Galileo y su telescopio
El
telescopio de Galileo marca, sin lugar a dudas, uno de los hitos más
trascendentales de toda nuestra historia. Este ensayo no versa sobre
él. Tampoco sobre los inventos, o sobre las ciencias. Ni siquiera
sobre Galileo. Este ensayo versa sobre nuestra historia.
Pero
empecemos por (algún) principio.
Cuando
Galileo inventó el telescopio y miró a través de él, se asombró
de ver que había “lunas” en Júpiter. Sin dudarlo un segundo,
llevó el telescopio a otros intelectuales, para que miraran y vieran
lo que había descubierto. Lunas en Júpiter.
Uno
podría creer que descubrir las lunas de Júpiter fue como descubrir
un nuevo cerro en un país cualquiera, o alguna nueva isla en uno de
los tantos mares que hay: era sólo descubrir más cosas en el mismo
mundo que conocíamos, de antes, en gran parte. Nada de eso. Había
algo realmente importante, casi espeluznante, detrás de la
ocurrencia de Galileo.
Antes
del telescopio, la gente sólo miraba el cielo con los ojos. Si un
día tienen la posibilidad de hacerlo, fuera de la ciudad, y durante
varias noches, notarán algunas cosas interesantes. Primero que todo,
hay sólo siete cuerpos celestes que se mueven “solos”: dos de
ellos son la luna y el sol, y los otros cinco son estrellas, más
grandes y más luminosas que las otras, a las que llamamos con los
siguientes nombres: Marte, Venus, Mercurio, Júpiter y Saturno. Todas
las demás estrellas en el cielo se mueven juntas, conservando su
posición relativa en todo momento, siempre en una misma dirección y
a una velocidad constante. Antes del telescopio, entonces, se le
llamaba a las siete primeras estrellas “planetas” (que en griego
significa “vagabundo”), mientras que las otras conformaban el
“fondo estrellado”.
Si
pueden quedarse no sólo algunas noches sino muchas, al menos un año
o dos, sin descuidar el cielo en ningún momento, notarán la segunda
cosa importante: los movimientos tanto del fondo estrellado como de
los planetas son “regulares”. Esto quiere decir que cada cierto
tiempo, relativo en cada caso pero constante, los planetas vuelven a
pasar por los mismos lugares. Por así decirlo, tienen un riel
invisible, sumamente complejo, trazado en el cielo.
Este
movimiento regular fue sumamente importante para nuestra historia
(que es el tema que nos convoca) y no debemos olvidarlo, porque, si
se dan cuenta, constituye algo sumamente útil y valioso: un punto de
referencia fijo, regular y objetivo, para medir el tiempo.
Pero
no nos adelantemos. Volvamos a Galileo y su telescopio.
O
más bien, vayamos un poco más atrás (¿atrás?), porque hay
todavía algunas cosas que tener presentes.
Resulta
que, cuando miramos el cielo fuera de la ciudad y nos damos cuenta
que así fue como la miraron los hombres antes del telescopio de
Galileo, podremos notar que es absolutamente obvio e intuitivo pensar
que los planetas y las estrellas todas giran en torno a la tierra, y
que somos, entonces, el centro del universo (es increíble lo fácil
e intuitivo que suele ser pensarse a uno mismo como el centro del
universo...). Tal fue, por lo tanto, la opinión de los grandes
sabios de la antigüedad (¿antigüedad?) y de los tiempos de
Galileo.
En
particular se sabía y se aceptaba que el cielo, por ser regular su
movimiento desde el origen de la civilización, debía ser perfecto y
que por lo tanto ningún cambio (más allá del movimiento) podía
ocurrirle. Esta fue la opinión de los mismos grandes sabios.
¿Y
por qué estos hombres son llamados hoy (y eran llamados entonces)
sabios? Bueno, porque sabían muchas
cosas. Y saber no es
sólo creer o tener opinión acerca de algo, sino que es poseer la
opinión correcta y verdadera acerca de las cosas.
Entonces
resulta que, para tiempos de Galileo, se sabía
que: 1) sólo había siete planetas, 2) un fondo estrellado, y 3) que
todo giraba alrededor de la tierra en forma constante.
Pero
Galileo descubrió un “planeta” que no giraba en torno a la
tierra, sino a Júpiter. Doble error: primero agregaba un nuevo
planeta (un octavo), y segundo, no giraba en torno a lo que tenía
que girar, que era, claramente, la tierra, es decir, el lugar donde
vivimos nosotros, los humanos, que somos, por supuesto, lo más
importante del universo.
Pero
el error, ¿de quién era? ¿De Galileo, este aparecido hacedor de
telescopios, o de los grandes sabios del pasado, que nos legaron sus
nobles enseñanzas en sus hermosos textos?
Después
de todo, varios cientos de sabios no podían estar todos
equivocados...
Varios
cientos de sabios no pueden estar todos equivocados
Como
se imaginarán, los sabios de tiempos de Galileo no recibieron de
buena gana la mala noticia. Hubo algunos que, cuando supieron de qué
iba toda la broma del telescopio, se negaron
a mirar a través de él, a ver las lunas de Júpiter y a rechazar
las enseñanzas de Aristóteles, Ptolomeo y tantos otros pesos
pesados del conocimiento antiguo (¿antiguo?).
Hoy
nosotros, que sabemos que cada estrella es un sol y que tienen miles
de millones de planetas y que de hecho nosotros somos uno de ellos en
una de esas estrellas, podemos mirar hacia atrás y con muy poca
justicia decir: “¡Qué tontos eran los sabios de tiempos de
Galileo! ¿Por qué no miraron a través del telescopio? ¿Quién
querría vivir en el engaño, si se le ofrece conocer la verdad?”.
Pero la cosa no es tan sencilla. Lo que pasa es que nosotros hoy
sabemos que Galileo tenía razón y que esos sabios, así como todos
los otros antes que ellos, efectivamente se habían
equivocado. Pero es sumamente
injusto tratarlos a ellos de ilusos, de tercos, de cortos de visión.
Más que mal, es cierto, no nos gusta estar en el error, “amamos la
verdad”, pero... tampoco es fácil llegar y deshacerse de aquello
que uno ha tomado por cierto, de aquello que, de alguna manera, forma
parte de nuestra identidad, de nuestro mundo.
Porque,
si lo pensamos con cuidado, la gente de tiempos de Galileo vivía
en un mundo donde todo giraba en torno a la tierra. La revolución de
Galileo no era un nuevo y curioso descubrimiento astronómico: era la
puerta hacia un mundo nuevo, un mundo que amenazaba con destruir el
anterior. Y a nadie le gusta que le destruyan el mundo.
Pero,
¿qué actitud debería ser la correcta
en términos éticos, filosóficos y científicos? Yo pienso que la
de Galileo... pero todos somos valientes antes de la batalla. Cuando
llega la hora, ¿estamos realmente preparados?
Las
cosas son como son,
convenido: el problema es que nunca estamos realmente seguros de
saber cómo son. Hasta
donde sabemos, nuestra tecnología, nuestros científicos y nuestra
(déjenme darme el lujo de decirlo) filosofía nos han traído hasta
aquí, hasta un mundo que parece ser el real, el más cercano a la
verdad, y creemos (¿ingenuamente?) que nos falta
por saber algunas cosas, pero que no nos hemos equivocado
sobre ninguna de las que ya llevamos. ¿Será o no verdad esto?
Después
de todo, varios cientos de hombres sabios no pueden estar todos
equivocados.
Hoy
no quemaríamos a Galileo (como estuvieron a punto de hacerlo en su
tiempo) pero probablemente nos reiríamos de él. Lo llamaríamos
“pseudo” (que en griego significa “falso”) científico, y
haríamos memes en internet con su peor retrato, para colocar las
frases menos inteligentes que se nos pudieran ocurrir. ¡Qué macabra
hoguera espera a los visionarios de nuestro tiempo!
Pero
nosotros, yo, ustedes que me leen, tendrán en todo momento la opción
de elegir. ¿Mirar a través del telescopio, o pedir hoguera? Esta es
la pregunta interesante. Esta es la pregunta crucial.
¿Quién
es Anatoli Fomenko?
Porque
un buen día de mi buena existencia, hace ya algunos años, un amigo
me trajo a conocimiento de un personaje que bien podría ser un
Galileo en nuestro tiempo: Anatoli Fomenko. ¿Quién es este tal
Anatoli Fomenko, se preguntarán? Wikipedia nos informa lo siguiente:
es un matemático ruso que nació en Donetsk, actualmente Ucrania, el
13 de marzo de 1945 (y, consecuentemente, tiene a la fecha 69 años).
Es miembro numerario de la Academia de Ciencias de Rusia, de la
Academia de Ciencias Naturales de Rusia y de la Academia
Internacional de Ciencias de la Escuela Superior. Tiene el grado de
Doctor en ciencias (equivalente al Ph. D. anglosajón) de la
Universidad Estatal de Moscú “Lomonósov”. Enseña en dicha
universidad y es jefe del departamento de geometría diferencial
desde 1992.
Además
ha escrito más de doscientos trabajos científicos, y ostenta
algunos premios: el de la Sociedad de Matemática de Moscú (1974),
el premio de matemática del Presidum de la Academia de Ciencias de
la Unión Soviética (1987) y el Premio Estatal de la Federación
Rusa (1996).
Es
decir: este hombre no es cualquier hombre. Y ustedes, si nunca lo
habían oído mencionar, probablemente pensarán que es alguien que,
de entrada, debe ser una persona sumamente seria y de un alto peso
intelectual. Alguien cuya opinión no debe ser tomada a la ligera. Yo
al menos pensaría eso (lo pienso todavía; ese
es el problema).
Porque,
aunque ustedes no lo crean, a Anatoli Fomenko se lo ha tachado con el
sucio nombre de pseudo-científico.
¿Por qué, con qué cargos? Después de todo, un hombre que es
miembro numerario de tantas escuelas, tiene tantos estudios encima y
tantos premios y publicaciones... no puede estar completamente
equivocado. ¿O sí?
Este
es el caso: Anatoli Fomenko sostiene la tesis de que la historia (sí,
la Historia-con-mayúscula, esa
que aprendemos en el colegio y que usamos tanto en nuestra vida) tal
como la conocemos es, en su mayor parte, un enorme... fraude.
La
historia de nuestra Historia
¿Cómo es esto, que es un fraude? Cabría comenzar por preguntarnos,
¿por qué sabemos que no lo es?
Esto de la historia es cosa bastante extraña. Sabemos que ocurrieron
muchas cosas, porque han llegado hasta nuestras manos numerosos
libros. Hay ruinas en todas partes. Huesos bajo la tierra. Pinturas,
formas de arte, libros de actas, cuadernos, leyendas populares. Pero
el tema de la historia (o más bien dicho, de la cronología)
no es tanto decir qué, sino cuándo.
¿Cuándo ocurrieron todas esas cosas? Hay algunos métodos. Hemos
oído hablar de técnicas como el Carbono 14, por ejemplo. Cosas
químicas que se le hacen a los objetos, y que arrojan resultados
matemáticos. También tenemos la ventajosa situación (ya comentada
más arriba) de que el cielo tiene un movimiento constante y
perfecto, y que por lo tanto constituye un referente objetivo para
todas las dataciones. Y, afortunadamente, nuestros antepasados
tuvieron la buena ocurrencia de anotar los eventos astronómicos de
todos sus acontecimientos importantes. Entonces, la cronología es
aquel ejercicio de utilizar los métodos para “ordenar las cosas”,
poner fechas, establecer hitos de referencia, y llenar espacios
vacíos.
Estamos en el año 2014. ¿2014 de qué? Es evidente que no de
un punto fijo e imparcial del origen de la historia. Entonces nos
dicen: desde el nacimiento de Jesús. Pero Jesús no nació en el año
1, porque Jesús sin duda no fue la primera persona sobre la tierra y
sin duda la gente antes que él no contaba sus años en números
negativos, avanzando hacia un evento futuro certero.
Pero entonces, ¿cómo sabemos que el año 1 fue efectivamente el año
1? En otras palabras, ¿quién llevó la cuenta de los años cuando
nació Jesús? Ciertamente, nadie en el mismo momento. Hubo que hacer
triquiñuelas: por ejemplo, la famosa “Estrella de Belén”. No
sabemos muy bien cuándo fue que esta estrella “apareció en el
Oeste marcando el lugar donde había nacido el salvador”, pero
tenemos hartos eventos astronómicos (desde eclipses hasta
supernovas) postulando para el título.
Cuento corto, así es como todas las fechas han sido colocadas en su
lugar, por el esfuerzo aunado de cientos de varios hombres de buena
voluntad a lo largo de los últimos... tres mil años, poco más o
menos. O eso es lo que creemos, porque Fomenko discrepa, y parece
tener razones para hacerlo.
El interés del profesor Anatoli por la cronología parece tener su
origen (por lo que he leído) precisamente en esto de las dataciones
astronómicas. Un hombre bien formado en ciencias y en matemática,
en estadísticas y probabilidades, sin dudas también tiene una
amplia formación en astronomía. Es el caso, efectivamente, y eso
fue lo que lo puso en su senda: porque, cuando empezó a averiguar
cómo es que los historiadores fijan las fechas... se llevó algunas
sorpresas.
¿Cuáles? Los dejaré todavía un poco con la duda. El caso es que
Fomenko reunió a un grupo de especialistas, matemáticos y expertos
en métodos de calculación, y comenzó un trabajo de revisión
exhaustiva de los materiales históricos actuales, concentrándose
sobre todo en la historia de la historia, es decir, en los
métodos de datación y en las primeras cronologías comparadas, tal
como han llegado a nosotros.
Ese trabajo lleva ya varios años y ha producido una enorme cantidad
de publicaciones, casi todas en ruso y pocas de las cuales han sido
traducidas, mucho menos difundidas en el mundo entero. ¿Sus
resultados? Nada menos interesante que lo que viene a continuación.
La
Nueva Cronología
Hay quienes dicen que el atentado a las torres gemelas fue un montaje
gringo. Otros, que fue la administración de Richard Nixon la que
estuvo detrás del golpe de Estado en Chile, para septiembre de 1973.
La muerte del compañero presidente: otro misterio. ¿asesinato o
suicidio?
Nadie sabe a ciencia cierta cómo o dónde murió Hitler. Se
especulan motivos alternativos para haber matado al príncipe de
Austria-Hungría.
Todos estos son misterios por resolver. Y ocurrieron hace menos de
cien años (menos el último, que ocurrió hace cien años y un día).
Hay quienes dicen que doscientos años (seiscientos en versiones
alternativas) en nuestra historia son inventados: el llamado
oscurantismo de la Alta Edad Media, aquella época en la cual
“nadie escribió nada”. Otros, más osados, aseguran que
Carlomagno nunca existió, como ninguna de las cosas que se
supone que hizo. Se cree que quizás Jesús tampoco. O Aristóteles,
y sus escritos son el trabajo conjunto de muchos hombres. De todas
esas versiones, nada se compara con lo de Fomenko.
Bueno, ¿qué es lo que dice él? Corta y fome: la gran mayoría de
los acontecimientos históricos que tenemos registrados son copias
(bastante burdas por lo demás) de eventos de antigüedad más bien
reciente: no más de mil años. Aquí les tengo algunos ejemplos:
¿Las civilizaciones indoeuropeas? Ninguna anterior al año 800 d. C.
(1200 años antes del año 2000). ¿Jesucristo? El emperador
Andrónico I, también conocido como el papa Gregorio VII, como Cayo
Julio César, como Euclides, como Sócrates, como Zeus, como Osiris.
Un largo Etc. ¿Nacimiento? Año 1152 (848 años antes del año
2000). ¿Muerte? Crucificado a los 33 años, en 1185 (815 a. a.
2000). ¿Ciudad donde reinó y murió? Yoros, también llamada
Jerusalén, o Troya. ¿Lugar de emplazamiento? En la desembocadura
del río Bósforo, actual Turquía. Podríamos seguir toda la noche.
¿Todos los demás eventos históricos, míticos y literarios de la
antigüedad? Copias, copias y más copias, versiones sin número de
los mismos hechos, interpretaciones sobre interpretaciones de los
mismos personajes, todo mal datado y sistemáticamente organizado por
cientos y cientos de sabios historiadores que estuvieron todos
equivocados, y que introdujeron largas cronologías, miles y miles de
años hacia el pasado distante de una humanidad que difícilmente
abrió los ojos hace más de mil quinientos años. ¿Renacimiento?
Pamplinas: nacimiento. Y esto es sólo una pincelada, sólo una
cucharada, pobre y triste, de todo lo que Fomenko y su gente tienen
para decirnos. O para re-decirnos.
La pregunta es: ¿está hablando en serio?
Un
nuevo telescopio
Si supiéramos que estamos viviendo en el error, ¿sería una
decisión ética e intelectualmente correcta buscar la verdad
rechazando las creencias falsas? Yo creo que sí. Pero si es el caso,
¿a quién creerle? ¿Hemos de confiar en las técnicas y métodos de
nuestra cultura, de nuestro tiempo científico? Pero si fuera así,
como creo que es lo más sensato, ¿qué hacemos con la obra de
Fomenko y sus colegas? ¿Podrá ser que cientos de sabios se hayan
todos equivocado? Mirar o no mirar, he ahí el dilema.
Yo he elegido mirar, y ver a dónde lleva todo esto. Después de
todo, las ideas no muerden.
Para el que quiera mirar también, aquí le dejo el ojo del
telescopio: Chronologia
Inti
Målai Perdurabo
Le
dedico este ensayo a Franklin d. l. C., quien me presentó hace ya
tantos años a este singular personaje, al que sólo hace poco pude
considerar con la debida seriedad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario