lunes, 27 de diciembre de 2010

THE DOUBLE SUNSET - Segunda Parte

INTRODUCCIÓN

Continúan los ensayos en torno a la Guerra de las Galaxias. Nos corresponde ahora analizar el rol mesiánico que cumple Anakin Skywalker, la pugna entre Jedis y Siths y el eterno desequilibrio en La Fuerza.
Para nadie es un misterio que el autor de la Guerra de las Galaxias, George Lukas, fue amigo y lector del estudioso de las religiones Joseph Campbell; uno de los trabajos más importantes de este último en relación al estudio comparado del mito es el que se resume en su obra “El Héroe de las Mil Caras”, que dejó una profunda influencia en Lukas. Joseph Campbell realiza en el trabajo mencionado lo que él mismo denomina un “psicoanálisis del mito”, y extrae de diversas cosmologías de localidades y culturas diferentes ciertos patrones comunes, elaborando así algo que podríamos llamar el “arquetipo del mito”, o este “Héroe de mil caras” que sería, en definitiva, el Elegido en cada una de esas culturas; Jesucristo, Rama, Krishna, Buda, Wiracocha, Odiseo, Cúchulain, etcétera. Así, desde esta interpretación, intentaremos mostrar cómo, en su contexto, Anakin Skywalker no es más que otra faceta de este héroe elegido arquetípico, con algunos detalles característicos de importancia.



DEL ELEGIDO

Los detractores de Lukas, al ver SW:I, suelen argumentar falta de creatividad tras ver la historia del joven Anakin Skywalker; hijo milagroso de una virgen de un pequeño pueblo perdido en el desierto, con poderes excepcionales y un corazón desprendido y bondadoso, recibe a los diez años la visita de un maestro que lo lleva a iniciarse en las artes marciales y espirituales. A primera vista parece un calco vulgar de la historia de Jesucristo, el problema es que Jesucristo no es el primer ni el único Elegido que nace y crece en este contexto.
Si seguimos la lectura de Campbell (y de muchos otros), que todos los Mesías vivan, crezcan, mueran y enseñen lo mismo y de las mismas formas, 1) no implica falta de originalidad por parte de las culturas, 2) no sugiere un origen común de todas ellas (como defienden algunos grupos teosóficos), sino que demuestra que en las necesidades espirituales de todos los hombres subyacen figuras arquetípicas que toman, en la mayoría de los casos, representaciones similares dentro de sus relatos cosmológicos; por ejemplo, el desarrollo espiritual es siempre interpretado como un viaje, sea Odiseo volviendo a su tierra, Osiris bajando al país de los muertos o Jesús vagando cuarenta días en el desierto. Así, el niño de concepción inmaculada nacido en un pobre pueblo del desierto podría representar la Inocencia, la Pureza y la Humildad, respectivamente. Sin embargo, como desarrollaremos a lo largo de este ensayo, Anakin Skywalker escapa un poco del canon tradicional de héroe, y eso es lo que lo hace interesante.
Para muchos de los que hayan visto la Guerra de las Galaxias con un afán un poco más apasionado que simplemente diversión, habrán notado que la figura de Anakin, si bien en algunos puntos se parece a la de Jesús, realmente dista mucho de él. Realmente el Anakin Skywalker se acerca más a la Superestrella hippie de Weber y Rice que al Jesús canónico del evangelio; incluso tras ver SW:II y III ya nos vamos olvidando de la comparación, y da la sensación de que Lukas a mitad de camino “cambió de idea” respecto de su Elegido. Todos antes de ver la Amenaza Fantasma sabíamos en qué terminaba la historia, sabíamos qué camino tomaría Anakin, y sin embargo, provoca algo de lástima poder predecir su caída después de conocerlo en SW:I. Da la sensación de que Lukas quiso “rendir ante la tentación” a su Jesucristo, y hacer que la profecía no se cumpla: “¡Tú eras el Elegido! ¡Debías destruir a los Sith, no unirte a ellos!” es lo último que le dice Obi-Wan a Darth Vader, antes de dejarlo abandonado en Mustafar (SW:III). Pero recordemos que la Guerra de las Galaxias no es el auge y el ocaso de una sola estrella, sino dos.
Mientras Jesús en su camino a la cruz cura enfermos, camina sobre las aguas y multiplica los panes, conserva en todo el viaje una actitud serena y confiada sobre su destino y su misión; tiene miedo, pero se entrega voluntariamente a las disposiciones de su Padre; Anakin por el contrario es un Elegido que no sabe para qué lo eligieron; tiene miedo, y por eso mismo Yoda se resiste en primera instancia a darle entrenamiento; hubiera sido más fácil si desde los diez años hubiera podido sentarse en el templo a enseñar, o hubiera hablado del reino por venir mucho antes de su muerte; pero no, Anakin no es un iluminado, no es un enviado de los dioses, todo lo contrario, La Fuerza es impersonal y por lo tanto Anakin sólo tiene el poder, pero es un ser humano como cualquiera: Sus habilidades lo vuelven arrogante, tiene miedo de dejar su casa, sufre por quienes ama, se enoja con sus maestros y es muchas veces indisciplinado. Qui-Gon, cuando le encuentra, cree haber dado con la encarnación de Buda; un niño que tras reconocer sus pertenencias asumirá con completa sumisión su tarea. Cegado por su fe en la profecía, no es capaz de ver la naturaleza real del niño.
La Profecía sobre el Elegido que dará equilibrio a la Fuerza no se cumple en un acto sino en Dos; hay un trabajo alquímico detrás de la misión del Caminante de las Estrellas. Anakin Skywalker cree en el amor, porque cree en la Compasión, que es su “definición de amor incondicional” (SW:II). Toda la Guerra de las Galaxias es una manifestación de Amor, es el triunfo último de la Luz sobre las tinieblas, pero que pasa primero por la descomposición y la purificación necesarias para que la obra nueva sea perfecta.
El Joven Anakin Skywalker se ve dominado por sus pasiones; todo su entrenamiento es un error, se le confunde y se lo trata mal a pesar de su talento, se le da la iniciación de mala gana y al final se le niega el título de maestro; originalmente quien debe entrenarlo es Qui-Gon, pero muere antes de asumir su tutela. El entrenamiento de Obi-Wan aparece desde un comienzo como algo forzado por las circunstancias, se respira una incomodidad en ambos. Anakin no tolera a Obi-Wan.
Se podría decir que la caída de Anakin comienza desde el momento en que deja a su madre en Tatooine, pero el auge de Luke a su vez lo hace en el momento en que sus padres se conocen; cuando Anakin pregunta a Padme: “¿eres un ángel?” manifiesta por primera vez el amor profundo que sentirá por ella, y es ese amor el que deberá sobrevivir para poder dar finalmente el equilibrio a la Fuerza. “El miedo es el camino al lado oscuro”, y Anakin está lleno de miedo; miedo de perder a su madre, miedo de perder a Padme, miedo de fracasar. Es un espíritu genial pero turbulento, falto de seguridad, que actúa por instinto pero cobardemente. Ningún acto en todo el camino de Anakin es un acto de valor, salvo el prestarse a correr la carrera de pods para ayudar a los extranjeros. Siempre duda, siempre recibe órdenes y las obedece de mala gana, siempre lo convencen o castigan por hacer malos movimientos. Darth Sidious sólo lo malcriará lo suficiente para que se sienta bien haciendo mal las cosas.
El Dolor de Anakin, que es el origen de su caída, se debe a dos amores que le fueron arrebatados; primero el de su madre, y después el de Padme. Tal como Yoda se lo indica, es un error temerle a la muerte, porque cuando nos duele la pérdida de un ser querido, nos acercamos más y más a la búsqueda de venganza, y la ira nos lleva al odio, y el odio al sufrimiento. Jesús no recorre este camino; no reconoce a su madre, no toma esposa, por eso salva a la humanidad de una sola vez; por eso son Elegidos diferentes.
El Amor de Anakin se empaña por el sufrimiento, se pudre, pero en el vientre de su mujer aloja el Amor puro e invencible que se volverá contra él para cerrar el círculo; el amor de Anakin y Padme es corrupto, prohibido, en cambio entre Luke y Leia el amor será el más puro y perfecto, el amor de hermanos; como la flor de loto, que crece de los pantanos.
Anakin es el elegido pero a la vez es su antítesis; encarna en uno, se convierte en el otro, y vuelve a reencarnar en el primero para derrotarse a sí mismo; esa es la metáfora oculta tras el círculo Anakin – Vader – Luke. Cuando llegamos al final de SW:III ya no queda nada del niño bondadoso y gentil; Vader, literalmente, ha traicionado y asesinado a Anakin Skywalker; es la Obra en Negro, la hora más oscura de la noche. Pero en SW:IV el protagonista nos devuelve la imagen del bien; esta vez incorrupto, lleno de un anhelo puro de convertirse en Jedi “para ser como su padre”, es decir, para continuar el camino de Anakin, quien erró desde el momento que dijo querer ser Jedi “para liberar a los esclavos”; es decir, para convertirse en justiciero, en civilizador, y destruirse como individuo.
Llegados a este punto el rol de Obi-Wan se vuelve crucial; el Maestro detestado, intolerante y antipático se ha convertido en un hombre querido y respetado, reverenciado, a quien el discípulo escucha y sigue con devoción y obediencia. Luke no tiene el talento innato para ser Jedi, lucha para conseguirlo; no es como su padre, que “por jugar” destruye la nave madre que controla los robots que invaden Naboo; todo lo contrario, es con esfuerzo, trabajo pero sobre todo confianza absoluta en su maestro, que el nuevo héroe logra destruir la Estrella de la Muerte.
Luke vence el miedo original de Anakin, lo supera desde el comienzo; mientras su padre piensa constantemente en la madre que deja atrás, a Luke nada lo ata a su lugar de origen; pierde a sus tíos, pero ello no es motivo para buscar venganza. Quiere aprender los caminos de la fuerza, ser un Jedi, y vengar a su padre – sabe que tendrá que enfrentar a Vader, pero no es una rencilla pasional sino espiritual; Yoda, Obi-Wan e incluso el Emperador saben que esa batalla es inevitable.
Para Luke su padre es el ideal perfecto de lo que aspira a hacer con su vida: Piloto excepcional, un buen amigo, gran caballero Jedi. Vader es quien “mató a su padre”, es quien destruyó indirectamente sus sueños, es quien lo puso en la senda de la tentación. “No tengo miedo” le dice Luke a Yoda cuando lo conoce, pero éste le contesta: “Lo tendrás, lo tendrás…”
El entrenamiento de Luke está lleno de fracasos, no como el de Anakin, que es una brillante y talentosa carrera mal reconocida. Mientras Anakin salva la república y gana una guerra sin que nadie lo felicite, Luke a duras penas consigue un par de victorias pero recibe las palabras de aliento que necesita; hasta se podría decir que Obi-Wan y Yoda indirectamente están pensando en su padre mientras lo entrenan; en esta etapa del camino del Elegido todos los errores, uno por uno, deben ser corregidos.
El Ideal de Luke es luminoso, puro, su amor y su respeto por su padre y por su maestro son lo que lo animan a luchar contra el Imperio y su malvado Emperador; Vader por otra parte es la encarnación del mal, es el ser despiadado, el destructor de mundos, la mano derecha del enemigo, “más máquina que hombre”, sin corazón, sin alma; Para Luke derrotarlo es un deber divino, sin embargo, en su lucha falta todavía un punto clave; comprender que ese mal que va a destruir está dentro de sí mismo, no afuera. En la visión que tiene Luke en el pantano, lucha con Vader pero al derrotarlo descubre que bajo la máscara se esconde él mismo; ese miedo y ese espanto a saber que él es su peor peligro, que todos sus miedos vienen de adentro y no de afuera, que es él quien carga con el peso de su dolor y de su sufrimiento, es lo que deforma el rostro de Luke cuando oye a Vader decir: “Yo soy tu Padre”.
Y, efectivamente, este momento es el más importante en todo el viaje del guerrero; es la concreción final del doble ocaso, el punto en que los dos soles se unen. Anakin y Vader se funden en uno solo, allí, delante de Luke, los dos caminos se abren ante él, vuelve al lugar en que erró su padre. Pierde su mano en combate, la historia se repite, es reparado y se coloca el guante negro. Ya está listo para tomar una decisión. Aquí es, finalmente, donde se decide si la profecía se cumplirá o no.
Yoda le indica que para convertirse en Jedi debe enfrentar a Vader otra vez; pero no es el miedo lo que frena la mano de Luke, es el Amor. Ciertamente, el entrenamiento está completo, Luke es el Elegido, porque todo él es perfecto, es el Jedi absoluto, gobernado por el Amor pero manteniéndole doblegado a su voluntad.
“Aún hay bondad en él”, dice, cuando reconoce que no quiere matar a Vader. Ambos lo saben; Luke es Anakin, por eso Vader no se atreve a destruirlo, por eso Luke se entrega, por eso acepta comparecer ante Palpatine. No cederá ante lo que destruyó a su padre, no lo enfrentará porque en el fondo lo ama.
Llegamos a la batalla decisiva en SW:VI. Luke se rehúsa a luchar contra Vader, porque ama a su padre. Está al borde del abismo y sabe que debe actuar correctamente, sabe que tiene que obedecer al Amor, que no puede equivocarse. Vader, marioneta de su emperador, está decidido a destruirlo. Pero ahí viene el clímax, cuando Vader amenaza a Luke de ir por su hermana. El Amor puro de Luke por Leia, que es el revelado en negativo del amor perverso de Anakin por Padme, es puesto en peligro, y Luke saca de ese peligro las fuerzas para terminar su camino; su amor le muestra el camino. Abre el sable de luz, lucha con Vader, lo derrota, y allí, en la boca del lobo, justo en el lugar en que podría haber “matado a su padre y ocupado su lugar junto al Emperador”, decide corregir el error y convertirse en Jedi: “Ha fracaso, su alteza”, dice Luke, “Soy un Jedi, como mi padre antes de mí”.
El Camino del Jedi, del Elegido, del Caminante de las Estrellas está completo. La estrella declinó y volvió a amanecer, la piedra filosofal terminó su transmutación, es perfecta. Ya puede cumplirse la profecía, ya puede destruir a los Sith y devolver el equilibrio a la fuerza.
Pero, ¿cómo lo hará? ¿Cómo destruirá el elegido al Sith? Mediante el Amor, que es lo único que lo motiva a actuar correctamente. Y, ¿Cuál es el acto más perfecto de Amor Incondicional? Como el mismo Anakin lo decía, es la Compasión, central en la vida del Jedi. El último acto de Anakin, que ha resucitado del cadáver de Vader gracias a la ayuda de su Hijo, es perfecto en todo sentido. Anakin destruye al Sith para salvar a su hijo. Es un acto de amor absoluto, es un acto compasivo.
Finalmente, era cierta la profecía; el Elegido devolvería el equilibrio a la fuerza, y también destruiría a los Sith. Vader fue sólo el camino, al final Luke y Anakin son uno solo, y cuando el padre dice al hijo: “Ayúdame a quitarme esta máscara”, sabe que morirá, porque nada puede evitarlo ahora; la misión del civilizador ha terminado. Quien mira y sonríe a Luke dentro del traje negro no es Vader, es Anakin, el elegido, que finalmente ha devuelto el equilibrio a la fuerza y puede regocijarse de ello.
Luke cobra la recompensa por salvar a su padre y cumplir su misión; vive, con su hermana, en paz con su progenitor, convertido en un Caballero Jedi. La última escena muestra a sus tres maestros, despidiéndose de él desde el otro lado; Obi-Wan, Yoda, y Anakin Skywalker. Se podría decir que no sólo fueron los Sith destruidos, también los Jedis fueron reformados; durante la Purga Jedi Darth Vader les quitó el templo, les quitó la burocracia, simplificó la ecuación, dejó ambas partes igualadas; el entrenamiento de Luke volvió a los pantanos, a los desiertos, quizás en señal de que en algún punto los Jedis también habían perdido el camino. Luke y Leia son el nuevo comienzo de una Galaxia completamente reconstruida. Ellos eran La Nueva Esperanza.


Inti Målai Perdurabo

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Claves:

Canon
La Guerra de los Clones:
SW:I La Amenaza Fantasma
SW:II El Ataque de los Clones
SW:III La Venganza de los Sith
La Guerra de las Galaxias:
SW:IV Una Nueva Esperanza
SW:V El Imperio Contraataca
SW:VI El Retorno del Jedi
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sábado, 18 de diciembre de 2010

THE DOUBLE SUNSET - Primera Parte

INTRODUCCIÓN

Quizás la escena más importante y emblemática del Canon de la Guerra de las Galaxias sea el “doble ocaso” que es posible presenciar en el planeta Tatooine. Esta imagen tiene un valor simbólico crucial para entender la forma en que se ha ordenado esta historia.
El “doble ocaso” aparece sólo dos veces en todo el canon: una es en SW:II durante el viaje de Anakin por el desierto en busca de su madre, y la otra es veintidós años después, en SW:IV, la noche del día en que Luke ve por primera vez a su hermana (en un holograma). Pero este doble ocaso implica también un doble amanecer; he allí su valor simbólico. Y es que la Guerra de las Galaxias en sí misma es el relato conjunto del auge y la caída de dos soles que son, finalmente, el mismo; Los Caminantes de las Estrellas.
Porque la profecía anunciaba que el Elegido le devolvería el equilibrio a la Fuerza; Pero, ¿qué es el equilibrio, sino un balance entre la Luz y la Oscuridad? A pesar de los Jedis, sólo al final de la Guerra Estelar se revela cumplida la profecía; El Elegido, la estrella más brillante de la Fuerza, vió su caída en uno y su auge en dos. Ese es el símbolo oculto detrás del Doble Ocaso; Aquellos soles son, respectivamente, Anakin y Luke Skywalker.
No es azaroso que lo presenciemos por primera vez cuando Anakin está en plena caída, y de nuevo, cuando está por comenzar el camino de luz de su hijo perdido. La siguiente serie de ensayos (siete en total) abarcará una interpretación del canon de la Guerra de las Galaxias desde este enfoque doble.



DE LA REPÚBLICA

La gran distancia que separa las dos trilogías (La Guerra de los Clones (SW:I,II,III) y La Guerra de las Galaxias (SW:IV,V,VI) ) pasa, más que por la tecnología dispar en sus efectos especiales, por el espíritu de época del que son reflejo; La Guerra de las Galaxias es una Odisea, un viaje estelar continuo por destruir a un enemigo informe y temible identificado en el Imperio; es reflejo de un miedo de post-guerra a la dominación y a la destrucción, al autoritarismo, y sus escenarios son planetas pobres y personajes forajidos, muy del bloque oriental o de Latinoamérica. Nos presenta el decadente panorama de una batalla ilegal contra un sistema aplastante, un marco apocalíptico en el cual los justicieros están en amplia desventaja y el héroe, como David contra Goliat, es capaz de destruir con sólo un tiro al Destructor de Mundos, la “Estrella de la Muerte”, el símbolo máximo del terror cultural al armamento nuclear y la Tercera Guerra Mundial, propio de mediados del siglo XX.
Sin embargo La Guerra de los Clones es abruptamente distinta; reflejo esta vez de la postmodernidad, estamos ante la otra cara de la moneda, y ahora más que una Odisea, tenemos un asedio constante, una Ilíada; los roles se han invertido y el sistema es lo que se busca preservar de sus separatistas forajidos, para sugerirnos metafóricamente lo cíclico en los procesos sociales y políticos de nuestro mundo. En esta parte de la historia todo es lujo; suntuosos palacios, elegantes vestidos, imponentes planetas-ciudades. Los Jedis ya no estudian en pantanos o naves de contrabandistas, sino en un templo establecido, en una Academia de la Fuerza. Las naves de los héroes de esta historia están recubiertas de plata, son recibidos en magníficos hangares, y el enemigo viste de pobre y se codea con contrabandistas y caza-recompensas.
Y sin embargo, si en la Guerra de las Galaxias todo es rural e ilegal, parece haber en sus personajes una nobleza de espíritu y un intento por ascender hacia la luz, hay una causa noble que mueve todos los ánimos y que permite los grandes milagros; cegar la Estrella de la Muerte con un sólo tiro, volar en ataque suicida contra el destructor imperial, derrotar a los soldados de asalto con arcos y piedras. Todo lo Contrario ocurre en las Guerras Clones; sus personajes están todos comprometidos con la corrupción del sistema, es una guerra de envidia y poder, es la máxima expresión de la decadencia de la sociedad, y todos estos vicios a la vez están encarnados en la figura metafórica y arquetípica del Canciller Palpatine.
La caída moral y política de Coruscant durante las Guerras Clones es reflejo del miedo al fracaso del sistema que habita el inconsciente colectivo del mundo tras la caída del muro de Berlín; es la corrupción de la democracia tal como la cuenta Platón en el Libro VII de la República. Palpatine no es una persona, es el arquetipo de la pudrición de los principios basales de la sociedad, que se convierten en el germen cancerígeno de su destrucción.
El separatista, el terrorista no es más que otra pieza en este proceso de autodestrucción; La Federación de Comercio y sus androides de combate son el equivalente estelar a las federaciones estudiantiles, los grupos de deudores habitacionales, los activistas de pueblos aborígenes. Esa es la razón por la que el Conde Dooku y Nute Gunray siguen las órdenes de Darth Sidious de rostro velado, mientras a rostro descubierto él da instrucciones en el Senado; La República intergaláctica es una falacia igual que nuestras repúblicas modernas.
Cuando Obi-Wan pregunta a Dooku en SW:II sobre su motivación para trabajar con los separatistas, éste responde: “¿Qué pensarías si te dijera que la República está bajo la influencia de un señor de Sith?” Siendo él discípulo de este mismo señor, parece hipócrita la respuesta, un juego de identidades para ablandar al Jedi; pero es más que eso de hecho.
Debemos recordar que el Sith fue, en tiempos arcaicos, el Gobernante de la Galaxia; El Antiguo Imperio, que fue derrocado por los Jedis muchos años antes de la historia que a nosotros llega en el canon, es el miedo irracional de los habitantes de la República; es el miedo irracional de los Europeos al Nacionalismo, el miedo irracional de los Chilenos a Pinochet. Así, no suena tan extraño que el aprendiz de Sith quiera la destrucción de la República, luego de saber que su maestro es quien la controla; el sistema se muestra perverso, sus principios son violados desde la raíz, y por lo tanto el acto separatista es una reacción natural a terminar de pudrir lo que ya está muerto; el Conde Dooku es el anarquista.
Pero la guerra no la gana el Anarquista. La Guerra la gana la misma República, se destruye a sí misma, y Palpatine se convierte en la encarnación del miedo que juró prevenir. Su plan es tan macabro como perfecto, porque da la sensación de que las piezas se movieron sin que él tuviera que dar muchas instrucciones.
El Jedi, la élite pensante y filosófica de la República, parece ser la única manera de preservar la paz; pero no desde la Democracia. Este es el punto más importante, a mi parecer, de SW:III en materia política.
Anakin Skywalker gana la Guerra de los Clones convencido de que él es el justiciero absoluto; cuando los valores pierden sus principios ellos actúan de forma ciega y el golpe es suicida. Cabe la pregunta: ¿Por quién lucha Anakin Skywalker?
¿Por la Verdad? ¿Desenmascarar al señor de Sith y limpiar el Senado de conspiradores? No; el Sith es enemigo del Jedi, no de la República. Anakin actúa en una madurez política de tipo posmodernista; la Democracia debe funcionar a pesar de las antiguas rencillas históricas; ellas sólo retrazan el progreso.
¿Lucha, entonces, por la Democracia? ¿Defender el Senado, la representatividad de los sistemas planetarios y el sistema? No; él mismo en SW:II apunta: “No creo que el sistema funcione” y concibe uno en el cual “alguien”, muy sabio, “obliga a los políticos” a decidir lo mejor para el pueblo.
¿Lucha, entonces, por el Pueblo? Y, ¿Qué es lo que necesita el Pueblo? El Pueblo necesita Paz. El Pueblo necesita Justicia. La Batalla de Darth Vader es una batalla por las leyes, por la justicia, por la Paz; por el bienestar del pueblo; por el bienestar de sí mismo. Por hacer lo correcto, por el reconocimiento, por que alguien lo felicite. Ello lo lleva contra todo lo que cree, y lo hace causar más daño y destrucción que cualquiera de los enemigos que cree detener; Darth Vader es el iluso justiciero que lucha por ideales muertos, cegado por el dolor personal y la búsqueda interna del equilibrio espiritual y el reconocimiento. Es incapaz de ver más allá de su deber moral y ciudadano; por eso destruye a Mace Windu, porque Palpatine, es cierto, ha roto las leyes y es enemigo de la República, pero “tiene derecho a un juicio justo”. Por eso no oirá los motivos de su maestro: “Si lo matamos esta guerra terminará ahora…” Pero esa no es la forma. No es la forma “correcta”.
Visto en la galaxia muy, muy lejana, nos parece evidente que lo mejor hubiera sido que Palpatine muriera y los Jedis gobernaran la galaxia. Pero todos nosotros llevamos un Darth Vader dentro; no aceptamos las voces racionales que ordenan la destrucción de la democracia, no creemos en la Sinarquía, a pesar de que el perfecto gobierno de los filósofos de Platón está muy cerca de un soñado “gobierno Jedi” en la Galaxia.
La Tiranía reemplaza a la Democracia en Platón casi de la misma forma en que lo hace en Coruscant; el miedo alza al más poderoso, al más peligroso, y lo entrona en el centro de la República, para que preserve la Paz y la Justicia. Este acto estúpido e inconsciente no surge de la clase educada y pensante, sino del bajo pueblo, del vulgo ignorante e infantil que sólo piensa en detener los cañones y dejar de ver arrasadas sus tierras –planetas–. Un pueblo que quiere dejar de lado la burocracia, quiere actos rápidos, quiere soluciones inmediatas, quiere sensación de seguridad. Por eso es Jar Jar Binks quien propone la asunción de Palpatine al centro del gobierno. Por eso el pueblo Romano apoyó tanto a Cayo Julio César como Emperador. “Así es como muere la democracia”, dijo Padmé Amidala, “con un aplauso atronador”.
La Orden 66, por otra parte, que mandaba a los soldados clones a exterminar a los Jedis da fe del peligro de un cuerpo militar. El Ejército de Clones era “de la República”, y tras el nombramiento oficial, “Palpatine es la República”. El soldado perfecto debe obedecer las instrucciones que recibe sin titubear; ése es su valor y su lugar, él debe ser el brazo vivo del Estado; no importa si tiene que defender la frontera o perseguir al ladrón, o matar inocentes o machacar los dedos de un músico. El Combatiente Clon recibe la orden y mata al Jedi, no se pone a pensar si está bien o mal, él antes destruía androides sin saber por qué lo hacía. Lama Su, el clonador, le explica a Obi-Wan que sus clones son alterados para reprimir los actos voluntariosos; algo similar ocurre en nuestras escuelas militares. No es el soldado, entonces, quien hace la diferencia, sino quien le da instrucciones. El pensamiento algorítmico está exento de emociones porque titubear es un error. Un Soldado siempre es antes que nada un asesino; por eso el original perfecto para el ejército de clones es el mercenario Jango Fett.
Finalmente, el Imperio Galáctico pone fin a la Guerra; los Jedis caen como “traidores” y los separatistas desaparecen, porque han cumplido su misión. “Darth Sidius nos prometió paz”, son las últimas palabras de Nute Gunray antes de ser asesinado por Darth Vader en Mustafar. Y sin lugar a dudas, la promesa se cumplió, sólo que no los contemplaba a ellos. De eso es de lo que se da cuenta Dooku, al ver cómo su maestro, su guía, aquel que debía “darle la victoria”, ordena a su justiciero matarlo.
La decadencia de la Democracia es total. Palpatine oculta su rostro, porque él es el reflejo de sus propios actos, su rostro deforme es el sentimiento de culpa de todos los Senadores que diecinueve años después serán finalmente dispersados. Es el retrato de Dorian Gray de todos los Senadores. Pero el Imperio Galáctico resuelve la crisis, trae paz al pueblo y devuelve el orden a la Galaxia. Darth Vader pierde todo lo que fue de Anakin; su maestro, su madre, su mujer, sus hijos, incluso su cuerpo, pero reclama el lugar que le corresponde como justiciero y salvador de la sociedad: Es el mismo destino que le ha deparado a todos los servidores del pueblo, a todos los próceres, a todos los libertadores; no ser más que otro engranaje en el monstruo de la política, despiadado, ciego, que gira a pesar de los ciudadanos por encima de sus cabezas, gobernando sus destinos.


Inti Målai Perdurabo- - -
Claves:

Canon
La Guerra de los Clones:
SW:I La Amenaza Fantasma
SW:II El Ataque de los Clones
SW:III La Venganza de los Sith
La Guerra de las Galaxias:
SW:IV Una Nueva Esperanza
SW:V El Imperio Contraataca
SW:VI El Retorno del Jedi
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