jueves, 28 de julio de 2011

THE DOUBLE SUNSET - Quinta Parte



INTRODUCCIÓN

Tolkien dedicó el penúltimo capítulo del Señor de los Anillos (que no fue incluído en la versión cinematográfica de Peter Jackson) a una temática que para él era muy sensible y por la cual a lo largo de toda su obra muestra un gran interés. Esto es, la conciencia ya presente en el espíritu de post-guerra de preocuparse por los daños que el exceso de progreso y la desmedida industrialización provocaban a los paisajes rurales y a la naturaleza, y la enajenación del hombre de campo al ser invadido por la modernidad.
La lectura que haré esta vez de la Guerra de las Galaxias será un poco más arriesgada que las anteriores; me atreveré a interpretar un poco más libremente el contenido para mostrar cómo es posible encontrar también en la hexalogía de Lucas una preocupación parecida que, consciente o inconscientemente, el director logra transmitirnos en su historia.
Como crédito de mi acierto, hago notar que muchos han destacado la influencia de Tolkien en la Galaxia de Lucas, por lo que no es tan descabellada mi interpretación siguiente. Pero lo dejo a criterio de cada uno.

DE LOS PLANETAS

Una de las cosas más sorprendentes de la Guerra de las Galaxias son sus planetas. Ellos son escenarios completos, cosa curiosa, y hay que ver con qué recatada fineza Lucas eligió cada uno; No hay dos planetas que sean iguales, todos poseen una estética propia y característica. Cabe preguntarse si no sería posible reescribir la Guerra de las Galaxias en contexto Steampunk, por ejemplo, o medieval, y la respuesta, quizás algo inesperada, sería que lo que hace imposible esto no son las naves (que podrían ser barcos, o submarinos) ni las espadas de luz (que podrían ser sables corrientes) ni la avanzada comunicación, ni los robots (que son esclavos, como intenté demostrar en la tercera parte) sino que es precisamente el hiperespacio y la singularidad de los planetas, y la imposibilidad de reducirlos en escala a islas o países dentro de la tierra. Cada planeta en la Guerra de las Galaxias es un mundo único y paralelo a los demás, y el hiperespacio es esa jugada brillante (que le saca canas verdes a los seguidores de la ciencia ficción) que permite cambiar de uno a otro con gran facilidad.
¿Nadie nunca se preguntó por qué, si son planetas completos, las naves llegan siempre a los mismos lugares, o por qué parecen tener un solo tipo de paisaje, siendo que en la tierra los tenemos a todos ellos juntos? Esto no es, ni por poco, un descuido o una señal de mediocridad por parte de Lucas; No tendría sentido que Anakin viniera de Tatooine si sólo en su ciudad natal (Mos Espa) hubiera desierto; porque él no se presenta como “Anakin Skywalker, de Mos Espa” sino como “Anakin Skywalker, de Tatooine”. No es el “desierto de Mos Espa”, es “el desierto de Tatooine”, ese mundo en el que Luke luego dirá que “si es verdad que existe un centro del universo, estás en el lugar más alejado de él” (SW:IV). Lo mismo ocurre para Coruscant; no hace falta que la capital de la República esté en una metrópolis, ella debe llenar todo el planeta; ir de Tatooine a Coruscant no debe ser para Anakin un viaje en barco, o una distancia imposible por motivos sociales; debe ser un cambio de mundo, un salto intergaláctico, un viaje único e inconmesurable.
Y tampoco tenemos mundos extraños, sino que todos esos planetas (los más relevantes) son paisajes comunes a nosotros; Y nuevamente, no cabe achacarle por eso a Lucas una falta de imaginación o estrechez de presupuesto. Los planetas de la Guerra de las Galaxias no son sólo “fondos”, sino que en ellos hay mensajes arquetípicos que debe ser posible –y así espero hacerlo en este ensayo – leer desde una interpretación “terrícola”.

La Guerra de las Galaxias comienza (SW:I) con una invasión de la Federación de Comercio al pequeño planeta Naboo. Esa escena espectacular que vemos en los primeros minutos de La amenaza fantasma cuando las naves bajan al planeta y salen estos carromatos aerodeslizantes que transportan androides, y comienzan a deforestar el planeta, debería llamarnos bastante la atención; Si la Federación de Comercio quería atrapar a la Reina Amidala, ¿por qué invadir el planeta en sus despoblados? ¿Por qué eran necesarias esas máquinas derribando árboles, la fauna huyendo, la aparición (lamentable) de Jar jar Binks, personaje claramente intrascendente, como un nativo desconcertado ante la aparición de tanta destrucción repentina?
Un detalle, una estrategia para mostrar más efectos especiales dirán muchos, pero yo no lo veo así. Fijémonos nada más en dónde termina la Guerra de las Galaxias; en una pequeña luna forestal, poblada por seres peludos y primitivos, con precarias formas de tecnología, celebrando alrededor de fogatas y con música tribal la destrucción de la Segunda Estrella de la Muerte. La victoria de los Ewoks y la de los Gangans (en SW:VI y en SW:I respectivamente) tienen una similitud metafórica impresionante; es David contra Goliat, son las pedradas y las flechas contra el cañón de láser, contra el tanque, contra el ejército profesional. No es coincidencia, no es mediocridad; es una clave que debemos entender.
Lucas también muestra, al igual que Tolkien, esa conciencia y ese dolor por la destrucción de la naturaleza; Naboo es un paraíso frugal y juvenil, un mundo de climas exóticos, de bellos lagos, de espectacular arquitectura (Constantinopla no podía ser mejor modelo) y de una increíble inocencia; Reinas jóvenes, militarización mínima, un pueblo feliz y un gran respeto por la naturaleza. En contraste a todo eso tenemos a los horripilantes extraterrestres que dirigen la Federación de Comercio, partiendo por el encorvado y desagradable Nute Gunray. Sus soldados son máquinas esqueléticas y sus naves parecen cuervos. La invasión de Naboo es mucho más que un argumento trivial; es un drama arquetípico de lo moribundo de la industria invadiendo la paz de lo rural, es Saruman explotando la Comarca, o talando los árboles del bosque de Fangorn. Por eso este planeta, tan pequeño e insignificante para todo el contexto de las Guerras Clones, es el auténtico inicio de la historia.
Naboo, este planeta frugal y delicioso nos entrega al personaje más frugal, delicioso e inocente de toda la Saga: Padmé Amidala. Una mujer bella, increíblemente madura, pero muy dulce y frágil por dentro. La pareja perfecta para ella tenía que salir por tanto de un lugar completamente diferente; de lo desolador, lo solitario y rudo del Desierto. De Tatooine.
El amor de Anakin por Padmé es el amor del beduino que encuentra un Oasis en medio del desierto. “Odio la arena; es seca y rugosa, nunca te la puedes quitar; aquí no hay nada eso. Aquí todo es liso, y suave…” (SW:II). La traición de los sentimientos es completa; El Jedi es un anacoreta en el Desierto, es un Yoda en Dagobah, un Obi-Wan en Tatooine, pero Anakin nació en el desierto y lo que quiere es salir de él, no volver. “Vienes de un planeta caliente… demasiado para mi gusto. El espacio es frío” (Padmé a Anakin, SW:I). Eso es lo que hace a Padmé un tesoro, para él, tan exquisito e irresistible.
Pero ellos salen, cada uno de su planeta, y se sumergen a su manera en un infierno mucho más desolador que el desierto; la gran ciudad.
Es admirable el contraste que consigue Lucas cuando nos muestra la “gran” Coruscant en SW:II, después del epílogo febril y carnavalesco del episodio precedente. Es una metrópolis agitada, cosmopolita, tramposa y sucia. Cambia ágilmente entre los opulentos salones del Templo Jedi o del Senado Galáctico, a los suburbios de bares o de generadores de voltaje. Después de esa alocada carrera por atrapar a la asesina de la Senadora Amidala, nos lleva nuevamente a Naboo, y volvemos con eso a la paz (secundado por la contribución maravillosa de John Williams) de la vida en el campo. La elección de los planetas para el drama amoroso de Anakin y Padmé no pudo ser más acertada; Primero, en esos días cálidos y alegres en Naboo, esas sonrisas, esas escenas calmas y luminosas, un Anakin fascinado por la belleza, por la exuberancia del paraíso… y luego, las pesadillas. La madre moribunda. El miedo. El Lado Oscuro de la Fuerza: Tatooine.
Ambos arrancados de sus propios mundos, son llevados nuevamente a Coruscant. Enajenados, lejos de esas tardes a solas en Naboo, obligados a vivir una mentira, protagonizan juntos la decadencia de ambos; Padmé marchita, se vuelve débil e histérica (la Padmé de SW:III es irreconocible, si se la compara, con la de SW:I), mientras Anakin acaba de consumar la corrupción que ya largamente tratamos en la Segunda Parte. Es el Ocaso del primer sol.
Y tal como comentábamos en ese ensayo anterior, de las cenizas de ese amor prohibido y perverso entre Anakin y Padmé nace una pareja nueva, cuyo amor es el más inocente y puro de todos; el de hermanos. Y no es de extrañar que cada hermano vuelva al seno de sus propios padres; Luke a la granja de sus tíos en Tatooine, y Leia a Alderaan, un planeta que vemos al final de SW:III como un mundo de fabulosas montañas, o desde la ventana de la Estrella de la Muerte en SW:IV, como un planeta curiosamente parecido a la tierra…
Pero no sólo en el drama amoroso de Anakin y Padmé son importantes los Planetas. Veamos por ejemplo esa “isla turbulenta” a la que llega Obi-Wan en busca de Jango Fett. Kamino, el mundo de los clonadores, es un planeta sumamente atractivo. La Colonia de los clonadores es un paraíso de luz y avanzadísima tecnología en medio de una lluvia torrencial y bajo un cielo cubierto de nubes. Como si no contento con estar más allá del borde exterior de la Galaxia, el planeta haya querido esconderse todavía más de sus clientes.
También tenemos los planetas en los que se escondían los Separatistas, como Geonosis, todos desiertos cavernosos, haciendo eco, muy probablemente, de los terroristas escondidos en las montañas de Irak (recordemos que Lucas es gringo, después de todo). Pero sin lugar a dudas el planeta más impactante y con más cruda simbología es Mustafar.
Los que vimos la Guerra de las Galaxias antes de la Guerra de los Clones sabíamos, cuando llegó la precuela, que tarde o temprano veríamos la legendaria y tan esperada batalla entre los jóvenes Darth Vader y Obi-Wan. Muchos seguramente fantaseamos con el planeta en que habría tenido lugar, si en un desierto, una estación espacial, un bosque, o frente al Emperador, como la batalla final de Luke con Vader. Pero no; Lucas guardó para su batalla definitiva el escenario más espectacular y escabroso de todos: un verdadero infierno. Así, cuando Vader se quema y pierde su cuerpo, cuando Anakin Skywalker termina de morir, no lo hace en cualquier pozo ardiente; lo hace, ni más ni menos, que en el mismísimo arquetipo occidental del castigo y del mal. De ahí lo recoge su maestro, un ser deforme y encorvado que se oculta tras una capucha, como la muerte. Y con sumo cuidado, con la más avanzada tecnología, le dan a Darth Vader un cuerpo nuevo; la Industria.
Así, Darth Vader es la encarnación misma del progreso; más máquina que hombre, Lord Vader, el civilizador.
Todos los paraísos silvestres e inocentes mueren; Naboo y Kashyyyk son colonizados por el Imperio, Alderaan es masacrado por la Estrella de la Muerte… y el desierto del corazón de Vader devora todo Oasis en la Galaxia.
Entonces, ¿dónde se ha de buscar la sanación para una Galaxia tan enferma? No en el Oasis marchito, ni en la Ciudad corrompida, sino en el Desierto nuevamente, allí donde la soledad y la muerte purifican todos los espíritus. En Tatooine y la hermita del viejo Ben Kenobi. En lo profundo de un pantano, donde el Gran Guerrero Yoda vive de cocinar raíces y jugar a los acertijos. En Hott, el planeta de hielo, o vagabundeando por un campo de asteroides, o en una ciudad en las nubes, de una humilde opulencia que nos recuerda a Naboo. De esos desiertos saldrán los héroes que volverán a encontrar los Oasis, y le devolverán el equilibrio a la fuerza.
Compárense nada más la destrucción de cada Estrella de la Muerte; en ambas los rebeldes, menores en número, con una posibilidad escasa de derrotar al terrible tecnócrata enemigo, celebraron su increíble victoria; y no estaban ocultos en cuevas o en montañas; no, estaban en lo profundo de un bosque, en medio de una exuberante naturaleza, símil de los bosques de la primigenia Naboo.
Personalmente me gusta mucho una escena al final de SW:VI, donde los Ewoks aparecen usando los cascos de los stormtroopers como tambores. Me recuerda esa última escena de Pink Floyd The Wall donde un niño recoge una bomba de molotov y hace asco por el olor de la parafina. Es el retorno de la Inocencia, donde las armas se convierten en juguetes, donde todo vuelve a disolverse en ese aire febril y alegre que tiene el mundo a través de los ojos de un niño.
¿Y cómo se llama la Luna Forestal en la que termina la Guerra de las Galaxias? Endor. ¿De dónde nos debería sonar ese nombre? Pues, una vez más, Tolkien. Endor, el nombre que daban los Elfos Quendar a la Tierra Media. ¿Coincidencia? Puede ser, como puede que no…
Sólo cabe recordar una última máxima, que ha de servirnos siempre de guía para ver y para entender correctamente la Guerra de las Galaxias: “El poder de destruir un planeta es insignificante, comparado con el poder de la Fuerza” (Darth Vader, SW:IV)


Inti Målai Perdurabo

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Claves:

Canon
La Guerra de los Clones:
SW:I La Amenaza Fantasma
SW:II El Ataque de los Clones
SW:III La Venganza de los Sith
La Guerra de las Galaxias:
SW:IV Una Nueva Esperanza
SW:V El Imperio Contraataca
SW:VI El Retorno del Jedi
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3 comentarios:

  1. BUENA...muy ...muy...BUENA...

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  2. leyendo me acorde, que no se si lo dicen en la pelicula o lo lei, que tatooine antiguamente era planeta de mucho bosque y oceanos, pero tras una guerra fue debastado y se convirtio en el desierto que se ve en las peliculas.

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  3. eso al menos no es de las películas

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