Si
creían que tenía algo botada la Granja del Mago, deben saber que
sí, es cierto, pero no porque la haya olvidado o le haya perdido el
interés. Es innegable que Evolans me ha tenido bastante entretenido
(yo siempre voy cuatro o cinco capítulos más adelante que los que
publico, y debo conservar ese ritmo de escritura o todo se iría
irremediablemente al carajo), pero la verdadera razón es que en los
últimos meses (podría decir, sin temor a equivocarme, “en el
último año”) algunas ideas nuevas se han cruzado en mi camino y
me han tenido casi en un coma intelectual, ya que ponen en jaque un
montón de cosas que antes creía y ahora dudo (lo realmente
entretenido de construir castillos de naipes es... ¡derribarlos!) y
esta enorme crisis ha hecho imposible que escriba con seguridad
acerca de ningún tema.
Sin
embargo decidí darme un respiro en esta vorágine de cosas que me
queda por leer (de esos libros que debes soltar luego de la segunda
hora porque ya no entiendes nada, pero que no te dejan tranquila la
conciencia hasta que los retomas, y que son mis favoritos) y
aprovecharé la ocasión de estrenar mi nueva Granja del Mago (no
habían notado la nueva decoración, ¿eh?) para presentarles un
avance, o mejor dicho una pincelada, de aquellas cosas que hoy por
hoy me andan quitando el sueño. Al menos de lo que llevo y que
parece ser más estable, es decir, los puntos de partida y algunas de
las consecuencias que se dejan entrever.
“The
autors think that we are experiencing the changes from the old view
of cause and effect as the core to a new view with evolution as the
core”
Abstract
del “Paper de los chinos”
Cualquiera
que haya estudiado con mediano interés la historia de las ciencias o
de la filosofía, se habrá percatado que las diferencias entre
posición y posición revisan o discuten en torno a ciertos problemas
de base, a los que podríamos llamar parámetros críticos (Existe
o no existe Dios; es la tierra o el sol el centro del universo; la
velocidad de la luz es constante o relativa, etc), conservando
siempre otros principios fundamentales, que podríamos llamar
parámetros mínimos
(como las leyes generales de la lógica, la matemática y el
lenguaje).
Por
ejemplo, podemos preguntarnos si las cosas tienen o no existencia
propia más allá de nuestra percepción. Asumir cualquiera de las
dos posiciones (Sí, la tienen [realismo]; o No, no la tienen
[idealismo]) define un parámetro crítico
de nuestra metafísica. Pero asumimos que sabemos lo que
queremos decir con “cosas” y usamos esta palabra en un mismo
sentido cada vez que la proferimos.
Este es un parámetro mínimo.
Un parámetro crítico en física podría ser la ley de inercia; y un
parámetro mínimo, la conmutatividad de la suma en los números
Reales.
Un
criterio informal pero muy útil para distinguir entre los parámetros
mínimos y críticos
es ver cuáles admiten escenarios contrafácticos y cuáles no. Por
ejemplo, puedo imaginar un mundo donde Dios existe; y un mundo donde
Dios no existe. Ambos mundos son los dos, precisamente, en un mismo
sentido mundos, porque
una serie de reglas se cumplen en ellos, y yo las estoy aceptando
tácitamente (casi inconscientemente, en la mayoría de los casos).
Ha sido uno de los más impresionantes logros de la filosofía el
conseguir formular estos parámetros mínimos, porque muchas veces lo
“obvio” es mucho más inefable que lo “peculiar”.
¿Puedo
imaginar un mundo donde la suma no sea conmutativa, es decir, un
mundo donde agregar dos manzanas a un canasto con tres manzanas dé
un total de manzanas diferente que si agrego tres manzanas a un
canasto con dos?
¿Puedo
imaginar un mundo donde una misma cosa tenga una propiedad pero
también no la tenga, al mismo tiempo y en el mismo sentido? ¿Puede
un animal ser un perro, y al mismo tiempo, en el mismo sentido, no
ser un perro?
La
violación de las más sencillas leyes de la lógica (y la
matemática, hasta cierto punto) trae consigo la trasgresión del
sentido de las palabras que usamos, y por lo tanto constituye una
violación a las convenciones de uso del lenguaje; lo que, dicho en
términos un poco apocalípticos pero para nada alejados de la
realidad, acaba con nuestra capacidad de ponernos de acuerdo, de
hacer ciencia, sociedad, e incluso de comunicarnos los unos con los
otros.
Entonces
uno podría inclinarse a pensar (y así ha sido, durante dos mil
cuatrocientos años y quizás más) que, ya que los parámetros
mínimos están tan profundamente arraigados en nuestro lenguaje y
las reglas que rigen su uso, ellos no pueden modificarse. Y esta
afirmación no es eurocentrista, pues encontraremos trabajos de
lógica en la filosofía china, hindú, y en el sentido común de
muchos pueblos alrededor del mundo, que de una u otra forma aceptan
esta premisa o entreven las consecuencias de su negación.
Tal
era el panorama de mi forma de entender la filosofía, la ciencia y
en general todo el quehacer humano (incluyendo la poesía y la
religión) hasta, por lo menos, el año pasado. Lo numinoso, lo
inefable, lo trascendente y lo místico, todo lo que no puede
expresarse en palabras y acerca de lo cual “mejor es callar” no
viola estas leyes, porque se mantiene al margen de ellas; por lo que,
con todo y lo racionalista que soy para la filosofía y lo místico
que soy para el arte, todavía había consistencia (¡en el sentido
aristotélico de no-contradicción!) en mi visión de mundo.
Sin
embargo, y de esto me he comenzado a percatar (con espanto y
entusiasmo) en este último tiempo, los criterios mínimos también
forman parte del aparataje abstracto con el cual ordenamos, abordamos
y modificamos el mundo. Por lo tanto, en principio (y este es un
meta-principio), pueden ser modificadas, si todo el sistema es
consecuentemente modificado.
¿Por
qué elegimos un sistema y no otro? Le di muchas vueltas a esta
pregunta, aunque no la había enfrentado seriamente y sólo la intuía
como un pseudo-problema. En realidad, hasta hace muy poco (creo que
hay ensayos aquí en la Granja donde lo manifesté explícitamente)
yo hubiera jurado de guata que leyes como la no-contradicción y la
identidad (“cada cosa es idéntica a sí misma”) no eran
principios arbitrarios sino formulaciones trascendentes acerca del
ser del universo en todos sus planos (incluso el de las
idealizaciones humanas), lo que nos lleva a mi concepto de Dios como
el fundamento de todas las tautologías lógicas.
Hasta
que leí el paper de los chinos, y sin detenerme en ningún pasaje en
particular, entreví o entendí claramente de qué forma podía
hacerse.
El
problema era más o menos como sigue:
1
. Acepto que existen tales cosas como los parámetros mínimos, las
leyes de la lógica, de las matemáticas elementales y del lenguaje.
2
.Me pregunto por la posibilidad de su modificación.
3
. Exijo a dicha modificación consistencia para ser plausible.
4
. La consistencia se basa en los parámetros que acepté en el punto
1.
5
. Conclusión: los parámetros no pueden ser modificados (son de
orden omega).
Más
aún, el hecho de que yo acepte este razonamiento ya presupone las
leyes de la lógica que incluyo entre los parámetros mínimos. Todo
apunta a indicar pues que no pueden ser modificados.
Hasta
que luego, un día cualquiera, escuché en la tele a un periodista
que reporteaba en el zoológico de Santiago. Mientras miraba una
cebra con los niños que le acompañaban, hizo la siguiente
(inteligente) constatación: “sus rayas son el resultado de un
proceso evolutivo para huir
de los depredadores”.
La
afirmación me hizo ruido de inmediato. Porque la gracia de la teoría
de la evolución es que excluye la teleología, es decir, la cebra no
evolucionó de no-rayada a rayada para
huir de los depredadores, sino que, (y aquí recordaba sólo lo
aprendido en el colegio) la razón por la cual las cebras que
conocemos tienen rayas es porque ellas pudieron escapar de los
depredadores y la pre-especie sin rayas no.
¡Esto no es evolución! |
Entonces
comprendí que el error del periodista era el mismo error que estaba
cometiendo yo en mi consideración de los parámetros mínimos. El
periodista, al igual que muchas otras personas (y yo me contaba,
hasta ese momento, entre ellas), consideraba a la evolución un
principio mediato, no independiente en su sistema de creencias. Para
el periodista, “la evolución es la causa de las rayas de la
cebra”. ¡Pero la “evolución” es inconsistente con la
“causalidad”, porque va en su lugar!
Entonces
me dije: ¿es posible pensar desde
la evolución, sin revisar el sistema mínimo anterior sino que
partiendo “de cero”?
Tal
proyecto era, obviamente, imposible cuando lo imaginé; pero lo obvio
fue refutado por la evidencia. Recién entonces comencé a comprender
todos esos libros, papers y trabajos (desde publicaciones científicas
hasta poemas) donde sugerían la titánica empresa: si vamos a
cambiar nuestra forma de ver y entender el mundo, debe hacerse desde
abajo. Es decir, desde
el lenguaje mismo.
Nuestro
lenguaje cotidiano (sea el inglés, el castellano, el francés o el
esperanto) está sometido a ciertas reglas que, por su propia forma,
nos obligan a asumir compromisos ontológicos. Esta idea ha sido
defendida por numerosos filósofos del lenguaje. Por ejemplo, la
misma estructura básica
Sujeto
+ verbo + predicado
Presupone
la correspondencia uno-a-uno de nuestro lenguaje con el mundo, en el
cual deben haber “cosas” (sustantivos) de las cuales decir o
enunciar “propiedades” (predicados), igual como en la lógica
matemática el que
(x)
: x = x
(todo
x es igual a x)
sea
una verdad incondicionada nos obliga a asumir como compromiso
ontológico el principio de identidad.
Rápidamente
me puse al tanto en mis lecturas acerca de evolucionismo y comprendí
que, precisamente, el alcance crucial de la teoría de Darwin (digo
crucial no como si fuera efectivamente en lo que él estuviera
pensando, sino en el máximo provecho que se le puede sacar) es que
pasa por encima de todos los demás modelos de explicación: exige
que todos los aspectos, desde el más básico hasta el más complejo,
sean revisados.
La
evolución pone la explicación convencional patas arriba:
¿Por
qué las cebras tienen rayas?
-para
protegerse de los depredadores
Es
la explicación convencional. Pero esto cambia radicalmente si lo
vemos así:
¿Por
qué las cebras tienen rayas?
-Porque
a las que no tenían rayas ya se las comieron
La
forma lingüística de
la primera opción supone un “movimiento”, una “intención”
en la cebra de protegerse; en cambio la segunda sólo constata un
hecho. Pensar en los términos (¡a nivel del lenguaje!) de la
segunda forma provoca cambios radicales en nuestra manera de ver
el mundo y de entender la
evolución.
Lo
realmente interesante y desconcertante de todo esto es que, en algún
momento, tendremos que revisar nuestro lenguaje y modificarlo.
Porque, si aceptamos que todas las cosas cambian, y el cambio es la
única ley de la naturaleza, entonces las “cosas” no existen en
el sentido absoluto de la palabra; no hay “cosas”, sólo hay
“momentos”. Lo que significa que el verbo “ser” y el verbo
“estar” carecen de sentido, y deben ser eliminados, porque ellos
precisamente sirven para decir cosas acerca de las cosas.
¿Podemos concebir un Castellano sin los verbos “ser”, “estar”,
y sin la palabra “cosa, objeto”?* Si es posible, entonces ese
lenguaje implica inmediatamente una nueva lógica, pues la
predicación (que
depende de la función del verbo “ser”) está a la base de la
lógica como la conocemos (aristotélico-fregeana).
Aun
sin llevar la idea de inmediato a sus extremos, sus conclusiones
parciales son también sumamente interesantes; por ejemplo, una
visión evolucionista de la cosmología demuestra la inexistencia de
Dios como primum mobile
(ya que no sólo es innecesario, sino que su existencia sería
incompatible con el modelo**).
¡Qué
grande, qué lleno de posibilidades, qué rico en lo filosófico, en
lo científico y en lo artístico es pensar en esto!
No
puedo seguir adelante porque, la verdad, ni yo sé a dónde lleva. Es
un camino extraño, hay poco que leer y no está todo ordenado ni
junto en un solo lugar, pero seguiré escribiendo conforme tenga
novedades, y quienes quieran venir y conversar conmigo de esto, sea
porque sepan algo que yo no, o quieran discutirme lo que ya he dicho,
bienvenidos (siempre, siempre) serán.
El
trasfondo de toda esta transformación se arraiga todavía más
profundo en algo que llegué a aprender de toda la
casi-siempre-contradictoria mazamorra de cosas que leo, y que siempre
intento transmitirle a otros: que mi sistema de creencias debe
ajustarse al mundo, y no al contrario. El precepto cristiano que más
me gusta es el que dice: “El Sábado fue hecho para el hombre, no
el hombre para el Sábado” (Marcos 2:27). Esto obliga a que la
evolución sea una posición casi moral frente al conocimiento y la
experiencia. Como decía Mercedes Sosa, citada tantas veces por Mila
Bayán, “y así como todo cambia, que yo cambie no es extraño”.
¿Por qué debería temerle a la inconsistencia? Yo no soy
inconsistente, soy paraconsistente.
Y esto queda también como advertencia.
Que
tengan una linda semana.
Inti
Målai Perdurabo
PS:
No doy bibliografía todavía porque no estoy seguro de lo que “haya
que leer” acerca de este tema. Como dije, todo lo voy sacando por
conclusión de un montón de otras cosas que no apuntan necesariamente en la misma
dirección, y creo que en algunos casos sería hasta ofensivo para
los autores que los mencionara (todavía) como precursores de estas
cosas. Pero para más adelante tendré títulos que compartir, lo prometo.
PSS:
Tengo pensado hacer una traducción del “Paper de los chinos”. A
lo que esté listo lo subiré en la sección (que de seguro no han
notado todavía) Biblioteca, para que puedan descargarlo y leerlo, si
es que les interesa. Busqué una versión electrónica y no la
encontré, por eso no comparto el original (si voy a transcribirlo
prefiero traducirlo, es más entretenido que sólo copiar).
NOTAS:
*
Reformas lingüísticas en esta dirección (no en castellano) se han
intentado, pero no con vistas tan magníficas como las que yo creo
entrever, aunque sin lugar a dudas son un precedente y la idea la
tomo de aquellas. Véase la entrada en Wikipedia acerca del E-Prime.
**
Esta incompatibilidad sigue siendo meta-aristotélica. ¿Cómo
escapar de ella? El mismo modelo nuevo verá si exigirnos o no
consistencia en el sentido que la entendemos ahora).
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