la tradición, nos dejaron desnudos ante un mundo de átomos, vacío de sentido y de concepto, inerte, sin propósito. “La vida es algo que le ocurre a la muerte”, dirá Nietzsche, no enunciando realmente un portentoso descubrimiento filosófico sino que parodiando lo escandaloso y doloroso de la condición del hombre moderno.
El humanista ha pretendido que el hombre es mejor cuando conoce la verdad; es mejor cuando no se deja engañar por “falsos” ídolos, por funestas religiones que sólo buscan robarle el dinero o controlar su mente. El humanista ha pretendido que el hombre necesita la libertad en su sentido más absoluto; y le hemos creído.
Pero van pasando los siglos, y año tras año, cada vez más, vemos que estos hombres y mujeres no soportan la libertad. No soportan la ciencia, no soportan el Sujeto Trascendental. Porque cuando nos quitaron la tradición, nos quitaron los Arquetipos. Nos quitaron a los Dioses, pero también nos quitaron el alma.
Edgar Allan Poe escribiendo sobre fantasmas y fenómenos paranormales, Freud explorando los misterios de los traumas y Jung las imágenes de las cartas del Tarot; Helena Blavatsky buscando la verdad en el Tibet y Tzará y Breton en los sueños, los Beatles drogándose con especias de oriente, Gary Gygax haciendo entrar a sus héroes en un laberinto, Disney reviviendo en colores los antiguos y terribles cuentos germánicos, Tolkien dándole un hogar al hobbit o George Lucas imaginando una galaxia muy, muy lejana no son ejemplos de intelectos ociosos o infantiles, muy por el contrario, son ánimas intentando escapar de la prisión de la ciencia y la Objetividad. Son desesperados intentos por decir afirmativamente “Hay algo más”. Y no es que lo quieran porque “no les gusta esta realidad”; lo quieren, porque lo necesitan.
Muchos podrán decir que la Iglesia Católica pudrió a Occidente durante casi mil años de Edad Media; Es la visión del hombre humanista que se dice a sí mismo orgullosmente ateo. Pero cabe hacerse la pregunta: En un mundo donde César, que lo era todo, cae derrotado; en un mundo donde Roma, el ombligo del mundo, queda deshabitado; en un mundo donde los caminos desaparecen entre la hierba y las fieras recuperan los despoblados, ¿Qué mundo queda? ¿Qué hubiera sido del hombre europeo, del ser humano occidental, sin ese opio que le mantuvo tranquilo y manso por más de diez siglos, diciéndole que “el reino de los cielos” vendría a ocupar el lugar que dejó el que se acababa de derrumbar?
Es curioso notar, por ejemplo, que sólo dentro de las corrientes socialistas del pensamiento político se gesta cultura; en lationamérica tenemos la revalorización por los sonidos nativos o las lenguas originarias y en el tercer Reich vimos que importantes figuras del pensamiento y el arte (como Mies van der Rohe o Martin Heidegger) se enrolaron en el partido Nacionalsocialista Alemán, por dar un par de ejemplos. Pero, por más que busquemos, no encontraremos cultura “del liberalismo económico”; no hay “música de proselitismo capitalista” de ningún tipo (¡CUIDADO! El nacionalismo NO ES capitalismo; existe un difundido error de creer que los Nazis eran “de derecha”), si bien es cierto que el pop y la música comercial no existiría sin el soporte enajenado de la cultura de masa, pero no le promulga como idea (y de hecho suelen ofenderse los músicos al oír que su música es “comercial”).
La razón de esto es bien simple; en el momento en que piensas para la gente, es decir, tu preocupación es el ser humano (y no el inerte dinero), de inmediato salta a la vista la necesidad de una cultura, de una identidad colectiva. El sentimiento profundo de que uno piensa, vive y habla desde su espíritu de época, que uno es lo que es en contraste con los demás.
Al hacerse imposible reconstruir el cordón umbilical, al olvidar el camino de vuelta a casa y vernos perdidos en el desierto, nos vimos en la obligación ontológica de hacer cultura de nuevo; de reinventar mundos, dioses, ideales, sueños, arquetipos y valores para poder devolverle a nuestras vidas el sentido que les falta. Si “La Guerra de las Galaxias” hubiera estrenado en el seno de una civilización mítica, tradicional y rica culturalmente, sus espectadores la hubieran mirado con el mismo fingido interés que los estoicos mostraban al oir la prédica de san Pablo en el Areópago de Atenas; como siendo testigos de un mundo paralelo. Pero a este lado, en este tiempo, en esa juventud y esa humanidad que sangraba el embiste de dos guerras mundiales y mojaba la cama por terroríficas pesadillas nucleares, cuando estas dos naves cruzan raudas y veloces la órbita de Tatooine, ahí, ante sus maravillados ojos, extasiados sus oídos por el maravilloso aporte de John Williams, se abrieron las puertas a un mundo totalmente nuevo; un mundo lleno de sentido, unido y vivificado por “la Fuerza” (¿Qué otro nombre podía tener, algo tan simple como vital y necesario?), donde es posible salir de casa, donde es posible destruir la Estrella de la Muerte, donde es posible convertirse en Jedi. Hoy que la vida es fácil, hoy que vivir es simple (no hay iniciaciones, no hay dragones ni umbrales y uno muere tan “humano” como nació), contemplar la evidencia de que es posible hacer la diferencia, en que es posible superarse, en que es posible ser mejor, en que es posible ser un héroe, no sólo nos embriaga con la idea sino que nos atrae como un instinto vital. Ser un Jedi es mucho más que mover objetos con la mente o usar un sable de luz; es saber que has derrotado al Lado Oscuro, es saber que la gente te mirará con respeto y te dejará pasar; es saber que en algún lugar hay un niño que piensa que “nadie puede matar a un Jedi” (SW:I), es saber que eres único, que eres especial, pero a la vez, que eres parte de algo. De algo grande, de algo vivo. No un engranaje en una máquina, sino un órgano en un cuerpo.
La Guerra de las Galaxias no promulga una profunda filosofía ni una compleja apuesta ontológica; no necesitamos nada de eso. Somos como el pueblo francés, que alabó a Rossini y la obertura de Guillermo Tell, cansado de tantos complejos y doctos compositores que creaban prolíficas obras de arte pero no comunicaban nada a nivel folclórico. La Guerra de las Galaxias tiene la justa medida entre lo espiritual y lo entretenido, entre lo serio y lo juguetón, entre Yoda y C3-PO. Somos los que queremos estar en la mitad, no ser ratones de biblioteca, amargados y con la mirada gacha, pero tampoco ser pelafustanes simplistas que viven en función de MTV. Tendemos al equilibrio en la Fuerza.
Ahora me vuelvo hacia todos esos que nos miran, y pestañean. Que se preguntan, “¿Por qué, siendo que escribe tan bien y de cosas tan profundas, se abajó para perder el tiempo en siete largas reflexiones sobre “La Guerra de las Galaxias”?”, que se ríen por lo bajo, que murmuran con vergüenza “maduren”; Hacia todos ellos me vuelvo ahora. No somos sólo los fanáticos de la Guerra de las Galaxias, o los que leímos el Señor de los Anillos, o Harry Potter; no somos sólo los que todavía ven películas para niños, o juegan computador, o incluso se sumergen en los juegos de rol, o en los juegos de cartas. Somos, ni más ni menos, los que todavía conservamos el alma, los que todavía tenemos alas, los que no nos hemos resignado a ocupar un rincón entre los dos engranajes que determinan nuestra funcionalidad, los que todavía nos fugamos por las noches, somos los escapistas, somos los Caminantes del Cielo. Y si tú no entiendes lo que esto significa para nosotros; y si tú sólo ves juegos infantiles y un vergonzoso sentido de la irresponsabilidad, y si tú sólo nos consideras ridículos y anecdóticos, es porque tú no eres más que un simulacro de árbol: nos miras, te ríes, pero por dentro estás muerto.
Y a todos mis hermanos padawans, a todos mis compañeros, a todos ustedes que disfrutaron, sufrieron y vivieron viendo la Guerra de las Galaxias, a todos a los que les gustó este ciclo de siete charlas y que quizás se quedaron con gusto a poco... con amor y con respeto les saludo. Que la Fuerza los Acompañe, siempre.
Inti Målai Perdurabo
Bibliografía:
Cité de forma antojadiza a varios autores y en algunos casos no recuerdo la fuente exacta, sin embargo, a grandes rasgos todas las ideas ajenas que expuse las pueden encontrar en los siguientes títulos:
“El héroe de las mil caras” de Joseph Campbell
“Así habló Zarathustra” de Friedrich Nietzsche
“El Ocaso de los Ídolos” de F. Nietzsche
“Lo sagrado y lo profano” de Mircea Eliade
Los datos estadísticos los obtuve todos de Wikipedia.
Fe de erratas: en algunos ensayos escribí el apellido de Lucas con "k".
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