lunes, 11 de julio de 2011

Excusando las "reacciones"



Noté por comentarios (escritos y orales) a mi ensayo anterior que no quedó muy clara la idea que realmente quería exponer, probablemente dada mi -quizás mala- costumbre de no atacar los temas directamente. Por eso y para evitar la peor y más dañina de todas las malas hierbas -el malentendido- he decidido escribir este ensayo a modo de ampliación del inmediatamente anterior, que se llamó “ Excusas “reaccionarias” ”.

* * *

Considérese el marco conceptual que expuse en mi ensayo anterior. Brevemente, iba así:

El ser humano es un animal. Todo animal posee necesidades. Un animal que satisface sus necesidades es libre en la medida que ellas no se reanudan. Todo grupo de animales genera sistemas de convivencia. El sistema de convivencia humano por excelencia, la sociedad, cohorta la libertad individual en directa relación con la de los demás para permitir la comodidad de una mayoría. Pequeñas fallas en la estructura de la sociedad (entendidas como incomodidad en algunos asociados) hacen que se despierten manifestaciones aisladas de respuesta, que, por descarte, inclinan a la mayoría a aceptar al sistema con sus fallas incluídas. Para cambiar realmente el sistema es necesario que una o más muertes expongan la vida de una mayoría considerable de asociados, que, por instinto de conservación, modificarán el sistema. Estas modificaciones históricamente ocurren de forma cíclica, yendo de la autoridad personal a la autoridad colectiva.

¿Cuál es la relación que yo veo entre esto y las movilizaciones de estudiantes? Eso quiero aclarar ahora.

Existe una y sólo una poderosa razón para explicar por qué los aristócratas santiaguinos exiliaron a Bernardo O'Higgins luego que él les quitara el derecho a mayorazgo, o los congresistas derrocaran a Balmaceda tras la polémica de las salitreras, o la Concertación de los Partidos por la Democracia no modificara sustancialmente el sistema educacional implantado por el régimen militar tras la abdicación de Augusto Pinochet. Esa razón tiene que ver con el instinto de supervivencia: los que tienen poder no ceden voluntariamente a perderlo.
La actual educación en Chile, por una parte el sistema de municipalización y por otra el de la educación superior privada, tuvo en sus inicios dos propósitos principales y ellos han sido cuidadosamente conservados por los gobiernos que supuestamente se opusieron a los gestores de la reforma: 1) Que los pobres no puedan acceder al poder, y 2) que los ricos no pierdan el poder.
No sólo la educación municipal sino todo el sistema educacional básico y medio en Chile está diseñado de tal manera, que el estudiante no explota sus talentos sino que entrena su capacidad de realizar trabajos y de memorizar grandes cantidades de información. Incluso extracurricularmente, se intenta que el pensamiento inteligente, original y por lo demás necesariamente independiente sea visto como un “mal comportamiento” y así la pedagogía pueda encargarse de encaminarlo en dirección al comportamiento masa (democracia).
En el caso de la educación superior, el sistema de acceso por endeudamiento promueve que quienes accedan a la educación sean: quienes pueden pagar, y quienes podrán pagar una vez terminada la carrera. Quienes pueden pagar son quienes poseen las mayores concentraciones de riqueza, y las carreras que ofrecen la posibilidad de pagar son asimismo aquellas que se desempeñan en el campo de esa misma riqueza. De esa manera, la aristocracia económica se encarga de asegurar el mayorazgo (por burros que les salgan los herederos) por una parte, y por otra, de tener obreros capacitados en las esferas más altas de sus subalternos. De igual forma, todo el resto de la masa no educada, educada mediocremente o que no estudió carreras rentables asegurarán su riqueza trabajando para ellos o consumiendo lo que ellos ofrecen. O en última instancia, ayudándolos a estacionar sus vehículos de fin de semana en el Parque Arauco.
Para poder mantener en pie y funcionando el sistema de la forma descrita, es necesario asegurar que la educación haga distinción social. ¿Cómo se consigue esto? Aparte de mantener el modelo educativo operativo y no intelectual anteriormente descrito, se requiere que la calidad misma de la enseñanza varíe de grupo en grupo socioeconómico. Esto a su vez debe realizarse de la misma forma en que se mantiene la hegemonía en las esferas de poder económico: logrando que los educadores de los grupos socioeconómicos altos estén mejor capacitados que los de los grupos bajos.
Esto se consigue de la siguiente manera: primero, debilitando el campo laboral de la educación y bajando el margen de renta en el sistema público. Ello provocará que quienes trabajen como profesores de colegios municipalizados y subvencionados reciban pocas ventajas económicas, lo que los obligue a depender totalmente de su trabajo y les impida cualquier tipo de capacitación o independencia financiera. Esto último es crucial, porque favorece el que se fuerce a los profesores a inflar las notas y así estadísticamente hacen parecer que la educación pública es “buena”. Nótese que la dependencia financiera ocurre de dos maneras distintas: o pagando poco y dando poco trabajo, o pagando bien pero obligando al funcionario docente a responder con buenas calificaciones e impidiéndole desempeñarse en otras labores con jornadas excesivas, o perfeccionarse. Por otra parte, los profesores que enseñan en el sistema privado reciben todas estas ventajas; sus horarios a veces hasta les permiten hacer clases en varios colegios, tienen estabilidad económica y los mismos colegios los capacitan. En definidas cuentas, los estudiantes del sistema privado “memorizan mejor” que los estudiantes del sistema público, y por eso mismo dan mejores pruebas de selección múltiple.
Y segundo, facilitando la obtención de un título docente. Así, se asegura que en el mercado haya mucho profesor mediocre que no pueda acceder al sistema privado y termine enseñando en el mal sistema educacional público.
En el caso de la educación superior ocurre más o menos igual.

Este es el panorama de la Educación. Pasemos ahora al panorama político.
Chile, por ser un país que abrazó (gracias al traumático gobierno militar 73-90) la democracia representativa de sufragio universal, se construyó un complejo organismo político que sirve para proteger su sistema económico; apoyado por los medios de comunicación de masa se asegura que sólo entren en la máquina de gobierno personas de elevada situación económica o en última instancia con algún tipo de dependencia a alguna potencia (nacional o internacional). Estos actores políticos -tanto parlamentarios como ministros o altos funcionarios públicos- poseen casi en su mayoría intereses económicos que salvaguardar, lo que hace que su propio instinto de supervivencia los incline por no tomar decisiones que atenten contra su estilo de vida. El sufrafio universal favorece que la gran masa inculta y no educada vote por ellos, gracias a eslóganes populistas (como los derechos humanos) o campañas placebo (como opulentas obras públicas de corta planificación y mala infraestructura).
No sólo a Sebastián Piñera o a Joaquín Lavín, sino que a casi ningún senador, diputado, ministro u otro funcionario público le conviene que alguien -que no milite en su partido, sea familiar suyo o trabaje directamente para él- acceda a la esfera de poder y sea capaz de correr una carrera política sólida. Por lo tanto, a ninguno de ellos le conviene que personas que no están entronadas en las altas esferas económicas del país accedan a esa posibilidad. Por lo tanto, tampoco les conviene que la educación sea de calidad y su acceso sea irrestricto, o un pobre con talento podría venir a poner en riesgo su lujoso estilo de vida. El lucro en este aspecto, como se ve, es secundario; ¿qué más dan un par de acciones de un colegio en Vitacura o una universidad privada, si se tienen otras cientas de empresas mucho más lucrativas y seguras en el bolsillo? Aquí la pelea no es por el bolsillo sino por el sillón.
Ergo, el sistema completo (en mi sentido) aquí depende de dos factores: la inamovibilidad de los estratos socioeconómicos y la mala educación de los sectores de escasos recursos.

Finalmente, el noventinueve porciento de la población de este país acepta este modelo y lo defiende, porque un uno porciento sale a la calle y marcha pidiendo que se cambie. ¡Qué falta más grave a mi sentir civil haría, de afirmar que no es loable la causa! Encuentro no sólo triste, sino terrible y ofensivo el que grandes genios se estén desperdiciando en los sectores marginales mientras los hijos de hombres de apellido y riqueza, muchos de ellos deficientes mentales, entran al aparato político y gobiernan mediocremente nuestros destinos. Pero no puedo dejar de señalar que: 1) el método utilizado no “genera conciencia” en un sentido positivo sino que refuerza, en el sentido virtuoso que expuse en mi ensayo anterior, la aceptación de la masa votante del sistema actual, y 2) que la reforma no puede ser sólo educacional, ya que solucionar el problema en la educación dinamitaría el sistema social completo.
Y para hacer una reforma completa, es necesario movilizar a toda la sociedad. Y para eso son necesarias las muertes.

¿Cuáles son las consecuencias directas previsibles para la metodología de manifestación actual? Que los partidos políticos tarde o temprano se apoderen de la causa para agregarla a su repertorio de eslóganes populistas, los estudiantes por presión (año académico, disidencia, diferencias internas) depongan la lucha y favorezcan lo anterior, y que finalmente la historia y los medios se encarguen de darle a la marcha estudiantil 2011 una medalla para que a todos les quede la conciencia tranquila, como ocurrió en el 2006.
¿Qué metodología funcionaría entonces, a mi parecer? Primero que todo, favorecer rigurosamente la selección de aquellos que realmente comprenden las proporciones completas del problema. Evitar sobre todo a los demagogos (muchos de ellos preparados retóricamente por partidos políticos) y a cualquier brote de sentimiento “democrático” o populista que inste a trabajos colectivos, que sólo retardan el avance. Después, intentaría por todos los medios impedir que los colegios y universidades se detengan, para que no sea posible a la opinión pública intervenir en el movimiento.
Finalmente, construida una sólida propuesta que no sea sólo un punteo de reformas sino que sea una constitución completa renovada, reestructurada de forma íntegra, favorecer que los espíritus más inteligentes y capaces de entre los gestores del proyecto movilicen a gran escala diversos actores sociales, y valiéndose de los demagogos (no dejándose conducir por ellos) para activar a la masa inculta, se comience una revolución en su sentido completo.
Obviamente, esta revolución NO saldrá de una asamblea de estudiantes -que, aparte de pasar la mitad de su vida viendo monitos animados y con un historial de lecturas muy limitado, poseen posturas políticas dirigidas y un mal sentir social, por haber vivido a costillas de sus padres toda la vida- sino de una élite intelectual preparada e inserta en el mundo laboral... ¡que, por el sistema educacional que le ha formado, no tendrá interés en hacer dicha revolución! (¡Plop!)
Ante esta paradoja me detendré, para no alargar mucho más el tema. Sólo agregaré lo siguiente:
Hemos llegado a un punto crucial de nuestra historia en el cual el pasado se muestra como un gran preámbulo a grandes acontecimientos que están a punto de desatarse. Estos acontecimientos no vendrán de la mano de proyectos educativos creados por estudiantes librepensantes, ni saldrán del seno de asambleas de artistas con delirios de grandeza, ni llevarán la bandera de algún nuevo y juvenil partido político de gran aceptación popular. Estos acontecimientos serán las piezas de dominó que una a una cederán ante un monstruo desconocido que está a punto de despertar. Igual como en Europa una atmósfera eléctrica esperaba y preludiaba la catástrofe, esperando el más pequeño error por parte de alguno de los involucrados para desatar el infierno... la atmósfera que se respira hoy en todo Chile es parecida. ¡Pero no debería alegrarnos, sino asustarnos grandemente! Quién sabe cuál será el puntapié inicial... pero podemos estar seguros que será, por decirlo menos, brutal y sangriento.
Es inevitable. Me aterra tanto el pensar que ocurrirá, como el imaginar que quizás no ocurra. La futilidad aquí es la mía, la de los estudiantes, la de todos los manifestantes, y también la de los envejecidos aristócratas de Santiago. Es la futilidad de la democracia, la futilidad de la mayoría, de la mediocridad de la buena voluntad, de la estupidez de los idealistas, de la rueda de la necesidad, de lo despiadado y fatalmente opresivo del sistema económico, y de la grandiosa y aterradora sombra de aquella bestia destinada a destruirlo.
Ahora sí; por esto es que siento que estoy perdiendo clases por las puras.


Inti Målai Perdurabo

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