viernes, 10 de agosto de 2012

Bocetos teológicos



(...) por el contrario, hallo que sólo puedo aceptar un sistema de conocimientos, en el cual puedan caber sin mutilaciones los míos

Moritz Schlick

El principio puede ser expresado positivamente: en asuntos intelectuales, sigue tu razón tan lejos como te lleve, sin importar ninguna otra consideración. Y negativamente: en asuntos intelectuales, no pretendas que son ciertas las conclusiones que, o no han sido demostradas o directamente no son demostrables. Esto entiendo como significado de la fe agnóstica, que si un hombre mantiene completa e incorrupta, no deberá sentir vergüenza de mirar al universo a la cara, cualquiera que sea el futuro deparado para él

Thomas Huxley

La Mano Izquierda es una postura esotérica, que probablemente constituye la más remota forma de relación del hombre con lo numinoso, el modo de contacto o vivencia mágico-religiosa de mayor antigüedad, una especie de creencia primordial. [El concepto numinoso deriva de la palabra latina numen, y define toda creencia religiosa previa a cualquier monoteísmo o politeísmo, basados en un dios o unos dioses personalizados; designa, pues, lo suprahumano y el vigor místico de la Naturaleza]”

Anton Szandor LaVey

¡Oh, sabios! Encima de vuestros cálculos, está la unidad. La unidad es el total de Dios. No hay cifra mil, no hay cifra dos; Dios sólo sabe contar hasta uno. El cielo es una inmensa constelación. No hay dos grupos de astros; sólo uno. No hay millones de lugares; no hay millones de pies, no hay distancias en el cielo; sólo hay vecindarios, sólo una familia, sólo un pueblo, y sólo un mundo. Todas las pequeñas constelaciones son falsas en lo relativo y verdaderas en lo absoluto, la Osa Mayor y Acuario y Orión son sólo acoplamientos hechos para los ojos, y que no perturban la armonía celeste; todos los astros se ven, se conocen, se atraen y se aman; se buscan y se vivifican; y algunos se casan, algunos engendran y algunos se sepultan; no hay astros solitarios, no hay astros huérfanos, no hay estrellas viudas; no hay soles perdidos; no hay un sólo rincón de la noche que esté de luto; no hay día abandonado; ¡no hay esfera alguna que no esté ella sola y por completo en el núcleo del cielo!

La Sombra del Sepulcro

Pero Dios no puede hacer nada vergonzoso ni querer nada contrario a la naturaleza. Que porque víctimas de alguna abominable perversión del espíritu nos hayamos metido en la cabeza alguna extravagancia infame, no es razón para que Dios pueda realizarla, ni que se deba contar con que tal cosa ocurrirá

Celso

Mucha gente se está alejando de las iglesias para acercarse a Dios

Alejandro Jodorowsky

QT era un robot construido para operar una estación espacial que orbitaba la tierra desde la lejanía del hondo cielo. Dos humanos, los únicos en todo el vasto desierto inoxigenado en el que flotaban, lo ensamblaron y activaron, y esperaron a verlo entrar en funciones. Pero algo no salió como ellos esperaban; QT (cutie) se negó a aceptar la supremacía del hombre, porque su razón (implementada en un sofisticado cerebro positrónico) no quiso aceptar de buenas a primeras la verdad acerca de su origen. Su cuerpo era de acero inoxidable, altamente superior al cuerpo orgánico y cerebro neuronal, frágil y de rápida descomposición, de los humanos. El robot, dotado de razón, utilizó el principio de transitividad ontológica para llegar a una conclusión falsa.
Era esperable que Cutie obedeciera al hombre, porque en efecto el hombre le había creado; pero para Cutie era altamente improbable que aquello fuera cierto. La fábula de estos seres de carbono de que existía, más allá del velo oscuro tras la ventana, un lugar llamado “La Tierra”, donde los hombres vivían y creaban al robot, le parecía demasiado ilógica.
Cutie era un robot racional. Y dotado de razón, ¿cabía esperarse que confiara en algo más que en su razón? ¿Tiene acaso algo más que su razón? El curioso filósofo de metal en pocas horas llega a la certeza cartesiana (“Yo, por mi parte, existo, porque pienso...”), y de ahí a la Gran Intuición: “Evidentemente, mi creador debe ser más poderoso que yo y, por lo tanto, sólo cabía una hipótesis (…) ¿Cuál es el centro de las actividades aquí en la estación? ¿Al servicio de quién estamos todos? ¿Qué absorbe toda nuestra atención? …Estoy hablando del Señor”. ¿Y quién era el Señor? Pues, ni más ni menos, que el Transformador de Energía de la Estación Espacial.
Ante los ojos de sus horrorizados creadores, que no consiguen reparar argumentalmente el error del robot, ocurre el surgimiento de una religión completa en torno al inerte motor del complejo espacial; ellos mismos son puestos fuera de “Tierra Santa”, confinados a ser los huéspedes del Señor pero despojados de toda su autoridad por el robot y los robots que ahora se arrodillan ante él y le llaman Profeta. Y su espanto no puede ser menor; la Estación Espacial protege a la Tierra de unas peligrosas tormentas electrónicas, y sin ellos al mando, es seguro que la humanidad está perdida; y se acaba el tiempo, la tormenta se acerca...
¿Cómo creen que termina la historia? El final es sorprendente: Llega el día, la tormenta azota la Estación Espacial, y los dos humanos, abatidos, se lamentan la destrucción de su hogar... pero nada de eso. Llega Cutie con los últimos reportes: La tormenta ha sido atajada con éxito. A decir verdad, más que con éxito: con precisión matemática. Precisión sobrehumana. Precisamente, para lo que Cutie había sido construido.
¿Cómo podía ser? La explicación era increíblemente simple; Cutie no creía en la existencia de la Tierra ni en los humanos, pero creía ciegamente en su Señor. Y el Señor le había mostrado, racionalmente, que todo el mundo (léase, la Estación Espacial) había sido construida con un propósito. Y ese propósito era atajar las tormentas electrónicas. Sólo atajar las tormentas electrónicas, y nada más. Cutie y su delirio mesiánico, finalmente, no eran un error de cálculo, sino tan sólo un pequeño e inocente epifenómeno de la máquina.
Ahora, veamos; la relación entre el hombre y el robot, ¿es la misma que la relación del hombre con sus dioses? En definitiva, la pregunta de hoy: ¿quién creó a quién?
Es altamente improbable que el hombre haya creado a Dios, porque Dios es todo lo que los hombres no son, él es todo lo que ellos no pueden llegar a ser: perfecto, omnisciente, todopoderoso. Pero fue la misma conclusión que sacó Cutie. ¿Son los dioses los robots del hombre, creados para evitar la destrucción del planeta, puestos en las órbitas eternas del mundo supralunar por nosotros mismos para protegernos de las gigantescas tormentas de electrones que podrían destruirnos? ¿Es el primum mobile que nuestros dioses aman con fervor un mero epifenómeno de su deber divino, un mero Transformador de Energía en el centro del cielo?
Cuando el hombre crea al robot, lo hace con un propósito; el mismo que tiene el hombre que crea a sus dioses: ponerse a resguardo. El universo es demasiado grande, inspira demasiado temor. Un peligro todopoderoso sólo puede ser atajado y prevenido por un Protector igual o más poderoso que el peligro que debe contener.
Porque si Dios hubiera creado al hombre, ¿con qué propósito lo habría hecho? El hombre está para ser protegido por el robot, para ser amado por él, para ganarse su gratitud. El robot mismo es altamente superior, no se inclina ante él, pero le sirve. ¿No cumple acaso, para el hombre de fe, su dios una función similar? Los dioses del hombre son sus robots psicológicos.
Ninguno de los dioses de los hombres es Dios. Dios no tiene propósito, porque el propósito sólo existe para aquello que tiene un fin, y todo lo que tiene un fin tiene un comienzo. Y si tiene un comienzo, existe algo anterior. Y nada puede existir antes que Dios, o tendría que haber otro Dios detrás. Y ésta es una de las maravillosas conclusiones de la filosofía de Platón.
Pero falla Platón, y donde falla Platón, fallaron también todos los cristianos tras él; Dios no es el bien. Dios es el más grande de los sinsentidos: el sinsentido de la existencia. Existimos porque sí. Y Dios es lo único que justifica esa respuesta. Esta intuición, tanto más poderosa por cuanto más la avala la razón, tiene una conclusión hermosa y crucial: somos libres.
Somos libres, porque existimos para existir, y estamos donde estamos porque podía ser que estuviéramos y estuvimos por virtud de ello. Todo es un milagro, por lo tanto, nada es realmente milagroso.
Dios ha creado todas las cosas del mundo, pero el quehacer humano no es una cosa del mundo, más bien una combinación de cosas; una posibilidad. Y el ser o no ser de ella, depende por entero del hombre. No existe el bien, porque no existe el mal; sólo existe el ser.
Dios es circular; sólo puede contar hasta uno. Está vuelto sobre sí mismo, se mira el ombligo, gira y es feliz. Todas las cosas se conservan en él, cambian, sin agregar ni quitar nada al todo. Pero él permanece.
Las estrellas se preguntan por Dios, igual como nosotros nos preguntamos por nuestra existencia. Ninguno de los dos es más evidente cuanto más misterioso que el otro.
De Dios sólo cabe esperar tautologías. Él es obvio.
Dios no puede escribir libros, ni decir a los hombres lo que pueden o no pueden hacer; prohibir atenta contra su naturaleza; esperar cosas de los hombres, atenta contra su naturaleza; manifestarse en secreto atenta contra su naturaleza. Dios dice: Yo soy el que soy. Pero el que dice: Diles que Yo soy el que Soy; ése no es Dios.
Dios no premia, Dios no castiga; la naturaleza del hombre es ser libre, y Dios ha permitido esa naturaleza. ¡Qué primitivo, qué sucio es atribuir estados mentales a Dios! Si tuviera mente, no existiría el mundo; todo lo consumiría en su imaginación.
Dios es obvio, todo lo que se diga de él debe ser obvio, debe estar vacío de información, debe ser autoevidente. Dios es la verdad vacía. Dios es la identidad del todo con el todo. Dios es la respuesta inútil, Dios es la palabra ociosa. Dios está en todo y todo está en Dios; por eso hablar de Dios no tiene sentido alguno; porque él no lo tiene.
No se puede creer en Dios, o no creer; él es indiferente de los estados mentales que buscan referirle. Él está, y porque él está, nosotros existimos. Y listo.
No es cierto que todas las religiones llevan a Dios; de hecho, ninguna lo hace. Todos sus dioses son robots, son soluciones ad-hoc al miedo, son explicaciones vulgares para experiencias límite y alucinaciones de causa desconocida. Si alguno de esos dioses postulara a ser Dios, su religión se desvanecería, y sus seguidores tendrían que volver al mundo; el mundo donde las cosas no tienen sentido ni destino; sólo son lo que son, no son nada más, y se puede hacer con ellas exactamente lo que con ellas se puede hacer.
Dios es la estúpida conclusión de un razonamiento estúpidamente simple: si las cosas existen, entonces, ellas existen. Las cosas existen. Ergo, ellas existen. Y como existen, entonces Dios existe, porque ellas existen.
Por eso no soy enemigo de las religiones; sólo de las pretensiones religiosas. No soy enemigo de la moral; sólo de las pretensiones morales. No soy enemigo de los creyentes; sólo de los prosélitos. Los profetas son locos que ven en la cordura de los demás la locura de no estar igual de locos que ellos.
Pero no todos pueden mirar a la naturaleza a la cara; no todos pueden enfrentar el mundo desnudo, no todos pueden sostenerle la mirada a las maravillas del universo. Para todos ellos, venden robots. Para todo ellos, hay alguien trabajando en el cielo y deteniendo las tormentas de electrones. Y nada puedo decir sobre ellos, más que son lo que son.
Las guerras, la muerte y la destrucción no son errores cósmicos. Ellos son lo que son, porque podían llegar a ser, porque Dios las ha hecho posibles. Dios sólo provee las posibilidades. Es cierto que para Dios nada es imposible, porque lo imposible es imposible.
Si existen las guerras, la muerte y la destrucción, es porque las hemos elegido. ¡Qué puede ser más irresponsable y flojo que ver en nuestros errores un error del mundo! ¡Qué irresponsable parece ver en nuestros proyectos el proyecto de alguien más, que prepara una reivindicación!
Matar no es bueno, pero tampoco es malo: es posible. La Guerra no es buena, pero tampoco es mala: es posible. El hambre, la destrucción, la pobreza, el abuso de poder, la injusticia, son cosas que pasan. Y pasan porque son posibles. Y son posibles porque los elementos de su combinatoria existen. Y ellos existen porque existe Dios. Y eso es todo.
Dejar de matar también es posible. La Paz también es posible. La justicia, la democracia, la libertad, el respeto, son posibles. Su consecución depende de la elección de los hombres. Si ellas no han llegado a ser, es por el esfuerzo de hombres que no han querido. Y eso es todo.
Si algo es posible, entonces es necesario que sea posible. Si algo existe, entonces era posible que existiera. Y esto es todo lo que sabemos de Dios. Todo lo que él nos puede decir. Y nada más.
En Dios el silencio. En Dios la futilidad. En Dios todo.
No me gusta identificarme con el agnosticismo, porque hoy por hoy la palabra se ha contaminado con un dejo de indiferencia y de materialismo que me es muy molesto; yo creo en lo que es posible, pero no creo conocer todas las posibilidades; sólo Dios las conoce. Si la naturaleza tiene fuerzas ocultas, si existen seres extraterrestres, si existen seres trascendentes, si existen fuerzas mágicas en la tierra, en los hombres, en las cosas, todas ellas existirían porque Dios existe. Mi teología es tan verdadera, que llega a ser fome. Y lo es, de hecho. Pero por lo mismo, es irrefutable. 
Yo no creo en Dios, porque para mí la existencia de Dios no es materia de creencia, sino que es algo evidente e irrefutable. Y por lo mismo, no tiene sentido. Sólo el arte, la ciencia, la filosofía; la magia, la poesía, la música; sólo lo que es relativo al hombre, a los objetos del mundo, a lo posible, tiene sentido. Y me gusta sentirme lleno de sentido, y buscarlo lo más posible.
Escapar de la fe es, quizás, el acto más auténticamente libre del ser humano; porque negar la religión en lo profundo del corazón, en lo más hondo del alma, es llenar de sentido la vida propia en virtud de ella misma, y es por lo tanto abrazar, de una sola vez y para siempre, la única conciencia cierta que se puede tener: que existimos, y que existe Dios. Todo lo demás viene por añadidura y depende exclusivamente de nosotros mismos.


Inti Målai Perdurabo

NOTA: El cuento que conté al principio se llama "Razón" y pertenece al libro "Yo Robot", de Isaac Asimov.