martes, 5 de julio de 2011

Excusas "reaccionarias"

Ningún animal vive ni ha sido creado solo. En última instancia su sola presencia en el planeta ya lo convierte en un terricola, es decir, un ser que existe en la tierra, que coexiste con ella. Todo ser que además de existir coexiste genera relaciones de interdependencia con aquello a lo que le corresponde. A esta relación de interdependencia la llamo “necesidad”.
Todos los animales tienen la necesidad de respirar, de comer, de procrear, por ejemplo. Cada una de estas necesidades se entiende como una comunicación con un medio, es decir, con aquello que es distinto de él pero que guarda algún tipo de relación con él. Así por ejemplo, el animal respira el aire, come otros seres vivos – vivos o muertos – y se procrea con otros animales de la misma especie – u otras.
La capacidad de acción de un animal – a lo que llamo de un modo laxo “voluntad” - va determinada “por defecto” a la satisfacción de sus necesidades (lo que Schopenhauer llama lisa y llanamente “Voluntad de Vivir”).
A medida que las necesidades de un animal son satisfechas, éstas dejan de ser urgentes para él, y puede dirigir su voluntad hacia la ejecución de otros actos. Como cada una de estas acciones no es “necesaria” en el sentido fuerte que estoy usando, ellas no tienen prioridad unas sobre otras y el animal entonces puede elegir. A esta posibilidad de elección la llamaré “libertad”.
Se entiende entonces que bajo esta definición la “libertad” es inversamente proporcional a la “necesidad”; Es decir, un ser absolutamente libre no tiene necesidades (la felicidad en sentido platónico), lo que significa que no coexiste con ningún otro ser, lo que significa que “es” en plenitud y de forma completamente singularizada (un “dios feliz”, como el de Timeo). Por otra parte, un ser regido absolutamente por la necesidad no es libre, y podemos citar de ejemplo a un náufrago muriendo de hambre en una isla (menos hospitalaria que la que le tocó a Tom Hanks, dicho sea de paso).

Todos los animales poseen conocimiento innato, no en el sentido Kantiano sino en el naturalista, es decir que vienen “presetiados”, si se quiere, a adquirir ciertos comportamientos en situaciones específicas. A estos conocimientos innatos los llamo “instintos”.
Que el ternero en cuanto nace estire las piernas y aprenda de inmediato a caminar es un instinto, por ejemplo. Siguiendo aquí a Schopenhauer, es una necesidad de la vida en sí el que los terneros aprendan a caminar no bien nacen. Como también lo es el buscar el pezón materno en todos los mamíferos, o corregir la desviación de la luz para los peces que cazan saltando desde el agua.
Aristóteles hace una apuesta interesante al afirmar que el ser humano es un “animal social”. Entendido de esta forma, podríamos decir que para él el reunirse y formar comunidad es un instinto, lo que le demanda también el comunicarse, que pasaría también a ser uno de sus rasgos definitorios (el “ser lenguajeante” de Habermas). Siendo la sociedad para el ser humano el resultado de un instinto, podemos afirmar sin más que ella es la exigencia de una necesidad de la vida.
El hombre, por lo tanto, no es libre sino hasta que logra constituirse en sociedad. Ella es de primera necesidad para su desarrollo.
El hombre nace libre, pero por doquier está encadenado”. Rousseau. Nacer es, por definición, la pérdida de la libertad en su sentido absoluto. Sólo un dios soleipsista, prisionero de una dimensión infinita para sí mismo y donde puede girar sin necesitar nada fuera de él, puede “ser libre” plenamente. Para nosotros, la única libertad absoluta viene con el no-ser, es decir, el antes-de-nacer, el no-existir, que viene de la mano del no-coexistir, de la falta de necesidad. Después del nacimiento, cuando la vida ha sido satisfecha en sus primeras y más apremiantes necesidades, viene al fin la lucha por conseguir la mayor libertad posible.
Esta antinomia resulta muy interesante; por una parte, necesitamos la sociedad, pero por otra, la sociedad implica una represión de nuestra libertad, puesto que cedemos en pos de un otro para permitir la convivencia. Dicho de otro modo, necesitamos renunciar a la libertad para poder ser libres.
Me atrevo a decir que es ésta la piedra de tope de toda discusión en torno a política y sociedad. Sentar cuál es el grado de libertad ideal que podemos poseer, y cuál es el fin último de la sociedad, abre la mayoría de las diferencias y constituye el punto de encuentro de las más acaloradas discusiones.

Hablando siempre de animales, y contando al ser humano entre ellos, llamo “sistema” a todo comportamiento organizado para asegurar la supervivencia de sus componentes. Es evidente que este fin no se conseguirá – o muy pocas veces – totalmente, pero entonces se entiende que al menos se intenta salvaguardar la existencia de un mayor número de componentes.
Los sistemas parecen ser necesarios para la vida en el planeta. La continua relación de unas formas animales con otras, mediante la destrucción de algunos para la perpetuación de otros (como en el caso de los animales carnívoros o carroñeros) o la dependencia con formas de vida más grandes (como el caso de parásitos, virus o incluso los pájaros que limpian los dientes de los cocodrilos) se muestran a toda hora en los eco-sistemas (convivencia del hogar) y son claramente un comportamiento instintivo y por consiguiente, anterior o en íntima relación con toda otra necesidad vital.
El ser humano, animal social y lenguajeante, no tiene por qué ser la excepción a esta regla. Toda forma de organización, desde la familia hasta el Estado, presenta un sistema. Nótese que aquí uso “sistema” en un sentido más limpio que el que suele atribuírsele, un “sistema” natural, en contraste con el conspiracionista y paranoide con el que se utiliza generalmente el concepto.
Todo sistema, por estar orientado a la supervivencia de un mayor número de integrantes, se sustenta en una cualidad esencial de cada uno de sus miembros: el hábito.
No es suficiente que el animal consiga comida, además debe hacerlo regularmente. El hacerlo no sólo regularmente, sino ensayar siempre las mismas formas, va de la mano con su instinto de supervivencia, porque de intentar innovar a cada vez perdería tiempo valioso para hacer otras tareas que aún no domina. Luego, el sistema también demanda de él que siempre lo haga de la misma forma, para que los demás componentes puedan predecir su conducta y ajustar la de cada uno a la del resto.
De aquí se desprende que un sistema exige una costumbre para asegurar la conservación, siempre que el medio se mantenga el mismo. Cuando el medio cambia y la costumbre empieza a poner en peligro la conservación, se hace necesario cambiar el sistema. Pero este cambio no puede, en principio, celebrarse por los miembros del sistema, puesto que ellos están habituados a él y su existencia depende de su sumisión al sistema. En teoría, sólo cuando la no-modificación del sistema pone en riesgo directamente la vida de todos sus componentes (o una mayoría muy significativa) éstos, impelidos por el instinto de supervivencia, modifican su comportamiento y el sistema es reformado.
De aquí podemos extender dos máximas. Primero, que todo sistema es interdependiente de sus componentes, y ellos conservan el sistema al regular su comportamiento, y segundo, que sólo el instinto de supervivencia empujando de forma singular a cada uno de los componentes es capaz de modificar el sistema.

Pasemos ahora al ser humano. Podemos decir de él que la sociedad, logro de primera necesidad, constituye en forma genuina un sistema. La Sociedad como sistema exige a sus miembros que ellos regulen su comportamiento, a cambio de que la Sociedad a su vez conserve y asegure la existencia del mayor número posible de personas. Pero en el ser humano se da la peculiar paradoja sociedad-libertad, lo que vuelve este cuadro un poco más complejo que para el general de los animales. En el caso del ser humano se espera que la Sociedad, además de asegurar la vida de sus componentes, también les preserve la libertad, que es aquello que en primera instancia les inhibe.
¿Cómo es posible conseguir esto? Sencillamente, cuando la Sociedad es elegida. Recordemos que la libertad es básicamente posibilidad de elección.
...descubrió una solución según la cual el 99% de los individuos aceptaba su programa mientras pudieran elegir, aunque únicamente lo percibieran en un nivel casi inconsciente”. El Arquitecto, Matrix. Ahora la pregunta es, ¿Cómo se espera que un individuo, si nace inmerso en una realidad “social” y no conoce más que ésta, tenga posibilidad de elegir, si al parecer no existe otra opción?
Curiosamente, la respuesta viene del sistema mismo. Él, al igual que la Matrix (pero de forma menos satánica), posee un mecanismo de retroalimentación que le permite a cada componente, a cada ser social, elegir el sistema y aceptarlo. Esto al menos en un 99% de los casos.
Y ¿cuál es este mecanismo de retroalimentación que asegura la libre elección del 99% de la población asociada, y por lo tanto la consolidación del sistema? Pues, precisamente, el secreto de la solidez del sistema radica en el 1% que lo rechaza.
Utopía, como la peor de las distopías, era un mundo soñado donde todos los miembros de la sociedad estaban felices de pertenecer a ella. Afortunadamente, Utopía es un lugar que no existe y que, curiosamente, jamás existirá. Como bien previeron todos los escritores de anticipación, la sociedad perfecta es también la más perfecta y terrible prisión, puesto que el individuo no puede elegir.
Sonará escandaloso, pero lo que asegura y perpetúa la existencia del sistema es precisamente la persistencia de todo tipo de manifestación y rebelación aislada contra él. Delincuentes, anarquistas, revolucionarios y todo tipo de idealistas panfleteros son, paradójicamente, aquello que fortalece y mantiene estable al sistema. En su persistencia y no-aceptación de esta verdad tan evidente y clara está el secreto del éxito de este método infalible, porque genera un círculo virtuoso que dificilmente podría romperse.
Apoyado o no por los medios de comunicación de masa (que juegan también un rol esencial), el individuo, al entrar en conocimiento de estas formas para él violentas o sacrificadas de cambio, es impelido libremente a elegir el estado actual de la Sociedad como el menor de los males, guiado por criterios de comodidad y cobardía, elementos clave en la conservación de la especie y de la propia vida.
¿Cuándo entonces es que podemos ver un cambio en la Sociedad? Pues, siguiendo siempre la lectura naturalista que hemos llevado a lo largo de este ensayo, cuando la supervivencia de un número crítico de componentes del sistema se halla amenazada. Estas situaciones históricamente han sido, para el hombre, tres: catástrofes naturales, guerras y revoluciones. Estas tres situaciones tienen como detonador principal un sólo un factor: la muerte. En el momento en que comienza a morir la gente, la sociedad se activa y cada uno de los miembros se mueve en pos de cambiar el sistema. El silogismo es sencillo: cambiar o morir.
Entonces para comenzar cualquier cambio social es absolutamente necesaria la muerte: esta puede ser de tres formas, una para cada situación crítica: la muerte de unos pocos en pos del cambio (la revolución); la muerte de muchos en pos del cambio y de muchos sin intención de cambio (la guerra); y la muerte de muchos sin intención de cambio (la catástrofe natural). De tal forma, veremos a lo largo de la historia que las Sociedades, cuando mutan por causas internas (guerras, revoluciones) lo hacen sólo en dos sentidos: desde la oligarquía hacia la democracia y vice-versa. La historia da infinidad de ejemplos de lo mismo, y el mismo Platón lo ilustra brillantemente en la República. El gobierno jerarquizado y personal, por su carácter severo y eficaz, asegura rápidamente el desarrollo y la supervivencia de la mayoría, pero el incremento de población le significa 1) o la pérdida de autoridad 2) o el abuso de la misma. Esto lleva a asumir un nuevo sistema de gobierno, infinitamente más mediocre y lento, la Democracia, que tiene como única salvedad la restitución de la sensación de libertad (y por lo tanto, el bienestar psicológico) de la población. Cuando su degeneración natural y necesaria la vuelve insostenible, el pueblo accede a someterse a un nuevo gobierno jerárquico, más represivo pero a la vez más productivo y eficiente. Y así continúa el vals eterno de la Sociedad.
La clave del éxito en este ciclo fatal es, nuevamente, una debilidad humana. Toda guerra, revolución o catástrofe natural es recibida por el individuo como un evento traumático, que lo obliga a querer con todas sus fuerzas un cambio radical en el sentido contrario, una negación de los beneficios del estado que se abandona y por lo tanto una apreciación de los beneficios del estado nuevo como una necesidad. Es esto lo que asegura el éxito en el giro de la rueda de las sociedades y lo que hace que sólo mirando hacia atrás, a la historia, sea posible notar esta verdad tan innegable como invisible.

Por eso marchar por la Alameda, sea por la causa que sea, sólo favorece a la consolidación del sistema en que vivimos; por eso los que creen en el éxito de estos movimientos nunca van a entender lo que estoy diciendo y lo discutirán a pataleta suelta, porque de su testarudez depende la supervivencia de la Sociedad; y por eso insisto en que estoy perdiendo clases por las puras.


Inti Målai Perdurabo

9 comentarios:

  1. Miguel, la marcha por la alameda no es para cambiar el mundo sino por pequeñas demandas concretas: afd al 50%, fin al lucro, etc.
    Así que no patalee tanto.

    Suerte de todas maneras.

    ResponderEliminar
  2. Miguel, la crítica no va dirigida a los motivos sino a las maneras; y no va dirigido contra su utilidad sino contra su futilidad.

    Para cambiar el sistema hay que hacerlo desde adentro.

    (Ahora bien, que yo no crea en la Democracia es harina de otro costal).

    saludos!

    ResponderEliminar
  3. Era necesario tal ensayo para excusar que no estás a favor de perder clases y que encuentras inútiles las marchas?. Síntesis, por favor!!

    ResponderEliminar
  4. Era necesario tal ensayo para excusar que no fue sencillamente que un día se me paró la raja y no me dieron ganas de ir a las marchas, y que no es por amargado o reaccionario que estoy en mi casa buscando qué hacer.

    He aprendido a quedarme calladiiiito en la U, en la calle, en mi casa... ¡Al menos confío en que en MI granja pueda escribir y expresarme sobre lo que me dé la gana! ¿No?

    Saludos =)

    ResponderEliminar
  5. Tranquilein yon wein, si te entiendo y en algunas cosas concuerdo contigo. Pero a lo que voy es que un blog lo haces para que lo demás lean lo que escribes (o si no, no lo tendrías obvio), entonces leo algo que espero sea tu opinión sobre la educación y te das el tremendo rodeo para llegar al punto que quieres mostrar. Eso, a mi me a veces me entretienen tus ensayos (sobre contingencia o cosas así) entonces esperaba algo mejor, y no un gran vuelta sobre la historia del hombre.
    Saludos!

    ResponderEliminar
  6. ese es precisamente mi punto; que en este asunto... LA WEA ES MUY SIMPLE ! xD

    ResponderEliminar
  7. Insisto, futilidad de la intención casi cosmológica que le das estos movimientos.

    Creo que en todo momento que he interrumpido en los seudo-debates he intervenido para aterrizar la discusión.

    Siento que la alejas, y al alejarla cualquiera muestra su futilidad.

    Eso nada más. Creo que no es necesario explicar el universo y su historia para aclarar este punto.

    ResponderEliminar
  8. ah... entonces no entendiste. Leete el ensayo de nuevo.

    ResponderEliminar