Un sistema lógico es paraconsistente
cuando las contradicciones no
provocan explosión.
Muy
bien. Ahora veamos qué quiere decir eso.
Los
sistemas lógicos son objetos matemáticos que permiten modelar el
razonamiento, es decir, la forma en que obtenemos conclusiones
válidas a partir de información sabida como verdadera. Una de las
características principales de los sistemas lógicos es que nos
aseguran que nunca una conclusión será falsa si sus premisas son
verdaderas, que es lo mínimo que cabe esperarse de algo que se hace
llamar “lógico”.
Enfocada
desde esta perspectiva matemática, la lógica exhibe una curiosa
propiedad: las contradicciones provocan explosión,
es decir, si se asume como premisa una contradicción, de ella es
posible deducir cualquier oración con sentido. Cuando
los sistemas lógicos explosionan, pierden la capacidad para
distinguir entre oraciones verdaderas y falsas, y en consecuencia se
vuelven absolutamente inútiles.
El
desprecio por las contradicciones es una de las pocas tradiciones
filosóficas que tiene alcance universal; todo hombre, mujer o niño
con el que valga la pena conversar aceptará, tácita o
explícitamente, que uno no debe contradecirse en las cosas que dice,
cree o hace. Se lo considera el punto de partida de la racionalidad,
la verdad auto-evidente por excelencia, incluso, podríamos decir, la
primerísima condición necesaria para saber hablar.
Porque,
¿en qué sentido diríamos de algo que no es,
si el “no ser” no excluyera el “ser”? Avicena, célebre
comentarista de Aristóteles (primer formulador explícito del
principio) nos ilustra su validez de una forma más que convincente:
“todo aquel que niegue el principio de no-contradicción debería
ser quemado y torturado hasta que reconozca que “ser quemado y
torturado” no es lo
mismo que “no ser quemado y torturado””.
Yo
no estoy por la labor de ser quemado y torturado, y me siento lo
suficientemente racional como para aceptar el principio, tal como
Aristóteles lo presenta, con atención a todas las dificultades
lógicas que cupieran hacerse. Pero hay una lejana relación, creo
yo, entre la no-contradicción y la explosión.
Aunque
a nivel formal es perfectamente evidente (por ejemplo, si aceptamos,
en matemática, una afirmación falsa cualquiera, como “0 = 1”,
es posible demostrar cualquier otra,
utilizando sólo modos válidos de razonamiento), a nivel cotidiano
es bastante menos intuitivo. Imaginemos por ejemplo que yo creo que
“Algunos perros no son perros”. ¿Qué tiene eso que ver con
aceptar que “yo no estoy aquí” o que “hoy es martes y es
miércoles”, por ejemplo? ¿Por qué se seguiría una cosa de la
otra?
He
conocido en mi vida a muchas personas que se contradicen sin saberlo,
por ejemplo los que están a favor de los derechos de los animales
pero comen carne. Como Sócrates, he intentado llevarlos por pasos
lógicos incontestables a que evidencien su inconsistencia ética, y
aunque varias veces lo he conseguido, creo que ninguno hasta la fecha
ha accedido a renunciar a una de sus dos creencias conflictivas. Y
¡qué va! No se puede esperar humildad filosófica de todo el
mundo... pero ninguna, absolutamente ninguna de esas personas nunca
jamás me ha dicho: “Mira, ahora que me haces ver que creo
contradicciones, me doy cuenta que creo en todo lo que puede
decirse”. Esta evidencia me parece suficiente para inferir
(racionalmente) que no es necesaria la relación entre contradicción
y explosión, id est,
que de las contradicciones no siempre se deduce cualquier cosa.
La
lógica paraconsistente
es una estructura matemática en la cual las contradicciones no
llevan a explosión. Hay que comprender muy bien esta afirmación: no
se está queriendo decir que Newton Da Costa (el brasileño que las
inventó) o cualquiera de sus seguidores crea en contradicciones, o
las acepte; sólo nos está diciendo que las contradicciones, aunque
despreciables a nivel científico y cotidiano, en realidad no
destruyen nuestra capacidad para distinguir las oraciones verdaderas
de las falsas, cuando llegan a darse.
Lo
brillante del programa de Da Costa es que no hace ninguna
manipulación extraña o demasiado compleja. Su sistema es idéntico
a cualquier otro sistema estándar de lógica matemática, sólo que
agrega una distinción entre unas oraciones “que se portan bien”
(las que no se dan junto con su negación) y otras “que se portan
mal” (para las cuales es posible formular contradicciones). Las
oraciones que se portan bien siguen todas las reglas convencionales
de la lógica tradicional; y las que se portan mal siguen sólo las
reglas que no permiten explosión a partir de ellas. Pese a su
simplicidad, la lógica paraconsistente es enormemente rica, y ha
tenido aplicación en gran cantidad de campos científicos, desde la
teoría de conjuntos hasta el derecho judicial.
Incluso
a niveles más informales la idea de la paraconsistencia es sumamente
interesante. Volvamos al caso de la persona que cree dos cosas
contradictorias entre sí, por ejemplo, el que cree en la dignidad
universal de las personas pero apoya el modelo de explotación
capitalista. La razón por la cual uno entrará en discusión con
alguien así será, precisamente, orientarlo hacia el reconocimiento
de su inconsistencia, a fin de que elija entre una de las dos y
rechace la otra. Pero podría esa persona, eventualmente, no querer
rechazar ninguna de las dos, y aceptar entonces que un empleado que
trabaja en jornada completa por una miseria de sueldo sin
posibilidades de movilidad social vive en condiciones indignas, pero
que al mismo tiempo se le respeta su dignidad porque el Estado le
asegura sus necesidades básicas, que son los policías en las
calles, el acceso a los hospitales y la alfabetización. ¿Qué
haremos, llegados a este punto de la conversación?
La
perspectiva lógica clásica nos dirá: o esa persona entiende
dignidad en sentidos
diferentes en cada caso (la dignidad “laboral” siendo distinta a
la dignidad “natural”, por ejemplo) y entonces hay que entrar a
discutir sobre el significado de la palabra dignidad, o el susodicho
es lisa y llanamente un imbécil. La segunda alternativa es
tentadora, pero tiene la desventaja de reducir a la categoría de
imbecilidad a gran parte de la población mundial. Y no creo que gran
parte de la población mundial sea imbécil.
Una
perspectiva paraconsistente es mucho más cercana al sentido común:
esta persona tiene creencias “que se portan mal”, dicho de otra
forma, cree algunas cosas que claramente son molestas
a la hora de discutir con él. No puedes hacerlo rechazar, ni tú
puedes aceptar, ninguna de las dos posturas, porque él lo mismo te
dará la razón como te refutará, dependiendo del caso. Entonces, lo
que hay que hacer (lo que sería razonable hacer) es llevar la
conversación por un derrotero diferente, hacia sus creencias que se
portan bien, es decir, aquellas en donde estará dispuesto a
concederte un punto si le muestras una inconsistencia. (La gente que
sólo cree en afirmaciones que se portan mal, entonces, ya se gana
con mucho más mérito el apelativo de imbécil, o a lo sumo de
testartudo insoportable).
La
aplicación más interesante de la paraconsistencia en la lógica del
sentido común me parece que se da en el campo de la ética. Me han
rondado muchas veces por la mente las palabras de aquella psicóloga
que me dijo una vez que yo no tenía moral. Es cierto que a lo largo
de mi vida muchas veces he aconsejado cosas que no hago y he hecho
cosas que repruebo; pero la contradicción entre el dicho y la
palabra, ¿destruye totalmente mi capacidad de distinguir lo bueno de
lo malo, lo que se debe de lo que no se debe hacer? Yo al menos nunca
he sentido que sea así. No violaría a un niño por creer que la
tolerancia es un vicio y una virtud, ya que no hallo forma alguna de
deducir una cosa de la otra.
Por
supuesto, el ideal racional debería ser siempre el buscar la máxima
consistencia en nuestras creencias y convicciones de todo tipo.
Durante los últimos años he tenido profundas reflexiones en torno a
mis ideales políticos; me ha costado decidir si soy socialista o
fascista, creo que todavía no lo consigo, pero en el camino no voy
aceptando todo slogan que me ponen por delante. Pero tampoco me quedo
tranquilo en la
contradicción, sino que busco salir de ella.
No
creo que haya contradicciones en el mundo, algo así como perros que
no son perros. Al menos estoy convencido de que no podría ver un
perro que no es perro, porque si lo viera no lo vería. (ja). Pero en
nuestro quehacer racional, en nuestras actitudes lingüísticas, en
nuestros hábitos políticos, sociales y filosóficos todos somos
profundamente paraconsistentes; nunca llegamos a terminar el catálogo
final de nuestras creencias, ni de lo que se sigue por necesidad de
ellas, por eso actuamos como si creyéramos en algo y lo
rechazáramos, al mismo tiempo y en el mismo sentido, en varios
aspectos de nuestras vidas. Salgo a la calle y veo a esos anarquistas
que se compran chapitas del Che Guevara, o veo a los activistas en
favor de las ballenas que comen pescado frito, o a los cristianos que
roban, o a los intelectuales que no leen, y me doy cuenta que todos
ellos son seres perfectamente racionales, igual que yo, sólo que no
se han sentado a reflexionar acerca de qué es lo que hacen y de cómo
eso se sigue de los discursos que aprueban. Harto que les hace falta
hacerlo, pero eso no me da a mí la autoridad de quemarlos y
torturarlos hasta que lo hagan.
La
lógica informal paraconsistente nos pone a salvo del fascismo
filosófico, al menos en algún sentido; lo que ya es un mérito más
que destacable.
Inti Målai Perdurabo
Dedicado
a todos los comensales que han visitado mi Granja en sus 5000
primeras visitas.
Buen artículo. Estoy muy de acuerdo: las personas podemos aceptar (superficialmente) contradicciones, e incluso un sistema formal puede hacerlo, pero difícilmente la naturaleza acepte perros no perros. Es aquí cuando el principio de no contradicción cobra su valor metafísico más que lógico.
ResponderEliminarSaludos.
De hecho ha sido un error generalizado considerarlo antes lógico que metafísico, siendo que Aristóteles lo presenta dos veces como una verdad-del-mundo, no del-pensamiento (en Metafísica 4 y en Segundos Analíticos). Saludos!
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