martes, 7 de enero de 2014

Prolegómenos (a todas mis verborreas futuras)

Si creían que tenía algo botada la Granja del Mago, deben saber que sí, es cierto, pero no porque la haya olvidado o le haya perdido el interés. Es innegable que Evolans me ha tenido bastante entretenido (yo siempre voy cuatro o cinco capítulos más adelante que los que publico, y debo conservar ese ritmo de escritura o todo se iría irremediablemente al carajo), pero la verdadera razón es que en los últimos meses (podría decir, sin temor a equivocarme, “en el último año”) algunas ideas nuevas se han cruzado en mi camino y me han tenido casi en un coma intelectual, ya que ponen en jaque un montón de cosas que antes creía y ahora dudo (lo realmente entretenido de construir castillos de naipes es... ¡derribarlos!) y esta enorme crisis ha hecho imposible que escriba con seguridad acerca de ningún tema.
Sin embargo decidí darme un respiro en esta vorágine de cosas que me queda por leer (de esos libros que debes soltar luego de la segunda hora porque ya no entiendes nada, pero que no te dejan tranquila la conciencia hasta que los retomas, y que son mis favoritos) y aprovecharé la ocasión de estrenar mi nueva Granja del Mago (no habían notado la nueva decoración, ¿eh?) para presentarles un avance, o mejor dicho una pincelada, de aquellas cosas que hoy por hoy me andan quitando el sueño. Al menos de lo que llevo y que parece ser más estable, es decir, los puntos de partida y algunas de las consecuencias que se dejan entrever.


The autors think that we are experiencing the changes from the old view of cause and effect as the core to a new view with evolution as the core

Abstract del “Paper de los chinos”

Cualquiera que haya estudiado con mediano interés la historia de las ciencias o de la filosofía, se habrá percatado que las diferencias entre posición y posición revisan o discuten en torno a ciertos problemas de base, a los que podríamos llamar parámetros críticos (Existe o no existe Dios; es la tierra o el sol el centro del universo; la velocidad de la luz es constante o relativa, etc), conservando siempre otros principios fundamentales, que podríamos llamar parámetros mínimos (como las leyes generales de la lógica, la matemática y el lenguaje).
Por ejemplo, podemos preguntarnos si las cosas tienen o no existencia propia más allá de nuestra percepción. Asumir cualquiera de las dos posiciones (Sí, la tienen [realismo]; o No, no la tienen [idealismo]) define un parámetro crítico de nuestra metafísica. Pero asumimos que sabemos lo que queremos decir con “cosas” y usamos esta palabra en un mismo sentido cada vez que la proferimos. Este es un parámetro mínimo. Un parámetro crítico en física podría ser la ley de inercia; y un parámetro mínimo, la conmutatividad de la suma en los números Reales.
Un criterio informal pero muy útil para distinguir entre los parámetros mínimos y críticos es ver cuáles admiten escenarios contrafácticos y cuáles no. Por ejemplo, puedo imaginar un mundo donde Dios existe; y un mundo donde Dios no existe. Ambos mundos son los dos, precisamente, en un mismo sentido mundos, porque una serie de reglas se cumplen en ellos, y yo las estoy aceptando tácitamente (casi inconscientemente, en la mayoría de los casos). Ha sido uno de los más impresionantes logros de la filosofía el conseguir formular estos parámetros mínimos, porque muchas veces lo “obvio” es mucho más inefable que lo “peculiar”.
¿Puedo imaginar un mundo donde la suma no sea conmutativa, es decir, un mundo donde agregar dos manzanas a un canasto con tres manzanas dé un total de manzanas diferente que si agrego tres manzanas a un canasto con dos?
¿Puedo imaginar un mundo donde una misma cosa tenga una propiedad pero también no la tenga, al mismo tiempo y en el mismo sentido? ¿Puede un animal ser un perro, y al mismo tiempo, en el mismo sentido, no ser un perro?
La violación de las más sencillas leyes de la lógica (y la matemática, hasta cierto punto) trae consigo la trasgresión del sentido de las palabras que usamos, y por lo tanto constituye una violación a las convenciones de uso del lenguaje; lo que, dicho en términos un poco apocalípticos pero para nada alejados de la realidad, acaba con nuestra capacidad de ponernos de acuerdo, de hacer ciencia, sociedad, e incluso de comunicarnos los unos con los otros.
Entonces uno podría inclinarse a pensar (y así ha sido, durante dos mil cuatrocientos años y quizás más) que, ya que los parámetros mínimos están tan profundamente arraigados en nuestro lenguaje y las reglas que rigen su uso, ellos no pueden modificarse. Y esta afirmación no es eurocentrista, pues encontraremos trabajos de lógica en la filosofía china, hindú, y en el sentido común de muchos pueblos alrededor del mundo, que de una u otra forma aceptan esta premisa o entreven las consecuencias de su negación.
Tal era el panorama de mi forma de entender la filosofía, la ciencia y en general todo el quehacer humano (incluyendo la poesía y la religión) hasta, por lo menos, el año pasado. Lo numinoso, lo inefable, lo trascendente y lo místico, todo lo que no puede expresarse en palabras y acerca de lo cual “mejor es callar” no viola estas leyes, porque se mantiene al margen de ellas; por lo que, con todo y lo racionalista que soy para la filosofía y lo místico que soy para el arte, todavía había consistencia (¡en el sentido aristotélico de no-contradicción!) en mi visión de mundo.
Sin embargo, y de esto me he comenzado a percatar (con espanto y entusiasmo) en este último tiempo, los criterios mínimos también forman parte del aparataje abstracto con el cual ordenamos, abordamos y modificamos el mundo. Por lo tanto, en principio (y este es un meta-principio), pueden ser modificadas, si todo el sistema es consecuentemente modificado.
¿Por qué elegimos un sistema y no otro? Le di muchas vueltas a esta pregunta, aunque no la había enfrentado seriamente y sólo la intuía como un pseudo-problema. En realidad, hasta hace muy poco (creo que hay ensayos aquí en la Granja donde lo manifesté explícitamente) yo hubiera jurado de guata que leyes como la no-contradicción y la identidad (“cada cosa es idéntica a sí misma”) no eran principios arbitrarios sino formulaciones trascendentes acerca del ser del universo en todos sus planos (incluso el de las idealizaciones humanas), lo que nos lleva a mi concepto de Dios como el fundamento de todas las tautologías lógicas.
Hasta que leí el paper de los chinos, y sin detenerme en ningún pasaje en particular, entreví o entendí claramente de qué forma podía hacerse.

El problema era más o menos como sigue:

1 . Acepto que existen tales cosas como los parámetros mínimos, las leyes de la lógica, de las matemáticas elementales y del lenguaje.

2 .Me pregunto por la posibilidad de su modificación.

3 . Exijo a dicha modificación consistencia para ser plausible.

4 . La consistencia se basa en los parámetros que acepté en el punto 1.

5 . Conclusión: los parámetros no pueden ser modificados (son de orden omega).

Más aún, el hecho de que yo acepte este razonamiento ya presupone las leyes de la lógica que incluyo entre los parámetros mínimos. Todo apunta a indicar pues que no pueden ser modificados.
Hasta que luego, un día cualquiera, escuché en la tele a un periodista que reporteaba en el zoológico de Santiago. Mientras miraba una cebra con los niños que le acompañaban, hizo la siguiente (inteligente) constatación: “sus rayas son el resultado de un proceso evolutivo para huir de los depredadores”.
La afirmación me hizo ruido de inmediato. Porque la gracia de la teoría de la evolución es que excluye la teleología, es decir, la cebra no evolucionó de no-rayada a rayada para huir de los depredadores, sino que, (y aquí recordaba sólo lo aprendido en el colegio) la razón por la cual las cebras que conocemos tienen rayas es porque ellas pudieron escapar de los depredadores y la pre-especie sin rayas no.
¡Esto no es evolución!
Entonces comprendí que el error del periodista era el mismo error que estaba cometiendo yo en mi consideración de los parámetros mínimos. El periodista, al igual que muchas otras personas (y yo me contaba, hasta ese momento, entre ellas), consideraba a la evolución un principio mediato, no independiente en su sistema de creencias. Para el periodista, “la evolución es la causa de las rayas de la cebra”. ¡Pero la “evolución” es inconsistente con la “causalidad”, porque va en su lugar!
Entonces me dije: ¿es posible pensar desde la evolución, sin revisar el sistema mínimo anterior sino que partiendo “de cero”?
Tal proyecto era, obviamente, imposible cuando lo imaginé; pero lo obvio fue refutado por la evidencia. Recién entonces comencé a comprender todos esos libros, papers y trabajos (desde publicaciones científicas hasta poemas) donde sugerían la titánica empresa: si vamos a cambiar nuestra forma de ver y entender el mundo, debe hacerse desde abajo. Es decir, desde el lenguaje mismo.
Nuestro lenguaje cotidiano (sea el inglés, el castellano, el francés o el esperanto) está sometido a ciertas reglas que, por su propia forma, nos obligan a asumir compromisos ontológicos. Esta idea ha sido defendida por numerosos filósofos del lenguaje. Por ejemplo, la misma estructura básica

Sujeto + verbo + predicado

Presupone la correspondencia uno-a-uno de nuestro lenguaje con el mundo, en el cual deben haber “cosas” (sustantivos) de las cuales decir o enunciar “propiedades” (predicados), igual como en la lógica matemática el que

(x) : x = x

(todo x es igual a x)

sea una verdad incondicionada nos obliga a asumir como compromiso ontológico el principio de identidad.
Rápidamente me puse al tanto en mis lecturas acerca de evolucionismo y comprendí que, precisamente, el alcance crucial de la teoría de Darwin (digo crucial no como si fuera efectivamente en lo que él estuviera pensando, sino en el máximo provecho que se le puede sacar) es que pasa por encima de todos los demás modelos de explicación: exige que todos los aspectos, desde el más básico hasta el más complejo, sean revisados.
La evolución pone la explicación convencional patas arriba:

¿Por qué las cebras tienen rayas?
-para protegerse de los depredadores

Es la explicación convencional. Pero esto cambia radicalmente si lo vemos así:

¿Por qué las cebras tienen rayas?
-Porque a las que no tenían rayas ya se las comieron

La forma lingüística de la primera opción supone un “movimiento”, una “intención” en la cebra de protegerse; en cambio la segunda sólo constata un hecho. Pensar en los términos (¡a nivel del lenguaje!) de la segunda forma provoca cambios radicales en nuestra manera de ver el mundo y de entender la evolución.
Lo realmente interesante y desconcertante de todo esto es que, en algún momento, tendremos que revisar nuestro lenguaje y modificarlo. Porque, si aceptamos que todas las cosas cambian, y el cambio es la única ley de la naturaleza, entonces las “cosas” no existen en el sentido absoluto de la palabra; no hay “cosas”, sólo hay “momentos”. Lo que significa que el verbo “ser” y el verbo “estar” carecen de sentido, y deben ser eliminados, porque ellos precisamente sirven para decir cosas acerca de las cosas. ¿Podemos concebir un Castellano sin los verbos “ser”, “estar”, y sin la palabra “cosa, objeto”?* Si es posible, entonces ese lenguaje implica inmediatamente una nueva lógica, pues la predicación (que depende de la función del verbo “ser”) está a la base de la lógica como la conocemos (aristotélico-fregeana).
Aun sin llevar la idea de inmediato a sus extremos, sus conclusiones parciales son también sumamente interesantes; por ejemplo, una visión evolucionista de la cosmología demuestra la inexistencia de Dios como primum mobile (ya que no sólo es innecesario, sino que su existencia sería incompatible con el modelo**).
¡Qué grande, qué lleno de posibilidades, qué rico en lo filosófico, en lo científico y en lo artístico es pensar en esto!
No puedo seguir adelante porque, la verdad, ni yo sé a dónde lleva. Es un camino extraño, hay poco que leer y no está todo ordenado ni junto en un solo lugar, pero seguiré escribiendo conforme tenga novedades, y quienes quieran venir y conversar conmigo de esto, sea porque sepan algo que yo no, o quieran discutirme lo que ya he dicho, bienvenidos (siempre, siempre) serán.

El trasfondo de toda esta transformación se arraiga todavía más profundo en algo que llegué a aprender de toda la casi-siempre-contradictoria mazamorra de cosas que leo, y que siempre intento transmitirle a otros: que mi sistema de creencias debe ajustarse al mundo, y no al contrario. El precepto cristiano que más me gusta es el que dice: “El Sábado fue hecho para el hombre, no el hombre para el Sábado” (Marcos 2:27). Esto obliga a que la evolución sea una posición casi moral frente al conocimiento y la experiencia. Como decía Mercedes Sosa, citada tantas veces por Mila Bayán, “y así como todo cambia, que yo cambie no es extraño”. ¿Por qué debería temerle a la inconsistencia? Yo no soy inconsistente, soy paraconsistente. Y esto queda también como advertencia.
Que tengan una linda semana.

Inti Målai Perdurabo

PS: No doy bibliografía todavía porque no estoy seguro de lo que “haya que leer” acerca de este tema. Como dije, todo lo voy sacando por conclusión de un montón de otras cosas que no apuntan necesariamente en la misma dirección, y creo que en algunos casos sería hasta ofensivo para los autores que los mencionara (todavía) como precursores de estas cosas. Pero para más adelante tendré títulos que compartir, lo prometo.
PSS: Tengo pensado hacer una traducción del “Paper de los chinos”. A lo que esté listo lo subiré en la sección (que de seguro no han notado todavía) Biblioteca, para que puedan descargarlo y leerlo, si es que les interesa. Busqué una versión electrónica y no la encontré, por eso no comparto el original (si voy a transcribirlo prefiero traducirlo, es más entretenido que sólo copiar).

NOTAS:

* Reformas lingüísticas en esta dirección (no en castellano) se han intentado, pero no con vistas tan magníficas como las que yo creo entrever, aunque sin lugar a dudas son un precedente y la idea la tomo de aquellas. Véase la entrada en Wikipedia acerca del E-Prime.


** Esta incompatibilidad sigue siendo meta-aristotélica. ¿Cómo escapar de ella? El mismo modelo nuevo verá si exigirnos o no consistencia en el sentido que la entendemos ahora).