“Vio entonces Dios
todo lo que había hecho, y todo era muy bueno”
Gn 1:31
Es de sobra conocido que
soy un enemigo declarado de los imperativos morales. Pero tampoco
soy, como alguna vez me dijeron (personas con más edad y más
títulos universitarios que yo), un ser amoral. No es un tema que me
agrade mucho –digamos que “no hiere las suficientes
susceptibilidades”– pero me entretendré con él un momento.
Un imperativo moral es
toda sentencia del tipo: “Haz esto” o “No hagas
esto”. El tipo de moral que presupone el imperativo (en
cualquiera de sus múltiples variables posibles) es una moral de
arriba a abajo. El
imperativo, que es moral porque distingue nuestros actos
entre [al menos] dos tipos de valores excluyentes (buenos y malos,
correctos e incorrectos, preferibles y despreciables, etc.) se
presenta como una sentencia de tipo universal,
que rige de manera uniforme sobre el resultado de nuestras
decisiones, aquello que constituye el particular
o el momentum de
nuestra conducta, que no es otra cosa que el “acto” mismo.
Cada
uno de estos actos es evaluado, en particular,
de forma aislada como un ejemplar de nuestra conducta; esto
es bueno, esto es
malo; su valoración, aunque se disfraza de cualidad, es mera
cantidad: “por sus frutos los conoceréis”.
Contra
esta moral de arriba a abajo
yo propugno una moral egocéntrica,
en la cual no son los actos los calificados de “buenos” o “malos”
sino que es la conducta en sí misma, ya no como el total de nuestros
“actos” sino como el devenir de nuestro comportamiento
consciente, aquello que se
revisa y se perfecciona para “bien” (en un sentido personal) o se
descuida (lo que vendría a ser un relativo equivalente al “para
mal”).
Somos
el todo coherente de las decisiones que tomamos. En la relación
constante y turbulenta con el mundo sostenemos posiciones respecto de
él y de nosotros mismos, así como de todo orden de cosas; lo que
constituye nuestro sistema de creencias,
lo que groseramente puede ser representado como nuestro conocimiento
sumado a nuestras experiencias,
fundamento último de nuestra opinión
y nuestra conducta.
Todo
sistema de creencias es susceptible de ser revisado. La conducta
no es una relación de
coherencia entre nuestros actos particulares (como pretende la moral
del imperativo) sino que es, más bien, la relación de cada
uno de nuestros actos con el momentum
del sistema de creencias que la respalda. Así entonces, por poner un
ejemplo, rechazar el imperativo “No matarás” (y su
correspondiente juicio valorativo: “matar es malo”) no me
convierte en un ser amoral, ya que en este momento
no me parece necesario o no veo como una vía de conducta coherente
con aquellas creencias que HOY sostengo, el matar a alguien.
Cuando
un acto contradice el sistema de creencias que debería
fundamentarlo, no es el “acto” lo contradictorio en sí sino el
sistema de creencias; porque (y esto lo defiendo a priori,
aunque admito que es susceptible de crítica) todo “acto”, al ser
la concreción de una “decisión” particular, está en
concordancia con (al menos) una creencia o “motivo suficiente para
actuar”.
Ningún
sistema de creencias es perfecto; pero en la eliminación de las
contradicciones, que son el fruto de la incoherencia, reside el
summum bonum de
nuestra moral: la capacidad, como dije antes, de mejorar.
NO en relación con estándares impuestos, sino con respecto a
nosotros mismos.
*
* *
Hice
esta breve disertación acerca de la moral (y mi concepto de
moral) para dejar en claro que el ensayo que leerán a continuación
no quiere ser, en modo alguno, impositivo. Es la sencilla
exposición de mi propia experiencia (en relación al tema propuesto)
y no busca convencer a nadie de hacer lo mismo; sin embargo, tiene
también (y por eso lo escribí, o sería sólo una sencilla
curiosidad) el propósito de servir de ejemplo o argumento posible
para quienes se han visto en disyuntivas similares y buscan una
solución posible a sus entuertos. O más aún, para quienes
disfrutan de escuchar (leer, en este caso) los argumentos que otros
tienen para defender sus posiciones personales. Para todos ellos va
dirigido este ensayo.
Por
todo lo que expuse más arriba queda claro que, a mi modo de ver, una
retractación no es en modo alguno una muestra de debilidad del
espíritu sino todo lo contrario, un acto de perfeccionamiento. Fui
cristiano, luego fui politeísta y hoy soy agnóstico (o algo así);
fui comunista, luego fui fascista, y hoy he vuelto a ser una especie
de socialista (anómalo); me presenté alguna vez como poeta, hoy,
como dejé de escribir poesía, ya no lo hago; podría seguir
indefinidamente. Alguien podría decirme: “entonces eres
inconsecuente”. Pero yo le respondo, “¿Qué es para ti la
'consecuencia'? ¿Elegir un ideal y marchar ciegamente en su defensa,
aunque me cueste la vida? ¿O hacer que la propia conducta cambie
(mejore) a medida que mi experiencia crece y que mi conocimiento se
acrecenta?” Yo digo: todo lo que he hecho, todo lo que he dicho y
he defendido ha estado en perfecta armonía con lo que he creído en
su momento, y toda vez que no lo ha estado (porque ha pasado,
indudablemente), ello ha significado una revisión del sistema de
creencias, un cambio profundo en mí que me ha llevado a tomar nuevos
senderos y a mejorar.
Cuando
los Procesos de Nuremberg dejaron al descubierto los pormenores del
holocausto, al finalizar la Segunda Guerra Mundial, muchos de los
mismos alemanes afiliados al partido Nacionalsocialista renunciaron
voluntariamente a su membresía, como una forma de corregir su
participación indirecta (su complicidad) en los actos. Esta
retractación es, para mí (indiferente de los motivos) una muestra
de sana moral, porque aquellos hombres y mujeres en un solo
acto admiten su participación y deciden su
no-participación a partir de aquel momento; demuestran ser
consecuentes consigo mismos. (Que luego se haya declarado como
un acto criminal la sola afiliación al partido es harina de otro
costal).
Contra
esta moral sana está la moral enferma de, por ejemplo,
aquellos chilenos que después que el régimen militar de Pinochet
terminara y se abrieran los casos de violación a Derechos Humanos
(los que tampoco defiendo como “buenos a priori”, nótese),
para evitar retractarse de su simpatía por el régimen pero no tener
que reconocer su implícita complicidad con los actos perpetrados,
prefieren negar dichos actos, argumentando que son mentiras de los
comunistas, o que las víctimas eran paramilitares preparados por los
rusos y los cubanos. Esta es la mentalidad de personas que
consideran una retractación como una debilidad, como un “darle la
razón” al otro, al enemigo: una derrota del espíritu, y encuentra
preferible autoengañarse y vivir en una mentira. Más loable
y respetable es el asesino que mata, reconoce que mata y asume las
responsabilidades penales de sus actos con altura de mira, orgullo y
desprecio por las familias de sus víctimas. Será un hijo de puta,
¡pero al menos un hijo de puta consecuente consigo mismo!
Debo
decir que me gusta la carne, que me agrada su sabor, su textura, y
que siempre he sabido de dónde viene. En general no veo los
documentales acerca de maltrato animal porque “no me gustan esas
cosas”, pero entiendo más o menos qué es lo que ellos muestran.
No en desmedro de lo anterior recientemente he decidido desplazarlas
definitivamente de mi dieta, y hoy quiero contarles por qué.
Me
parece un hecho de evidencia incontestable el que la naturaleza mande
que unos seres vivos deban destruir a otros para asegurar su
preservación y estilo de vida; es, en resumidas cuentas, lo que
significa “alimentarse”; ningún animal come piedras, y las
plantas están tan vivas como los animales. Pero es un error
argumental creer que porque debamos comernos a algunos,
podamos comerlos a todos. (De lo particular no se sigue lo
universal: lógica de nivel escolar).
Otro
postulado (al menos para mí, no sé si para el resto) que sirve de
fundamento a mi decisión es aquel que me gusta resumir con el
siguiente dictum: “Disminuye el daño ajeno al mínimo
posible”. Si para conseguir P debo pasar por encima de diez
personas, procuraré pasar por encima de diez y no de once. Esto no
sólo aplica en la consumición de carne sino en todo ámbito de la
vida; porque es evidente que todo acto de apropiación es un acto de
despojamiento de “otro”; cada cosa que compro es una cosa menos
que “otro” puede comprar, cada pan que como es un pan que no come
un niño con hambre; pero yo también tengo que comer.
Llevo
un tiempo conviviendo con vegetarianos y veganos, en mi casa y entre
mis amistades e incluso en mi relación, porque mi polola es
vegetariana, y por mucho tiempo no me alejé de mi dieta. Ellos
tuvieron que ver con mi conversión pero de una forma indirecta: en
realidad lo único que me mostraron es que es posible vivir sin
comer carne. (Sobre todo mi polola, que se ha convertido en una
experta culinaria del vegetarianismo, debo decir).
Entonces
me dije un día: Si encuentro un solo argumento lo
suficientemente fuerte para seguir comiendo carne, lo haré. Asi fue
como salí, igual que Sócrates, a buscar a los orgullosos carnívoros
y a escuchar sus motivos para perseverar en su postura, y si acaso
alguno de esos argumentos se mostraba como incontestable, yo lo
aceptaría sin renuncias y seguiría con mi dieta normal. (Por todo
lo antedicho se entenderá que no lo encontré; y aquí viene el
detalle de mi indagación, que es por lo demás bastante gracioso).
El
más estúpido de todos los argumentos que me presentaron fue el de:
“Pero si la carne es rica”. Sí, la carne es rica, a mí me gusta
mucho... pero hay otras cosas que me gustan y a las cuales he tenido
que renunciar en miras a motivos más elevados y bienes mayores. Como
dijera Leví: “El que puede y se abstiene puede dos veces”. Otros
decían: “Es muy difícil hacerse vegetariano; en todas partes
venden carne, es más fácil seguir comiendo carne”. Sí, era más
fácil para mí pedir disculpas y quedarme en el colegio francés. Si
lo hubiera hecho sería menos de la mitad de quien soy ahora. No le
hago el quite a los caminos pedregosos, todo lo contrario, han
demostrado ser mucho más enriquecedores que las escaleras
automáticas.
Otro
argumento también débil pero menos evidentemente absurdo es el de:
“Pero no porque dejes de comer carne la matanza y el maltrato
animal van a terminar”. Sí, es cierto; pero yo respondo: “No
porque yo tire la basura en el basurero la gente va a dejar de
contaminar el mundo”; pero no me parece un motivo de peso para
empezar a botar mi basura donde me venga en gana. En lo que a mí
concierne, no dejo una sola lata de cerveza en el pasto, aunque a mi
alrededor haya cientos de ellas. Después están los que dicen: “Sólo
comiendo lechuga te mueres”. ¡Pero claro que sí! ¡Nadie puede
vivir sólo comiendo lechuga! Pero no todo lo que no es carne es
lechuga. En particular existen los cereales, los vegetales, las
legumbres y otras varias vías de alimentación que sustituyen los
nutrientes que la carne aporta. Y otros me dirán: “Los vegetales
no aportan todos los nutrientes básicos”. Yo respondo: “las
dietas omnívoras tampoco”. Dependiendo de cada uno, serán
necesarios más o menos nutrientes, y es un hecho incontestable que
gran parte de la población necesita consumir complementos
alimenticios. Una vez más, apelo a mi dictum del mínimo daño
posible.
Otra
instancia del dictum del mínimo daño posible es para contestar este
argumento: “Pero entonces vas a tener que dejar de usar ropa de
cuero, y cosas hechas en China (porque lo hacen niños esclavos) y
otras muchas cosas que también suponen sufrimiento”. Yo respondo:
“Cuando aprenda a hacer mis propios zapatos a partir de materias
ciento por ciento inorgánicas, o no necesite usar zapatos; cuando
pueda dejar de vestir, dejar de usar papel y cepillos de dientes,
lápices y muchas otras cosas, lo haré”. Pero el hecho de no poder
hacer todo eso de una vez no es un argumento suficiente para
tranquilizar mi conciencia y, además, convencerme de comer carne, a
sabiendas de de dónde viene y cómo llega a mi mesa. Una vez más,
el particular no implica el universal.
“Hay
que comer carne porque se ha comido carne desde siempre”. Sí, pero
en algún momento se creyó que la tierra era plana y hoy no; en
algún momento se pensó que los negros no eran humanos, y hoy ya no;
en algún momento se creyó que los homosexuales eran enfermos, y hoy
por fin estamos empezando a convencernos de que no lo son. Una vez
más, Leví: “Errar es humano, perdonar es Divino; pero perseverar
en el error es diabólico”. Otros dirán: “tarde o temprano
volverás a comer carne; es pura moda”. ¿Perdón? ¿Yo, hacer algo
por MODA? Incluso si así fuera... no encuentro que comer carne sea
muy underground tampoco.
El
otro argumento, ya no tanto origen de la estupidez sino de la
ignorancia (aunque es increíble ver cómo ambos conceptos se
aproximan), es el que dice: “La hambruna en el mundo hace necesaria
la producción de carne para el consumo humano”. Damas y
caballeros, por si no lo saben, el 90% de los recursos de la tierra
son consumidos por el 10% de la población mundial, y por el sólo
hecho de tener dinero en el bolsillo o en el banco somos parte del 5%
más rico de la población del planeta: no veo en qué forma la
consumición de carne está paleando el problema de la hambruna. Con
todo, he de defender lo siguiente: Problema de matemáticas de nivel
escolar: Planto un terreno con A cantidad de vegetales, y hago
comer de él a B vacas. Luego mato a las vacas y doy de comer a C
personas con las B vacas ya engordadas. Si B come A y C come B, ¿por
qué no alimentar directamente con A a las C personas? Algunos dicen
(medio en broma, espero): “¡no te comas la comida de mi comida!”
pero acompañan sus asados con ricas papas y ensalada de tomates.
Además, por si no lo han notado, un kilo de porotos es harto más
barato y rinde mucho más que un cuarto de kilo de carne de vacuno;
si quiere saber cuantas proteínas aportan los porotos: googlee. Se
llevará una sorpresa.
“La
naturaleza manda que el más fuerte debe destruir al más débil para
preservar su existencia”. Sí, se llama “alimentación” y estoy
ciento por ciento de acuerdo. Hitler consideraba que los judíos
estaban utilizando el espacio vital de los alemanes y los echó de su
país; me parece justo. Ahora: ¿cómo se pasa de “echarlos” de
su país a envenenarlos en masa, quemarlos, experimentar con sus
cuerpos y hacer jabón y botones con sus despojos corporales? No me
queda del todo claro. Una vez más: reducir el daño al mínimo
posible.
Lo
divertido del argumento anterior es que algunos saltan y dicen: “Una
vaca no es lo mismo que una persona”. Bueno, Hitler consideraba que
el “judío” no era lo mismo que un “ario”; sólo pone la
barrera de “importancia” un poco más acá (en terreno de lo que
ya se empieza a considerar racismo, pero sigue siendo vulgar
especieísmo). O sino, hay quienes dicen: “¿Pero cómo pueden los
hindús estarse muriendo de hambre, y tener a las vacas caminando
libres por sus ciudades?” Pero olvidan que en nuestras propias
ciudades la gente igual muere de hambre y los perros caminan libres
por el mundo (muertos de hambre también). ¡Un chino lo encontraría
igual de descabellado! Vivimos en una sociedad que no sólo se
reconoce a sí misma especieísta (=considerar a algunas especies
superiores a otras) sino que es inconsecuente con su propio
especieísmo. Desde que asumimos que todos los seres vivos compiten
con esa misma calidad ontológica (como dimos por sentado con el
principio de alimentación) todos estos argumentos se derrumban por
su propio peso.
El
otro es el argumento visceral (una falacia asquerosa pero que
comentaré sólo por el placer de poner en vergüenza su debilidad):
“Si te hicieran elegir entre comerte a tu mamá o comerte a una
vaca, ¿qué elegirías?” Yo respondo: “Si te hicieran elegir
entre comerte a tu perro o a una persona que no conoces, ¿qué
elegirías? ¿Si tuvieras que comerte a tu mamá o a tu papá, a tu
perro o a tu gato, o a un tigre blanco o una paloma?” Es como
cuando en el colegio los niños juegan a preguntar: “Qué
prefieres, ¿darle un beso a un amigo o a la mina más fea del
curso?”. Se llama Falacia de pregunta compleja y por su
naturaleza de “falacia” no me daré el trabajo de demostrar su
falsedad aquí; de cualquier forma no es argumento suficiente para
hacerme volver a comer carne.
“Las
plantas también sufren”. Otra vez, alimentación y mínimo daño
posible. Si pudiera vivir de comer piedras, lo haría (mientras no se
demostrara que también sufren). El paso siguiente es: “Hay
personas que cosechan esas plantas y sufren, ¿por qué su
sufrimiento es menos importante que el de los animales?” Mi
respuesta es exactamente la misma. Además, los animales no se crían,
almacenan, asesinan, faenan y envasan solos; toda línea de
producción implica la explotación del hombre por el hombre, así
que la constante del sufrimiento humano queda fuera de la ecuación.
Luego
llegan los argumentos biológicos: “Hay otros animales que también
comen carne”. Sí, pero es una falacia del hombre de paja. Véase
el argumento siguiente: “Somos animales carnívoros, está en
nuestros genes”. Yo respondo: “En primer lugar (y esto lo ví en
un video pro-veganismo que me llamó bastante la atención) por la
forma de nuestros dientes somos más herbívoros que carnívoros, sin
quitar el hecho de que tenemos que cocer la carne para poder
triturarla. En segundo lugar, es cierto que podemos comer carne y que
en muchos aspectos nos hace bien: pero no es ese mi motivo para dejar
la carne (y éste es el “hombre de paja” de la falacia) sino la
forma en que se procesa dicha carne. En particular, cuando yo tenga
mi predio y críe a mis animales, y sea capaz de asesinar a un
cordero, despellejarlo, desmembrarlo y cocinarlo, veré si soy capaz
de comérmelo”. Me parece evidente que el ser humano es omnívoro
porque o sino sencillamente no comeríamos carne; pero podemos
hacernos herbívoros gracias a que la ciencia nos deja reemplazar,
sustituir y complementar los aportes de nuestras diferentes dietas.
El
otro argumento biológico es más bien antropológico y es
interesante: “El mono se hizo hombre cuando comió carne”.
¿Entonces fue la carne el fruto prohibido, el del árbol del
conocimiento del bien y del mal? Al margen de ese comentario (que es
más bien una charada) yo respondo: “¿Comía carne el hombre antes
de descubrir el fuego? ¿Comía carne el hombre antes de perfeccionar
sus técnicas de caza, de desarrollar sus primeras armas y
herramientas? Porque no me figuro a un cro-magnon desnudo y
flacuchento asesinando, descuartizando y devorando crudo a un mamut
adulto”. Ahora se me podría objetar: “tal vez fuimos en
principio carroñeros”. Puede ser. Pero al margen de todo esto
(que, además, presupone más teorías antropológicas y biológicas
de las que estoy dispuesto a aceptar), que la necrofagia o la
sarcofagia hayan sido determinantes en nuestro desarrollo evolutivo
no significa que no puedan ser desplazadas como conductas; en
particular (si aceptamos una visión evolucionista del desarrollo de
las especies) los animales terrestres perdieron la habilidad de
respirar bajo el agua cuando dejaron de ser anfibios pero eso no
significó una involución, sino todo lo contrario.
Estos
argumentos fueron los menos débiles y los menos estúpidos que
escuché, y no hubo uno solo que se parara por sí mismo. Ergo, heme
aquí como estoy ahora.
Debo
hacer una puntualización: mi conversión al vegetarianismo (si cabe
llamarla así) y mi futura conversión al veganismo tiene por tanto
un carácter racional y mana de una decisión personal. No hay
ninguna motivación pachamámica ni religiosa ni se fundamenta en
algún imperativo moral externo a mi propia racionalidad; porque el
dictum del mínimo daño posible es una decisión personal, fruto de
mi propia reflexión. Decidí dejar la carne porque es posible vivir
sin comer carne y porque me parece que la forma en que se trata a los
animales para abastecer la demanda es cruel, y no estoy dispuesto a
ser cómplice de dicha crueldad. ¡Tal vez! Sigo siéndolo, ya que mi
dinero va a parar a manos que manejan muchas industrias y
no todo es tan simple como parece... pero la posibilidad de tal no me
parece un argumento real para seguir comprando, comiendo y
perpetuando directamente la industria de la carne.
Inti
Målai Perdurabo
"Firmo:
Cuando me enteré por los que venían a verme, de que habías
desechado la alimentación sin carne y que de nuevo habías vuelto a
un régimen de comidas a base de ella, no me lo creía en un
principio: por el reparo que tengo de tu sensatez y en el respeto que
hemos profesado a unos hombres venerables por su vejez, y a la vez
temerosos de los dioses, que marcaron una línea de conducta. Pero,
puesto que también otros, (sumándose a los primeros en sus
denuncias), me confirmaban la noticia, me parecía tosco y en
desacuerdo con una persuasión fundada en el razonamiento reprenderte
por no haber encontrado lo mejor, alejándote del mal –según el
proverbio– y por no añorar (de acuerdo con Empédocles) tu vida
anterior, volviendo a otra mejor. Por el contrario, juzgaba digno de
nuestra mutua amistad y en consonancia con las personas que han
acompasado sus vidas a la verdad el poner en claro la refutación de
tus errores, mediante el raciocinio, y mostrar hasta qué punto
habías descendido...”
Porfirio,
Acerca de la abstiencia de comerse a los animales, I,1.
Siglo IV d. C.
Porfirio,
Acerca de la abstiencia de comerse a los animales, I,1.
Siglo IV d. C.
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