domingo, 24 de agosto de 2014

Las (malditas) probabilidades

En este último tiempo, amigos y desconocidos me han asaltado con un viejo y siempre irritante argumento a favor del diseño inteligente. Coincidencia sin duda significativa, que me ha tenido de mal humor por varias semanas, y como siento que necesito volver a mi centro para dedicarme a cosas más importantes, decidí escribirles un brevísimo artículo sobre el tema.
Lo que ellos (un gran e indefinido plural) dicen se resume más o menos así:

Las tan escasas probabilidades de que el universo haya ocurrido tal como ocurrió, y que se hayan dado las condiciones para la vida, el hombre, y que estemos aquí ahora preguntándonos por el origen del universo, hacen imposible que sea cosa del azar. Luego, debió haber una inteligencia superior planificando y dirigiendo el proceso desde su origen.

Veamos:
La probabilidad es una medida ficticia para comparar predicciones. Por culpa de nuestros imperfectos sistemas de educación, creemos que cuando algo tiene más probabilidades de ocurrir, esto de alguna manera significa que es más posible, más fácil o más real que lo que tiene menos probabilidades. Pero todo esto deriva de un sencillo error, que paso a corregir de inmediato.
La probabilidad de que un evento H ocurra se calcula de la siguiente forma: casos favorables dividido por casos posibles. Nótese que aquí posible tiene una connotación metafísica, así que no es un sinónimo de probable (o habría una evidente circularidad).
Si tiro un dado, la probabilidad de que obtenga un 3 es de 1/6; porque el caso favorable es uno, y los casos posibles son seis.
Si tiro un dado, la probabilidad de que obtenga un 3 o un 4 es de 2/6; porque los casos favorables son dos, y los casos posibles, todavía seis.
Si tiro un dado de cuatro caras (existen), la probabilidad de que obtenga un 3 es de 1/4, y por lo tanto, es más probable que saque un 3 en un dado de cuatro caras, que en un dado de seis (porque 1/4>1/6).
Convenido. Pero, ¿qué significa exactamente esto?
Al menos, NO significa una de estas cosas:
  • Que es más posible que salga un tres en el dado de cuatro: ambos eventos son igual de posibles.
  • Que es más fácil sacar un tres en un dado de cuatro: lo que hay que hacer para sacar un tres, en ambos dados, es exactamente lo mismo: tirar el dado.
  • Que es más real el evento donde sale tres en un dado de cuatro, que en un dado de seis: cuando sale tres en uno de los dos dados, el evento está ocurriendo efectivamente y con la misma realidad que si saliera en el otro dado.
Lo que significa exactamente que un evento sea más probable, es que, de la repetición de intentos de sacar 3 en uno de los dos dados, es predictible que obtendré un 3 en el de cuatro caras antes que en el de seis. Y este ser predictible quiere decir exactamente esto: que si hiciera tiradas repetidamente de ambos dados y anotara cuando sale primero el tres en uno y en otro, contra más tiradas haga, la cantidad de veces que obtenga el tres en el dado de cuatro caras será mayor que la cantidad de veces que obtenga el tres en el dado de seis.
Ahora, se dice a menudo que las probabilidades de que surja la vida en el universo son muy, muy bajas. ¿Qué quiere decir esto?
Quiere decir, sencillamente, esto: que si pudiéramos observar la ocurrencia de universos completos, uno tras otro, en similares condiciones de posibilidad (es decir, en una metafísica constante), tendremos muchos universos sin vida antes que ocurra un universo con vida.
La probabilidad NO ES UNA PROPIEDAD METAFÍSICA. Que sea improbable que el universo sea como de-hecho-es, no implica que sea más o menos fácil, o real, o imposible, que ocurra.
De los infinitos universos posibles este es uno de ellos en los que un ente puede preguntarse por el origen de su universo. Ni siquiera estoy seguro de que la probabilidad sea baja, porque no tengo idea de cuántos universos posibles hay.
La apelación a la baja probabilidad no permite transitar a la presuposición de un diseñador o un causador inteligente. En primer lugar, hay que tener en cuenta que la apelación a las probabilidades NO TIENE NADA QUE VER Y NO PODRÍA TENERLO con la pregunta por el origen del universo. Incluso decir que el universo tiene probabilidad es hacer trampa, porque está presuponiendo que en una dimensión trans-real hay un meta-tiempo y un meta-espacio donde hay seres superpoderosos que son capaces de originar universos y por lo tanto medir su ocurrencia mediante probabilidades.
Una vez más: las probabilidades son una forma convencional y ficticia de medir predicciones. ¡Y no se puede predecir lo que ya ha ocurrido! Y ciertamente que, si el universo tuvo un origen (tampoco lo creo, pero bueh...), estamos seguros de que lo tuvo porque ya ocurrió. Decir que podría no haber ocurrido es un truismo vacuo, porque para cualquier evento posible siempre existen al menos dos estados: que ocurra, o que no ocurra. Pero, de nuevo, las posibilidades no son lo mismo que las probabilidades.
De igual forma como tampoco tiene que ver con la certeza o la explicación, por ejemplo. Todos estos conceptos son diferentes, aplican en sentidos diferentes, la ciencia los usa en sentidos que, ciertamente, el común de los mortales muchas veces entendemos mal, y usarlos sin cuidado lleva, las más de las veces, sólo a atroces confusiones.
Pero para resumir:
La posibilidad es un valor metafísico.
La probabilidad es un valor predictivo.
La certeza es un valor epistémico (relativo al conocimiento).
La explicación es un valor teórico.

Muchas gracias por su atención.

Inti Målai Perdurabo

lunes, 18 de agosto de 2014

MATCH POINT (cuento)

Descartes llegó al final de su razonamiento y dijo: "Yo soy, yo existo"; así supo, clara y distintamente, que la era de los engaños había terminado. 
Su genio maligno, el Descartes que escribía el libro, había logrado engañarlo engañándose a sí mismo.

Inti Målai Perdurabo

jueves, 24 de julio de 2014

Visiones de un futuro pasado

No es de mi costumbre ni de mi agrado escribir aquí cosas que yo mismo no haya escrito, pero el siguiente fragmento que les comparto lo considero absolutamente exquisito y creo que todos podemos extraer de él grandes reflexiones. Pertenece a Isaac Asimov y es la primera parte de su ensayo Lo antiguo y lo último, capítulo 14 del libro "La tragedia de la Luna".
Leámoslo con cuidado y juguemos con él a imaginar el futuro con el que este visionario de la ciencia-ficción soñó en los setenta. ¿Les hace sentido lo que dice?

Hace unas tres semanas (en el momento de escribir esto) asistí a un seminario en un lugar al norte del Estado de Nueva York, un seminario sobre las comunicaciones y la sociedad. Yo no tenía mucho que hacer, pero estuve allí cuatro días, así que tuve la oportunidad de enterarme de las actividades que se estaban desarrollando.
La primera noche asistí a una conferencia excepcionalmente buena dictada por un caballero extraordinariamente inteligente y encantador, que trabaja en el campo de las cintas de vídeo. Con argumentos atractivos, y en mi opinión irrefutables, afirmó que las cintas de vídeo representaban la tendencia del futuro en el campo de las comunicaciones, o al menos una de las tendencias.
Señaló que los programas comerciales destinados a cubrir los tremendos gastos de las cadenas de televisión y de los terriblemente ávidos anunciantes no tenían más remedio que atraer a audiencias de decenas de millones de espectadores.

Como todos sabemos, los únicos programas que tienen alguna posibilidad de agradar a entre veinticinco y cincuenta millones de personas son los que evitan cuidadosamente la posibilidad de ofender a nadie. Cualquier cosa que pudiera darles un poco de sabor o de variedad ofendería a alguien y se habría perdido la partida.

Así que sólo sobreviven las papillas insípidas, no porque sean especialmente agradables, sino porque tienen buen cuidado de no resultar desagradables para nadie.
(Bueno, a algunas personas, como a usted y a mí, por ejemplo nos desagradan, pero cuando los magnates de la Unidad contabilizan el número de ustedes y yoes, y de gente como nosotros, el resultado final les provoca desdeñosas carcajadas.)

Pero las cintas de vídeo, capaces de complacer a los paladares más peculiares, sólo venden contenido, y no tienen por qué enmascararlo con un barniz falso y costoso o con la presencia de alguna renombrada estrella del espectáculo. Si se lanza una cinta sobre estrategias de ajedrez con símbolos de las piezas de ajedrez moviéndose sobre un tablero, no es necesario añadir nada más para vender un número x de copias a un número X de fanáticos del ajedrez. Si cada cinta se vende a un precio que cubra los gastos de su edición (más un honrado margen de beneficios) y si el número de ventas está de acuerdo con lo fijado, entonces todo va bien. Es posible que alguna cinta venda menos de lo previsto, pero también es posible que otra venda mucho más de lo que se esperaba.
Para abreviar, el negocio de las cintas de vídeo sería bastante parecido al de las editoriales. 
El orador expuso este punto con toda claridad, y lo dijo: 
—El manuscrito del futuro no será un fajo de papeles torpemente mecanografiados, sino una secuencia de imágenes hábilmente fotografiada... — no pude evitar removerme inquieto en mi silla.
Es posible que al moverme llamara la atención sobre mi persona ya que estaba sentado en la primera fila, porque el orador añadió acto seguido: 
— ...Y los hombres como Isaac Asimov se quedarán anticuados y serán sustituidos por otros.
Como es natural, di un brinco, y todo el mundo se rió alegremente ante la ocurrencia de que yo pudiera quedarme anticuado y fuera reemplazado por otro.

Dos días más tarde el orador que iba a hablar aquella tarde llamó desde Londres para comunicar que le era imposible salir de la ciudad, así que la encantadora dama que dirigía el seminario vino a verme y me pidió dulcemente que lo sustituyera.
Como es natural, dije que no tenía nada preparado, y como es natural ella dijo que todo el mundo sabía que no necesitaba prepararme para dar una conferencia maravillosa, y como es natural, me ablandé ante los cumplidos, y como es natural aquella tarde me levanté y como es natural di una conferencia maravillosa. Todo fue muy natural.

Me resulta imposible contarles qué es lo que dije exactamente, porque, como todas mis charlas, fue improvisada; pero, por lo que recuerdo, en esencia era algo así:
Como hacía dos días que un orador nos había hablado de las cintas de vídeo, presentándonos la fascinante y deslumbrante imagen de un futuro en el que las cintas de vídeo y los satélites dominarían el panorama de las comunicaciones, yo me disponía a servirme de mis conocimientos de ciencia ficción para explorar un futuro aún más lejano y hablaría de cómo podrían fabricarse cintas de vídeo con métodos mejores y más refinados, haciéndolas aún más sofisticadas.
En primer lugar, el orador nos había mostrado que las cintas tenían que ser decodificadas por un aparato bastante caro y voluminoso, que transmitía las imágenes a una pantalla de televisión y el sonido a un altavoz.
Evidentemente, todo el mundo esperaría que este equipo auxiliar fuera haciéndose más pequeño, más ligero y transportable. En el fondo, lo que se esperaría es que acabara por desaparecer y que se integrara a la misma cinta.
En segundo lugar, para que la información contenida en la cinta se transforme en imágenes y sonido es necesario un gasto de energía que redunda en perjuicio del medio ambiente. (Como cualquier gasto de energía; aunque su uso es inevitable, hay que evitar utilizarla más de lo estrictamente necesario).
Por consiguiente, es razonable esperar que disminuya la cantidad de energía necesaria para decodificar las cintas.
En último término, esperaríamos que disminuyera tanto como para llegar a desaparecer por completo.

Por tanto, podemos imaginarnos una cinta que fuera completamente transportable y autónoma. Seria necesario emplear energía en su fabricación, pero no en su utilización, y tampoco sería necesario un equipo especial para su uso posterior. No sería necesario enchufarla en la pared ni cambiarle las pilas, y podría ser transportada para ser vista en el lugar en que cada uno encontrara más cómodo: en la cama, en el cuarto de baño, en un árbol o en el ático.
Una cinta de vídeo de estas características produce sonidos, como es natural, y también desprende luz. Evidentemente su usuario debe recibir con claridad las imágenes y el sonido, pero sería un inconveniente que molestara a otras personas que posiblemente no estarían interesadas en su contenido. Idealmente, esta cinta autónoma y transportable sólo tendría que ser vista y oída por el usuario.
Por muy sofisticadas que sean las cintas existentes en la actualidad en el mercado o previstas para un futuro próximo, siempre tienen necesidad de controles. Tiene que haber una palanca o un interruptor para encenderlas y apagarlas, y otros para controlar el color, el volumen, el brillo, el contraste y todas esas cosas. Mi idea es que esos controles pudieran ser manejados, en la medida de lo posible, por la voluntad.
Me imagino una cinta que deje de correr en el momento en que se aparte la mirada. Permanece parada hasta que se le vuelve a prestar atención, momento en el cual vuelve a ponerse en marcha inmediatamente. Me imagino una cinta que corre más deprisa o más despacio, hacia adelante o hacia atrás, a saltos o con repeticiones, dependiendo únicamente de la voluntad del usuario.

Admitirán ustedes que una cinta de estas características constituye un perfecto sueño futurista: autónoma, transportable, sin consumo de energía, absolutamente privada y controlada en gran medida por la voluntad.
Ah, pero soñar no cuesta nada, así que seamos prácticos. ¿Es posible la existencia de una cinta así? Mi respuesta es: sí, naturalmente.
La siguiente pregunta es: ¿cuántos años habrá que esperar antes de conseguir una cinta tan increíblemente perfecta?
También tengo respuesta para eso, y una respuesta bastante concreta. La conseguiremos dentro de menos de cinco mil años, porque lo que acabo de describir (como es posible que hayan adivinado), ¡es el libro!

ISAAC ASIMOV
Lo antiguo y lo último, en "La Tragedia de la Luna"

Obtenido de www.zeth.ciencias.uchile.cl
Traducción de: Antonio Escohotado.